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Sumario del 15/04/2009

Pedro en diálogo con las culturas

  •  Policromía encendida entre el rumor del agua

    Él descentró la fuerza de gravedad

    Hay un plan y un puente

  • Hacia el encuentro

  •  Un soldado lo reconoció

  • Para el mundo

  •  Afianzar su victoria con sus mismas armas

  • Octava dies

  •  "Hombres y Dios": Editorial de P. Federico Lombardi SJ 11-04-09

  • Pedro en diálogo con las culturas



     Policromía encendida entre el rumor del agua

    Él descentró la fuerza de gravedad

    Hay un plan y un puente

    ◊    15-04-09 Catequesis del Papa - Miércoles Síntesis en español Audio Papa

    POLICROMÍA ENCENDIDA ENTRE EL RUMOR DEL AGUA
    El verde oliva del Domingo de Ramos se encendió en verdes vivos y frescos, con flores amarillas, blancas, naranjas, lilas, rojas. Ornamentan el altar y la explanada de la Plaza de San Pedro, en Roma, como signos de la Luz y la Vida nueva de la resurrección de Jesús, el domingo de Pascua.
    El fuego nuevo que crepitó en la entrada del Santuario en la noche anterior de la Vigilia de Pascua, arde ahora como calor íntimo, de familia, en los corazones de más de 150 mil personas agolpadas en la Plaza. Y brota en cantos que corean el nombre del Sucesor de Pedro: "¡Benedicto!"; "¡Benedicto!", especialmente antes de su aparición para la misa, y antes y después de la bendición 'Urbi et orbi' desde lo alto.
    Y entre los cantos de ¡Aleluya! y ¡Gloria! de la misa; la voz cascada del anciano Papa y la respuesta de los fieles, en el profundo silencio de la oración, solo se escucha el rumor cristalino y puro del agua esencial de las dos grandes fuentes, que murmuran sobre el Río vivo y abundante del bautismo abierto con la Pascua.
    En este ambiente -adornado con todos los símbolos mencionados por el Papa, bendecidos, rezados y contemplados en la misa de la Vigilia Pascual-, volvió a resonar la voz del obispo de Roma: “… abramos el corazón a Cristo muerto y resucitado para que nos renueve, para que nos limpie del veneno del pecado y de la muerte y nos infunda la savia vital del Espíritu Santo: la vida divina y eterna…”, “… sabemos que estas resucitado, la muerte en ti no manda… Este es hoy el grito de victoria que nos une a todos … ¿Quién podrá privarnos de su amor que a derrotado el odio y a vencido la muerte? Que el anuncio de la Pascua se propague por el mundo con el jubiloso canto de aleluya. Cantémoslo con la boca, cantémoslo sobre todo con el corazón y con la vida…” (Cfr. Benedicto XVI – Homilía domingo de Pascua 12-04-09) Guillermo Ortiz SJ

    ÉL DESCENTRÓ LA FUERZA DE GRAVEDAD
    El terremoto en Abruzo nos hizo sentir, una vez más, que hay fuerzas poderosas que amenazan, nos hacen sufrir, nos matan. En la experiencia de liberación de la esclavitud de Egipto, Moisés y el pueblo de Israel caminaban sobre el piso firme del Mar Rojo, mientras las grandes aguas alzadas a su paso por otro misterioso centro de gravedad, caían mortales ahogando a sus perseguidores egipcios.
    En la Basílica de San Pedro sobre iluminada por el Cirio pascual que brillaba en las aguas límpidas de la fuente bautismal, y reflexionando sobre la pregunta: ¿qué es ‘Resurrección’?, el Sucesor de Pedro dijo que la iglesia traduce este acontecimiento misterioso y sobrecogedor al lenguaje de los símbolos de la luz, el agua y el canto nuevo del Aleluya.
    Hablando del canto nuevo de Moisés por la liberación manifestó: “Mientras que a fin de cuentas debería hundirse, la Iglesia entona el canto de acción de gracias de los salvados. Está sobre las aguas de muerte de la historia y, no obstante, ya ha resucitado. Cantando, se aferra a la mano del Señor, que la mantiene sobre las aguas. Y sabe que, con eso, está sujeta, fuera del alcance de la fuerza de gravedad de la muerte y del mal – una fuerza de la cual, de otro modo, no podría escapar –, sostenida y atraída por la nueva fuerza de gravedad de Dios, de la verdad y del amor. Por el momento, se encuentra entre los dos campos de gravitación. Pero desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte. ¿Acaso no es ésta realmente la situación de la Iglesia de todos los tiempos? Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada. San Pablo ha descrito así esta situación: «Somos... los moribundos que están bien vivos» (2 Co 6,9). La mano salvadora del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados, el canto nuevo de los resucitados: ¡aleluya! Amén.” (Extracto Homilía Vigilia Pascual 11-04-09)

    HAY UN PLAN Y UN PUENTE
    Si, hay un plan y hay un puente; un garante y también viático para pasar.
    Si Él resucitó más poderoso que el mal dominante y la muerte temida, quiere decir que Dios tiene realmente un plan y que el plan de Dios se cumplirá. Nuestra esperanza resurge con Él. Así lo confirmó el sucesor de Pedro en la oración del ‘Lunes del Ángel’ en Castel Gandolfo: “… Se alegra justamente la comunidad cristiana porque la resurrección del Señor nos asegura que el plan divino de la salvación, a pesar de todas las oscuridades de la historia, se cumplirá… Su resurrección ha tirado un puente entre el mundo y la vida eterna, sobre el cual cada hombre y cada mujer puede pasar para alcanzar la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena.”
    “Estoy resucitado y estoy siempre contigo” Además del Plan que ya se cumplió en Él, además del puente; el mismo resucitado está contigo y te acompaña. Todo esto que puede parecer inasible y distante, se concreta sin embargo en una Presencia real, tangible: “En el sacramento de la Eucaristía el Señor resucitado esta presente y nos purifica de nuestras culpas; nos nutre espiritualmente y nos infunde vigor, para sostenernos en las duras pruebas de la existencia y para luchar contra el pecado y el mal. Él es el sostén seguro en nuestra peregrinación hacia la eterna morada del cielo...”
    (Cfr. Benedicto XVI - Regina Coeli 13-04-09)
    ¿No quisieras también tu entrar de lleno en este plan? O ¿Eres un vagabundo hacia la nada, sin Puente?

    De sorpresa en sorpresa
    Saludo a los peregrinos de lengua española. Audio

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    Hacia el encuentro



     Un soldado lo reconoció

    ◊    UN SOLDADO LO RECONOCIÓ
    También ahí en tu comunidad de Latinoamérica tienen la Cruz en la iglesia; la cruz con Jesús atravesado en las manos y en los pies, con la cabeza coronada de espinas. En algunas imágenes Jesús está muy herido y ensangrentado por la tortura de la pasión. Jesús mira al cielo, recordando la expresión ‘!Dios mío, Dios mío porque me abandonaste!’ Otros exponen el pecho atravesado. Es el Jesús ya muerto.
    En muchas iglesias esta el 'Calvario', es decir, María, la madre de Jesús y el apóstol Juan están junto a la cruz, como cuando Jesús dice a la Virgen: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’ y a Juan ‘Ahí tienes a tu madre’. En algunos también esta María Magdalena.
    Pero en su mensaje en el Vía Crucis del Coliseo del Viernes Santo de 2009, el Sucesor de Pedro, invito a mirar otra figura que no está generalmente en estos ‘Calvarios’ de las iglesias y que no siempre rescatamos en el Vía crucis viviente que hacemos por las calles del barrio. El obispo de Roma llamó a contemplar al centurión romano que cuando vio morir a Jesús confesó: ‘Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios’.
    Este hombre descubrió al Hijo de Dios y creyó en el momento más difícil de ver a Dios en el Jesús herido, moribundo y finalmente muerto; cuando todos sus discípulos lo han abandonado y huido llenos de miedo; cuando parece que el mal ha triunfado rotundamente y el odio a vencido al amor. Es una gracia de Dios muy grande reconocer ahí al Hijo de Dios. Cualquiera cae de rodillas frente al milagro, frente a Jesús resucitado; cualquiera cree y es fiel cuando todo va bien y sentimos a Dios muy cerca en su dones y beneficios. Pero cuando las cosas no están bien, cuando sufro o fracaso, no me alcanza con un Dios que se hizo uno mas de los nuestros, que acepta correr mi misma suerte, que solo me acompaña paciente y humilde, sin cambiar mágicamente el mundo impidiendo el dolor o destruyendo el mal y a los malos.
    Creo que hasta podríamos pedirle a este Centurión anónimo, que interceda para que también nosotros reconozcamos a Jesús, como el Hijo de Dios, también en la cruz. Guillermo Ortiz SJ

    Expreso Benedicto XVI: “No deja de sorprendernos la profesión de fe… Este oficial de la tropa romana, que había asistido a la ejecución de uno de tantos condenados a la pena capital, supo reconocer en aquel Hombre crucificado al Hijo de Dios, que expiraba en el más humillante abandono. Su fin ignominioso habría debido marcar el triunfo definitivo del odio y de la muerte sobre el amor y la vida. Pero no fue así. En el Gólgota se erguía la Cruz, de la que colgaba un hombre ya muerto, pero aquel Hombre era el «Hijo de Dios», como confesó el centurión…
    Hemos revivido el episodio trágico de un Hombre único… que ha cambiado el mundo no abatiendo a otros, sino dejando que lo mataran clavado en una cruz. Este Hombre, uno de nosotros, que mientras lo están asesinando perdona a sus verdugos, es el «Hijo de Dios»…
    La pasión dolorosa del Señor Jesús suscita necesariamente piedad hasta en los corazones más duros, ya que es el culmen de la revelación del amor de Dios por cada uno de nosotros… Cristo murió en la cruz por amor. A lo largo de los milenios, muchedumbres de hombres y mujeres han quedado seducidos por este misterio y le han seguido, haciendo al mismo tiempo de su vida un don a los hermanos, como Él y gracias a su ayuda. Son los santos y los mártires, muchos de los cuales nos son desconocidos. También en nuestro tiempo, cuántas personas, en el silencio de su existencia cotidiana, unen sus padecimientos a los del Crucificado y se convierten en apóstoles de una auténtica renovación espiritual y social. ¿Qué sería del hombre sin Cristo?.. Entonces, ¿por qué no acogerlo en nuestra vida?
    … Hermanos y hermanas, mientras se yergue la Cruz sobre el Gólgota, la mirada de nuestra fe se proyecta hacia el amanecer del Día nuevo y gustamos ya el gozo y el fulgor de la Pascua. «Si hemos muerto con Cristo –escribe san Pablo–, creemos que también viviremos con Él» (Rm 6,8). …” 10-04-09

    Los pastores latinoamericanos afirman en el Documento de Aparecida (DA 543). “Una auténtica evangelización de nuestros pueblos implica asumir plenamente la radicalidad del amor cristiano, que se concreta en el seguimiento de Cristo en la Cruz; en el padecer por Cristo a causa de la justicia; en el perdón y amor a los enemigos. Este amor supera al amor humano y participa en el amor divino, único eje cultural capaz de construir una cultura de la vida. En el Dios Trinidad la diversidad de Personas no genera violencia y conflicto, sino que es la misma fuente de amor y de la vida. Una evangelización que pone la Redención en el centro, nacida de un amor crucificado, es capaz de purificar las estructuras de la sociedad violenta y generar nuevas. La radicalidad de la violencia sólo se resuelve con la radicalidad del amor redentor. Evangelizar sobre el amor de plena donación, como solución al conflicto, debe ser el eje cultural “radical” de una nueva sociedad. Sólo así el Continente de la esperanza puede llegar a tornarse verdaderamente el Continente del amor”.

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    Para el mundo



     Afianzar su victoria con sus mismas armas

    ◊    AFIANZAR SU VICTORIA CON SUS MISMAS ARMAS
    Una nueva primavera de esperanza llena el mundo. Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba.
    No es una teoría, un mito, ni una fábula. Su Resurrección es un dato histórico de fe.
    El sentido de la nada que tiende a intoxicar a la humanidad ha sido vencido. Ya no es la nada la que envuelve todo, sino la presencia amorosa de Dios. Hay algo nuevo que cambia la existencia como le paso al perseguidor encarnizado de los cristianos Saulo de Tarso: encontró a Cristo resucitado y fue conquistado por El.
    Pero quedan demasiados signos del viejo dominio de la muerte: conflictos crueles, hambre, pobreza, enfermedad, carestía global de alimentos, desbarajuste financiero, cambios climáticos preocupantes, violencia, terrorismo siempre amenazante, miedos crecientes.
    Por eso Cristo llama a afianzar su victoria con las mismas armas, las de la justicia y la verdad, la misericordia, el perdón y el amor. Que ninguno se eche atrás en la batalla comenzada.
    Así hablo para el mundo Benedicto XVI en la bendición 'Urbi et Orbi' del domingo de Pascua del 2009, citó su viaje apostólico al África y su próximo a Tierra Santa.
    Cuestionamiento: Si Cristo llama ¿Que respondo? ¿Que respondes?
    Guillermo Ortiz SJ 12-04-09

    Video con subtítulos en español del mensaje ‘Urbi et Orbi’
    http://www.youtube.com/vaticanes?gl=ES&hl=es

    Texto completo del Mensaje Urbi et Orbi de Benedicto XVI - 12/04/2009

    Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero:

    A todos vosotros dirijo de corazón la felicitación pascual con las palabras de san Agustín: «Resurrectio Domini, spes nostra», «la resurrección del Señor es nuestra esperanza» (Sermón 261,1). Con esta afirmación, el gran Obispo explicaba a sus fieles que Jesús resucitó para que nosotros, aunque destinados a la muerte, no desesperáramos, pensando que con la muerte se acaba totalmente la vida; Cristo ha resucitado para darnos la esperanza (cf. ibíd.).

    En efecto, una de las preguntas que más angustian la existencia del hombre es precisamente ésta: ¿qué hay después de la muerte? Esta solemnidad nos permite responder a este enigma afirmando que la muerte no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo glorioso. Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico. San Pablo lo afirma con fuerza: «Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo». Y añade: «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados» (1 Co 15,14.19). Desde la aurora de Pascua una nueva primavera de esperanza llena el mundo; desde aquel día nuestra resurrección ya ha comenzado, porque la Pascua no marca simplemente un momento de la historia, sino el inicio de una condición nueva: Jesús ha resucitado no porque su recuerdo permanezca vivo en el corazón de sus discípulos, sino porque Él mismo vive en nosotros y en Él ya podemos gustar la alegría de la vida eterna.

    Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su «pascua», su «paso», que ha abierto una «nueva vía» entre la tierra y el Cielo (cf. Hb 10,20). No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba. En efecto, al amanecer del primer día después del sábado, Pedro y Juan hallaron la tumba vacía. Magdalena y las otras mujeres encontraron a Jesús resucitado; lo reconocieron también los dos discípulos de Emaús en la fracción del pan; el Resucitado se apareció a los Apóstoles aquella tarde en el Cenáculo y luego a otros muchos discípulos en Galilea.

    El anuncio de la resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en que vivimos. Me refiero particularmente al materialismo y al nihilismo, a esa visión del mundo que no logra transcender lo que es constatable experimentalmente, y se abate desconsolada en un sentimiento de la nada, que sería la meta definitiva de la existencia humana. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, el «vacío» acabaría ganando. Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay salida para el hombre, y toda su esperanza sería ilusoria. Pero, precisamente hoy, irrumpe con fuerza el anuncio de la resurrección del Señor, que responde a la pregunta recurrente de los escépticos, referida también por el libro del Eclesiastés: «¿Acaso hay algo de lo que se pueda decir: “Mira, esto es nuevo?”» (Qo 1,10). Sí, contestamos: todo se ha renovado en la mañana de Pascua. «Mors et vita / duello conflixere mirando: dux vitae mortuus / regnat vivus» - Lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es Vida, / triunfante se levanta. Ésta es la novedad. Una novedad que cambia la existencia de quien la acoge, como sucedió a lo santos. Así, por ejemplo, le ocurrió a san Pablo.

    En el contexto del Año Paulino, hemos tenido ocasión muchas veces de meditar sobre la experiencia del gran Apóstol. Saulo de Tarso, el perseguidor encarnizado de los cristianos, encontró a Cristo resucitado en el camino de Damasco y fue «conquistado» por Él. El resto lo sabemos. A Pablo le sucedió lo que más tarde él escribirá a los cristianos de Corinto: «El que vive con Cristo, es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo» (2 Co 5,17). Fijémonos en este gran evangelizador, que con el entusiasmo audaz de su acción apostólica, llevó el Evangelio a muchos pueblos del mundo de entonces. Que su enseñanza y ejemplo nos impulsen a buscar al Señor Jesús. Nos animen a confiar en Él, porque ahora el sentido de la nada, que tiende a intoxicar la humanidad, ha sido vencido por la luz y la esperanza que surgen de la resurrección. Ahora son verdaderas y reales las palabras del Salmo: «Ni la tiniebla es oscura para ti / la noche es clara como el día» (139[138],12). Ya no es la nada la que envuelve todo, sino la presencia amorosa de Dios. Más aún, hasta el reino mismo de la muerte ha sido liberado, porque también al «abismo» ha llegado el Verbo de la vida, aventado por el soplo del Espíritu (v. 8).

    Si es verdad que la muerte ya no tiene poder sobre el hombre y el mundo, sin embargo quedan todavía muchos, demasiados signos de su antiguo dominio. Si, por la Pascua, Cristo ha extirpado la raíz del mal, necesita sin no obstante hombres y mujeres que lo ayuden siempre y en todo lugar a afianzar su victoria con sus mismas armas: las armas de la justicia y de la verdad, de la misericordia, del perdón y del amor. Éste es el mensaje que, con ocasión del reciente viaje apostólico a Camerún y Angola, he querido llevar a todo el Continente africano, que me ha recibido con gran entusiasmo y dispuesto a escuchar. En efecto, África sufre enormemente por conflictos crueles e interminables, a menudo olvidados, que laceran y ensangrientan varias de sus Naciones, y por el número cada vez mayor de sus hijos e hijas que acaban siendo víctimas del hambre, la pobreza y la enfermedad. El mismo mensaje repetiré con fuerza en Tierra Santa, donde tendré la alegría de ir dentro de algunas semanas. La difícil, pero indispensable reconciliación, que es premisa para un futuro de seguridad común y de pacífica convivencia, no se hará realidad sino por los esfuerzos renovados, perseverantes y sinceros para la solución del conflicto israelí-palestino. Luego, desde Tierra Santa, la mirada se ampliará a los Países limítrofes, al Medio Oriente, al mundo entero. En un tiempo de carestía global de alimentos, de desbarajuste financiero, de pobrezas antiguas y nuevas, de cambios climáticos preocupantes, de violencias y miserias que obligan a muchos a abandonar su tierra buscando una supervivencia menos incierta, de terrorismo siempre amenazante, de miedos crecientes ante un porvenir problemático, es urgente descubrir nuevamente perspectivas capaces de devolver la esperanza. Que nadie se arredre en esta batalla pacífica comenzada con la Pascua de Cristo, el cual, lo repito, busca hombres y mujeres que lo ayuden a afianzar su victoria con sus mismas armas, las de la justicia y la verdad, la misericordia, el perdón y el amor.

    «Resurrectio Domini, spes nostra». La resurrección de Cristo es nuestra esperanza. La Iglesia proclama hoy esto con alegría: anuncia la esperanza, que Dios ha hecho firme e invencible resucitando a Jesucristo de entre los muertos; comunica la esperanza, que lleva en el corazón y quiere compartir con todos, en cualquier lugar, especialmente allí donde los cristianos sufren persecución a causa de su fe y su compromiso por la justicia y la paz; invoca la esperanza capaz de avivar el deseo del bien, también y sobre todo cuando cuesta. Hoy la Iglesia canta «el día en que actuó el Señor» e invita al gozo. Hoy la Iglesia ora, invoca a María, Estrella de la Esperanza, para que conduzca a la humanidad hacia el puerto seguro de la salvación, que es el corazón de Cristo, la Víctima pascual, el Cordero que «ha redimido al mundo», el Inocente que nos «ha reconciliado a nosotros, pecadores, con el Padre». A Él, Rey victorioso, a Él, crucificado y resucitado, gritamos con alegría nuestro Aleluya.
     

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    Octava dies



     "Hombres y Dios": Editorial de P. Federico Lombardi SJ 11-04-09

    ◊    “La prioridad que está por encima de todas es la de hacer presente a Dios en este mundo y de abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un Dios cualquiera, sino a aquel Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el final en Jesucristo crucificado y resucitado”. Esto es para el Papa el punto central de su pontificado, como ha recordado en su reciente apasionada carta a los obispos del mundo. ¡Naturalmente, porque es la razón de ser de la Iglesia! Y en estos días centrales del año litúrgico esto aparece en toda su evidencia, porque es justamente aquí – gracias a la oración de la Iglesia – que somos ayudados a encontrar a Dios a través de Jesucristo que muere y resucita.
    Por su parte, Benedicto XVI se compromete a fondo, en las homilías de los días de la Semana Santa, para hacernos participar en el modo más intenso en las celebraciones, revelándonos un sentido profundo. Teología, espiritualidad, exhortación al testimonio en la vida cristiana, todo esto está presente en sus palabras en una síntesis rica, límpida y cautivadora.
    Es su carisma particular, que merece nuestra admiración y la atención no sólo de los fieles, sino de todas las personas que sinceramente buscan la verdad, buscan a Dios. Desde las palabras a los jóvenes en el Domingo de Ramos, a aquellas a los sacerdotes en la Misa Crismal, a aquellas a todos los fieles en la Cena y en la Vigilia pascual, a todos los hombres en el Mensaje pascual. No hay condición de vida, ni situación - aún la más trágica, como el terremoto – que no sea ayudada a encontrar su sentido y su salida de esperanza a través del amor de Dios que se manifiesta en Cristo. Escuchemos realmente las palabras del Papa. ¡Vale la pena!
    Traducción: Cecilia Mutual
     

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