DISCURSO DEL SANTO
PADRE
con ocasión del IV Encuentro Mundial de las Familias
(22-26 de enero de 2003)
1. Estoy con vosotros con el pensamiento y la oración, queridas familias
de Filipinas y de tantas regiones de la tierra, reunidas en Manila con motivo
de vuestro IV Encuentro Mundial: ¡os saludo con afecto en el nombre del
Señor!
En esta ocasión, me es grato dirigir un cordial saludo y la bendición a todas las familias del mundo, que representáis: a todos "gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro" (1 Tm 1,2).
Agradezco al Señor Cardenal Alfonso López Trujillo, Legado Pontificio,
las amables palabras que me ha dirigido, también en nombre vuestro. A
él y a sus colaboradores en el Consejo Pontificio para la Familia deseo
expresar mi satisfación por el cuidadoso y esmerado empeño que
han puesto en la preparación de este Encuentro. Mi viva gratitud también
al Señor Cardenal Jaime Sin, Arzobispo de Manila, que os acoge con generosidad
en estos días.
2. Sé que en la sesión teológico-pastoral que acabáis
de celebrar habéis profundizado en el tema: "La familia cristiana,
buena noticia para el tercer milenio". He elegido estas palabras, para
vuestro Encuentro Mundial, con el fin de subrayar la sublime misión de
la familia que, acogiendo el Evangelio y dejándose iluminar por su mensaje,
asume el necesario compromiso de dar testimonio del mismo.
Queridas familias cristianas: ¡anunciad con alegría al mundo entero
el maravilloso tesoro que, como iglesias domésticas, lleváis con
vosotros! Esposos cristianos, en vuestra comunión de vida y amor, en
vuestra entrega recíproca y en la acogida generosa de los hijos, ¡sed
en Cristo luz del mundo! El Señor os pide que seáis cada día
como la lámpara que no se oculta, sino que es puesta "sobre el candelero
para que alumbre a todos los que están en la casa" (Mt 5,15).
3. Sed ante todo "buena noticia para el tercer milenio" viviendo con
empeño vuestra vocación. El matrimonio que habéis celebrado
un día, más o menos lejano, es vuestro modo específico
de ser discípulos de Jesús, de contribuir a la edificación
del Reino de Dios, de caminar hacia la santidad a la que todo cristiano está
llamado. Los esposos cristianos, como afirma el Concilio Vaticano II, cumpliendo
su deber conyugal y familiar, "se acercan cada vez más a su propia
perfección y a su santificación mutua" (Gaudium et spes,
48).
Acoged plenamente, sin reservas, el amor que primero os da Dios en el sacramento
del matrimonio y con el que os hace capaces de amar (cf. 1 Jn 4,19). Permaneced
siempre aferrados a esta certeza, la única que puede dar sentido, fuerza
y alegría a vuestra vida: el amor de Cristo no se apartará nunca
de vosotros, su alianza de paz con vosotros no disminuirá (cf. Is 54,10).
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables (cf. Rm 11,29). Él ha
grabado vuestro nombre en las palmas de sus manos (cf. Is 49,16).
4. La gracia que habéis recibido en el matrimonio y que permanece en
el tiempo proviene del corazón traspasado del Redentor, que se ha inmolado
en el altar de la Cruz por la Iglesia, su esposa, venciendo la muerte para la
salvación de todos.
Por tanto, esta
gracia, lleva consigo la peculiaridad de su origen: es la gracia del amor que
se ofrece, del amor que se consagra y perdona; del amor altruista que olvida
el propio dolor; del amor fiel hasta la muerte; del amor fecundo de vida. Es
la gracia del amor benévolo, que todo cree, todo soporta, todo espera,
todo tolera, que no tiene fin y sin el cual todo lo demás no es nada
(cf. 1 Cor 13,7-8).
Ciertamente, esto
no siempre es fácil, y en la vida cotidiana no faltan las insidias, las
tensiones, el sufrimiento y también el cansacio. Pero no estáis
solos en vuestro camino. Con vosotros actúa y está siempre presente
Jesús, como lo estuvo en Caná de Galilea, en un momento de dificultad
para aquellos nuevos esposos. En efecto, el Concilio recuerda también
que el Salvador sale al encuentro de los esposos cristianos y permanece con
ellos para que, del mismo modo que Él amó a la Iglesia y se entregó
por ella, también ellos puedan amarse fielmente el uno al otro, para
siempre, con mutua entrega (cf. Gaudium et spes, 48).
5. Esposos cristianos, sed "buena noticia para el tercer milenio"
testimoniando con convicción y coherencia la verdad sobre la familia.
La familia fundada
en el matrimonio es patrimonio de la humanidad, es un bien grande y sumamente
apreciable, necesario para la vida, el desarrollo y el futuro de los pueblos.
Según el plan de la creación establecido desde el principio (cf.
Mt 19,4.8), es el ámbito en el que la persona humana, hecha a imagen
y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), es concebida, nace, crece y se desarrolla.
La familia, como educadora por excelencia de personas (cf. Familiaris consortio,
19-27), es indispensable para una verdadera "ecología humana"
(Centesimus annus, 39).
Os agradezco los testimonios que habéis presentado esta tarde y que he
seguido con atención. Me hacen pensar en la experiencia adquirida como
sacerdote, Arzobispo en Cracovia y a lo largo de estos casi 25 años de
Pontificado: como he afirmado otras veces, el futuro de la humanidad se fragua
en la familia (cf. Familiaris consortio, 86).
Queridas familias
cristianas, os encomiendo dar testimonio en la vida cotidiana de que, incluso
entre tantas dificultades y obstáculos, es posible vivir en plenitud
el matrimonio como experiencia llena de sentido y como "buena noticia"
para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Sed protagonistas en la Iglesia
y en el mundo: es una necesidad que surge del mismo matrimonio que habéis
celebrado, de vuestro ser iglesia doméstica, de la misión conyugal
que os caracteriza como células originarias de la sociedad (cf. Apostolicam
actuositatem, 11).
6. En fin, para ser "buena noticia para el tercer milenio", no olvidéis,
queridos esposos cristianos, que la oración en familia es garantía
de unidad en un estilo de vida coherente con la voluntad de Dios.
Proclamando recientemente
el año del Rosario, he recomendado esta devoción mariana como
oración de la familia y para la familia: rezando el Rosario, en efecto,"Jesús
está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores,
se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él
la esperanza y la fuerza para el camino" (Rosarium Virginis Mariæ,
41).
Al confiaros a
María, Reina de la familia, para que acompañe y ampare vuestra
vida, me alegra anunciaros que el quinto Encuentro Mundial de las Familias tendrá
lugar en Valencia, España, en el 2006.
Os imparto ahora mi Bendición, dejándoos una consigna: ¡con la ayuda de Dios haced del Evangelio la regla fundamental de vuestra familia, y de vuestra familia una página del Evangelio escrita para nuestros tiempos!