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Sumario del 16/06/2010

Pedro en diálogo con las culturas

  •  Dios se vale de un pobre hombre; No hay mayor felicidad que gastar la vida; Del Corazón de Cristo desbordante de caridad brota el don del sacerdocio; P. Popieluszko; También un periodista beatificado; Teólogo de valía, de fe viva y piedad ferviente.

  • Federico Lombardi SJ

  •  Octava dies:Tesoro en vasijas de barro

  • Hacia el encuentro

  •  Audacia divina con pobres hombres – Guillermo Ortiz SJ -RV

  • Para el mundo

  •  El firme compromiso de Mons. Padovese, asesinado en Turquía; Semana social católica en Cuba; Denuncia de los Fondos Buitres; Labor de los representantes pontificios en las Iglesias particulares; Beatificación del periodista Manuel Lozano Garrido

  • Pedro en diálogo con las culturas



     Dios se vale de un pobre hombre; No hay mayor felicidad que gastar la vida; Del Corazón de Cristo desbordante de caridad brota el don del sacerdocio; P. Popieluszko; También un periodista beatificado; Teólogo de valía, de fe viva y piedad ferviente.

    ◊    Lea los boletines anteriores en: www.radiovaticana.org/spa/boletin_america_latina.asp, o si no puede entrar a los enlaces. Este boletín es de Promoción. No cubre la totalidad de las actividades semanales del Papa y de la Santa Sede. Ese material lo encuentra Ud. en la programación en lengua española y en el sitio Web.


    “Dios se sirve de un pobre hombre con el fin de ser, a través de él, presente para los hombres y de actuar en su favor” B16
    Dios se vale de un pobre hombre
    El sacerdocio es ‘una audacia de Dios que se confía a sí mismo en seres humanos’; Benedicto pide perdón a Dios y a las víctimas por los pecados de los sacerdotes
    Texto completo de la homilía del Papa en la Misa de cierre del Año Sacerdotal al final del boletín

    No hay mayor felicidad que gastar la vida
    Benedicto a los sacerdotes en lengua española AUDIO del 11-06-13
    “Saludo cordialmente a los presbíteros de lengua española, y pido a Dios que esta celebración se convierta en un vigoroso impulso para seguir viviendo con gozo, humildad y esperanza su sacerdocio, siendo mensajeros audaces del Evangelio, ministros fieles de los Sacramentos y testigos elocuentes de la caridad. Con los sentimientos de Cristo, Buen Pastor, os invito a continuar aspirando cada día a la santidad, sabiendo que no hay mayor felicidad en este mundo que gastar la vida por la gloria de Dios y el bien de las almas”.

    Del Corazón de Cristo desbordante de caridad brota el don del sacerdocio
    13-06-10 RV “En efecto, queridos amigos, el sacerdote es un don del corazón de Cristo: un don para la Iglesia y para el mundo. Del Corazón del Hijo de Dios, rebosante de caridad, parten todos los bienes de la Iglesia, y en modo particular es el inicio de la vocación de aquellos hombres que, conquistados por el Señor Jesús, lo dejan todo para dedicarse enteramente al servicio del pueblo cristiano, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor”.
    El sacerdote está plasmado en la misma caridad de Cristo, “que da la vida por sus amigos y perdona a sus enemigos”, el Santo Padre evocó el ejemplo de algunas de estas figuras, cuyo recuerdo en algunos casos queda relegado a pequeñas comunidades parroquiales, como era el caso del Cura de Ars. “Que su oración –ha señalado el Papa- su acto de amor, que tantas veces hemos recitado en este Año Sacerdotal, continúe a alimentar nuestro diálogo con Dios”.
    P. Popieluszko Benedicto XVI recordó la figura de don Jerzy Popieluszko, sacerdote mártir proclamado beato en Varsovia: “Su amor al Corazón de Cristo –ha dicho el Papa- le llevó a dar su vida, y su testimonio, fue la semilla de una nueva primavera en la Iglesia y en la sociedad”. “Queridos hermanos y hermanas, confiemos al Corazón Inmaculado de María, del que ayer celebramos la memoria litúrgica, a todos los sacerdotes del mundo, para que, con la fuerza del Evangelio, continúen construyendo en todas partes, la civilización del amor”.
    Ver más en www.radiovaticana.org/spa/articolo.asp?c=400471

    También un periodista beatificado
    Palabras del Papa en español en el Ángelus AUDIO del 13-06-10
    Tras el rezo mariano del Ángelus y el responso por los fieles difuntos, el Santo Padre recordó la proclamación este fin de semana de dos nuevos beatos. Se trata del español Manuel Lozano Garrido, periodista laico, beatificado ayer en Jaén, y del joven mártir esloveno, Lojze Grozde. Del nuevo beato español, Benedicto XVI ha recordado cómo a pesar de la enfermedad y su invalidez, “trabajó con espíritu cristiano, dando frutos en las comunicaciones sociales”. Mientras que del beato esloveno el Papa ha subrayado su devoción por la Eucaristía, “que alimentaba su fe inquebrantable, su capacidad de sacrificio para la salvación de las almas, y su apostolado en Acción Católica para conducir a los jóvenes hacia Cristo”.
    “Saludo cordialmente a los grupos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los fieles procedentes de Colombia y México, así como a los miembros de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores, de Jaén. Precisamente en esta diócesis andaluza, y en concreto en la ciudad de Linares, tuvo ayer lugar la beatificación de Manuel Lozano Garrido, fiel laico que supo irradiar con su ejemplo y sus escritos el amor a Dios, incluso entre las dolencias que lo tuvieron sujeto a una silla de ruedas durante casi veintiocho años. Al final de su vida perdió también la vista, pero siguió ganando los corazones para Cristo con su alegría serena y su fe inquebrantable. Los periodistas podrán encontrar en él un testimonio elocuente del bien que se puede hacer cuando la pluma refleja la grandeza del alma y se pone al servicio de la verdad y las causas nobles. Feliz Domingo”.

    Teólogo de valía, de fe viva y piedad ferviente
    Palabras del Papa en español en la catequesis del 16-06-10 AUDIO


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    Federico Lombardi SJ



     Octava dies:Tesoro en vasijas de barro

    ◊    La conclusión del Año sacerdotal ha sido una verdadera fiesta de los sacerdotes del mundo con el Papa. Los diez mil que vinieron a Roma representan a muchísimos otros que comparten los mismos sentimientos. Una fiesta en la fe y en la oración. El Papa ha sido clarísimo en el invitarnos con fuerza a reconocer el sacerdocio no como un oficio, un trabajo humano, sino como un don de Dios, de un Dios que se confía con audacia a unos seres humanos para que digan sus palabras de perdón y lo hagan presente en el mundo con su Cuerpo y con su Sangre. Hombres que – dijo el Papa en la Vigilia – son atraídos en Él, en la persona de Cristo, hacia el “mundo de la resurrección”.
    Testigos de un mundo que no es sólo aquel de un hoy en el cual Dios no tiene nada que ver, sino mas bien de aquel futuro, que es justamente hecho presente desde ahora en las palabras y en los actos sacramentales del sacerdote.
    El Papa ha observado que los escándalos de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes han puesto todavía más en evidencia que el don de Dios se esconde en “vasijas de barro” – como dice San Pablo- que va entonces reconocido precisamente como un don y no como una gloria humana, y va recibido con humildad y coraje, custodiado con compromiso pidiendo la protección del Señor para que no sea trastornado por el pecado y similares abusos no sucedan nunca más.
    Gratitud, humildad, confianza, en una perspectiva de fe. La Iglesia no puede vivir sin el don del sacerdocio. Es necesario pedirlo a Dios con intensidad e insistencia. La imagen de la adoración nocturna en la Plaza de San Pedro debe continuar acompañándonos. Traducción del italiano María Cecilia Mutual


    Sala de Prensa Vaticana: www.vatican.va/news_services/press/index_it.htm

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    Hacia el encuentro



     Audacia divina con pobres hombres – Guillermo Ortiz SJ -RV

    ◊    No fue una capa de nieve la que cubrió de blanco la Plaza, fueron innumerables albas de sacerdotes, en la concelebración más grande de la historia en San Pedro, en Roma, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, día de oración por la santificación de los sacerdotes.
    En la parroquia, en la capilla del barrio, el sacerdote “pronuncia las palabras… que lo hacen presente a Dios mismo… que abren de par en par el mundo a Dios y lo unen a Él… Dios se vale de un pobre hombre”, expresó Benedicto ese día. El sacerdocio –dijo, es una “audacia de Dios que se confía a sí mismo a seres humanos, que aún conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y estar presentes en lugar suyo. “esta audacia de Dios es la cosa verdaderamente grande que se esconde en la palabra «sacerdocio … un don que se lleva ‘en vasijas de barro’, y que una y otra vez, a través de toda la debilidad humana, hace concreto su amor en el mundo…” (11-06-10).
    ¡Cuánto poder en tantos ‘pobres hombres’! por decir de otra manera esto del recipiente de barro con el tesoro tan grande del Amor de Dios en 15 mil sacerdotes juntos. ¡Cuántos santos juntos! La santidad de la perseverancia cotidiana en el deseo de Dios, en la amistad con Jesús, el corazón ardiendo en el Amor de Cristo, y por amor de Cristo sirviendo a la gente.
    Resplandeció el tesoro
    El blanco resplandeciente de la plaza revestida de sacerdotes fue como un espejo inmenso de la luz del cielo.
    ‘Vine a traer fuego a la tierra y quisiera que ya estuviera ardiendo’ (Lucas 12,49) dice Jesús. Y este fuego se enciende cuando el sacerdote consagra la Eucaristía, esa brasa que purifica y transforma el mundo.
    Por eso podemos decir que se levantó una llamarada grande del fuego del Amor de Cristo, en la Plaza de San Pedro en Roma, con la Misa de cierre del Año Sacerdotal. Como si se juntaran miles de leños para armar una hoguera gigante, nos reunimos a rezar con el Papa Benedicto, más de 15.000 sacerdotes del planeta, peregrinos en el Santuario de san Pedro.
    Representamos a los 400 mil sacerdotes que estuvieron presentes con el corazón, rezando en sus comunidades y diócesis, y que no vinieron por problemas de salud, edad trabajos, distancia, costos. Pero todos fuimos convocados a celebrar el Año sacerdotal, para crecer en la conciencia del don de Dios; del tesoro que llevamos en nuestro barro.
    El jueves 10 de junio de 2010 fue la vigilia en la misma Plaza, con la presencia de Benedicto en diálogo con los sacerdotes que le hicieron 5 preguntas. Terminamos con la adoración del Santísimo, la oración cargaba el espacio de un silencio denso, bendecido por el sólo rumor de las fuentes de agua.
    El don del sacerdocio
    “Del Corazón de Cristo desbordante de caridad brota el don del sacerdocio”, afirmó Benedicto el 13 de junio de 2010, y agradeció el testimonio y los trabajos de tantos sacerdotes en el mundo, definiéndonos como los “primeros operadores de la civilización del amor”.
    El viernes 11 por la mañana en la Misa de clausura del Año Sacerdotal, la masa compacta de sacerdotes llegaba al obelisco de la plaza de San Pedro. Pero más allá de las vallas y mezclados con la gente había muchísimos otros sacerdotes también concelebrando.
    Concordes con el lema: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”, ejercitando el Sacerdocio ministerial de Jesús del que participamos por el sacramento del Orden, en comunión, unidos con el Papa, consagramos el Cuerpo y Sangre de Cristo; el misterio de la llama de Amor viva, la brasa encendida, que puede transformar el mundo.
    Benedicto saludo también a los sacerdotes de lengua española: “Saludo cordialmente a los presbíteros de lengua española, y pido a Dios que esta celebración se convierta en un vigoroso impulso para seguir viviendo con gozo, humildad y esperanza su sacerdocio, siendo mensajeros audaces del Evangelio, ministros fieles de los Sacramentos y testigos elocuentes de la caridad. Con los sentimientos de Cristo, Buen Pastor, os invito a continuar aspirando cada día a la santidad, sabiendo que no hay mayor felicidad en este mundo que gastar la vida por la gloria de Dios y el bien de las almas”.
    AUDIO del programa anterior ‘A paso de peregrino’


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    Para el mundo



     El firme compromiso de Mons. Padovese, asesinado en Turquía; Semana social católica en Cuba; Denuncia de los Fondos Buitres; Labor de los representantes pontificios en las Iglesias particulares; Beatificación del periodista Manuel Lozano Garrido 

    ◊    “El hombre es el único verdadero capital para salvar” B16 
    ‘Cadena de Amistad’ Un Programa con las Radios de Latinoamérica en RV
    - El pasado viernes 11 de junio participó: Hna. María Ruth Reyes, de Radio Paulinas, Boston - EEUU
    - El próximo viernes 18 de junio repetimos la 1ra parte de la entrevista con un maestro de comunicación radial: Mons. Roberto Cáceres, emérito de Uruguay.
    AUDIO de Cadena de Amistad del 11-06-10  

    Beatificación del periodista Manuel Lozano Garrido
    www.radiovaticana.org/spa/articolo.asp?c=400472
    El firme compromiso de Mons. Padovese, asesinado en Turquía
    www.radiovaticana.org/spa/articolo.asp?c=400976
    Semana social católica en Cuba www.radiovaticana.org/spa/articolo.asp?c=401049
    La Santa Sede denuncia los Fondos Buitres que acaban con la supervivencia de los pueblos
    www.radiovaticana.org/spa/articolo.asp?c=401003
    Labor de los representantes pontificios en las Iglesias particulares
    www.radiovaticana.org/spa/articolo.asp?c=400691
    Frente a la actual crisis económica el Papa espera que se reafirme el primado de la ética
    www.radiovaticana.org/spa/articolo.asp?c=400369


    Dios se vale de un pobre hombre
    Texto completo de la homilía de Benedicto en el cierre del año sacerdotal
    Queridos hermanos en el ministerio sacerdotal, queridos hermanos y hermanas:
    El Año Sacerdotal que hemos celebrado, 150 años después de la muerte del santo Cura de Ars, modelo del ministerio sacerdotal en nuestro mundo, llega a su término. Nos hemos dejado guiar por el Cura de Ars para comprender de nuevo la grandeza y la belleza del ministerio sacerdotal. El sacerdote no es simplemente alguien que detenta un oficio, como aquellos que toda sociedad necesita para que puedan cumplirse en ella ciertas funciones. En cambio, el sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, a partir de Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y el vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo; son palabras que abren de par en par el mundo a Dios y lo unen a Él. Por tanto, el sacerdocio no es un simple «oficio» sino un sacramento: Dios se sirve de un pobre hombre con el fin de ser, a través de él, presente para los hombres y de actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se confía a sí mismo a seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y estar presentes en su lugar, esta audacia de Dios es la cosa verdaderamente grande que se esconde en la palabra «sacerdocio». Que Dios nos considere capaces de esto; que él en tal modo llame hombres a su servicio y, así, se ligue a ellos desde adentro, esto es lo que en este año hemos querido de nuevo considerar y comprender.

    Queríamos despertar la alegría de que Dios esté tan cerca de nosotros, y la gratitud por el hecho de que Él se confíe a nuestra debilidad; que Él nos conduzca y nos sostenga día tras día. Queríamos también, así, mostrar de nuevo a los jóvenes que esta vocación, esta comunión de servicio por Dios y con Dios, existe; más aún, que Dios está esperando nuestro «sí». Junto con la Iglesia, hemos querido hacer notar de nuevo que tenemos que pedir a Dios esta vocación. Pedimos trabajadores para la mies de Dios, y este pedido a Dios es, al mismo tiempo, una llamada de Dios al corazón de jóvenes que se consideren capaces de lo que Dios los considera capaces. Era de esperar que al «enemigo» este nuevo brillar del sacerdocio no le gustara; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado fuera del mundo. Y así ha ocurrido que, precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso con respecto a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario. También nosotros pedimos perdón insistentemente a Dios y a las personas afectadas, mientras prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder nunca más; prometemos que en la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación durante el camino de preparación al mismo, haremos todo lo posible para considerar la autenticidad de la vocación; y que queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida. Si el Año Sacerdotal hubiera sido una glorificación de nuestros logros humanos personales, habría sido destruido por estos hechos. Pero, para nosotros, se trataba precisamente de lo contrario, de estar agradecidos por el don de Dios, un don que se esconde en «vasijas de barro», y que una y otra vez, a través de toda la debilidad humana, hace concreto su amor en el mundo. Así, consideramos lo ocurrido como una tarea de purificación, un quehacer que nos acompaña hacia el futuro y que nos hace reconocer y amar más aún el gran don de Dios. De este modo, el don se convierte en el compromiso de responder al coraje y a la humildad de Dios con nuestro coraje y nuestra humildad. La palabra de Cristo, que hemos canto en el ingreso de la liturgia de hoy, puede decirnos en esta hora lo que significa hacerse y ser sacerdote: «Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).

    Celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y con la liturgia echamos una mirada, por así decirlo, dentro del corazón de Jesús, que en la muerte fue abierto por la lanza del soldado romano. Sí, su corazón está abierto por nosotros y ante nosotros; y con esto nos ha abierto el corazón de Dios mismo. La liturgia interpreta para nosotros el lenguaje del corazón de Jesús, que habla sobre todo de Dios como pastor de los hombres, y así nos manifiesta el sacerdocio de Jesús, que está arraigado en lo íntimo de su corazón; de este modo, nos indica el perenne fundamento, así como el criterio válido de todo ministerio sacerdotal, que debe estar siempre anclado en el corazón de Jesús y ser vivido a partir de él. Quisiera meditar hoy, sobre todo, los textos con los que la Iglesia orante responde a la Palabra de Dios presentada en las lecturas. En aquellos cantos, palabra y respuesta se compenetran. Por una parte, ellos mismos están tomados de la Palabra de Dios, pero, por otra, son al mismo tiempo ya la respuesta del hombre a tal Palabra, respuesta en la que la Palabra misma se comunica y entra en nuestra vida. El más importante de estos textos en la liturgia de hoy es el Salmo 23 [22] – «El Señor es mi pastor» –, en el cuál Israel orante recibe la autorevelación de Dios como pastor, haciendo de esto la orientación para su propia vida. «El Señor es mi pastor, nada me falta». En este primer versículo se expresan alegría y gratitud porque Dios está presente y cuida del hombre.

    La lectura tomada del Libro de Ezequiel empieza con el mismo tema: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro» (Ez 34,11). Dios cuida personalmente de mí, de nosotros, de la humanidad. No me ha dejado solo, extraviado en el universo y en una sociedad ante la cual uno se siente cada vez más desorientado. Él cuida de mí. No es un Dios lejano, para quien mi vida cuenta demasiado poco. Las religiones del mundo, por lo que podemos ver, han sabido siempre que, en último análisis, sólo hay un Dios. Pero este Dios era lejano. Abandonaba aparentemente el mundo a otras potencias y fuerzas, a otras divinidades. Había que llegar a un acuerdo con éstas. El Dios único era bueno, pero lejano. No constituía un peligro, pero tampoco ofrecía ayuda. Por tanto, no era necesario ocuparse de Él. Él no dominaba. Extrañamente, esta idea ha resurgido en la Ilustración. Se aceptaba no obstante que el mundo presupone un Creador. Este Dios, sin embargo, habría construido el mundo, y después se habría evidentemente retirado de él. Entonces el mundo tenía su conjunto de leyes según las cuales se desarrollaba, y en las cuales Dios no podía intervenir. Dios era sólo un origen remoto. Muchos, ni siquiera deseaban que Dios se preocupara de ellos. No querían que Dios los molestara. Pero allí donde la atención y el amor de Dios se percibe como molestia, el ser humano es trastornado. Es bello y consolador saber que hay una persona que me quiere y cuida de mí. Pero es mucho más decisivo que exista aquel Dios que me conoce, me quiere y se preocupa por mí. «Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen» (Jn 10,14), dice la Iglesia antes del Evangelio con una palabra del Señor. Dios me conoce, se preocupa de mí. Este pensamiento debería ponernos verdaderamente felices. Dejemos que penetre intensamente en nuestro interior. Entonces comprendemos también qué significa: Dios quiere que nosotros como sacerdotes, en un pequeño punto de la historia, compartamos sus preocupaciones por los hombres. Como sacerdotes, queremos ser personas que, en comunión con su solicitud por los hombres, cuidemos de ellos, les hagamos experimentable para ellos en lo concreto esta atención de Dios. Y, por lo que se refiere al ámbito que se le confía, el sacerdote, junto con el Señor, debería poder decir: «Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen». «Conocer», en el sentido de la Sagrada Escritura, nunca es solamente un saber exterior, igual que se conoce el número telefónico de una persona. «Conocer» significa estar interiormente cerca del otro. Quererlo. Nosotros deberíamos tratar de «conocer» a los hombres de parte de Dios y con vistas a Dios; deberíamos tratar de caminar con ellos en la vía de la amistad con Dios.

    Volvamos al Salmo. Allí se dice: «Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (23 [22], 3s). El pastor muestra el camino justo a quienes le están confiados. Los precede y guía. Digámoslo de otro modo: el Señor nos muestra cómo se realiza en modo justo nuestro ser hombres. Nos enseña el arte de ser persona. ¿Qué debo hacer para no precipitarme, para no desperdiciar mi vida con la falta de sentido? En efecto, ésta es la pregunta que todo hombre debe plantearse y que sirve para cualquier período de la vida. ¡Cuánta oscuridad hay alrededor de esta pregunta en nuestro tiempo! Siempre vuelve a nuestra mente la palabra de Jesús, que tenía compasión por los hombres, porque estaban como ovejas sin pastor. Señor, ten piedad también de nosotros. Indicanos el camino. Sabemos por el Evangelio esto: que Él mismo es el camino. Vivir con Cristo, seguirlo, esto significa encontrar el sendero justo, para que nuestra vida tenga sentido y para que un día podamos decir: “Sí, vivir ha sido algo bueno”. El pueblo de Israel estaba y está agradecido a Dios, porque ha mostrado en los mandamientos el camino de la vida. El gran salmo 119 (118) es una expresión de alegría por este hecho: nosotros no andamos a tientas en la oscuridad. Dios nos ha mostrado cuál es el camino, cómo podemos caminar de manera justa. Lo que los mandamientos dicen ha sido sintetizado en la vida de Jesús y se ha convertido en un modelo vivo. Así comprendemos que estas normas de Dios no son cadenas, sino el camino que Él nos indica. Podemos estar felices por ellas y alegrarnos porque en Cristo están adelante nuestro como realidad vivida. Él mismo nos hace felices. En el caminar junto con Cristo hacemos la experiencia de la alegría de la Revelación, y como sacerdotes debemos comunicar a la gente la alegría por le hecho de que nos ha sido indicado el camino justo de la vida.

    Después viene una palabra referida a la “cañada oscura”, a través de la cual el Señor guía al hombre. El camino de cada uno de nosotros nos llevará un día a la cañada oscura de la muerte, a la que ninguno nos puede acompañar. Y Él estará allí. Cristo mismo ha descendido a la noche oscura de la muerte. Tampoco allí nos abandona. También allí nos guía. “Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro”, dice el salmo 139 (138). Sí, tú estás presente también en la última fatiga, y así el salmo responsorial puede decir: también allí, en la cañada oscura, nada temo. Sin embargo, hablando de la cañada oscura, podemos pensar también en las cañadas oscuras de las tentaciones, del desaliento, de la prueba, que toda persona humana debe atravesar. También en estas cañadas tenebrosas de la vida Él está allí. Si Señor, en la oscuridad de la tentación, en las horas de la oscuridad, en las cuales todas las luces parecen apagarse, muéstrame que tú estás allí. Ayúdanos a nosotros, sacerdotes, para que podamos estar junto a las personas que en esas noches oscuras nos han sido confiadas, para que podamos mostrarles tu luz.

    «Tu vara y tu cayado me dan seguridad»: el pastor necesita la vara contra las bestias salvajes que quieren irrumpir entre el rebaño; contra los bandidos que buscan su botín. Junto a la vara está el cayado, que sostiene y ayuda a atravesar los lugares difíciles. Las dos cosas entran dentro del ministerio de la Iglesia, del ministerio del sacerdote. También la Iglesia debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones. En efecto, el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la fe, como si nosotros inventáramos la fe autónomamente. Como si ya no fuese un don de Dios, la perla preciosa que no dejamos que nos arranquen. Al mismo tiempo, sin embargo, la vara continuamente debe transformarse en el cayado del pastor, cayado que ayude a los hombres a poder caminar por senderos difíciles y seguir a Cristo.

    Al final del salmo, se habla de la mesa preparada, del aceite con que se unge la cabeza, de la copa que rebosa, del habitar en la casa del Señor. En el salmo, esto expresa sobre todo la perspectiva del gozo por la fiesta de estar con Dios en el templo, de ser hospedados y servidos por él mismo, de poder habitar en su casa. Para nosotros, que rezamos este salmo con Cristo y con su Cuerpo que es la Iglesia, esta perspectiva de esperanza ha adquirido una amplitud y profundidad todavía más grande. Vemos en estas palabras, por así decir, una anticipación profética del misterio de la Eucaristía, en la que Dios mismo nos invita y se nos ofrece como alimento, como aquel pan y aquel vino exquisito que solo pueden constituir la última respuesta al hambre y a la sed íntima del hombre. ¿Cómo no alegrarnos de estar invitados cada día a la misma mesa de Dios y habitar en su casa? ¿Cómo no estar alegres por haber recibido de Él este mandato: “Hagan esto en memoria mía”? Felices porque Él nos ha dado preparar la mesa de Dios para los hombres, de ofrecerles su Cuerpo y su Sangre, de ofrecerles el don precioso de su misma presencia. Sí, podemos rezar juntos con todo el corazón las palabras del salmo: «Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida» (23 [22], 6).

    Al final, demos todavía brevemente una mirada a los dos cantos de comunión sugeridos hoy por la Iglesia en su liturgia. Ante todo, está la palabra con la que san Juan concluye el relato de la crucifixión de Jesús: «un soldado con la lanza le traspasó el costado, y en el acto salió sangre y agua» (Jn 19,34). El corazón de Jesús es traspasado por la lanza. Se abre, y se convierte en una fuente: el agua y la sangre que manan aluden a los dos sacramentos fundamentales de los que vive la Iglesia: el Bautismo y la Eucaristía. Del costado traspasado del Señor, de su corazón abierto, brota la fuente viva que mana a través de los siglos y edifica la Iglesia. El corazón abierto es fuente de un nuevo río de vida; en este contexto, Juan ciertamente ha pensado también en la profecía de Ezequiel, que ve manar del nuevo templo un río que dona fecundidad y vida (Ez 47): Jesús mismo es el nuevo templo, y su corazón abierto es la fuente de la que brota un río de vida nueva, que se comunica a nosotros en el Bautismo y la Eucaristía.

    La liturgia de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, sin embargo, prevé como canto de comunión otra palabra, afín a ésta, extraída del evangelio de Juan: «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Como dice la Escritura: De sus entrañas brotarán manantiales de agua viva» (cfr. Jn 7,37s). En la fe bebemos, por así decir, del agua viva de la Palabra de Dios. Así, el creyente se convierte él mismo en una fuente, que da agua viva a la tierra reseca de la historia. Lo vemos en los santos. Lo vemos en María que, como gran mujer de fe y de amor, se ha convertido a lo largo de los siglos en fuente de fe, amor y vida. Cada cristiano y cada sacerdote deberían transformarse, a partir de Cristo, en fuente que comunica vida a los demás. Deberíamos dar el agua de la vida a un mundo sediento. Señor, te damos gracias porque abierto tu corazón por nosotros; porque en tu muerte y resurrección te has convertido en fuente de vida. Haz que seamos personas vivientes, vivientes por tu fuente, y dónanos de poder ser también nosotros fuente, capaces de donar agua de la vida a nuestro tiempo. Te agradecemos la gracia del ministerio sacerdotal. Señor, bendícenos y bendice a todos los hombres de este tiempo que están sedientos y en búsqueda. Amén. Traducción del italiano: Guillermo Ortiz SJ; María Cecilia Mutual - RV


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