MEDITACIONES DE LA SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

El tercer día de la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, ofrece a la meditación de los fieles un versículo de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios: Que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo".

La Conferencia Episcopal Española, a través de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, ofrece un comentario sobre este texto paulino, en el que pone de relieve que el ser humano lleva en sí mismo la imagen y el resplandor de Dios. Es el signo de una dignidad que nadie, ni la debilidad, ni el mundo, ni la opresión pueden borrar. Esta misteriosa realidad constituye una permanente vocación al desarrollo espiritual hasta alcanzar la dimensión de Cristo.

El cristiano, hombre y mujer, en las situaciones concretas de la historia, debe manifestar la vida de Cristo que está en él. Este testimonio implica a todo el ser creyente, incluso su cuerpo. En el pasado y en el presente, los miembros de diversas Iglesias, al dar su testimonio han sufrido y sufren el martirio, acto supremo de obediencia al Señor y de transparencia de fe.

Pero hay diversas formas de sufrimientos que no producen derramamiento de sangre, pero que implican dolor, abandono. En ocasiones son personas que no son cristianos. Por eso, como Iglesia, estamos inmersos en la tarea de revisar las particularidades culturales que hacen que una gran parte de la población no sea reconocida en su dignidad humana, en especial los emigrantes.

De hecho estos elementos que dividen personas y naciones participan del mismo pecado que divide a las Iglesias e impiden un verdadero testimonio. Y esto, más que un verdadero testimonio de unidad entre los creyentes, debe ser una búsqueda destinada a superar en total sinceridad las barreras que dividen a la sociedad. De ahí la necesidad de pedir a Dios en este tercer día de la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, que nos conceda el manifestar todos, a una sola voz, que todos los hombres y mujeres somos responsables de la creación y de nuestro prójimo.



"Que también la vida de Jesús se manifieste de nuestra carne mortal" (2 Cor 4, 11) Es el lema del cuarto día de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.

La Comisión de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española, en su comentario sobre el texto de la segunda Carta de San Pablo a los Corintios, que se propone en esta ocasión, recuerda que vivimos momentos difíciles en casi todos los aspectos de la existencia. Hombres y mujeres se ven influenciados por modos de vida degradantes. Para muchos de ellos, la existencia es algo imprevisto que les lleva a la desesperación y al terror.

Sin embargo - destacan los Obispos españoles - "Cristo nos invita a aceptar el reto de vivir de un modo conforme a las exigencias del reino. Su presencia en su pueblo marca a cada uno. La fuerza de su resurrección nos libra de toda seducción portadora de muerte. Si nosotros lo sentimos por la fuerza del rechazo, del desprecio o de la exclusión, podemos comprender la importancia de nuestro pasado".

Esta meditación hace hincapié en que si habíamos estimado que de simples pecadores éramos incapaces de enseñar lo mismo que los doctores de la ley, jamás habíamos entendido el mensaje de los apóstoles, ni el del hijo del carpintero de Nazaret. Por ello, debemos cuestionarnos mutuamente el modelo social cuando éste excluye e ignora las necesidades materiales y espirituales de los demás.

Por lo que, lejos de que, en esta lucha al interior de nuestra sociedad, cedamos a la renuncia pensando que estamos solos, hay que recordar que la Iglesia está llamada a manifestar la Luz que brilla en las tinieblas. La postura de la unidad, de cara a un mundo dividido, es fundamental: nuestra vocación común es mostrar juntos la fuerza de la resurrección para que el mundo crea. En medio de las luchas por el poder y la discordia, de cara a todas las miserias y guerras, no huimos de los problemas estando en el mismo barco, sino que nos comprometemos a dejarnos guiar por Cristo para que el mundo cambie de dirección.


"Creí por eso hablé". Este es el tema del Quinto día de la Semana de oración por la unidad de los cristianos. La Conferencia Episcopal Española, en su comentario para la jornada del miércoles, reflexiona sobre algunos textos bíblicos y comenta de manera particular la lectura de la carta a los Efesios: "Ya no sois extranjeros ni emigrantes".

San Pablo invita a los cristianos gentiles, que en el pasado estaban "privados del derecho de ciudadanía en Israel, ajenos a las alianzas de la promesa". Pero, en Jesucristo, los que estaban lejos ahora están cerca. El Señor destruye el muro y la hostilidad que separa a gentiles y judíos, y los reconcilia con Dios en un solo cuerpo por medio de la cruz.

De igual manera hoy día los cristianos están empujados por la ley de Cristo a ir más allá de las fronteras culturales y raciales para acoger a los refugiados y extranjeros, y responder a sus necesidades. Podemos aprender mucho de la profunda fe cristiana de los emigrantes que atraviesan las fronteras para venir a nuestro país y formar parte del cuerpo de Cristo.

Como Iglesia y como cristianos, cada uno de nosotros debe aceptar el desafío de testimoniar con valentía la verdad del Evangelio de Jesucristo. Debemos vivir concretamente este testimonio y manifestar al mundo la unidad que Cristo quiere para sus hijos, ya que las Iglesias divididas están debilitadas en su misión.

Ser Iglesia de Cristo es un don que comporta la enorme responsabilidad de ayudar a los incrédulos a descubrir que el amor de Dios es la única respuesta a sus deseos.


"...Para que la gracia sobreabundante haga crecer la comunidad". Este es el lema del Sexto día de la Semana de Oración por la unidad de los cristianos. Una vez más recogemos el comentario de la Conferencia Episcopal Española que, para la jornada del jueves, reflexiona sobre el tema de la justicia de Dios.

El pecado -dicen los obispos españoles- es la fuente de toda forma de injusticia en el mundo. Rechazando la justicia de Dios, desposeemos a los seres humanos de su dignidad y de sus derechos fundamentales. La justicia de Dios se experimenta por la efusión de su gracia reconciliadora y por la muerte y resurrección de Cristo, nos devuelve la dignidad de ser sus hijos y nos destina a una comunión eterna con él.

Como cristianos, somos enviados a proclamar juntos la justicia de Dios y la fuerza de su gracia. Nuestra tarea es la de difundir la justicia de Dios mediante nuestro testimonio. Estamos llamados a ser instrumentos del Reino de Dios, como hombres y mujeres justos que viven y buscan revelar a todos su amor y su justicia para realizar una sociedad más justa y una tierra renovada.

Sociedades económicamente injustas expulsan a sus miembros reduciéndolos al hambre y a la pobreza, rechazando las condiciones de vida humana e impidiendo acceder a la salud y a la educación. Otros tienen que emigrar por causa de la guerra o de la imposibilidad de practicar libremente su fe. En un mundo así -afirman los obispos españoles- estamos llamados a ser promotores de una justicia que va más allá de la justicia de este mundo.
Para cumplir esta tarea, Cristo nos ha dado los medios para eliminar las estructuras de las fuentes de discriminación, transformándolas en instrumentos de paz y de justicia para todos. La visión espiritual de la vida que tenemos en Cristo es la esencia de toda justicia y la base de los derechos humanos. Nuestra unidad y nuestra misión son el signo de nuestra esperanza. Nuestra comunión en Cristo es la expresión visible de la nueva humanidad. Nuestra activa solidaridad con los débiles hace visible el poder de la justicia de Dios.


El séptimo día del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos nos invita a la 'perseverancia', evocando las palabras de San Pablo en la segunda Carta a los Corintios "Por eso no desfallecemos" (2 Cor 4,16).

La Comisión de la Conferencia Episcopal Española, comentando esta meditación, recuerda que "a veces la vida deja particularmente sus cicatrices en el cuerpo de los refugiados, de las personas desplazadas, de los sin techo, sobre el cuerpo de todos aquellos que continuamente tropiezan con más obstáculos sin que se encuentren soluciones".

Con el telón de fondo de "la muerte, el hambre, la exclusión", los Obispos españoles recuerdan que "en nuestros días miles de personas se ponen silenciosamente en camino hacia países desconocidos que no siempre les acogen con caridad y comprensión". Y, destacando que "los primeros cristianos también atravesaron adversidades y luchas difíciles", ponen de relieve que "la manera como comprendieron y aceptaron esta situación ilustra a las futuras generaciones cristianas las bases de la perseverancia y de la solidaridad que nos ofrece la fe".

Con las palabras de Pablo a los corintios, debemos animarnos "a no perder la esperanza a pesar de la aflicción y abatimiento", para que "la vida de Cristo se manifieste visiblemente", pues "entre el sufrimiento y las heridas, el Evangelio se nos ofrece como remedio".


"Llamados a la unidad en el camino de la gloria", fue el tema de reflexión para el último día de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Como cuando Jerusalén estaba amenazada y el profeta Isaías esperaba el día en que comenzara el reino de Dios, así en el mundo de hoy los refugiados, en búsqueda de libertad política o de estabilidad económica, suspiran por el día en que finalmente podrán terminar de desplazarse y vivir bajo el amparo de su suerte. Buscan un lugar en el que, por fin, puedan establecerse y vivir en seguridad, en paz y bienestar.

La Iglesia se considera también en camino. Somos un pueblo peregrino, extranjero en esta tierra, viajero de la fe en camino hacia la Jerusalén celestial, suspirando por ver a Dios. Frecuentemente el pueblo peregrino de Dios, ante la espera atenta de su reino sobre la tierra, experimenta el mismo deseo de estabilidad y de paz sentida por los refugiados. Y mientras que los cristianos ven la existencia humana sumida en la inseguridad de toda peregrinación, reconocen a la Iglesia su vocación profética de anunciar la visión de lo que Dios nos ha preparado, un "caudal extraordinario de gloria eterna" que inscribe nuestras luchas en un amplio contexto de esperanza y de promesa.

Este futuro que Dios nos prepara se caracteriza por la unidad que se nos ofrece como un don en el Espíritu. La Iglesia debe vivir hoy como un signo de esta unidad que nosotros concebimos en su plenitud únicamente como promesa de Dios. En lugar de aquélla, somos presentados a los hombres con nuestras discordias que no han creado más que confusión mientras somos llamados a difundir la luz. La tarea ecuménica que nos ha sido confiada consiste en redescubrir y realizar visiblemente la unidad, que es siempre un don del Espíritu Santo. Como pueblo peregrino debemos conservar la esperanza y la certeza de que seremos una sola cosa en Cristo y que veremos la gloria que Dios concede a sus hijos "desde la creación del mundo".