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Sumario del 30/05/2016

Pedro en diálogo con las culturas

Hacia el encuentro

Para el mundo

Pedro en diálogo con las culturas



“Servir es el estilo mediante el cual se vive la misión de evangelizar”, el Papa en el Jubileo de los Diáconos

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(RV).- “Para ser capaces del servicio, se necesita la salud del corazón: un corazón restaurado por Dios, que se sienta perdonado y no sea ni cerrado ni duro”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Celebración Eucarística en el Jubileo de los Diáconos. El evento jubilar que congregó a diáconos de todo el mundo bajo el lema: “El diácono, imagen de la misericordia para la promoción de la nueva evangelización”, concluyó con la Misa presidida por el Santo Padre.

«Servidor de Cristo» (Ga 1,10).

En su homilía, el Obispo de Roma recordó las expresiones con las cuales se define el apóstol Pablo cuando escribe a los Gálatas, a ellos se presenta como servidor y apóstol. “Ambos términos, apóstol y servidor, afirma el Papa, están unidos, no pueden separarse jamás; son como dos caras de una misma moneda: quien anuncia a Jesús está llamado a servir y el que sirve anuncia a Jesús”. En este sentido, el Pontífice explicó que el Señor ha sido el primero que nos ha mostrado el servicio, Él se hizo servidor para traernos la Buena Noticia. Por ello, “el discípulo de Jesús – afirma el Papa – no puede caminar por una vía diferente a la del Maestro, sino que, si quiere anunciar, debe imitarlo. Dicho de otro modo, si evangelizar es la misión asignada a cada cristiano en el bautismo, servir es el estilo mediante el cual se vive la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús”.

Invitados a vivir la disponibilidad

Y el verdadero testigo de Cristo, señala el Sucesor de Pedro, es el que hace como Él, es decir, el que sirve sin cansarse de Cristo humilde, sin cansarse de la vida cristiana que es vida de servicio. Y para ser testigos de Cristo, como primer paso, estamos invitados a vivir la disponibilidad. “El siervo aprende cada día a renunciar a disponer todo para sí – subraya el Papa – y a disponer de sí como quiere. Si se ejercita cada mañana en dar la vida, en pensar que todos sus días no serán suyos, sino que serán para vivirlos como una entrega de sí”. En efecto, quien sirve no es un guardián celoso de su propio tiempo, sabe que el tiempo que vive no le pertenece, sino que es un don recibido de Dios para a su vez ofrecerlo. “El siervo – agrega el Pontífice – sabe  abrir las puertas de su tiempo y de sus espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera de horario, a costo de interrumpir algo que le gusta o el descanso que se merece”. Solo así, queridos diáconos, los alentó el Papa, viviendo en la disponibilidad, su servicio estarán exentos de cualquier tipo de provecho y serán evangélicamente fecundos.

La mansedumbre y humildad del servicio cristiano

Comentando el Evangelio que la liturgia presenta este IX Domingo del Tiempo Ordinario, el Vicario de Cristo señaló que de él podemos sacar enseñanzas preciosas sobre el servicio. Sobre todo de la actitud del Centurión. “Le asombra la gran humildad del centurión, afirma el Papa, su mansedumbre… Se comporta, quizás sin saberlo, según el estilo de Dios, que es «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29)”. En efecto, agrega el Pontífice, Dios, que es amor, llega incluso a servirnos por amor: con nosotros es paciente, comprensivo, siempre solícito y bien dispuesto, sufre por nuestros errores y busca el modo para ayudarnos y hacernos mejores. “Estos son también los rasgos de mansedumbre y humildad del servicio cristiano, que es imitar a Dios en el servicio a los demás: acogerlos con amor paciente, comprenderlos sin cansarnos, hacerlos sentir acogidos, a casa, en la comunidad eclesial, donde no es más grande quien manda, sino el que sirve”.

Jesús, «no nos llama más siervos, sino amigos»

Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco recordó que además del apóstol Pablo y el centurión, en las lecturas de hoy hay un tercer siervo, aquel que es curado por Jesús. “De alguna manera, podemos reconocernos también nosotros en ese siervo. Cada uno de nosotros es muy querido por Dios, amado y elegido por él, y está llamado a servir, pero tiene sobre todo necesidad de ser sanado interiormente. Para ser capaces del servicio, se necesita la salud del corazón: un corazón restaurado por Dios, que se sienta perdonado y no sea ni cerrado ni duro”. Por ello, afirma el Papa, “nos hará bien rezar con confianza cada día por esto, pedir que seamos sanados por Jesús. Pidan cada día esta gracia en la oración, en una oración donde se presenten las fatigas, los imprevistos, los cansancios y las esperanzas: una oración verdadera, que lleve la vida al Señor y el Señor a la vida”. Sólo así encontraran la presencia de Jesús, que se entrega, para que ustedes se den a los demás, los alentó el Papa, sólo así, podrán ser disponibles en la vida, mansos de corazón y en constante diálogo con Jesús, sólo así, no tendrán temor de ser servidores de Cristo, de encontrar y acariciar la carne del Señor en los pobres de hoy.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)

Texto y audio completo de la homilía del Papa Francisco

 

«Servidor de Cristo» (Ga 1,10). Hemos escuchado esta expresión, con la que el apóstol Pablo se define cuando escribe a los Gálatas. Al comienzo de la carta, se había presentado como «apóstol» por voluntad del Señor Jesús (cf. Ga 1,1). Ambos términos, apóstol y servidor, están unidos, no pueden separarse jamás; son como dos caras de una misma moneda: quien anuncia a Jesús está llamado a servir y el que sirve anuncia a Jesús.

El Señor ha sido el primero que nos lo ha mostrado: él, la Palabra del Padre; él, que nos ha traído la buena noticia (Is 61,1); él, que es en sí mismo la buena noticia (cf. Lc 4,18), se ha hecho nuestro siervo (Flp 2,7), «no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mc 10,45). «Se ha hecho diácono de todos», escribía un Padre de la Iglesia (San Policarpo, Ad Phil. V,2). Como ha hecho él, del mismo modo están llamados a actuar sus anunciadores. El discípulo de Jesús no puede caminar por una vía diferente a la del Maestro, sino que, si quiere anunciar, debe imitarlo, como hizo Pablo: aspirar a ser un servidor. Dicho de otro modo, si evangelizar es la misión asignada a cada cristiano en el bautismo, servir es el estilo mediante el cual se vive la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús. Su testigo es el que hace como él: el que sirve a los hermanos y a las hermanas, sin cansarse de Cristo humilde, sin cansarse de la vida cristiana que es vida de servicio.

¿Por dónde se empieza para ser «siervos buenos y fieles» (cf. Mt 25,21)? Como primer paso, estamos invitados a vivir la disponibilidad. El siervo aprende cada día a renunciar a disponer todo para sí y a disponer de sí como quiere. Si se ejercita cada mañana en dar la vida, en pensar que todos sus días no serán suyos, sino que serán para vivirlos como una entrega de sí. En efecto, quien sirve no es un guardián celoso de su propio tiempo, sino más bien renuncia a ser el dueño de la propia jornada. Sabe que el tiempo que vive no le pertenece, sino que es un don recibido de Dios para a su vez ofrecerlo: sólo así dará verdaderamente fruto. El que sirve no es esclavo de la agenda que establece, sino que, dócil de corazón, está disponible a lo no programado: solícito para el hermano y abierto a lo imprevisto, que nunca falta y a menudo es la sorpresa cotidiana de Dios. El servidor está abierto a las sorpresas, a las sorpresas cotidianas de Dios. El siervo sabe abrir las puertas de su tiempo y de sus espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera de horario, a costo de interrumpir algo que le gusta o el descanso que se merece. El servidor descuida los horarios. A mí me hace mal el corazón cuando veo un horario – en las parroquias – de tal hora a tal hora. ¿Después? No hay una puerta abierta, no está el sacerdote, no está el diácono, no hay un laico que reciba a la gente… esto hace mal. Descuidar los horarios: tienen esta valentía, de descuidar los horarios. Así, queridos diáconos, viviendo en la disponibilidad, vuestro servicio estará exento de cualquier tipo de provecho y será evangélicamente fecundo.

También el Evangelio de hoy nos habla de servicio, mostrándonos dos siervos, de los que podemos sacar enseñanzas preciosas: el siervo del centurión, que regresa curado por Jesús, y el centurión mismo, al servicio del emperador. Las palabras que este manda decir a Jesús, para que no venga hasta su casa, son sorprendentes y, a menudo, son el contrario de nuestras oraciones: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo» (Lc 7,6); «por eso tampoco me creí digno de venir personalmente» (v.7); «porque yo también vivo en condición de subordinado» (v. 8). Ante estas palabras, Jesús se queda admirado. Le asombra la gran humildad del centurión, su mansedumbre. Y la mansedumbre es una de las virtudes de los diáconos, ¿eh? Cuando el diácono es manso, es servidor y no juega a imitar a los sacerdotes, no, no… es manso. Él, ante el problema que lo afligía, habría podido agitarse y pretender ser atendido imponiendo su autoridad; habría podido convencer con insistencia, hasta forzar a Jesús a ir a su casa. En cambio se hace pequeño, discreto, no alza la voz y no quiere molestar. Se comporta, quizás sin saberlo, según el estilo de Dios, que es «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). En efecto, Dios, que es amor, llega incluso a servirnos por amor: con nosotros es paciente, comprensivo, siempre solícito y bien dispuesto, sufre por nuestros errores y busca el modo para ayudarnos y hacernos mejores. Estos son también los rasgos de mansedumbre y humildad del servicio cristiano, que es imitar a Dios en el servicio a los demás: acogerlos con amor paciente, comprenderlos sin cansarnos, hacerlos sentir acogidos, a casa, en la comunidad eclesial, donde no es más grande quien manda, sino el que sirve (cf. Lc 22,26). Y jamás gritar: ¡jamás! Así, queridos diáconos, en la mansedumbre, madurará vuestra vocación de ministros de la caridad.

Además del apóstol Pablo y el centurión, en las lecturas de hoy hay un tercer siervo, aquel que es curado por Jesús. En el relato se dice que era muy querido por su dueño y que estaba enfermo, pero no se sabe cuál era su grave enfermedad (v.2). De alguna manera, podemos reconocernos también nosotros en ese siervo. Cada uno de nosotros es muy querido por Dios, amado y elegido por él, y está llamado a servir, pero tiene sobre todo necesidad de ser sanado interiormente. Para ser capaces del servicio, se necesita la salud del corazón: un corazón restaurado por Dios, que se sienta perdonado y no sea ni cerrado ni duro. Nos hará bien rezar con confianza cada día por esto, pedir que seamos sanados por Jesús, asemejarnos a él, que «no nos llama más siervos, sino amigos» (cf. Jn 15,15). Queridos diáconos, podéis pedir cada día esta gracia en la oración, en una oración donde se presenten las fatigas, los imprevistos, los cansancios y las esperanzas: una oración verdadera, que lleve la vida al Señor y el Señor a la vida. Y cuando sirváis en la celebración eucarística, allí encontraréis la presencia de Jesús, que se os entrega, para que vosotros os deis a los demás.

Así, disponibles en la vida, mansos de corazón y en constante diálogo con Jesús, no tendréis temor de ser servidores de Cristo, de encontrar y acariciar la carne del Señor en los pobres de hoy.

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“La oración no es una varita mágica”, el Papa en su catequesis

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(RV).- “¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad”, lo afirmó el Papa Francisco durante su catequesis del miércoles 25 de mayo de 2016 en la plaza de San Pedro.

En una soleada mañana y ante miles de fieles reunidos para participar en la audiencia general, el Obispo de Roma meditó sobre ‘la oración como fuente de misericordia’ y para ello reflexionó en la parábola de la viuda y del juez injusto del Evangelio de San Lucas.

En la parábola que hemos escuchado, Jesús nos indica la necesidad de orar siempre sin desfallecer. Del ejemplo de la viuda, una persona desvalida y sin defensor, el Señor saca una enseñanza: si ella, con su insistencia, consiguió obtener de un juez injusto lo que necesitaba, cuánto más Dios, que es nuestro padre bueno y justo, hará justicia a los que se la pidan con perseverancia, y además lo hará sin tardar”.

Por eso, el Papa invitó en italiano a orar siempre sin desanimarse: “Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez injusto, que Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos”.

No se haga mi voluntad, sino la tuya

En la vida de Jesús, también encontramos un ejemplar modo de rezar que se ve claramente en la oración que realizó en el huerto de los olivos antes de su pasión:

"La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní. Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración esta empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya".

“La perseverancia expresa una confianza que no se rinde ni se apaga. Como Jesús en el Getsemaní, tenemos que orar confiándolo todo al corazón del Padre, sin pretender que Dios se amolde a nuestras exigencias, modos o tiempos, esto provoca cansancio o desánimo, porque nos parece que nuestras plegarias no son escuchadas. Si, como Jesús, confiamos todo a la voluntad del Padre, el objeto de nuestra oración pasa a un segundo plano, y se manifiesta lo verdaderamente importante: nuestra relación él. Este es el efecto de la oración, transformar el deseo y modelarlo según la voluntad de Dios, aspirando sobre todo a la unión con él, que sale al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso”.

Al finalizar, el Papa Francisco se dirigió a los peregrinos de lengua española y les recomendó: “Pidamos al Señor una fe que se convierta en oración incesante que se nutra de la esperanza en su venida y que nos haga experimentar la compasión de Dios”.

(Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).

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Hacia el encuentro



¿Sirvo o me hago servir? clave de identidad y pertenencia del discípulo a Jesucristo

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REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz 

De Jesús, Hijo de Dios, que “no vino para ser servido, sino para servir” (Mc 10,45), habló Francisco el 29 de mayo en el Jubileo de los Diáconos. Pero, por el tema esencial a la fe, sus palabras alcanzan a todos los bautizados.

“Si evangelizar es la misión asignada a cada cristiano en el bautismo –dijo el Papa-, servir es el estilo mediante el cual se vive la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús. Su testigo es el que hace como él: el que sirve a los hermanos y a las hermanas, sin cansarse de Cristo humilde, sin cansarse de la vida cristiana que es vida de servicio”.

El Obipo de Roma insistió en el servicio como rasgo del mismo Dios: “Dios, que es amor –explicó-, llega incluso a servirnos por amor: con nosotros es paciente, comprensivo, siempre solícito y bien dispuesto, sufre por nuestros errores y busca el modo para ayudarnos y hacernos mejores. Estos son también los rasgos de mansedumbre y humildad del servicio cristiano, que es imitar a Dios en el servicio a los demás: recibirlos con amor paciente, comprenderlos sin cansarnos, hacerlos sentir acogidos, a casa, en la comunidad eclesial, donde no es más grande quien manda, sino el que sirve (cf. Lc 22,26)

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Archivo histórico de Propaganda Fide, "un santuario" de la memoria de los misioneros católicos en el mundo

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(RV).- Corría el año 1700 cuando el entonces emperador chino Kangxi de la dinastía Qing mandó al rey de Portugal, Pedro II “el Pacífico”, un lote de regalos acompañado de un inventario escrito sobre papel de arroz en chino. Este escrito se encuentra actualmente en el Archivo Histórico de Propaganda Fide de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, donde se conservan documentos que van desde el 1622 hasta el 1959.

Cartas escritas sobre seda roja, pergaminos, hojas de palma, cera… documentos procedentes de las más de 12.000 diócesis que dependen de este dicasterio, donde en la mayoría de los casos se dan a conocer cómo vivían los misioneros por todo el mundo, quienes siguieron la exhortación de Jesús a los apóstoles cuando les pidió «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc. 16,15)

Radio Vaticano entrevista al archivero Mons. Luis Manuel Cuña, sacerdote de la diócesis española de Orense, quien desde hace 20 años trabaja en el Archivo Histórico de Propaganda Fide y quien explica cómo organizan “los 11 millones de documentos”, escritos en casi todas las lenguas del mundo “como el árabe, el copto, cirilo, tibetano, chino…”.  

Una verdadera joya que está abierta al público y que para tener acceso a la consulta de documentos es necesario presentar una petición de admisión en la que se debe especificar el tema y el período de estudio y las razones por las que se desea acceder al archivo.

La legislación de la Santa Sede indica que es el Papa que conduzca en ese momento la Iglesia, quien decide cuando abrir al público la documentación de cada periodo histórico. “Normalmente se abre por pontificados, del principio al fin, desde la elección del Papa hasta su muerte”, detalla Mons. Cuña. El último abierto al público es el de Pío XI, que comprende desde 1922 hasta 1939. “Ahora estamos terminado de preparar el pontificado de Pio XII, que muere en 1958”.

Además de todos los documentos escritos cuentan con un gran laboratorio fotográfico donde se ven muchas de las realidades que se encontraban los misioneros al pisar territorios que jamás había pisado ningún forastero.

“Es un santuario de la memoria” asegura el sacerdote español, quien insiste en hacer la “pastoral del archivo”, refiriéndose a la importancia que tiene el conservar toda la documentación de nuestra vida diaria, para escribir la historia del mañana.

(Mónica Zorita- Radio Vaticano)

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Para el mundo



En el Año de la Misericordia mostrar la ternura que nos ha pedido el Papa. P. Manuel Abac, Radio María Guatemala

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(RV).- Con la misión de difundir la Buena Nueva de Salvación anunciada por Nuestro Señor Jesucristo, y con la intercesión de la Virgen María, inicia sus transmisiones el 8 de setiembre de 1997, día de la Natividad de la Santísima Virgen.

Hablamos de "Radio María Guatemala", que, con el carisma que le es propio, lleva la Buena Noticia a una gran parte del territorio nacional, con miras a la expansión. 

En Radio Vaticano conversamos con su Director, el padre Manuel Abac, a quien le pedimos que nos hable, entre otras cosas, acerca de las iniciativas por el Año de la Misericordia en el país:

"Hay diferentes iniciativas", explica, entre ellas "hay muchos grupos de laicos activos, que montan diferentes actividades, tipo desayunos y cenas entorno al Año de la Misericordia". También "se estableció un congreso teológico de la misericordia y congresos eucarísticos". Acerca de este último, el padre Abac hace referencia al Congreso Eucarístico Arquiodiocesano que tiene lugar en la capital Guatemalteca del 31 al 4 de junio, mientras que, por otra parte, destaca el trabajo de promoción de las obras de misericordia, con los diversos grupos laicales, los cuales "se han volcado a los hospitales" y "a gente que está en la calle". "Ha habido un movimiento de los grupos, pero también de las parroquias en estos días de mayo y junio", afirma. El resto de la entrevista en esta emisión de Cadena de Amistad. 

(Griselda Mutual - Radio Vaticana)  

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«Las personas mayores también tienen una misión que cumplir», comentarios de nuestros oyentes

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«TU COMENTARIO AYUDA, Tu opinión cuenta» 

(RV).-  Vivimos en una sociedad dispersa, demasiado ocupada en resolver sus problemas cotidianos y presionada a adaptarse al caótico ritmo de vida marcado por los avances tecnológicos y el consumismo. Las personas son valoradas según la cantidad de dinero que producen  y en el momento en el que dejan de ser  productivas, comienzan a ser ignoradas por el sistema social, que las aparta y las desecha. Esto ocurre con los grupos más marginados de la sociedad: los pobres, los enfermos y los ancianos.

Sobre esta realidad ha hablado el Papa Francisco, denunciando incansablemente esa «cultura del descarte» que tanto daño hace al equilibrio espiritual de una sociedad. Recordamos sus palabras en la catequesis que pronunció el 11 de marzo de 2015, sobre la importancia que juegan los ancianos y la figura de los abuelos en la sociedad y en la familia; en nuestra familia; como transmisores de la sabiduría y de la fe a hijos, nietos y jóvenes.

«Las personas mayores también tienen una misión que cumplir y una gracia especial para llevarla a cabo […] La plegaria de los mayores es un gran don para la iglesia y sus palabras una inyección de sabiduría para la sociedad. Muchas veces, ocupada en mil cosas y distraída de lo esencial. El corazón de los abuelos, libres de resentimientos pasados y de egoísmos presentes tienen un atractivo especial para los jóvenes, que esperan encontrar en ellos un apoyo firme en su fe y sentido para su vida. La cultura del descarte considera a los mayores un lastre, un peso, pues no solo no producen, sino que además constituyen una carga y aunque no se diga abiertamente, a los ancianos se los desecha. Y muchas personas mayores viven con angustia esta situación de desvalimiento y abandono».

Es fundamental recordar el valor que tienen las personas mayores como "portadores de la memoria de un pueblo". Por medio de ellos, toda sociedad aprende de las experiencias del pasado, que son clave para mejorar el presente y poder así, construir un futuro mejor. No obstante, la realidad nos muestra como en muchos casos, los testimonios de vida de los ancianos son ignorados, despreciados e incluso ridiculizados.

En este sentido, el 4 de marzo de 2015, el Papa hizo un llamamiento a todos nosotros, como sociedad; pidiendo que no olvidásemos el enorme tesoro que existe en el interior de cada anciano, recordándonos también que "los jóvenes de hoy serán los ancianos del mañana". Citamos textualmente:

«Fiel a la palabra de Dios, la tradición de la Iglesia siempre ha valorado a los ancianos y ha dedicado un cuidado especial a esa etapa final de la vida, por eso mismo no puede tolerar una mentalidad distante, indiferente y menos aún de desprecio a los mayores y pretende despertar el sentido colectivo de gratitud y acogida para que los ancianos lleguen a ser parte viva de la sociedad. Los jóvenes de hoy serán los ancianos de mañana».

En este espacio de interactividad, abierto al diálogo, de Radio Vaticana; preguntamos a nuestros seguidores de Facebook y Twitter si ellos cuidan a sus abuelos y a los ancianos que tienen cerca. Esto es lo que respondieron:

Ruiz Sánchez Julieta escribe: «Todos estamos comprometidos con nuestros ancestros y tenemos que mirarlos con respeto, con ternura, amor… tenemos que dar a los ancianos el valor que se merecen, admirarlos y saber apreciar su sabiduría. Los países que no los tienen en cuenta, se están perdiendo la experiencia que ellos tienen, fruto de los años de vida y por eso cometen tantos errores. Cuando vivas el abandono, recuerda siempre que Dios es Padre».

Juan Pablo comparte desde México: «Creo que los abuelos, al menos en mi país, son un elemento esencial en cualquier familia y pienso que durante el desarrollo de cualquier persona, la convivencia de los abuelos con los nietos es fundamental para el crecimiento porque a diferencia del aprendizaje que se lleva a cabo en la escuela, los abuelos nos enseñan cosas que ninguna otra persona podría enseñar. Creo que esto se debe a la gran conexión que tenemos con ellos cuando somos pequeños porque es ahí cuando, de alguna forma, ellos al estar contigo, dejan de lado su edad y vuelven a ser niños».

«Escuchar a un anciano es una oportunidad valiosa para aprender y formar criterios que nos ayuden en la vida cotidiana. Las memorias de un anciano alimentan el alma, cimentan los valores morales del trabajo honesto, la vida en familia… El respeto por los mayores y la escucha atenta hacia ellos es tarea diaria de los padres. Si no hay comunión de los nietos con los abuelos esa familia está sin historia», comenta Elizabeth Del Salto.

 «No puedo estar más de acuerdo con las palabras que ha dicho el Papa», afirma nuestra seguidora Rosa de Málaga. «Los abuelos son esas personas que con su cariño y su amor siempre nos intentarán llevar por el mejor camino porque ellos están al final de la etapa de su vida, y saben mejor que nadie, transmitirnos la energía que tenemos que tener para poder valorar la vida y saber que no dura para siempre».

«Los abuelos son nuestros segundos padres y en algunos casos son hasta los primeros. Son esas personas que nos cuidan y nos educan cuando nuestros padres están trabajando, nos transmiten valores, sabiduría, experiencia y sobre todo nos dan mucho amor y cariño», comenta nuestro oyente Alfredo, desde Venezuela.

Concluimos con esta frase del Santo Padre que nos invita a reflexionar: «Tengamos bien presente que donde los ancianos no son respetados, los jóvenes no tienen futuro». 

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