1. "Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo... Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (1 Jn 4,14.16).
Estas palabras
del apóstol Juan sintetizan muy bien las finalidades de la Pastoral de
la Salud, por medio de la cual la Iglesia, reconociendo la presencia del Señor
en los hermanos aquejados por el dolor, se esfuerza en llevarles el gozoso anuncio
del Evangelio y ofrecerles signos creíbles de amor.
En este contexto
se enmarca la XI Jornada Mundial del Enfermo, que tendrá lugar el 11
de febrero de 2003 en Washington D.C., Estados Unidos, en la basílica
dedicada a la Inmaculada Concepción, santuario nacional. El lugar y el
día escogidos invitan los creyentes a dirigir la mirada hacia la Madre
de Dios. Encomendándose a ella, la Iglesia se siente impulsada hacia
un renovado testimonio de caridad, para hacerse icono viviente de Cristo, Buen
Samaritano, en tantas situaciones de sufrimiento físico y moral del mundo
de hoy.
Hay preguntas urgentes
sobre el dolor y la muerte que, sentidas dramáticamente en el corazón
de todo hombre, no obstante los continuos intentos por eludirlas o ignorarlas
por parte de una mentalidad secularizada, esperan respuestas válidas.
Especialmente ante trágicas experiencias humanas, el cristiano está
llamado a testimoniar la consoladora verdad de Cristo resucitado, que asume
las heridas y los males de la humanidad, incluida la muerte, y los convierte
en momentos de gracia y de vida. Este anuncio y este testimonio deben ser comunicados
a todos, en cualquier lugar del mundo.
2. Es de desear
que el Evangelio de la vida y del amor, gracias a la celebración de la
próxima Jornada Mundial del Enfermo, resuene con vigor, especialmente
en América, donde viven más de la mitad de los católicos.
En el Continente americano, como en otras partes del mundo, "parece perfilarse
un modelo de sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso
eliminando a los débiles. Pienso ahora en los niños no nacidos,
víctimas indefensas del aborto; en los ancianos y los enfermos incurables,
objeto a veces de la eutanasia; y en tantos otros seres humanos marginados por
el consumismo y el materialismo. No puedo ignorar el recurso no necesario a
la pena de muerte... Semejante modelo de sociedad se caracteriza por la cultura
de la muerte y, por tanto, está en contraste con el mensaje evangélico"
(Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in America, 63). Frente a esta preocupante
realidad, ¿cómo no poner entre las prioridades pastorales la defensa
de la cultura de la vida? Para los católicos que trabajan en el campo
médico-sanitario, es una tarea urgente hacer todo lo posible por defender
la vida, principalmente cuando está en peligro, actuando rectamente con
una conciencia formada según la doctrina de la Iglesia.
A este noble fin
colaboran ya de manera alentadora los numerosos Centros de Salud, por medio
de los cuales la Iglesia católica ofrece un auténtico testimonio
de fe, de caridad y de esperanza. Éstos han podido contar hasta ahora
con la colaboración de un número significativo de religiosos y
religiosas como garantía de un servicio profesional y pastoral cualificado.
Es de desear que surjan nuevas vocaciones, que permitan a los Institutos religiosos
continuar en esta benemérita actividad e incluso acrecentarla con la
aportación de tantos voluntarios laicos, por el bien de la humanidad
doliente en el Continente americano.
3. Este campo privilegiado
de apostolado concierne a todas las Iglesias particulares. Es necesario, pues,
que cada Conferencia Episcopal, por medio de organismos apropiados, se esfuerce
en promover, orientar y coordinar la Pastoral de la Salud, para fomentar en
todo el Pueblo de Dios la atención y disponibilidad respecto al complejo
mundo del dolor.
Para que este testimonio
de amor sea cada vez más creíble, los agentes de la Pastoral de
la Salud deben actuar en plena comunión entre sí y con sus Pastores.
Esto es particularmente urgente en los hospitales católicos, llamados
a reflejar cada vez mejor en su organización, que ha de responder a las
necesidades modernas, los valores evangélicos, como recuerdan insistentemente
las directrices sociales y morales del Magisterio. Eso exige un movimiento unitario
entre los hospitales católicos, que abarque todos los sectores, incluido
el económico-organizativo.
Los hospitales
católicos deben ser centros de vida y de esperanza, dónde se promuevan,
junto con el servicio de los capellanes, los comités éticos, la
formación del personal sanitario laico, la humanización de los
cuidados a los enfermos, la atención a sus familias y una particular
sensibilidad hacia los pobres y los marginados. El trabajo profesional ha de
concretizarse en un auténtico testimonio de caridad, teniendo presente
que la vida es un don de Dios, del cual el hombre es solamente administrador
y garante.
4. Esta verdad
debe ser defendida constantemente ante el progreso de las ciencias y de las
técnicas médicas, que buscan la curación y una mejor calidad
de vida para la existencia humana. En efecto, es un principio fundamental que
la vida debe ser protegida y defendida desde su concepción hasta su ocaso
natural.
Como he recordado
en la Carta apostólica Novo millennio ineunte: "El servicio al hombre
nos obliga a proclamar, oportuna e importunamente, que cuantos se valen de las
nuevas potencialidades de la ciencia, especialmente en el terreno de las biotecnologías,
nunca han de ignorar las exigencias fundamentales de la ética, apelando
tal vez a una discutible solidaridad que acaba por discriminar entre vida y
vida, con el desprecio de la dignidad propia de cada ser humano" (n. 51).
La Iglesia, abierta
al auténtico progreso científico y tecnológico, aprecia
el esfuerzo y el sacrificio de quién, con entrega y profesionalidad,
contribuye a elevar la calidad del servicio ofrecido a los enfermos, respetando
su dignidad inviolable. Cada intervención terapéutica, cada experimentación,
cada trasplante, debe tener en cuenta esta verdad fundamental. Por tanto, nunca
es lícito matar un ser humano para curar a otro. Y si en la etapa final
de la vida son aconsejables tratamientos paliativos, evitando el ensañamiento
terapéutico, nunca será lícita acción alguna u omisión
que, por su naturaleza y en las intenciones del personal sanitario, vaya dirigida
a procurar la muerte.
5. Es mi mayor deseo que la XI Jornada Mundial del Enfermo suscite en las Diócesis
y en las comunidades parroquiales una renovada dedicación a la Pastoral
de la Salud. Debe prestarse una adecuada atención a los enfermos que
están en su propia casa, ya que la hospitalización se va reduciendo
cada vez más y a menudo los enfermos se encuentran en manos de sus familiares.
En los Países dónde faltan centros adecuados de atención,
incluso los enfermos terminales son dejados en sus viviendas. Los párrocos
y todos los agentes pastorales han de procurar que nunca les falte la consoladora
presencia del Señor a través de la Palabra de Dios y los Sacramentos.
La Pastoral de la Salud debe reflejarse de manera adecuada en el programa de
formación de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas, porque en
la atención a los enfermos, más que en otras cosas, se hace creíble
el amor y se ofrece un testimonio de esperanza en la resurrección.
6. Queridos capellanes,
religiosos y religiosas, médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos,
personal técnico y administrativo, asistentes sociales y voluntarios,
la Jornada Mundial del Enfermo os ofrece una ocasión propicia que os
mueva cada vez más a ser generosos discípulos de Cristo, Buen
Samaritano. Conscientes de vuestra identidad, descubrid en los enfermos el Rostro
del Señor doliente y glorioso. Mostraos disponibles a darles asistencia
y esperanza, sobre todo a las personas afectadas por nuevas enfermedades, como
el SIDA, o las todavía presentes como la tuberculosis, la malaria y la
lepra.
A vosotros, queridos
hermanos y hermanas que sufrís en el cuerpo o en el espíritu,
os deseo de corazón que sepáis reconocer y acoger al Señor
que os llama a ser testigos del Evangelio del sufrimiento, contemplando con
confianza y amor el Rostro de Cristo crucificado (cf. Novo millennio ineunte,
16), y uniendo vuestros sufrimientos a los suyos.
Os encomiendo a todos a la Virgen Inmaculada, Nuestra Señora de Guadalupe,
Patrona de América y Salud de los Enfermos. Que ella escuche la invocación
que proviene del mundo del sufrimiento y enjugue las lágrimas de quien
se encuentra en el dolor; que esté al lado de cuantos viven en soledad
su enfermedad y, con su intercesión materna, ayude a los creyentes que
trabajan en el campo de la salud a ser testigos creíbles del amor de
Cristo.
¡A todos
os doy con afecto mi Bendición!
Vaticano, 2 de febrero de 2003