PALABRAS DEL EXCMO. PRESIDENTE JOHN P. FOLEY A LOS PARTICIPANTES EN EL
CONGRESO CONTINENTAL SOBRE IGLESIA E INFORMÁTICA
Monterrey, 2 de abril de 2003

Saludos y bienvenida

Un fraterno y cordial saludo a todos ustedes, en primer lugar a nuestros anfitriones, los Excelentísimos señores Obispos mexicanos aquí presentes: al Emmo. Sr. Cardenal Emérito Suárez Rivera y el Obispo Auxiliar Mons. Gustavo Rodríguez, que nos ofrecen su generosa hospitalidad. Al Señor Nuncio Bertello, que gentilmente aceptó estar entre nosotros hoy. A Mons. Abelardo Alvarado y Mons. Ortiz Mondragón, de la Conferencia del Episcopado Mexicano, que desde el principio ofrecieron a México como anfitrión de este Congreso. Saludo también a Mons. Jorge Jiménez, gran amigo y Presidente del CELAM, con quien llevamos adelante desde hace años una colaboración fructuosa y eficaz en este campo.

Mi más cordial bienvenida a los Conferenciantes y a todos ustedes aquí presentes, venidos de cerca y de lejos, y a quienes nos escuchan a través de Internet. Es una gran alegría ver cumplido un sueño surgido hace ya varios años, y que se ha hecho realidad con el trabajo perseverante de muchas personas, especialmente de la Organización local a la que saludo con particular afecto.

El clima internacional, tan oscurecido en estas semanas, no ha logrado descorazonarnos. Algunas personas que habrían deseado participar nos seguirán a través del Congreso Virtual. Como quiera que sea, el hecho mismo de celebrar el Congreso es ya una providencia de Dios, con lo cual estamos llenos de esperanza y confiando en que Él mismo hará que los frutos sean abundantes.

¿Cuál es el objetivo de este evento? ¿Por qué hacer el esfuerzo de trasladarnos hasta Monterrey y poner los medios para un encuentro de estas características? El Sínodo de América nos dio la clave para realizar una reflexión de alcance panamericano; ya los Padres sinodales en su momento propusieron la coordinación de actividades a nivel de todo el continente (Cfr. Ecclesia in America, 72). Vemos, como en una pintura impresionista, la geografía americana con sus millones de rostros, diversos en rasgos y matices de piel; sus medios de comunicación y soledades colectivas; computadoras, satélites, teléfonos celulares; opulencia y pobreza que nos interpelan profundamente. Atraviesa todo este cuadro la luz de una Presencia silenciosa pero eficaz, que es la que nos congrega aquí el día de hoy: la de Aquél por quien vivimos, nos movemos y existimos.

Nuestro objetivo no es del de hacer cosas espectaculares. Sucede, en cambio, que usamos los medios de comunicación social, y a la vez creemos en el valor de la comunicación personal. El contacto virtual y el diálogo directo se complementan maravillosamente. Estamos aquí para conocernos, para hablar, escucharnos unos a otros y dar juntos ese salto hacia adelante al cual el Papa Juan Pablo II nos invitaba en la Terzo millenio ineunte. Deseamos actuar en sintonía, en colaboración, en red, oteando hacia dónde es oportuno dirigir nuestros esfuerzos. Aquí se reforzarán antiguas amistades, surgirán otras nuevas, se perfilarán proyectos e iniciativas; estamos abiertos al Espíritu Santo para poner los instrumentos tecnológicos al servicio de la persona humana, de las comunidades, de la comunión y el progreso. Cuando volvamos a nuestros lugares habituales de trabajo, los correos electrónicos, las páginas web y los proyectos virtuales tendrán una mayor carga humana y de fe que hará nuestra labor común más rica y duradera.

Contexto de hoy
"¿Cómo hacer accesible el mensaje de la Iglesia a las nuevas culturas, a las formas actuales de la inteligencia y de la sensibilidad? ¿Cómo puede la Iglesia de Cristo hacerse oír por el espíritu moderno, tan orgulloso de sus realizaciones y al mismo tiempo tan inquieto por el futuro de la familia humana?" (Juan Pablo II, Discurso al Consejo Pontificio de la Cultura, 15 de enero de 1985).

Creo que todos somos conscientes de hasta qué punto los debates centrales de nuestro tiempo se juegan en los medios de comunicación social. Ante nuestros ojos se desarrolla una verdadera batalla cultural, con la pugna de diversos modelos de persona humana, distintos modelos de sociedad y diversos valores -o antivalores- en el fondo del debate. La Iglesia, amigos míos, no puede, no debe dejar que "el rostro de Cristo" esté ausente en ese panorama. Más aún, tiene la misión específica de dar testimonio, con la palabra y con las obras, de la mejor de las Noticias que el hombre puede recibir. Ese debate, como digo, se desarrolla en y a través de los medios de comunicación social; la informática es un nuevo medio, y además se constituye progresivamente en soporte de los medios tradicionales.

Los Conferenciantes nos hablarán sobre la comunicación mundial, concentrada en menos manos, y -paradójicamente- sobre la aparición del instrumento tecnológico (Internet) que permite por primera vez la "construcción colectiva de cultura", y un acceso desde casi cualquier punto del globo. Internet tiene, sin embargo, un grave desafío: la llamada "brecha digital". Sólo el 7% de la población mundial participa de este banquete cultural. De ese 7%, más de la mitad está en los Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón. Afortunadamente hay iniciativas internacionales serias y articuladas para intentar paliar este problema: en junio de este año se celebrará la tercera Conferencia Mundial sobre Infopobreza, y en diciembre tendrá lugar la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información. Con esas reuniones, la ONU y otros organismos internacionales se muestran conscientes de la importancia del momento para integrar a los excluidos. Están definiendo prioridades como infraestructura, aspectos legales que favorezcan el desarrollo tecnológico, etc. Sus idearios hacen continua referencia a la solidaridad y a la prioridad de trabajar por la "integración digital"; reafirman los derechos humanos y los valores democráticos. Todo este sueño, sin embargo, no puede construirse sólo sobre las bases de la tecnología y la economía. La verdadera protagonista de la Sociedad de la Información es la persona humana; los hombres y mujeres realmente existentes, los que hoy poblamos la tierra, sobre todo los niños y jóvenes.

Cultura, fe, comunicación
Éste constituye para la Iglesia un gigantesco desafío. La Sociedad de la Información quedaría vacía si ignorara los factores humanos, éticos y espirituales que la sostienen. Valores concretos que casi se dan por descontado, como la solidaridad, la generosidad, la participación ciudadana, la libertad responsable, no se improvisan; se cultivan a través de la educación familiar, escolar y también la mediática; una educación que debe ser particularmente esmerada cuando se dirige a los mandos intermedios, a los especialistas en tecnología, economía, servicios, administración pública. Los instrumentos tecnológicos, por sí mismos, no solucionan los problemas. Es su uso acertado el que puede abrir estupendos horizontes. Cuanto más tecnificada una sociedad, más importancia reviste la persona humana y el misterio de su dignidad. Cuanto más datos y mayor información se tienen, más importante es tener un criterio de análisis y una jerarquía de valores para convertir esa Sociedad de la Información en Sociedad del Conocimiento, y más aún, de la Sabiduría.

Esta cultura tecnificada, cuyo desarrollo tiene como clave la comunicación, no puede descuidar aspectos tan básicos como la valoración de la existencia de cada uno, la educación para la paz y la solución de conflictos, la formación para el diálogo y el trabajo en equipo, el conocimiento de la cultura propia y ajena, la acertada comprensión de la historia y de la propia identidad, la ética y la humilde apertura a la trascendencia. Hoy estos aprendizajes tan fundamentales no siempre son ofrecidos por las familias o las escuelas; y de forma indirecta son promovidos o ignorados según los mensajes mediáticos. Por ello se dice que estos Medios configuran y marcan la cultura "global".

Cuando decimos "cultura" no nos referimos a una carga más o menos intensa de información o datos que pueda poseer una persona. La cultura es ese modo particular en el cual los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia plenamente humana (cf. Gaudium et Spes, n. 53). La cultura abarca toda la actividad de la persona, su inteligencia y su afectividad, su búsqueda de sentido, sus costumbres y sus recursos éticos, su espiritualidad.

Por ello este Congreso, en la modestia de sus dimensiones, contribuye a la reflexión que la sociedad está realizando sobre esta temática de incontestable actualidad, y desea aportar no sólo unos principios y un marco de referencia, sino también unas formas de actuación que ya pongan en acto tales principios. La Iglesia desea ofrecer su grano de arena para que esa nueva sociedad sea realmente justa y solidaria. Para ello actúa del modo como el Señor nos encomendó esta presencia en el mundo: como levadura en medio de la masa. Hay que hacer recurso a la capacidad eclesial de expresarse en múltiples lenguajes, para ser fieles al mandato del Señor Resucitado: "Id y enseñad a todas las naciones". En este momento de convergencia entre fe, cultura y comunicación, nuestra coherencia es, si cabe, más importante aún que los adelantos tecnológicos que utilicemos.

De granos de trigo a pan
Las personas, grupos, movimientos o congregaciones que trabajan con entusiasmo en el campo de la comunicación social, y concretamente el de la informática, sienten el deber de ofrecer su carisma a la Iglesia y al mundo. Y ciertamente, deben hacerlo. Pero tomemos conciencia de que hoy esta aportación ha de ser ofrecida en una clave distinta de hace unos años, en que había el riesgo de la atomización, el desconocimiento mutuo. Es momento de actuar en forma mucho más coordinada y con espíritu de cuerpo. Hoy -providencialmente- incluso la tecnología juega a favor del Espíritu Santo y nos impulsa al trabajo en red, a la colaboración, los enfoques interdisciplinares. Nadie tiene que perder su identidad; cada uno sigue siendo lo que es, y junto con los demás forma ese Cuerpo del Señor que es la Iglesia.

Este nuevo panorama nos supone una conversión, no sólo de los corazones, que es la primera y principal, sino las que le siguen y suelen ser más laboriosas de cambiar: rutinas de aislamiento en el trabajo, metodologías estrechas e individualistas, deseos de brillar en solitario. Estamos llamados a ser cuerpo, red, pan que se comparte y da vida.

¿Con qué claves?
Estando en tierra mexicana, nos inspira particularmente Nuestra Señora de Guadalupe, que -ella sola- es una inagotable lección para inculturar el Evangelio. De ella aprendemos que hemos de actuar con creatividad, con amor a las personas, con belleza. Retomando todo aquello bueno y verdadero que hay en esta cultura digital, y ofrecerle la luz, la paz, el gozo de Dios-con-nosotros. Que Ella nos acompañe y guíe en esta apasionante tarea. Muchas gracias.