ENCUENTRO DE REPRESENTANTES DE COMUNICACIÓN.
CONFERENCIAS EPISCOPALES DE AMÉRICA
(MONTERREY, MÉXICO, 5 de abril de 2003)
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Antes que nada, deseo agradecer su presencia en este Encuentro Continental de Comisiones de Comunicación Social de las Conferencias Episcopales de América.
Los aquí presentes servimos al mismo Señor, compartimos una misma fe, un solo bautismo, y tengo la esperanza de que en estos días podamos descubrir nuevas formas de compartir con los demás, a través de los medios de comunicación social, el precioso don de la fe en Jesucristo Nuestro Señor.
Nuestro continente es afortunado por el hecho de tener una mayor facilidad de comunicación respecto a otros continentes, pues existen sólo cuatro idiomas mayoritarios: español, inglés, portugués y francés. Obviamente, existen también otras lenguas autóctonas en las cuales la Iglesia se ha estado comunicando a nivel local durante décadas -e incluso siglos-. También existen los idiomas de los emigrantes de Europa y Asia, usadas asimismo en los contextos eclesiales.
Once año atrás, nuestro Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales publicó la Instrucción Pastoral "Aetatis novae", "En los albores de una nueva era", con ocasión del vigésimo aniversario de la publicación de la Instrucción Pastoral bautizada "Communio et progressio" por el Concilio Vaticano II.
La nueva era, sobre la cual Aetatis novae llamó la atención, se refería a una serie de acontecimientos importantes: la caída del comunismo en Europa Central y del Este; el cercano, y hoy ya iniciado, tercer milenio y la continua evolución y revolución de la tecnología de las comunicaciones.
Nuestro Consejo anticipó en gran medida la importancia del Internet al desarrollar, hace más de quince años, la RIIAL (Red Informática de la Iglesia en América Latina).
Estábamos y seguimos convencidos de que la Iglesia en América no sólo es el grupo religioso más numeroso del continente, sino que en muchos aspectos es la institución cultural más importante en el hemisferio Occidental. Una mayor facilidad de comunicación en el interior de la Iglesia del continente y, por supuesto, con la Santa Sede en Roma, no puede sino beneficiar a los católicos en América y en el mundo.
De todas maneras, incluso ya antes de la RIIAL nuestro Pontificio Consejo estaba cooperando activamente con las Comisiones Episcopales de Comunicación del continente, al ofrecer la transmisión televisiva a escala mundial de las ceremonias papales de Navidad, Viernes Santo y Pascua, así como de otros grandes acontecimientos eclesiales.
De hecho esta emisión televisiva nació a instancias de América Latina -de Argentina, para ser más precisos-. Desde 1974, con la apertura de la Puerta Santa en San Pedro para el Año Santo de 1975, nuestro Pontificio Consejo ha cooperado con las Comisiones Episcopales y las emisoras de televisión ofreciendo la transmisión de las ceremonias del Santo Padre a unas setenta naciones alrededor del mundo.
La cadena de televisión italiana RAI, que realiza la transmisión de estos programas junto con el Centro Televisivo Vaticano, calculó que la apertura de la Puerta Santa el 24 de Diciembre en 1999, al inicio el Gran Jubileo del año 2000, atrajo una audiencia de dos billones de personas, es decir un tercio de la población mundial.
Hago referencia a estas transmisiones porque probablemente la persona con mayor autoridad moral en el mundo actual es el Papa Juan Pablo II. Nuestra Iglesia es católica, universal, y la llamada del Santo Padre va más allá de las comunidades católicas; alcanza a millones de personas a lo ancho del planeta, que de otra manera nunca escucharían la Buena Noticia de Jesucristo.
Ojalá que la promoción de estas emisiones televisivas sea parte importante del trabajo de sus Comisiones de comunicación, ya que no solamente son uno de los pocos programas religiosos con presencia en canales de televisión públicos o privados, sino por su especial belleza y significado, que dan prestigio al canal que los emite.
Se sabe asimismo que estas transmisiones litúrgicas del Santo Padre son las emisiones religiosas más populares en el mundo, con una audiencia mucho mayor a las que puedan tener los "tele-evangélicos" fundamentalistas de todos conocidos.
Así pues, no tengamos miedo de seguir el ejemplo del Santo Padre y entrar directamente en los campos de la televisión, la radio e Internet para llevar a la población de todo el continente el mensaje de la verdadera Iglesia, fundada por Jesucristo
Como ustedes recordarán, el Anexo de "Aetatis novae" ofrecía unos "Elementos de un Plan Pastoral de Comunicaciones".
Siempre hemos dicho que cada Conferencia Episcopal, y por supuesto cada Diócesis, debería tener un plan pastoral para las comunicaciones, y que estas comunicaciones deberían ser parte integral de cada plan pastoral, ya sea en educación, salud, caridad o justicia social.
Para mí, y creo que para todos nosotros, la comunicación es la responsabilidad más importante de la Iglesia. Por ello mismo desearía recordarles una Instrucción de otro departamento de la Curia Romana, la Congregación para la Educación Católica, que ya en 1984 exhortó a llevar a cabo un activo programa de formación de futuros sacerdotes para la comunicación en cada seminario.
Lamento decir que, a pesar de la importancia de esta Instrucción para la nueva evangelización e incluso para la profundización de la fe entre los católicos, permaneció como letra muerta en muchas Conferencias Episcopales y como programa inexistente en muchos Seminarios.
Pregunto, ¿de qué sirve enseñar a los futuros sacerdotes del continente el contenido de nuestra fe cristiana y católica, si no les enseñamos cómo compartirla y cómo comunicarla a los demás?
No sólo debería haber programas de formación en comunicación en cada seminario, sino que también cada curso en cada seminario debería ser en sí mismo un modelo de comunicación.
Con frecuencia digo que Jesús nos pidió traer fuego a la tierra, y sin embargo nos obstinamos en arrojar sábanas mojadas sobre las chispas de fe y buena voluntad que podrían surgir, dada a la mediocridad de nuestras iniciativas al comunicar nuestra fe a los demás.
Otra área descuidada incluso por nuestras escuelas católicas, es la educación de los estudiantes para ser perceptores inteligentes de los media. Literatura e historia, ciertamente, forman parte del currículo de la escuela, pero gran parte de la literatura de nuestro tiempo está contenida en dramas y series televisivas, y mucha de la historia de nuestra época se difunde a través de periódicos, radio y televisión o cine. ¿Enseñamos a los jóvenes cómo usar de manera fructífera los medios, o más bien renunciamos a nuestras responsabilidades calificando a los mass media como mero entretenimiento? Este supuesto entretenimiento es el que está formando a las generaciones del futuro, y nosotros deberíamos ayudarles a usar esos medios como parte de su formación. ¿Qué planes se tienen para lanzarse a la formación de los jóvenes en materia de comunicación, no sólo para que sean perceptores inteligentes de los media, sino también para que aporten mensajes y participen en la toma de decisiones sobre esos mismos medios?
Otra área en la cual deberían ser activas no sólo cada diócesis sino incluso cada parroquia, es en el campo de las relaciones públicas. Deberíamos dar a conocer a la prensa o radios locales y comunitarias, las buenas noticias de cada parroquia, por ejemplo los nombres de quienes reciben la Primera Comunión, y qué significa ese sacramento, o bien las noticias de la llegada de nuevos sacerdotes a la comunidad, diáconos o religiosos; o notas sobre de la visita del Obispo para las confirmaciones u otras ocasiones especiales.
Muchas veces nos quejamos de que los medios de comunicación no presentan las actividades de la Iglesia, y con frecuencia es porque no les decimos nada y esperamos que ellos se enteren y lo difundan. Todo lo que podamos hacer para ayudar a los medios a hacer mejor su trabajo, hará que se abran a recibir noticias nuestras.
El Santo Padre ha dicho que la Iglesia debe ser una casa de cristal. Pues bien, ¡no podemos permitir que el cristal se oscurezca con vapor o suciedad!
Obviamente son necesarias unas eficaces relaciones públicas por parte de la Conferencia Episcopal a nivel nacional, pero habrían de darse también a nivel de cada comunidad.
En la Conferencia y/o a nivel diocesano, deberían realizarse asimismo ceremonias de premiación a la excelencia en el trabajo a lo largo una vida, o para aquellos que han realizado con responsabilidad reportajes o artículos particularmente buenos durante el año.
Con frecuencia nos apresuramos a criticar lo que consideramos un reportaje, un artículo o una realización objetables. No siempre estamos dispuestos a reconocer y valorar el trabajo bien hecho.
Si deseamos el beneficio de una mayor responsabilidad en reportajes y artículos, debemos estar prontos y dispuestos a reconocerlos cuando se dan.
Si consideramos que la calidad en la comunicación es un bien escaso, y algún profesional logra ofrecerla, entonces debemos ser diligentes en darlo a conocer.
¿Y si delineáramos algunos proyectos de premios o reconocimientos que pudiéramos patrocinar juntos, sea entre los grupos de la misma lengua o a nivel continental?
Si he hablado acerca de la educación en la comunicación, la formación y las relaciones públicas, francamente es porque estas son las áreas menos conocidas.
Todos ustedes conocen bien la necesidad de que la Iglesia entre en radio, televisión y publicaciones escritas. La verdad es que, desde nuestra perspectiva en Roma, a veces vemos a la gente más interesada en los aparatos de comunicación que en el contenido y en el modo de que éste sea presentado de manera atractiva y llamativa. Jesús era capaz de atraer a cinco mil personas a un lugar desértico a escuchar su palabra, ¡y es él quien se preocupó de que no tenían qué comer! Nosotros tenemos la posibilidad de alcanzar a las personas en sus casas, pero ¿cuántos de ellos sintonizan nuestros canales de televisión o estaciones radiales, o cuántos leen nuestras publicaciones?
Es por ello que la cooperación continental se revela tan necesaria, dados los costos que comporta la buena calidad. Nosotros tenemos el mensaje de mayor calidad; el problema está en que no lo presentamos del modo más profesional y atractivo.
Sugeriría que en estos días reflexionemos sobre una posible pastoral continental de las comunicacio1nes para América en esta forma:
1) un marco de referencia;
2) una valoración sobre nuestras posibilidades de comunicación y cómo las estamos usando;
3) una estructura apropiada para la Iglesia en lo que se refiere a la comunicación social para la evangelización, catequesis y educación, servicio a la sociedad y cooperación ecuménica;
4) educación a los media y formación;
5) pastoral dirigida a -y diálogo con- los profesionales de la comunicación;
6) formas para obtener financiación.
Estos últimos seis pasos son sugeridos por "Aetatis Novae". Ellos son esenciales para el desarrollo de cualquier plan pastoral efectivo en comunicaciones.
De todas maneras, quisiera referirme a una necesidad todavía más básica: que nuestros mensajeros no sólo sean comunicadores efectivos del mensaje, sino que se transformen ellos mismos en modelos de mensaje; que ellos -que nosotros- nos hagamos santos; que, como el Concilio Vaticano II lo pide, revelemos y no escondamos el auténtico rostro de Dios.