MISA CELEBRADA CON MOTIVO DE LA REUNION CONTINENTAL DE COMISIONES EPISCOPALES PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES. MONTERREY (MÉXICO), 6 DE ABRIL DE 2003

Queridos hermanos y hermanas en el Señor. Hemos estado viviendo unos días de intenso significado. La oscura situación internacional ciertamente pesa en el ánimo de todos y, en gran manera, ha determinado la preparación y el desarrollo del Congreso que acaba de clausurarse y en el que hemos depositado nuestro compromiso y nuestra esperanza de futuro en clave de comunicación de los tesoros del Evangelio de los que somos depositarios. Acerca de dicho Congreso les diría que muchas realidades han sido detectadas y muchas pistas abiertas, pero es sobre todo, repito, el futuro el que nos irá revelando la verdadera significación de este momento. No es presunción decir que el Espíritu Santo nos ha estado -y nos seguirá- acompañando, por que la finalidad que nos congrega es, nada menos, que la construcción de “una red humana de respuestas y ayudas” a las necesidades materiales y espirituales de todos aquellos que, como en el Evangelio de hoy, claman por “ver a Jesús”.

“Quisiéramos ver a Jesús”. Los hechos que narra el cuarto Evangelio, además de realidad, suelen ser transparencia de una idea. Los escrituristas nos dicen que, en la petición de aquellos peregrinos que buscaban entrevistarse con Jesús, San Juan entiende la voz del mundo pagano abierto al cristianismo. Es también lo que el mundo de hoy reclama unas veces a voz en grito y, otras muchas veces, en un silencio lleno de significado y, más que con la mirada de los ojos de sus rostros, con la mirada del espíritu: Hoy como ayer se busca penetrar con el corazón y con la inteligencia en la realidad profunda. Nosotros además también de querer ver a Cristo, conocerlo, comprenderlo, tenemos el deber de encarnarlo, proclamarlo... y para ello disponemos de viejos y nuevos medios, algunos apenas puestos por la Providencia a nuestra disposición, cuya naturaleza y posibilidades debemos desentrañar. Estos medios o instrumentos hoy se llaman medios de comunicación social, nuevas tecnologías, informática y telemática...Internet...

Dichosos nosotros que tenemos la gozosa responsabilidad, que tenemos el oficio y carisma necesarios para el cumplimiento de esta misión maravillosa. Y al propio tiempo ¡ay de nosotros! si no sabemos estar a la altura de lo que nuestra responsabilidad de pastores, unida a los signos de los tiempos, nos exige . Ahí entra en juego la misión de limpiar de escorias la inteligencia y poner en buena disposición la voluntad. El hombre es tal por su capacidad de comunicar y la esencia del Mensaje de Cristo es la consumación en la caridad que la cruz y la resurrección expresan. Todos aquellos que quieren ver están indicando una puerta abierta a la fe, a la esperanza y a la caridad, si no son estas mismas virtudes las que, de modo incipiente están asomando a sus ojos y nosotros, no me canso de repetirlo, tenemos el deber de mostrar este mensaje de salvación en todas sus facetas: visibles e invisibles, materiales y espirituales, en un esfuerzo de Iglesia que sea eco permanente e indefectible de la voz de los sucesores de Pedro y de los apóstoles.

“Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi”. La cruz de Cristo es siempre el centro y siempre el presente de la Historia. La cruz que es faceta y preanuncio de la única realidad gloriosa de Cristo muerto, resucitado, prenda de nuestra propia resurrección y expresión de fidelidad a la misión recibida: “¡Pero si por esto he venido, para esta hora! Padre, glorifica tu nombre”. Cada vez que decimos el Padrenuestro –“santificado (que es lo mismo que decir “glorificado”) sea tu nombre- nos hacemos eco del Cristo doloroso, de Jesús redentor: tan divino, tan humano y tan nuestro. Quienes con mirada sencilla descubren esta cruz de Cristo, signo y realidad de un infinito amor, no pueden por menos que dejarse llevar por su atracción.

Nosotros, gentes de Iglesia, sabemos que en el arca del Evangelio encontraremos cosas nuevas y viejas que nos ayudarán a comunicar la suprema verdad y la suprema belleza a quienes desean “ver a Jesús”, a aquella humanidad que, sean las que sean las circunstancias por las que atraviese está, en lo profundo de su ánimo, deseando repetir con San Agustín (Confesiones, libro X, cap. 27): “Tarde te amé, oh belleza divina, para mi tan nueva y tan antigua.(...) Tu me llamaste y tu grito atravesó mi sordera. Tu resplandeciste y tus rayos disiparon mi ceguera.(...) Tu me tocaste y el deseo de ti no hizo más que aumentar.

Disponemos de medios viejos y nuevos para ello, para hacer oír, para hacer ver, casi para hacer tocar... ¿no vamos a utilizarlos?