En la catequesis del miércoles, el Papa propuso a la meditación de los fieles la narración del Primer Libro de Samuel en que Ana, después de haber ofrecido al Señor a su hijo Samuel, canta un himno de acción de gracias al Dios de sus padres. Uno de los temas que aparecen de vez con una cierta frecuencia en las Sagradas Escrituras es de aquella mujer que sufre por su incapacidad de concebir un hijo, por su esterilidad. Cuando, después de una larga e insistente súplica a Dios, concibe un niño en su seno, después de nacido, la mujer corre al templo a ofrecerlo al Señor. En la catequesis de este miércoles, el Papa propuso a la meditación de los fieles y peregrinos la narración del Primer Libro de Samuel en la que Ana, después de haber ofrecido al Señor su hijo Samuel, canta un himno de acción de gracias al Dios de sus padres. Ana era estéril y arrastraba grandes sufrimientos por ello, pero su fe y su insistencia en la oración le arrancaron al Señor un hijo, Samuel, que sería uno de los grandes profetas de Israel. La mujer estéril era considerada en el antiguo Israel como una rama seca, una presencia muerta, entre otras razones porque impedía al marido el tener una continuidad en las sucesivas generaciones. En este contexto de oración y súplica insistente para conseguir algo del Altísimo, destaca la confianza total en Dios. Ana había orado de esta manera: "Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida " El Señor acogió el grito de esta mujer humillada, quien concibió y dio a luz a Samuel. Un canto de acción de gracias surge del corazón agradecido de Ana. El canto de esta madre va a ser recogido y elaborado por los labios de otra madre, María, que, permaneciendo virgen, va a engendrar por obra del Espíritu de Dios. El canto de María es el "Magníficat"; el canto de Ana es denominado también el "Magníficat del Antiguo Testamento". El autor sagrado pone en boca de Ana una especie de salmo real, entretejido de citas o alusiones a otros Salmos. En primer plano, afirma el Papa, emerge el rey judío, atacado por adversarios más poderosos, pero que, al final, es salvado y triunfa pues a su lado está el Señor, que quiebra el arco de los fuertes. El Pontífice destacó dos temas en este canto de acción de gracias, expresión de los sentimientos de Ana. El primero de ellos, que aparece con fuerza también en el "Magníficat" de María, es el cambio total de las cosas realizado por Dios. Los fuertes son humillados, los débiles son "revestidos de energía y de vigor"; los saciados van a la búsqueda desesperada de comida y los hambrientos se sientan a la mesa para disfrutar de un suculento banquete. En definitiva, el Señor humilla y enaltece. Para el Santo Padre se trata de una profesión de fe de las dos Madres, Ana y María, en el Señor de la historia, que se pone al lado de los últimos, de los miserables e infelices, de los ofendidos y humillados. El otro tema destacado por el Santo Padre tiene que ver más directamente con la figura de Ana: "La mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía". Una vez más el Señor da la vuelta a los destinos, pues Él esté en la base de la vida y de la muerte. El seno estéril de Ana era semejante a una tumba; y sin embargo Dios ha hecho que en él germine la vida, pues Él hunde en el abismo y levanta. En definitiva, la esperanza no concierne solamente a la vida del niño que nace, sino también a la que Dios puede hacer brotar después de la muerte. RESUMEN DE LA CATEQUESIS EN ESPAÑOL Queridos hermanos y hermanas: Hoy reflexionamos sobre el himno que Ana, la madre de Samuel, entona en alabanza al Señor después de haberle ofrecido a su hijo. Esta mujer, que antes sufrió la discriminación que en aquella mentalidad suponía ser estéril, puso su confianza en Dios y Él acogió su súplica, haciendo realidad lo que era imposible a los ojos de los hombres. En este cántico hay dos aspectos que vale la pena destacar. Primero, como después podemos ver también en el Magnificat, se nota el cambio que Dios lleva a cabo: los humildes son ensalzados y los potentes son derribados. El otro, señala cómo Dios está en el origen de la vida y de la muerte, abriendo así al horizonte pascual de la resurrección. Saludo a todos los fieles de lengua española; en especial a los alumnos del Instituto "Rey Don García", de Nájera (La Rioja), del Colegio La Inmaculada de Cartagena y del Liceo Europeo, de Madrid, así como a los fieles argentinos aquí presentes. A todos os deseo una fructífera participación en la Semana Santa, ya próxima, y una gozosa celebración de la Pascua. ************** Una vez más el Papa dirigió palabras de afecto a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, recordando que la liturgia recordaba el martes 19 de marzo la figura de San José, hombre justo, siempre dispuesto a realizar la voluntad de Dios. A los jóvenes les pidió que le imiten de manera especial para que así puedan corresponder cada día a los deseos del Señor. Pidió también la intercesión de San José para que ayude a los enfermos a ver en el sufrimiento una ocasión para cooperar en el amor de Dios que salva al hombre. Y por último, deseó para los recién casados un amor casto y fecundo, que se nutra de la oración y de la fidelidad cotidiana a los designios divinos.
ASESINATO DE MARCO BIAGGI: EL PAPA DEPLORA LA "INSENSATA VIOLENCIA" Juan Pablo II recordó el miércoles, durante la audiencia general, la figura del profesor italiano Marco Biagi asesinado un día antes en la ciudad italiana de Bolonia. "Al dirigir la palabra a los peregrinos de lengua italiana, mi pensamiento va al profesor Marco Biagi, bárbaramente asesinado ayer por la noche en Bolonia debajo de su casa cuando regresaba de trabajar. Mientras expreso a los familiares mi cercanía espiritual en este trágico momento de dolor, elevo al Señor mi oración de sufragio por el alma del difunto economista. Al deplorar con firmeza esta nueva manifestación de insensata violencia, deseo que se consolide en la querida Nación italiana un clima de entendimiento entre las partes sociales, para una pacífica solución de los problemas actuales". Efectivamente, el martes a las 8 y media de la noche dos personas, que se dieron a la fuga, dispararon a quemarropa por la espalda a Marco Biagi, asesor del ministro del Trabajo Roberto Maroni, cuando regresaba de la universidad de Módena, donde era profesor de Derecho del trabajo. El economista, que era uno de los autores del libro blanco sobre la reforma del mercado del empleo, había recorrido el tramo desde la estación hasta su casa en bicicleta. El asesinato de Marco Biagi, que fue reivindicado días después por las Brigadas Rojas, se produjo en medio de la crispación desatada en Italia por la decisión del gobierno, que preside Silvio Berlusconi, de reformar el mercado laboral, con la liberalización del despido en determinados supuestos, mediante la suspensión del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores, siguiendo la línea de flexibilización abierta en la reciente cumbre económica de la Unión Europea en Barcelona. Una postura que ha generado gran tensión en el país y que ha sido contestada especialmente por los sindicatos, que habían anunciado una huelga general. El ultimó acto terrorista con vinculaciones políticas que se registró en Italia hace tres años tuvo como víctima Máximo D'Antona, otro asesor del ministro del trabajo de entonces. De ahí que al deplorar el acto terrorista, el Papa haya afirmado su deseo de que se restablezca el diálogo y prevalezca el clima de entendimiento entre las partes sociales.
EL PAPA MANIFIESTA SU APRECIO POR LA PROMOCIÓN DEL CULTO EUCARÍSTICO Juan Pablo II agradeció la labor de los miembros del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, los delegados nacionales y cuantos cooperan de distinta forma en la preparación de tan importantes manifestaciones de piedad cristiana. Juan Pablo II recibió el viernes por la mañana a los 12 miembros del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, quienes se encontraban reunidos, esos días, para programar las actividades del Comité, que recientemente ha renovado sus componentes. El Papa aprovechó esta ocasión para expresar su más sincero aprecio por la promoción que realizan en toda la Iglesia del culto eucarístico. "Los Congresos Eucarísticos -manifestó el Papa- constituyen importantes experiencias de fe y de oración intensa, porque ofrecen la oportunidad a muchos creyentes de contemplar el rostro de Cristo misteriosamente velado en el sacramento de la Eucaristía. A través de vosotros deseo expresar mi más sincero agradecimiento a todos los delegados nacionales y a cuantos cooperan de distinta forma en la preparación de tan importantes manifestaciones de piedad cristiana". El último Congreso Eucarístico Internacional tuvo lugar en Roma de 18 al 25 de junio de 2000, durante el Gran Jubileo, sobre el tema: "Jesucristo, único salvador del mundo, pan para la nueva vida". Fue el número 47 de una larga serie de Congresos Eucarísticos Internacionales, que comenzaron en Lille, Francia en 1881, bajo el pontificado de León XIII. El próximo Congreso Eucarístico Internacional tendrá lugar del 10 al 17 de octubre en Guadalajara, México, sobre el tema: "La Santa Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio".
NO CREAR EN EL ENFERMO LA ILUSIÓN DE LA OMNIPOTENCIA DE LA MEDICINA Juan Pablo II exhortó a los participantes en el Congreso de gastroenterología a no detenerse en los resultados obtenidos sino a continuar con confianza y tenacidad tanto en la investigación, cómo en la terapia, utilizando los recursos científicos más avanzados. Juan Pablo II recibió el sábado por la mañana en audiencia a la delegación de los médicos que han participado en un Congreso promovido por la Organización Mundial de gastroenterología. La finalidad del Congreso, les recordó el Papa es sensibilizar a la opinión pública sobre el problema de la prevención del cáncer del aparato digestivo, con una atención particular al cáncer de colon. "Es una alegría constatar la creciente disponibilidad de recursos técnicos y farmacológicos que permiten diagnosticar con antelación, en la mayor parte de los casos, la sintomatología del cáncer e intervenir con mayor rapidez y eficacia. Os exhorto a no deteneros en los resultados obtenidos sino continuar con confianza y tenacidad tanto en la investigación, cómo en la terapia, utilizando los recursos científicos más avanzados". No podemos olvidar, afirmó Juan Pablo II que el hombre es un ser limitado y mortal, "Es necesario por lo tanto, ha manifestado Juan Pablo II, acercarse al enfermo con ese sano realismo, que evite crear en el que sufre, la ilusión de la omnipotencia de la medicina. Hay límites que humanamente no son superables; en estos casos es necesario saber acoger con serenidad la propia condición humana, que el creyente sabe leer a la luz de la voluntad Divina. Esta se manifiesta también en la muerte, fin natural del recorrido de la visa sobre la tierra". El concepto de salud, terminó diciendo Juan Pablo II, no se reduce a un puro equilibrio psicofísico, sino que es una aspiración hacia una mayor armonía y un sano equilibrio a nivel físico, psíquico y social. Por último les pidió que realicen un generoso esfuerzo para informar a la opinión pública sobre la posibilidad de disfrutar de una mejor salud, regulando racionalmente la vida ordinaria y sometiéndose a controles preventivos periódicos.
SEMINARIO TEOLÓGICO REGIONAL DE CATANZARO Juan Pablo II recordó a la Comunidad del Seminario Teológico Regional italiano de Catanzaro que cuanto más se descristianiza, la gente tiene mayor necesidad de ver en los sacerdotes, aquella fe radical que es como un faro en la noche o como una roca a la que agarrarse. A última hora del lunes el Santo Padre recibía en audiencia a la Comunidad del Seminario Teológico Regional "San Pío X" italiano de Catanzaro que este año celebra el 90 aniversario de su fundación. El Papa tras agradecerles la visita y recordarles cuando estuvo en ese seminario en 1984; el regalo de la primera copia de su "Regla de Vida" así como la óptima relación existente entre el Sucesor de Pedro y la mencionada Institución educativa aludió a las palabras de Mateo ¿Vosotros quién decís que yo soy?. "Esta pregunta que Jesús hace a aquellos 'seminaristas', que fueron los Apóstoles, hoy la hace a cada uno de vosotros, llamados a ser los evangelizadores de la tierra de la Calabria, sobre todo hoy, en una sociedad caracterizada por el fenómeno de la secularización, es menester tener claros los propósitos y voluntad firme, que vayan directamente a las fuentes auténticas del Evangelio. Cuanto más se descristianiza la gente, más se difunde la incerteza o la indiferencia, y tiene mayor necesidad de ver en la persona de los sacerdotes, aquella fe radical que es como un faro en la noche o como una roca a la que agarrarse". El Papa, tras recordar la "Novo Millennio ineunte", se preguntó: ¿cómo no ver la invitación a hacer del Seminario el "lugar del silencio" y "la casa de la oración", donde el Señor convoca también a los "suyos" en "un lugar apartado" a vivir una intensa experiencia de encuentro y de contemplación? Por este camino Él quiere prepararlos para convertirse en "maestros de la fe", y "educadores del Pueblo de Dios en la fe", y estar prestos a "proclamar con autoridad la Palabra de Dios", a reunir al Pueblo de Dios que estaba disperso" y a alimentarlo con los Sacramentos, signos eficaces de la acción de Cristo para "conducirlo por el camino de la salvación" y a conservarlo en la unidad. Juan Pablo II finalizó su discurso a la Comunidad del Seminario Teológico Regional "San Pío X", de Catanzaro recordando el decreto conciliar Presbyterorum ordinis, y manifestándoles que este encuentro se celebraba en la vigilia de la Solemnidad de San José, Esposo de la Virgen y custodio del Redentor. "San José, dijo el Papa, resplandece en la Iglesia por su singular vocación vivida en el silencio, en la búsqueda atenta del diseño amoroso de Dios y en la total dedicación a Cristo".
DOMINGO DE RAMOS Y XVII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD Juan Pablo II presidió el domingo en la Plaza de San Pedro la solemne Concelebración Eucarística, que fue celebrada por el Cardenal Ruini, del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, en el que se celebra la décimo séptima Jornada Mundial de la Juventud. Como cada año se congregaron miles de jóvenes, particularmente de la diócesis de Roma, para celebrar esta Jornada de la Juventud con su Obispo. El Pontífice introdujo la celebración eucarística recordando a los jóvenes, en particular, que están llamados a ser "centinelas de la mañana" en la Iglesia y en el mundo. "Con esta liturgia, dijo el Papa, entramos en la Semana Santa para vivir siguiendo a Cristo, el Señor, al cual amamos y en quien creemos, su pasión, muerte y resurrección. Sólo en Jesucristo, encontraréis sentido a vuestra vida; sólo en Jesucristo encontraréis luz en el camino y os convertiréis en sus testigos creíbles, en compañía de los hombres, sal de la tierra y luz del mundo". "Conscientes de esta vocación cristiana, como los discípulos que aclamaron a Jesús mientras entraba en la ciudad santa, les invitó el Pontífice, con alegría cantadle, él es el Señor viviente y presente en la santa Iglesia". Seguidamente, Juan Pablo II bendijo los ramos de olivo y las palmas y prosiguió la Santa Misa. En su homilía, el Papa reflexionó sobre los textos que la liturgia del día. "Los niños hebreos, llevando ramos de olivos, salieron al encuentro del Señor". Así canta la antífona litúrgica, que acompaña la solemne procesión con los ramos de olivo y palmas de este Domingo, llamado por lo mismo de Ramos y de la Pasión del Señor. Hemos revivido lo que sucedió en aquel día, continuó el Papa: en medio a la multitud que gritaba alrededor de Jesús, que montado sobre una burra entraba en Jerusalén, muchos de ellos eran muchachos. Algunos fariseos habrían querido que Jesús los callara, pero Él respondió que, si hubieran callado, habrían gritado las piedras. También hoy, gracias a Dios, los jóvenes están en gran número aquí en la Plaza de San Pedro, constataba Juan Pablo II. Los "jóvenes hebreos" se han convertido hoy en muchachos y muchachas de toda nación, lengua y cultura. ¡Bienvenidos, queridos! A cada uno de vosotros va mi más cordial saludo. La cita de hoy nos proyecta hacia la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se realizará en Toronto, ciudad canadiense entre las más cosmopolitas del mundo. Allá se encuentra ya la cruz de los jóvenes que hace un año, en ocasión del Domingo de Ramos, los jóvenes italianos entregaron a sus coetáneos canadienses. "La Cruz está al centro de la liturgia de hoy. Vosotros, queridos jóvenes, con vuestra atenta y entusiasta participación en esta solemne celebración, demostráis que no os avergonzáis de la Cruz. Vosotros no teméis la Cruz de Cristo. Más aún, la amáis y la veneráis, porque es el signo del Redentor, muerto y Resucitado por nosotros. Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la Cruz como un triunfo, como prueba indudable de que Dios es Amor. Con el don total de si mismo, precisamente con la Cruz, nuestro Salvador ha vencido definitivamente al pecado y a la muerte". Por nosotros Cristo se ha hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de Cruz. Por esto Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre-todo-nombre. Con estas palabras del Apóstol Pablo, que ya resonaron en la segunda lectura, continuó Juan Pablo II, hemos elevado hace poco nuestra aclamación al inicio de la narración de la Pasión. Ella expresa nuestra fe: la fe de la Iglesia. Pero, la fe en Cristo nunca está ya presupuesta. La lectura de la Pasión nos pone frente a Cristo, vivo en la Iglesia. El misterio pascual, que en los días de la Semana Santa reviviremos, dijo el Papa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estar con Él o huir o permanecer como simples espectadores de su muerte. El Pontífice recordó como cada año se reabre en la Semana Santa, la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no solamente para una generación, sino para la entera humanidad y cada persona en particular. Y, haciéndonos una llamada a vivir en la fidelidad a Cristo, Juan Pablo II afirmó cómo la narración de la Pasión saca a la luz la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, e incluso Pedro, abandonan a Jesús, Él está dispuesto a derramar su sangre para llevar a cumplimiento la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente. ¡Queridos jóvenes! Aprended de Jesús y de su Madre y madre nuestra, dijo el Papa. La verdadera fuerza del hombre se ve en la fidelidad con que es capaz de dar testimonio de la verdad, resistiendo a las adulaciones y amenazas, así como las incomprensiones y chantajes, y hasta la persecución dura y despiadada. He aquí el camino en el que nos llama a seguirle nuestro Redentor. Solamente si estáis dispuestos a hacer esto, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, "sal de la tierra" y luz del mundo". Y precisamente este es el tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. La imagen de la sal nos recuerda que, mediante el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado porque está "condimentado" con la vida nueva que nos viene de Cristo. El Papa concluyó su homilía invitando a los jóvenes a no perder el sabor de cristianos, el sabor del Evangelio, para poder ser sal de la tierra y luz del mundo. Meditad constantemente el misterio pascual; que la cruz sea vuestra escuela de sabiduría. ¡Aquí está el secreto del gozo pascual, que nace de la obra de la pasión! El que habéis elegido como Maestro no es un comerciante de ilusiones, ni un potente de este mundo, ni un astuto, ni un hábil especulador. Es el Crucificado que ha resucitado. Bienaventurados vosotros, jóvenes, finalizó el Papa, si seréis fieles discípulos de Cristo. Antes de concluir esta solemne Celebración nos dirigimos a María Santísima que bajo la cruz de su Hijo confirmó el "fiat" pronunciado tras el anuncio del Ángel. Que ella, deseó el Papa, nos ayude a seguir fielmente a Jesús, con el ejemplo de tantos hermanos y hermanas que han dado al Evangelio el supremo testimonio de la sangre. Pienso en particular en los misioneros y misioneras mártires que hoy son conmemorados en Italia. X JORNADA DE ORACIÓN Y AYUNO POR LOS MISIONEROS MÁRTIRES Seguidamente, Juan Pablo II saludó los peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro. Éstas fueron sus palabras en español: Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que han participado con gozo en la liturgia de hoy, y muy especialmente a los jóvenes. Llevad siempre grabadas en vuestros corazones las palabras de Jesús: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo". Que la proximidad de la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto sea también motivo de alegría y esperanza ¡Que Dios os bendiga!
HERMANOS CRISTIANOS: LA MISIÓN EDUCATIVA ES MÁS IMPORTANTE QUE NUNCA Juan Pablo II envió un mensaje al vigésimo noveno Capítulo General de la Congregación de los Hermanos Cristianos, una oportunidad que el Santo Padre aprovechó para agradecerles en nombre de la Iglesia la labor que durante dos siglos han realizado en el campo de la educación de los jóvenes. Esta Congregación fundada por Edmund Ignatius Rice nació en un tiempo de gran agitación social y de profunda miseria en la Irlanda natal del fundador. "Durante sus años juveniles -recordó el Pontífice- el continente estaba sacudido por las tormentas de la revolución, y fue entonces cuando se produjo el colapso del viejo régimen y el nacimiento de uno nuevo que emergió a través de numerosas dificultades en las sangrientas guerras que oscurecieron Europa al inicio del siglo XIX". Precisamente en aquellos momentos -escribe el Papa- creció en Rice una determinación precisa: la de dedicarse a instruir a los muchos jóvenes que estaban condenados a una pobreza material, intelectual y moral, que envilecía no sólo a ellos, sino también a toda la sociedad en la que vivían. La aventura de los Hermanos Cristianos comenzó en 1802 y desde entonces se ha difundido desde Irlanda a todos los rincones del mundo. "Todavía hoy -subraya el Santo Padre- la llama pastoral de Edmund Rice arde vigorosa porque en una época en la que muchas culturas experimentan la dificultad de comunicar los valores religiosos y morales a las nuevas generaciones, la misión educativa es más importante que nunca".
MENSAJE
AL RECTOR DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA LATERANENSE Juan Pablo II advirtió contra la reducción del ordenamiento jurídico a simple instrumento de reglamentación y contra las preocupantes lagunas en sectores como la tecnología y la investigación científica. El Papa, en su mensaje al rector de la Universidad Pontificia Lateranense, monseñor Salvatore Fisichella, destacó estos dos aspectos de los ordenamientos jurídicos como fuente de conflictos que se oponen a una efectiva justicia. El mensaje del Santo Padre coincidía con el Coloquio Internacional promovido por el Instituto Utriusque Iuris de la Universidad Pontificia Lateranense para profundizar la intrínseca relación entre los contenidos fundamentales del derecho y el ideal de justicia propio de la legislación canónica. Precisamente en esos días se analizó la relación entre derecho y justicia en la legislación canónica vigente, a partir de la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico y del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales. El Santo Padre constató en su mensaje cómo por desgracia asistimos demasiado a menudo a la formulación de normas que, en vez de contemplar las exigencias del bien común garantizando la tutela legítima de los individuos, se limitan a considerar únicamente los intereses de grupos reducidos. De esta forma se deforma la idea misma de la justicia y se reduce el ordenamiento jurídico a un simple instrumento de reglamentación pragmática. En muchos casos, incluso asistimos a una multiplicación rápida e insólita de las normas, que se justifica en nombre de la aparente necesidad de reglamentar cada aspecto del orden social y que tiende a sustraer a individuos y a formaciones sociales intermedias sus espacios vitales necesarios que garantizan las aspiraciones más profundas del hombre. "Si la justicia se reduce a la simple función de solucionar controversias -escribe el Papa- se violaría o se desatendería la dignidad de la persona humana". El otro aspecto preocupante sobre el que escribe el Papa son las lagunas en sectores en los que el progreso de la tecnología y la investigación científica han planteado interrogantes inéditos "En estos casos -explica el Pontífice- el recurso a las funciones de suplencia o la analogía con otras situaciones y normas jurídicas, no siempre resulta apropiado, e incluso manifiesta abiertamente los propios límites con la aplicación del criterio según el cual está permitido moralmente y puede practicarse todo aquello que el ordenamiento jurídico no prohíba". Tal situación cultural revela una carencia creciente de referencia a presupuestos éticos y a valores bases del orden social inspirados en esa objetiva doctrina moral que sostiene cualquier convivencia humana justa. "La función legislativa, en cualquier nivel, -subraya el Papa- no puede encontrar justificación o fundamento recurriendo únicamente a la aplicación de la regla de la mayoría". En cuanto al derecho internacional, Juan Pablo II denunciaba determinados comportamientos en la comunidad de las naciones que recurren continuamente a la praxis del consenso para adoptar soluciones limitadas en su obligaciones y condicionantes para sus destinatarios. "Son actitudes que a menudo están orientadas a separar la dimensión material y social del hombre de aquella ética y religiosa, con consecuencias inmediatas en el plano político y normativo". La realidad religiosa no puede equipararse a una simple convicción subjetiva, ni puede reducirse a una manifestación individual de culto porque por su misma naturaleza, la religión conlleva la exigencia de una expresión comunitaria y de una adecuada formación de sus miembros. El criterio de fondo de un ordenamiento jurídico recto -escribe a continuación el Pontífice- debe ser siempre la referencia a la persona, en cuanto depositaria de una dignidad inalienable, tanto en su dimensión individual como en la comunitaria. Por esta razón es tan importante el que se realicen todo tipo de esfuerzos para que se lleve a cabo una efectiva tutela de los derechos humanos fundamentales, sin construir entorno teorías y comportamientos que privilegien tan sólo una parte de estos derechos, o los que sirvan a intereses particulares y sensibilidades de un determinado momento histórico. En esta importante tarea de análisis el criterio de investigación principal es el principio de que la justicia es la esencia de cada acto que por su naturaleza tienda a buscar el bien de una comunidad y de cuantos forman parte de ella. El Papa recuerda además en su mensaje que "en la visión cristiana los términos derecho y justicia constituyen la reivindicación de una justicia superior que se convierte en criterio de análisis en cada comportamiento jurídicamente importante". En el mismo contexto Juan Pablo II indicaba que el ordenamiento jurídico de la comunidad eclesial tiende primariamente a realizar la comunión eclesial, haciendo prevalecer la dignidad de cada bautizado en la igualdad sustancial y en la diversidad de las funciones de cada uno. Esta diversidad es el índice de la peculiar visión antropológica cristiana y de la realidad sacramental e institucional de la Iglesia.
TELEGRAMA DEL PAPA POR EL TRÁGICO ASESINATO DEL ARZOBISPO DE CALI "Profundamente apenado por el trágico asesinato de Mons. Isaías Duarte Cancino, arzobispo de la ciudad colombiana de Cali" - como manifestaba después del rezo del Ángelus - Juan Pablo II hizo llegar un telegrama a Mons. Alberto Jaramillo, arzobispo de Medellín y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, enviado por el cardenal Secretario de Estado, Angelo Sodano. El Papa extiende su más sentido pésame, además que al episcopado colombiano, a los sacerdotes y fieles de Cali, así como a los familiares del prelado bárbaramente asesinado. Y, ofreciendo sus oraciones en sufragio, recuerda la figura de este "pastor generoso y valiente, decididamente entregado al servicio de Dios, de la Iglesia y de los hermanos, muy preocupado por favorecer la paz y la justicia de su pueblo, durante largos años probado por conflictos". Conflictos - señala el Santo Padre - "que todavía afligen a los colombianos y son fuente de tantas muertes, secuestros de personas y todo tipo de sufrimientos". Ante todo ello, Juan Pablo II "desea animar a la Iglesia que peregrina en la querida nación" colombiana a "no dejarse vencer por el desánimo y las dificultades en su misión de proclamar el Evangelio de la Vida y de la Paz, haciéndolo presente en la sociedad mediante el compromiso de construir formas de convivencia más fraternas, solidarias y pacíficas". Asimismo, el Papa al tiempo que "reitera su firme reprobación de cualquier atentado a la vida y a la dignidad de las personas, pide al Todopoderoso que ayude a las autoridades y pueblo de Colombia a emprender con decisión el camino que conduce a la auténtica paz, fruto de la justicia, del diálogo y del respeto de los derechos fundamentales de cada ser humano". El Santo Padre, "sintiéndose muy unido al dolor de la Iglesia en Colombia ante la pérdida de este querido hermano en el episcopado", imparte "una especial Bendición Apostólica, como signo de esperanza viva en el Señor Resucitado".
CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS SACERDOTES PARA EL JUEVES SANTO DE 2002 Queridos
Sacerdotes: Al don de esta presencia especial, que se renueva en su supremo acto sacrificial y lo convierte en alimento para nosotros, Jesús unió, precisamente en el Cenáculo, una tarea específica de los Apóstoles y de sus sucesores. Desde entonces, ser apóstol de Cristo, como son los Obispos y los presbíteros que participan de su misión, significa estar autorizados a actuar in persona Christi Capitis. Esto ocurre sobre todo cada vez que se celebra el banquete sacrificial del cuerpo y la sangre del Señor. Entonces, es como si el sacerdote prestara a Cristo el rostro y la voz: "Haced esto en conmemoración mía" (Lc 22, 19). ¡Qué vocación tan maravillosa la nuestra, mis queridos Hermanos sacerdotes! Verdaderamente podemos repetir con el Salmista: "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre" (Sal116, 12-13). 2. Al meditar de nuevo con gozo sobre este gran don, quisiera detenerme en un aspecto de nuestra misión, sobre el cual llamé vuestra atención ya el año pasado en esta misma circunstancia. Creo que merece la pena profundizar más sobre él. Me refiero a la misión que el Señor nos ha dado de representarle, no sólo en el Sacrificio eucarístico, sino también en el sacramento de la Reconciliación. Hay una íntima conexión entre los dos sacramentos. La Eucaristía, cumbre de la economía sacramental, es también su fuente: en cierto sentido, todos los sacramentos provienen y conducen a ella. Esto vale de modo especial para el Sacramento destinado a "mediar" el perdón de Dios, el cual acoge de nuevo entre sus brazos al pecador arrepentido. En efecto, es verdad que la Eucaristía, en cuanto representación del Sacrificio de Cristo, tiene también la misión de rescatarnos del pecado. A este propósito, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que "la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados" (n. 1393). Sin embargo, en la economía de gracia elegida por Cristo, esta energía purificadora, si bien obtiene directamente la purificación de los pecados veniales, sólo indirectamente incide sobre los pecados mortales, que trastornan de manera radical la relación del fiel con Dios y su comunión con la Iglesia. "La Eucaristía -dice también el Catecismo- no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en la plena comunión con la Iglesia" (n. 1395). Reiterando esta verdad, la Iglesia no quiere ciertamente infravalorar el papel de la Eucaristía. Lo que intenta es acoger su significado dentro de la economía sacramental en su conjunto, tal como ha sido diseñada por la sabiduría salvadora de Dios. Por lo demás, es la línea indicada perentoriamente por el Apóstol, al dirigirse así a los Corintios: "Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1 Co 11, 27-29). En la perspectiva de esta advertencia paulina se sitúa el principio según el cual "quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1385). 3. Al recordar esta verdad, siento el deseo, mis queridos Hermanos en el sacerdocio, de invitaros ardientemente, como ya lo hice el año pasado, a redescubrir personalmente y a hacer redescubrir la belleza del sacramento de la Reconciliación. Éste, por diversos motivos, pasa desde hace algunos decenios por una cierta crisis, a la que me he referido más de una vez, queriendo incluso que un Sínodo de Obispos reflexionara sobre ella y recogiendo después sus indicaciones en la Exhortación apostólica Reconciliatio et poenitentia. Por otro lado, he de recordar con profundo gozo las señales positivas que, especialmente en el Año jubilar, han puesto de manifiesto cómo este Sacramento, presentado y celebrado adecuadamente, puede ser redescubierto también por los jóvenes. Indudablemente, dicho redescubrimiento se ve favorecido por la exigencia de comunicación personal, hoy cada vez más difícil por el ritmo frenético de la sociedad tecnológica pero, precisamente por ello, sentida aún más como una necesidad vital. Es verdad que se puede atender a esta necesidad de diversas maneras. Pero, ¿cómo no reconocer que el sacramento de la Reconciliación, aunque sin confundirse con las diversas terapias de tipo psicológico, ofrece también, casi de manera desbordante, una respuesta significativa a esta exigencia? Lo hace poniendo al penitente en relación con el corazón misericordioso de Dios a través del rostro amigo de un hermano. Sí, verdaderamente es grande la sabiduría de Dios, que con la institución de este Sacramento ha atendido también una necesidad profunda e ineludible del corazón humano. De esta sabiduría debemos ser lúcidos y afables intérpretes mediante el contacto personal que estamos llamados a establecer con muchos hermanos y hermanas en la celebración de la Penitencia. A este propósito, deseo reiterar que la celebración personal es la forma ordinaria de administrar este Sacramento, y que sólo en "casos de grave necesidad" es legítimo recurrir a la forma comunitaria con confesión y absolución colectiva. Las condiciones requeridas para esta forma de absolución son bien conocidas, recordando en todo caso que nunca se dispensa de la confesión individual sucesiva de los pecados graves, que los fieles han de comprometerse a hacer para que sea válida la absolución (cf. ibíd., 1483). 4. Redescubramos con alegría y confianza este Sacramento. Vivámoslo ante todo para nosotros mismos, como una exigencia profunda y una gracia siempre deseada, para dar renovado vigor e impulso a nuestro camino de santidad y a nuestro ministerio. Al mismo tiempo, esforcémonos en ser auténticos ministros de la misericordia. En efecto, sabemos que en este Sacramento, como en todos los demás, a la vez que testimoniamos una gracia que viene de lo alto y obra por virtud propia, estamos llamados a ser instrumentos activos de la misma. En otras palabras -y eso nos llena de responsabilidad- Dios cuenta también con nosotros, con nuestra disponibilidad y fidelidad, para hacer prodigios en los corazones. Tal vez más que en otros, en la celebración de este Sacramento es importante que los fieles tengan una experiencia viva del rostro de Cristo Buen Pastor. Permitidme, pues, que me detenga con vosotros sobre este tema, como asomándome a los lugares en que cada día -en las Catedrales, en las Parroquias, en los Santuarios o en otro lugar- os hacéis cargo de la administración de este Sacramento. Vienen a la mente las páginas evangélicas que nos presentan más directamente el rostro misericordioso de Dios. ¿Cómo no pensar en el encuentro conmovedor del hijo pródigo con el Padre misericordioso? ¿O en la imagen de la oveja perdida y hallada, que el Pastor toma sobre sus hombros lleno de gozo? El abrazo del Padre, la alegría del Buen Pastor, ha de encontrar un testimonio en cada uno de nosotros, queridos Hermanos, en el momento en que se nos pide ser ministros del perdón para un penitente. Para ilustrar aún mejor algunas dimensiones específicas de este especialísimo coloquio de salvación que es la confesión sacramental, quisiera proponer hoy como "icono bíblico" el encuentro de Jesús con Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10). En efecto, me parece que lo que ocurre entre Jesús y el "jefe de publicanos" de Jericó se asemeja a ciertos aspectos de una celebración del Sacramento de la misericordia. Siguiendo este relato breve, pero tan intenso, queremos descubrir en las actitudes y en la voz de Cristo todos aquellos matices de sabiduría humana y sobrenatural que también nosotros hemos de intentar expresar para que el Sacramento sea vivido en el mejor de los modos. 5.Como sabemos, el relato presenta el encuentro entre Jesús y Zaqueo casi como un hecho casual. Jesús entra en Jericó y lo recorre acompañado por la muchedumbre (cf. Lc 19, 3). Zaqueo parece impulsado sólo por la curiosidad al encaramarse sobre el sicómoro. A veces, el encuentro de Dios con el hombre tiene también la apariencia de la casualidad. Pero nada es "casual" por parte de Dios. Al estar en realidades pastorales muy diversas, a veces puede desanimarnos y desmotivarnos el hecho que no sólo muchos cristianos no hagan el debido caso a la vida sacramental, sino que, a menudo, se acerquen a los Sacramentos de modo superficial. Quien tiene experiencia de confesar, de cómo se llega a este Sacramento en la vida habitual, puede quedar a veces desconcertado ante el hecho de que algunos fieles van a confesarse sin ni siquiera saber bien lo que quieren. Para algunos de ellos, la decisión de ir a confesarse puede estar determinada sólo por la necesidad de ser escuchados. Para otros, por la exigencia de recibir un consejo. Para otros, incluso, por la necesidad psicológica de librarse de la opresión del "sentido de culpa". Muchos sienten la necesidad auténtica de restablecer una relación con Dios, pero se confiesan sin tomar conciencia suficientemente de los compromisos que se derivan, o tal vez haciendo un examen de conciencia muy simple a causa de una falta de formación sobre las implicaciones de una vida moral inspirada en el Evangelio. ¿Qué confesor no ha tenido esta experiencia? Ahora bien, éste es precisamente el caso de Zaqueo. Todo lo que le sucede es asombroso. Si en un determinado momento no se hubiera producido la "sorpresa" de la mirada de Cristo, quizás hubiera permanecido como un espectador mudo de su paso por las calles de Jericó. Jesús habría pasado al lado, pero no dentro de su vida. Él mismo no sospechaba que la curiosidad, que lo llevó a un gesto tan singular, era ya fruto de una misericordia previa, que lo atraía y pronto le transformaría en lo íntimo del corazón. Mis queridos Sacerdotes: pensando en muchos de nuestros penitentes, releamos la estupenda indicación de Lucas sobre la actitud de Cristo: "cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa"" (Lc 19, 5). Cada encuentro con un fiel que nos pide confesarse, aunque sea de modo un tanto superficial por no estar motivado y preparado adecuadamente, puede ser siempre, por la gracia sorprendente de Dios, aquel "lugar" cerca del sicómoro en el cual Cristo levantó los ojos hacia Zaqueo. Para nosotros es imposible valorar cuánto haya penetrado la mirada de Cristo en el alma del publicano de Jericó. Sabemos, sin embargo, que aquellos ojos son los mismos que se fijan en cada uno de nuestros penitentes. En el sacramento de la Reconciliación, nosotros somos instrumentos de un encuentro sobrenatural con sus propias leyes, que solamente debemos seguir y respetar. Para Zaqueo debió ser una experiencia sobrecogedora oír que le llamaban por su nombre. Era un nombre que, para muchos paisanos suyos, estaba cargado de desprecio. Ahora él lo oye pronunciar con un acento de ternura, que no sólo expresaba confianza sino también familiaridad y un apremiante deseo ganarse su amistad. Sí, Jesús habla a Zaqueo como a un amigo de toda la vida, tal vez olvidado, pero sin haber por ello renegado de su fidelidad, y entra así con la dulce fuerza del afecto en la vida y en la casa del amigo encontrado de nuevo: "baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa" (Lc 19, 5). 6. Impacta el tono del lenguaje en el relato de Lucas: ¡todo es tan personalizado, tan delicado, tan afectuoso! No se trata sólo de rasgos conmovedores de humanidad. Dentro de este texto hay una urgencia intrínseca, que Jesús expresa como revelación definitiva de la misericordia de Dios. Dice: "debo quedarme en tu casa" o, para traducir aún más literalmente: "es necesario para mí quedarme en tu casa" (Lc 19, 5). Siguiendo el misterioso sendero que el Padre le ha indicado, Jesús ha encontrado en su camino también a Zaqueo. Se entretiene con él como si fuera un encuentro previsto desde el principio. La casa de este pecador está a punto de convertirse, a pesar de tantas murmuraciones de la humana mezquindad, en un lugar de revelación, en el escenario de un milagro de la misericordia. Ciertamente, esto no sucederá si Zaqueo no libera su corazón de los lazos del egoísmo y de las ataduras de la injusticia cometida con el fraude. Pero la misericordia ya le ha llegado como ofrecimiento gratuito y desbordante. ¡La misericordia le ha precedido! Esto es lo que sucede en todo encuentro sacramental. No pensemos que es el pecador, con su camino autónomo de conversión, quien se gana la misericordia. Al contrario, es la misericordia lo que le impulsa hacia el camino de la conversión. El hombre no puede nada por sí mismo. Y nada merece. La confesión, antes que un camino del hombre hacia Dios, es un visita de Dios a la casa del hombre. Así pues, podremos encontrarnos en cada confesión ante los más diversos tipos de personas. Pero hemos de estar convencidos de una cosa: antes de nuestra invitación, e incluso antes de nuestras palabras sacramentales, los hermanos que solicitan nuestro ministerio están ya arropados por una misericordia que actúa en ellos desde dentro. Ojalá que por nuestras palabras y nuestro ánimo de pastores, siempre atentos a cada persona, capaces también de intuir sus problemas y acompañarles en el camino con delicadeza, transmitiéndoles confianza en la bondad de Dios, lleguemos a ser colaboradores de la misericordia que acoge y del amor que salva. 7. "Debo quedarme en tu casa". Intentemos penetrar más profundamente aún en estas palabras. Son una proclamación. Antes aún de indicar una decisión de Cristo, proclaman la voluntad del Padre. Jesús se presenta como quien ha recibido un mandato preciso. Él mismo tiene una "ley" que observar: la voluntad del Padre, que Él cumple con amor, hasta el punto de hacer de ello su "alimento" (cf. Jn 4, 34). Las palabras con las que Jesús se dirige a Zaqueo no son solamente un modo de establecer una relación, sino el anuncio de un designio de Dios. El encuentro se produce en la perspectiva de la Palabra de Dios, que tiene su perfecta expresión en la Palabra y el Rostro de Cristo. Éste es también el principio necesario de todo auténtico encuentro para la celebración de la Penitencia. Qué lástima si todo se redujera a un mero proceso comunicativo humano. La atención a las leyes de la comunicación humana puede ser útil y no deben descuidarse, pero todo se ha fundar en la Palabra de Dios. Por eso el rito del Sacramento prevé que se proclame también al penitente esta Palabra. Aunque no sea fácil ponerlo en práctica, éste es un detalle que no se ha de infravalorar. Los confesores experimentan continuamente lo difícil que es ilustrar las exigencias de esta Palabra a quien sólo la conoce superficialmente. Es cierto que el momento en que se celebra el Sacramento no es el más apto para cubrir esta laguna. Es preciso que esto se haga, con sabiduría pastoral, en la fase de preparación anterior, ofreciendo las indicaciones fundamentales que permitan a cada uno confrontarse con la verdad del Evangelio. En todo caso, el confesor no dejará de aprovechar el encuentro sacramental para intentar que el penitente vislumbre de algún modo la condescendencia misericordiosa de Dios, que le tiende su mano no para castigarlo, sino para salvarlo. Por lo demás, ¿cómo ocultar las dificultades objetivas que crea la cultura dominante en nuestro tiempo a este respecto? También los cristianos maduros encuentran en ella un obstáculo en su esfuerzo por sintonizar con los mandamientos de Dios y con las orientaciones expresadas por el magisterio de la Iglesia, sobre la base de los mandamientos. Éste es el caso de muchos problemas de ética sexual y familiar, de bioética, de moral profesional y social, pero también de problemas relativos a los deberes relacionados con la práctica religiosa y con la participación en la vida eclesial. Por eso se requiere una labor catequética que no puede recaer sobre el confesor en el momento de administrar el Sacramento. Esto debería intentarse más bien tomándolo como tema de profundización en la preparación a la confesión. En este sentido, pueden ser de gran ayuda las celebraciones penitenciales preparadas de manera comunitaria y que concluyen con la confesión individual. Para perfilar bien todo esto, el "icono bíblico" de Zaqueo ofrece también una indicación importante. En el Sacramento, antes de encontrarse con "los mandamientos de Dios", se encuentra, en Jesús, con "el Dios de los mandamientos". Jesús mismo es quien se presenta a Zaqueo: "me he de quedar en tu casa". Él es el don para Zaqueo y, al mismo tiempo, la "ley de Dios" para Zaqueo. Cuando se encuentra a Jesús como un don, hasta el aspecto más exigente de la ley adquiere la "suavidad" propia de la gracia, según la dinámica sobrenatural que hizo decir a Pablo: "si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Ga 5, 18). Toda celebración de la penitencia debería suscitar en el ánimo del penitente el mismo sobresalto de alegría que las palabras de Cristo provocaron en Zaqueo, el cual "se apresuró a bajar y le recibió con alegría" (Lc19, 6). 8. La precedencia y superabundancia de la misericordia no debe hacer olvidar, sin embargo, que ésta es sólo el presupuesto de la salvación, que se consuma en la medida en que encuentra respuesta por parte del ser humano. En efecto, el perdón concedido en el sacramento de la Reconciliación no es un acto exterior, una especie de "indulto" jurídico, sino un encuentro auténtico y real del penitente con Dios, que restablece la relación de amistad quebrantada por el pecado. La "verdad" de esta relación exige que el hombre acoja el abrazo misericordioso de Dios, superando toda resistencia causada por el pecado. Esto es lo que ocurre en Zaqueo. Al sentirse tratado como "hijo", comienza a pensar y a comportarse como un hijo, y lo demuestra redescubriendo a los hermanos. Bajo la mirada amorosa de Cristo, su corazón se abre al amor del prójimo. De una actitud cerrada, que lo había llevado a enriquecerse sin preocuparse del sufrimiento ajeno, pasa a una actitud de compartir que se expresa en una distribución real y efectiva de su patrimonio: "la mitad de los bienes" a los pobres. La injusticia cometida con el fraude contra los hermanos es reparada con una restitución cuadruplicada: "Y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc 19, 8). Sólo llegados a este punto el amor de Dios alcanza su objetivo y se verifica la salvación: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (Lc 19, 9). Este camino de la salvación, expresado de un modo tan claro en el episodio de Zaqueo, ha de ofrecernos, queridos Sacerdotes, la orientación para desempeñar con sabio equilibrio pastoral nuestra difícil tarea en el ministerio de la confesión. Éste sufre continuamente la fuerza contrastante de dos excesos: el rigorismo y el laxismo. El primero no tiene en cuenta la primera parte del episodio de Zaqueo: la misericordia previa, que impulsa a la conversión y valora también hasta los más pequeños progresos en el amor, porque el Padre quiere hacer lo imposible para salvar al hijo perdido. "Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). El segundo exceso, el laxismo, no tiene en cuenta el hecho de que la salvación plena, la que no solamente se ofrece sino que se recibe, la que verdaderamente sana y reaviva, implica una verdadera conversión a las exigencias del amor de Dios. Si Zaqueo hubiera acogido al Señor en su casa sin llegar a una actitud de apertura al amor, a la reparación del mal cometido, a un propósito firme de vida nueva, no habría recibido en lo más profundo de su ser el perdón que el Señor le había ofrecido con tanta premura. Hay que estar siempre atentos a mantener el justo equilibrio para no incurrir en ninguno de estos dos extremos. El rigorismo oprime y aleja. El laxismo desorienta y crea falsas ilusiones. El ministro del perdón, que encarna para el penitente el rostro del Buen Pastor, debe expresar de igual manera la misericordia previa y el perdón sanador y pacificador. Basándose en estos principios, el sacerdote está llamado a discernir, en el diálogo con el penitente, si éste está preparado para la absolución sacramental. Ciertamente, lo delicado del encuentro con las almas en un momento tan íntimo y a menudo atormentado, impone mucha discreción. Si no consta lo contrario, el sacerdote ha de suponer que, al confesar los pecados, el penitente siente verdadero dolor por ellos, con el consiguiente propósito de enmendarse. Ésta suposición tendrá un fundamento ulterior si la pastoral de la reconciliación sacramental ha sabido preparar subsidios oportunos, facilitando momentos de preparación al Sacramento que ayuden cada uno a madurar en sí una suficiente conciencia de lo que viene a pedir. No obstante, está claro que si hubiera evidencia de lo contrario, el confesor tiene el deber de decir al penitente que todavía no está preparado para la absolución. Si ésta se diera a quien declara explícitamente que no quiere enmendarse, el rito se reduciría a pura quimera, sería incluso como un acto casi mágico, capaz quizás de suscitar una apariencia de paz, pero ciertamente no la paz profunda de la conciencia, garantizada por el abrazo de Dios. 9. A la luz de lo dicho, se ve también mejor por qué el encuentro personal entre el confesor y el penitente es la forma ordinaria de la reconciliación sacramental, mientras que la modalidad de la absolución colectiva tiene un carácter excepcional. Como es sabido, la praxis de la Iglesia ha llegado gradualmente a la celebración privada de la penitencia, después de siglos en que predominó la fórmula de la penitencia pública. Este desarrollo no sólo no ha cambiado la sustancia del Sacramento -y no podía ser de otro modo- sino que ha profundizado en su expresión y en su eficacia. Todo ello no se ha verificado sin la asistencia del Espíritu, que también en esto ha desarrollado la tarea de llevar la Iglesia "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). En efecto, la forma ordinaria de la Reconciliación no sólo expresa bien la verdad de la misericordia divina y el consiguiente perdón, sino que ilumina la verdad misma del hombre en uno de sus aspectos fundamentales: la originalidad de cada persona que, aun viviendo en un ambiente relacional y comunitario, jamás se deja reducir a la condición de una masa informe. Esto explica el eco profundo que suscita en el ánimo el sentirse llamar por el nombre. Saberse conocidos y acogidos como somos, con nuestras características más personales, nos hace sentirnos realmente vivos. La pastoral misma debería tener en mayor consideración este aspecto para equilibrar sabiamente los momentos comunitarios en que se destaca la comunión eclesial, y aquellos en que se atiende a las exigencias de la persona individualmente. Por lo general, las personas esperan que se las reconozca y se las siga, y precisamente a través de esta cercanía sienten más fuerte el amor de Dios. En esta perspectiva, el sacramento de la Reconciliación se presenta como uno de los itinerarios privilegiados de esta pedagogía de la persona. En él, el Buen Pastor, mediante el rostro y la voz del sacerdote, se hace cercano a cada uno, para entablar con él un diálogo personal hecho de escucha, de consejo, de consuelo y de perdón. El amor de Dios es tal que, sin descuidar a los otros, sabe concentrarse en cada uno. Quien recibe la absolución sacramental ha de poder sentir el calor de esta solicitud personal. Tiene que experimentar la intensidad del abrazo paternal ofrecido al hijo pródigo: "Se echó a su cuello y le besó efusivamente" (Lc 15, 20). Debe poder escuchar la voz cálida de amistad que llegó al publicano Zaqueo llamándole por su nombre a una vida nueva (cf. Lc 19, 5). 10. De aquí se deriva también la necesidad de una adecuada preparación del confesor a la celebración de este Sacramento. Ésta debe desarrollarse de tal modo que haga brillar, incluso en las formas externas de la celebración, su dignidad de acto litúrgico, según las normas indicadas por el Ritual de la Penitencia. Eso no excluye la posibilidad de adaptaciones pastorales dictadas por las circunstancias donde se viera su necesidad por verdaderas exigencias de la condición del penitente, a la luz del principio clásico según el cual la salus animarum es la suprema lex de la Iglesia. Dejémonos guiar en esto por la sabiduría de los Santos. Actuemos también con valentía en proponer la confesión a los jóvenes. Estemos en medio de ellos haciéndonos sus amigos y padres, confidentes y confesores. Necesitan encontrar en nosotros las dos figuras, las dos dimensiones. Sintamos la exigencia rigurosa de estar realmente al día en nuestra formación teológica, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos desafíos éticos y siendo siempre fieles al discernimiento del magisterio de la Iglesia. A veces sucede que los fieles, a propósito de ciertas cuestiones éticas de actualidad, salen de la confesión con ideas bastante confusas, en parte porque tampoco encuentran en los confesores la misma línea de juicio. En realidad, quienes ejercen en nombre de Dios y de la Iglesia este delicado ministerio tienen el preciso deber de no cultivar, y menos aún manifestar en el momento de la confesión, valoraciones personales no conformes con lo que la Iglesia enseña y proclama. No se puede confundir con el amor el faltar a la verdad por un malentendido sentido de comprensión. No tenemos la facultad de expresar criterios reductivos a nuestro arbitrio, incluso con la mejor intención. Nuestro cometido es el de ser testigos de Dios, haciéndonos intérpretes de una misericordia que salva y se manifiesta también como juicio sobre el pecado de los hombres. "No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7, 21). 11. Queridos Sacerdotes. Sentidme particularmente cercano a vosotros mientras os reunís en torno a vuestros Obispos en este Jueves Santo del año 2002. Todos hemos vivido un renovado impulso eclesial en el alba del nuevo milenio bajo la consigna de "caminar desde Cristo" (cf. Novo millennio ineunte, 29 ss.). Fue deseo de todos que eso coincidiera con una nueva era de fraternidad y de paz para la humanidad entera. En cambio, hemos visto correr nueva sangre. Hemos sido aún testigos de guerras. Sentimos con angustia la tragedia de la división y el odio que devastan las relaciones entre los pueblos. Además, en cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación, cediendo incluso a las peores manifestaciones del mysterium iniquitatis que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la Iglesia expresa su propia solicitud por las víctimas y se esfuerza por responder con justicia y verdad a cada situación penosa, todos nosotros -conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina- estamos llamados a abrazar el mysterium Crucis y a comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad. Hemos de orar para que Dios, en su providencia, suscite en los corazones un generoso y renovado impulso de ese ideal de total entrega a Cristo que está en la base del ministerio sacerdotal. Es precisamente la fe en Cristo la que nos da fuerza para mirar con confianza el futuro. En efecto, sabemos que el mal está siempre en el corazón del hombre y sólo cuando el hombre se acerca a Cristo y se deja "conquistar" por Él, es capaz de irradiar paz y amor en torno a sí. Como ministros de la Eucaristía y de la Reconciliación sacramental, a nosotros nos compete de manera muy especial la tarea de difundir en el mundo esperanza, bondad y paz. Os deseo que viváis en la paz del corazón, en profunda comunión entre vosotros, con el Obispo y con vuestras comunidades, este día santo en que recordamos, con la institución de la Eucaristía, nuestro "nacimiento" sacerdotal. Con las palabras dirigidas por Cristo a los Apóstoles en el Cenáculo después de la Resurrección, e invocando a la Virgen María, Regina Apostolorum y Regina pacis, os acojo a todos en un abrazo fraterno: Paz, paz a todos y a cada uno de vosotros. ¡Feliz Pascua! Vaticano, 17 de marzo, V Domingo de Cuaresma de 2002, vigésimo cuarto de mi Pontificado.
PRESENTACIÓN
DE LA CARTA DEL PAPA A LOS SACERDOTES El pasado día 21 de marzo tuvo lugar en el Aula Juan Pablo II de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, la presentación de la ya tradicional Carta a los Sacerdotes que, con motivo del Jueves Santo, el Santo Padre dirige cada año a los presbíteros de la Iglesia Católica. El acto de presentación, al que asistieron profesionales de los diversos medios de comunicación, acreditados ante la Oficina de Prensa de la Santa Sede, estuvo presidido por el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero y Mons. Csaba Ternyák, secretario de la misma Congregación. En sus palabras de introducción, el Arzobispo Ternyák indicó el tema central de la Carta, es decir, el sacramento de la reconciliación; más en concreto la confesión individual. Juan Pablo II trató este mismo tema el año pasado. Si ha vuelto a llamar la atención sobre el mismo es porque, en contra de lo que sostienen algunos que niegan la existencia del pecado, el pecado existe. Basta abrir los periódicos, seguir las noticias en los telediarios o navegar por internet para darse cuenta de su existencia y de sus efectos. Se ha pretendido imponer un concepto de hombre aséptico y autónomo, norma de sí mismo, absolutizado. El resultado de esta pretensión es un hombre herido, dividido, prisionero de sí mismo y de su propio mal, productor de remedios ilusorios que agravan cada vez más los mismos males. El Papa describe en su Carta cuáles han sido las circunstancias históricas que han dado origen a su escrito: "Todos hemos vivido un renovado impulso eclesial en el alba del nuevo milenio Fue deseo de todos que eso coincidiera con una nueva era de fraternidad y de paz para la humanidad entera. En cambio, hemos visto correr nueva sangre. Hemos sido aún testigos de guerras. Sentimos con angustia la tragedia de la división y el odio que devastan las relaciones entre los pueblos" (n. 11.). El pecado, pues, se manifiesta en el mundo. Es una realidad que no se puede negar. Y está presente también en los elementos humanos que componen la Iglesia, incluidos los eclesiásticos. No obstante, la Iglesia, experta en humanidad, como afirmaba Pablo VI, y aun llevando en sus miembros las heridas del pecado, es sin embargo portadora de la verdad completa sobre el hombre, segura de que la Redención es una realidad, la Redención realizada por Cristo y de la que la Iglesia es ministra y administradora. El Cardenal Darío Castrillón Hoyos, Prefecto de la Congregación para el Clero, hizo un resumen de la Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes, poniendo de relieve la caridad del Sucesor de Pedro orientada a confirmar en la fe a los ministros sagrados y su misión. El purpurado colombiano destacó tres aspectos del contenido del documento pontificio. En primer lugar la íntima conexión del sacramento de la Reconciliación con la Eucaristía, fuente y culmen de toda la vida cristiana, y al mismo tiempo, manantial de comunión fraterna entre los ministros sagrados y entre éstos y el pueblo de Dios. En este contexto, la Carta recuerda que, en la escuela de la fe, se debe aprender que para un cristiano, el sacramento de la penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves, cometidos después del Bautismo. En segundo lugar la Carta afirma que la confesión sacramental es un coloquio especialísimo, personal y salvífico del hombre con Cristo que perdona, a través del sacerdote, que actúa "in persona Christi Capitis" ("en la persona de Cristo Cabeza"). Cada sacerdote es invitado a ofrecer a todos la oportunidad de un encuentro y de un coloquio personal con el divino Emmanuel, el Dios con nosotros, cuyo epílogo sea la comunión sacramental. En la parábola del "Hijo pródigo" (Lc 15,11-32), al abrazo del Padre, siguió el banquete que festejaba la vuelta del hijo perdido. El perdón sacramental y la participación en la Eucaristía es signo de la renovada comunión con el Padre y con la Iglesia. Finalmente, la Carta presenta la escena bíblica del encuentro de Jesús con Zaqueo, admirable manifestación de la misericordia divina que lleva al hombre penitente a una sincera conversión existencial: a abrirse al amor, a la reparación del mal cometido y a un propósito firme de vida nueva. Es la misericordia divina la que previene el encuentro y la que prepara a Zaqueo para una conversión sincera. Juan Pablo II pone de relieve que la renovación realizada por el sacramento de la Reconciliación afecta no sólo a la comunidad cristiana sino a toda la sociedad civil. La Reconciliación es fuente de paz. Y hoy la sociedad y las naciones tienen mucha necesidad de hombres de paz, de auténticos sembradores de concordia y de respeto recíproco de hombres que tengan el corazón lleno de la paz de Cristo y que la llevan a los demás, a las casas, a las oficinas, a las instituciones, a los lugares de trabajo Los sacerdotes de Cristo deben ser, sobre todo, estos hombres, instrumentos de la gracia divina, administradores de los dones divinos, en especial del sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía. El cardenal prefecto de la Congregación para el Clero no eludió el tema que ha estado en el centro de la opinión pública en este último período por el escándalo provocado en determinados países por algunos sacerdotes que "han cedido incluso a las peores manifestaciones del mysterium iniquitatis que actúa en el mundo". "Puedo afirmar, concluyó su intervención el Cardenal Castrillón Hoyos, que el Santo Padre es solidario con los Obispos y los sacerdotes, sobre todo de aquellas diócesis que se encuentran en el trance de tener que afrontar algunos de estos problemas" . Terminada la presentación de la Carta de Juan Pablo II a los Sacerdotes para el del Jueves Santo, el purpurado respondió a los periodistas que le plantearon el problema de los abusos sexuales y los casos de pederastia, a propósito de los cuales indicó que daría una sola y única respuesta. Comenzó diciendo que en el ambiente de pansexualismo y libertinaje que se ha llegado a crear en el mundo, algunos sacerdotes, hombres también de esta cultura, han cometido el gravísimo delito del abuso sexual. Puesta esta premisa, el Prefecto de la Congregación para el Clero destacó dos cosas: 1. No existe aún una estadística comparativa respecto a otras profesiones, como pueden ser médicos, psiquiatras, psicólogos, educadores, deportistas, periodistas, políticos u otras categorías de personas, incluidos padres y parientes. Se sabe que, según un estudio publicado en la Universidad del Estado de Pensilvania por el profesor Philip Jenkins, cerca del 3% del clero americano tendría tendencias al abuso de menores y el 0'3% del clero sería pederasta. 2. En el momento en que la moral sexual cristiana y la ética sexual civil han sufrido una sensible relajación mundial, paradójicamente, pero también afortunadamente, se ha desarrollado, en no pocos países, un sentido de rechazo y una sensibilidad coyuntural respecto a la pedofilia, con repercusiones penales y económicas como resarcimiento de daños. Pero la pregunta fundamental es: ¿Cuál es la actitud de la Iglesia? La respuesta del Cardenal Castrillón fue clara y contundente. Para ello adujo diversos textos del magisterio pontificio, de la Iglesia, así como cánones del Código de Derecho Canónico y el Código de las Iglesias Católicas Orientales. La Iglesia ha defendido siempre, afirmó el purpurado, la moral pública y el bien común y ha intervenido en defensa de la santidad de vida de los sacerdotes, estableciendo con sus penas canónicas sanciones para estos crímenes. La Iglesia no ha descuidado nunca el problema de los abusos sexuales sobre todo de los Ministros sagrados, no sólo hacia los fieles en general sino de manera especial hacia los menores, para quienes es prioritaria la tarea de educar en la fe y para el proyecto moral cristiano. De todo esto da fe la historia de las Congregaciones y de los Institutos dedicados a la educación y a la promoción humana. A continuación el Cardenal citó el canon 2359, párrafo 2 del Código de Derecho Canónico de 1917, en el que se decía que los que "admitan haber cometido un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo con menores de 16 años de edad, sea suspendido, sea declarado infame, y si goza de oficio, beneficio, dignidad, privilegio, si tiene alguno, sea privado de ellos y en los casos más graves, sea depuesto". Por su parte, el Código de Derecho Canónico reformado en 1983 hace referencia a este problema concreto. En el canon 1395, párrafo 2 dice: "El clérigo que haya cometido otros delitos contra el sexto precepto del Decálogo, si ha sido realmente cometido con un menor de 16 años sea castigado con las justas penas, no excluida la reducción al estado laical, si el caso lo requiere". El canon 1435, párrafo 1 del Código de Derecho Canónico de las Iglesias Orientales habla en los mismos términos. Más recientemente el Papa ha deplorado la gravedad de estos comportamientos llamando firmemente la atención a los Obispos y Sacerdotes a una vigilancia mayor en la fidelidad al compromiso de ejemplaridad moral, sea escribiendo y hablando a los Obispos de los Estados Unidos de América, sea en la Exhortación Apostólica "Iglesia en Oceanía" n. 49. El Papa ha publicado el 30 de abril de 2001 la Carta Apostólica "Sacramentorum sanctitatis tutela" ("Tutela de la santidad de los Sacramentos"), con las "Normas sobre los delitos más graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe". Asumida esta especial competencia por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se evitan riesgos de descuidos y se logra una mayor coordinación entre las Iglesias locales y el centro de gobierno de la Iglesia universal, con el fin de obtener una actitud homogénea por parte de las Iglesias locales, aunque respetando la diversidad de las situaciones y de las personas. El límite de edad de los menores para que se pueda hablar de un acto de pederastia, ha pasado de los 16 a los 18 años. Se ha elevado el límite de edad y además para este tipo de delito la prescripción se ha prolongado a 10 años, a partir del cumplimiento de los 18 años de la víctima, prescindiendo de cuándo haya sido sometida al abuso. Un último elemento que hay que destacar en la normativa de la Iglesia en este campo es que, para evitar el peligro de que se imponga la cultura de la sospecha, es necesario que se lleve a cabo un normal proceso ante un tribunal que confirme las pruebas de culpabilidad aducidas. Se insiste, no obstante, en la rapidez del proceso. Tanto las medidas cautelares como los procesos deben garantizar la preservación de la santidad de la Iglesia, el bien común y los derechos tanto de las víctimas como de los culpables. El Cardenal Castrillón Hoyos concluyó diciendo que las leyes de la Iglesia son serias y severas, y están concebidas dentro de la tradición apostólica de tratar las cosas internas en lo interior, pero esto no significa que en el orden público exterior se substraiga al ordenamiento civil vigente en los diversos países, salvo siempre el caso del sigilo sacramental o del secreto vinculado al ejercicio del ministerio episcopal y al bien común pastoral. TEXTO ÍNTEGRO DE LA CARTA DEL SANTO PADRE A LOS SACERDOTES
14 PERIODISTAS PREPARAN LAS MEDITACIONES DEL VIA CRUCIS ESTE AÑO El director de la Oficina de prensa de la Santa Sede anunciaba el lunes que los textos de las Meditaciones para el Vía Crucis que el Santo Padre presidirá en el Coliseo la noche del Viernes Santo, han sido preparados este año por 14 periodistas que se ocupan de la información Vaticana, y que están acreditados ante la Sala de Prensa de la Santa Sede. Entre ellos se encuentran el español Ángel Gómez Fuentes y la mexicana Valentina Alazraki. Los doce restantes son: John M. Thavis (Estados Unidos), Alexej M. Bukalov (Rusia), Henri Tincq (Francia), Gregory Burke (Estados Unidos), Erich B. Kusch (Alemania), Hiroshi Miyahira (Japón), Jacek Moskwa (Polonia), Marina Ricci (Italia), Aura Miguel Vistas (Portugal), Luigi Accattoli (italia), Sophie De Ravinel (Francia), Marie Czernin (Alemania).
CUARTA
MEDITACIÓN DE CUARESMA: "EL ROSTRO DEL RESUCITADO" "El rostro del Resucitado" fue el tema de la cuarta y ultima meditación de Cuaresma del predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa. En la meditación del viernes, en la que fue fundamental el tema de la esperanza, el padre Cantalamessa comparó con notable originalidad la palabra de Dios a los cables eléctricos: "la palabra de Dios por sí misma está siempre cargada de energía, pero depende sólo de nosotros no interponer aislantes que impidan la sana descarga de alegría y esperanza. "La Cuaresma es tiempo de penitencia y está dominado sobre todo por la idea de la lucha. Tras la Pascua, sin embargo, el dominio pasa a Cristo Resucitado, es decir la alegría y la esperanza". Como consecuencia - explicó el predicador- de esta forma se tiene la ocasión de evangelizar y santificar el sufrimiento, pero menos la alegría. El rostro dolorido del Salvador está totalmente impreso en el corazón de las personas, pero a menudo separado del de la Resurrección. Después de muchos años como predicador de la Casa Pontificia, el padre Cantalamessa manifestó que durante todo este tiempo también él ha estado condicionado por esta situación y pocas veces ha hablado de Cristo resucitado. Sin embargo, cada vez se hace más evidente que evangelizar el placer y la alegría no es menos importante que evangelizar el dolor. "Una de las causas que más alejan a los jóvenes de la fe -advirtió el padre Cantalamessa- es la persuasión de que Dios es enemigo de la alegría, que con Cristo, cada placer, cada fiesta, cualquier expresión de alegría sea pecado". Como contraposición el predicador ha asegurado que "la resurrección de Cristo es la afirmación máxima de que el fin de la vida no es el sufrimiento y la renuncia, sino la alegría". "La resurrección de Cristo -añadió en otro momento de la meditación- es para el universo del espíritu lo mismo que fue para el universo físico, según las teorías más recientes, la gran explosión, el Big-bang inicial, cuando un átomo de materia se transformó en energía y dio comienzo el movimiento de expansión del universo, que todavía continúa tras millones de años. Todo esto existe y se mueve en la Iglesia, extrae la propia fuerza de la resurrección de Cristo. Es el momento en el que la muerte se transformó en vida y la historia en escatología. La potencia de la resurrección de Cristo se manifiesta sobre todo generando esperanza. Sin embargo la palabra "esperanza" extrañamente no aparece en la predicación de Jesús. El padre Cantalamessa explicó este hecho porque Cristo debía primero morir y resucitar para crear el objeto de la esperanza teologal que es una vida con Dios más allá de la muerte. "El ha abierto una brecha en el terrible muro de la muerte, a través del cual todos podemos seguirle. Explicando el importante papel de la esperanza, el predicador indicó que no puede hacerse nada grande sin la esperanza: "cada vez que nace el germen de la esperanza en el corazón de un ser humano ocurre un milagro; todo parece distinto, aunque nada exteriormente haya cambiado". En este momento actual el padre Cantalamessa reivindicó más que nunca la función de la esperanza. "Tras los trágicos hechos del 11 de septiembre, frente a la impotencia de hacer triunfar la razón y la paz en el mundo y frente al espectáculo de violencia que presenta Jerusalén y Tierra Santa , frente a los mismos problemas y escándalos que afligen a la Iglesia, también nosotros estamos tentados, como Jeremías, de entonar nuestro lamento, pero la resurrección de Cristo nos obliga a interrumpir el lamento y transformarlo en esperanza". "La Iglesia tiene que dar al mundo el don de la esperanza Debemos ser profetas de esperanza, no profetas de desgracias".
TERCERA EDICIÓN TÍPICA DEL MISAL ROMANO Esta mañana se ha presentado en la Sala de Prensa de la Santa Sede la Edición Típica del Misal Romano. La publicación de esta tercera edición es el fruto de un trabajo realizado a los largo de 10 años. Sustancialmente el texto es el mismo que la edición precedente con la introducción de algunos nombres de Santos del Calendario Universal, se añaden nuevos formularios para las misas votivas en honor de la Beata Virgen María y se incluyen en el apéndice las oraciones eucarísticas aprobadas para las misas de Reconciliación, para aquellas por varias necesidades y para las misas donde la mayor parte de los fieles sean niños. El Institución General del Misal prevé una ampliación de las posibilidades de distribuir la comunión bajo las dos especies, según el juicio pastoral del obispo diocesano. Ahora inicia una ulterior fase de trabajo, confiada a las Conferencias Episcopales: la revisión de las traducciones, de forma que reflejen con fidelidad el texto oficial latino, en conformidad a las disposiciones de la Instrucción "Liturgia auténtica", aprobada por el Santo Padre el año pasado. Tras la aprobación de la respectiva Conferencia Episcopal, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se ocupará de autorizar la necesaria recognitio antes que el texto entre en uso.
DIÓCESIS
DE LEÓN (ESPAÑA) Monseñor Julián LÓPEZ MARTÍN nació en Toro, diócesis de Zamora el 21 de abril de 1945. Realizó los estudios eclesiásticos en el seminario de Zamora y fue ordenado sacerdote el 30 de junio de 1968. El 1974 obtuvo en Roma el doctorado en Liturgia por el Instituto Pontificio San Anselmo. En Zamora ha desempeñado los cargos de vice párroco y encargado parroquial, profesor de instituto, canónigo, delegado diocesano para la pastoral litúrgica y asesor del Movimiento Familiar Cristiano, director y profesor del Centro Teológico Diocesano y responsable del departamento de pastoral general, miembro del Colegio de Consultores, delegado diocesano para el IV Centenario de la muerte de Santa Teresa de Ávila y para el V Centenario del descubrimiento y evangelización de América y profesor del Liturgia en la Universidad de Salamanca. De 1982 a 1994 ha sido asesor permanente del Secretariado Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española. El 15 de julio de 1994 fue nombrado obispo de Ciudad Rodrigo y recibió la Consagración Episcopal el 25 de septiembre del mismo año. Es también presidente de la Comisión Episcopal para la Liturgia de la Conferencia Episcopal Española. DIÓCESIS
DE PONCE (PUERTO RICO) Monseñor Félix LÁZARO nació en Logroño (España), el 2 marzo de 1936. Tras sus estudios de grado medio y superiores en el Instituto Nacional de su ciudad natal, ingresó en la Orden de los Padres Escolapios. Recibió la ordenación episcopal el 9 de abril de 1961 en Roma. Obtuvo la licenciatura en Filosofía y Teología por la Universidad Pontificia Gregoriana y el doctorado en Teología en 1965. El 23 de agosto de 1970 llegó a Puerto Rico para trabajar en la Universidad Pontificia Católica como profesor de Teología; poco después asumirá la dirección del "Departamento Interfacultativo de Filosofía y Teología" y será Decano del "Colegio de Artes y Humanidades", cargo que desempeña todavía. Es también "Censor Librorum" de la diócesis de Ponce. Ha colaborado en la Conferencia Episcopal de Puerto Rico como miembro de la Comisión para la Cultura y de la Doctrina de la Fe, y para el Ecumenismo. En el Orden de los Padres Escolapios, ha sido dos veces vice-provincial para la Provincia de Nueva York y Puerto Rico. DIÓCESIS
DE TUXPAN (MÉXICO) DIÓCESIS
DE SAN PEDRO SULA (HONDURAS) ARCHIDIÓCESIS
DE SAN SEBASTIÁN DE RÍO DE JANEIRO (BRASIL) DIÓCESIS
DE MALINAS-BRUSELAS (BÉLGICA) DIÓCESIS
DE FARGO (ESTADOS UNIDOS) ENVIADO
DEL PAPA PARA LAS CELEBRACIONES DEL MILENIO DEL NACIMIENTO DE LEÓN
IX
COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO DOMINGO
DE RAMOS (A) Iniciamos hoy la celebración solemne del Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Es nuestra Pascua cristiana. Debemos consagrarnos con especial interés a la contemplación y a la oración. Si tomamos en serio la vida, el problema de la identidad cristiana, las exigencias de la fe, nuestra condición de miembros de la Iglesia, nuestro compromiso con el mundo en que vivimos, como discípulos de Jesucristo, ésta es la ocasión propicia para considerar la situación real de nuestro espíritu, el estado de nuestras relaciones personales con Dios y con los hombres. Hoy comenzamos aclamando a Jesucristo, Rey y Señor, vencedor de la muerte y del infierno. Con la Procesión de los Ramos nos incorporamos sensiblemente al homenaje que le tributaron sus discípulos y los niños, en su entrada en Jerusalén cabalgando en un pollino, para dar cumplimiento a las profecías mesiánicas. Este homenaje es justo, ya que, redimidos en virtud de su sacrificio, conscientes de la libertad de hijos de Dios que él nos ha ganado con su muerte, manifestamos así nuestro agradecimiento. Después haremos la lectura de la Pasión según San Mateo, que contribuye a hacer más vivo el recuerdo. Es una presentación narrativa del kerigma cristiano, tal como es proclamado en la Iglesia desde los comienzos: "Padeció en tiempos de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Resucitó al tercer día de entre los muertos y subió al cielo". Es el tema fundamental de la predicación apostólica; el mismo que la Iglesia debe anunciar a los hombres de todos los tiempos. Este anuncio es un mensaje prometedor; tiene poder salvífico. Apunta a la raíz de todos los desórdenes, para curar nuestros pecados y nuestras miserias, y liberar al hombre de su propia esclavitud. Es, por eso mismo, una invitación insistente a la imitación de Jesucristo; para que sus discípulos adoptemos siempre su actitud y obremos en consecuencia. Con una sola palabra expresa hoy Pablo esta actitud del Señor: "se humilló". Se abatió a sí mismo, aceptó generosamente el dolor, la persecución, las calumnias, la mentira, la injusticia. Abrazó con anchura de corazón los azotes, las espinas, las injurias, la cruz. Sus mismos discípulos, sus íntimos, lo dejaron solo en la hora difícil; lo negaron, lo traicionaron, lo vendieron. Y él no se quejó, ni se defendió. No abrió su boca para protestar. "Como cordero inocente que no da un balido, como oveja llevada al matadero,..." Consciente de lo que hacía, prefirió aceptar la muerte en silencio, obedeciendo al Padre y ofreciendo su vida en sacrificio por la humanidad. Gran lección para nosotros. Tenemos aquí el baremo definitivo para medir nuestra ambición, nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestro espíritu de justicia, nuestro amor a Dios y a los hombres. Los cristianos, ahora más que nunca, hemos de levantar nuestra mirada a esa estampa del Jesús paciente, Siervo de Dios, Sacerdote y Víctima. Desde los dolores de la humanidad, desde lo complicado de nuestros problemas, desde nuestras aporías y falta de luz, debemos levantarnos hacia él por la imitación y el amor. Es precisamente ésta nuestra contribución fundamental a la causa de la humanidad. Ni la violencia, ni el terrorismo, ni la injusta distribución de la riqueza, ni las manipulaciones políticas, ni las discriminaciones irritantes de personas o de pueblos podrán conjurarse si el corazón de los hombres no se conmueve ante el espectáculo del Cristo sufriente que provoca buenos sentimientos en los corazones nobles de tantas personas interesadas en la paz. Para que el mundo sea bueno, deben serlo primero los hombres, y esto sólo se consigue desterrando la soberbia, destruyendo la ambición, controlando los instintos, encauzando las pasiones y los deseos del corazón. Labor difícil para el hombre, sólo alcanzable si se acepta a Jesucristo "y éste crucificado". Apresurémonos, pues, a participar en los misterios pascuales, para que, llenos de la gracia santificante, vivamos generosamente, esperando el cumplimiento de las promesas divinas.
MILES DE COLOMBIANOS VISITAN LA CAPILLA ARDIENTE DEL PRELADO ASESINADO En medio del estupor internacional y de la pesadumbre de miles de colombianos se celebró el martes el funeral del arzobispo de Cali, Mons. Isaías Duarte Cancino, asesinado el sábado en un barrio popular de esta ciudad cuando salía de presidir una ceremonia colectiva de matrimonios. Pastor generoso y valiente - afirmaba Juan Pablo II un día después durante el Ángelus - que ha pagado con tal alto precio su enérgica defensa de la vida humana y su firme oposición a todo tipo de violencia. Miles de colombianos desfilaron el lunes ante la capilla ardiente del arzobispo, instalada en la catedral de san Pedro de Cali, donde descansarán sus restos. La catedral de Cali no ha cerrado sus puertas desde que el cuerpo fue trasladado del Instituto de Medicina Legal, en la madrugada del domingo. Algunas personas, que lloraron y besaron el féretro, pasaron estas dos últimas noches en el templo. El martes los caleños, quienes durante tres días velaron el cuerpo de monseñor, dieron el último adiós a quien siempre lideró campañas contra el secuestro y cuestionó a los violentos. "Colombia no puede seguir con una violencia ciega como ésta, ni con diálogos mentirosos que no llevan a ninguna parte" declaraba el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero", agregando que la muerte de mons. Duarte Cancino "es una cuota de sangre que nos lleva a todos a la vergüenza y a un punto grave en este caos creado por la locura de la violencia". El arzobispo asesinado se había caracterizado siempre por sus posiciones "contra la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico" recordaba el cardenal Castrillón Hoyos. Sin embargo, la baraja de hipótesis sobre el asesinato, ha quedado prácticamente reducida a la presunta responsabilidad del narcotráfico, después de que las guerrillas de las FARC y el ELN negaran su implicación en el crimen. Esta probabilidad cobró mayor fuerza en el "comité interinstitucional" creado para esclarecer el asesinato, que conmueve a Colombia desde el pasado sábado. Una de las iniciativas que impulsó el prelado asesinado fue el Vía Crucis Nacional por la Vida, la Justicia y La Paz que precisamente durante estos días estaba recorriendo los pueblecitos del país. En cada una de las Estaciones y poblaciones por las que ha peregrinado la Cruz del Vía crucis Nacional, los habitantes han combinado el fervor religioso con muestras de folclore y cultura popular, como una manera de aceptar y comprometerse a luchar para que existan las condiciones que permitan a todos vivir en paz y de forma digna. El arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal española, cardenal Antonio María Rouco Varela, envió una carta al presidente del episcopado colombiano, Mons. Alberto Giraldo Jaramillo, arzobispo de Medellín, en la que manifiesta la condolencia de todos los obispos españoles ante el asesinato de Mons. Duarte.
FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ EN ROMA El 19 de marzo, el Pontificio Colegio Español de San José de Roma celebró a su Patrón. El punto central fue una concelebración eucarística en la que el Prefecto de la Congregación para los Obispos, Cardenal Giovanni Battista Re, pronunció la homilía. En la festividad de San José, el Presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales celebró la Santa Misa para la Guardia Suiza, en la Capilla de San Martín y Sebastián, en el Vaticano. En su homilía, el prelado destacó su aprecio por el callado servicio que prestan los miembros de este cuerpo de Guardia al servicio del Santo Padre. Y, comparando la figura de San José, hombre justo, hombre del silencio, que cuidó a Jesús y María en todo momento, Mons. Foley destacó la solicitud, esmero y responsabilidad que les caracteriza en la misión que les ha confiado la Iglesia, precisamente, al servicio del Sucesor de Pedro.
X JORNADA DE ORACIÓN Y AYUNO POR LOS MISIONEROS MÁRTIRES El domingo se celebró la X Jornada de oración y ayuno por los misioneros mártires, promovida anualmente por el movimiento juvenil misionero de las Obras Misionales Pontificias en el aniversario de la muerte de Mons. Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo de 1980. En el año 2001 han ofrecido su vida por el Evangelio en tierras de misión 30 misioneros y misioneras. Durante la noche se celebraron veladas de oración en las comunidades parroquiales y en los institutos religiosos, acompañadas de un gesto de solidaridad hacia la población afgana. |