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![]() Eucaristía para que tengan Vida 60.- RESUMEN de la Exhortación Sacramentum Cartatis Miércoles, 25 jun (RV).- Como los primeros cristianos del norte de África desoyeron la orden imperial de no reunirse para celebrar el rito de la Santa Misa, aunque les costara el martirio, tampoco nosotros deberíamos poder vivir sin este alimento de Dios. Decía así el Papa al concluir su Exhortación: "Tampoco nosotros podemos vivir sin participar al sacramento de nuestra salvación y deseamos vivir de lo que celebramos el domingo, es decir traducimos a la vida lo que celebramos en el día del Señor. Este día, en efecto, es el día de nuestra definitiva liberación. ¿Nos maravillamos nosotros si deseamos que cada día sea vivido según la novedad introducida por Cristo en el misterio de la Eucaristía? Recordamos las partes del Documento del Sínodo y aquellas que dan estructura a la Exhortación Apostólica: Primera parte: La fe en la Eucaristía: Eucaristía, Misterio que se ha de creer. El pueblo de Dios educado en la fe en la Eucaristía. Segunda Parte: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. Habla sobre la estructura de la celebración eucarística y consiguientemente, sobre la participación del Pueblo de Dios en la celebración de la Eucaristía. Parte tercera: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar, y desarrolla la misión del pueblo de Dios nutrido por la Eucaristía. Esta exhortación el Papa ha continuado con la serie de grandes documentos dedicados a la Eucaristía, y al mismo tiempo propone de manera actualizada algunas verdades esenciales de la doctrina eucarística. Su contenido general nos exhorta a una digna celebración del sagrado misterio; nos recuerda la urgente necesidad de desarrollar una vida eucarística en la vida de cada día; y nos invita a anunciar al mundo las bellezas inimaginables de nuestro Dios que por amor quiere permanecer entre nosotros bajo la especie del pan y del vino, como fuente y cumbre de la vida y de la misión de su iglesia. Padre Fernández, aunque la Exhortación agrupe las ideas en tres partes, los temas tratados en ella son amplísimos, sobre todo cuando en la tercera parte se habla del misterio que se ha de vivir, es decir la Eucaristía en relación con la vida. Así es, con la Eucaristía se relaciona toda la vida: desde la fe de los creyentes a la celebración de esa fe y la repercusión que la Eucaristía ha de tener en la vida del mundo. La XI Asamblea General de los Obispos trataba todo tipo de temas que habían de ser expuestos al Papa: desde el uso del latín en la Eucaristía, al significado mismo de ésta, desde la ecología, a la proliferación de las armas, demostrando de este modo que el panorama mundial está sometido a multitud de incertidumbres, como lo han demostrado las preocupaciones expuestas por los diferentes obispos asistentes al Sínodo. También voy a citar la Homilía del Papa en la Misa de clausura: “La espiritualidad eucarística debe ser el motor interior de toda actividad, y no es admisible ninguna dicotomía entre la fe y la vida”. Lógicamente, la no dicotomía entre fe y vida, es la vida perfecta del Reino, que Cristo anunciaba. Pero el Reino, aunque ha comenzado ya, todavía no se ha realizado del todo. Es decir, junto a la gracia está el pecado. De ahí las incertidumbres del mundo y las preocupaciones de los obispos. Ya lo decían los griegos cinco siglos antes de Cristo, paganos por tanto, polemos pater panton, la guerra es el padre de todo. Esta vida es una guerra: hay muchos males a combatir, hay mucho pecado a desterrar. El Cardenal William Levada, arzobispo emérito de San Francisco y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el P. Josep Mª Abella Batlle, Superior General de los Misioneros Claretianos insistían en no separar vida y eucaristía, eucaristía y vida: ni en la política, ni en la economía, ni en la medicina, ni en la empresa, ni en el trabajo ordinario, ni en la vida privada. Las armas, la ingeniería genética, el comercio de personas y de niños, el aborto, responden a intereses, por supuesto, nada eucarísticos, es decir, no buscan precisamente el desarrollo de una relación amorosa entre los hombres. La Eucaristía es justamente una propuesta que viene del mismo Cristo, de Dios, para arreglar los males que nos aquejan y en definitiva ofrece la salvación del mundo, participando ya en esta tierra de la vida divina.
59.- "SINE DOMENICA NON POSSUMUS" 95. A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus. Que estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía? 96. Que María Santísima, Virgen inmaculada, arca de la nueva y eterna alianza, nos acompañe en este camino al encuentro del Señor que viene. En Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto. La Iglesia ve en María, « Mujer eucarística » -como la llamó el Siervo de Dios Juan Pablo II-, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, disponiéndose a acoger sobre el altar el « verum Corpus natum de Maria Virgine », el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: « Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor ». Su santo nombre se invoca y venera también en los cánones de las tradiciones cristianas orientales. Los fieles, por su parte, «encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre». Ella es la Tota pulchra, Toda hermosa, ya que en Ella brilla el resplandor de la gloria de Dios. La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos también nosotros, según la expresión de san Pablo, « inmaculados » ante el Señor, tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4). 97. Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y volvieron de prisa a Jerusalén para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe. En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros, compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos: « Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo » (Mt 28,20). En Roma, junto a san Pedro, el 22 de Febrero, fiesta de la Cátedra del Apóstol san Pedro, del año 2007, segundo de mi Pontificado.
58.- Utilidad de un Compendio eucarístico Miércoles, 11 jun (RV).- Ya al final de la Exhortación sobre la Eucaristía, el papa propone un compendio de las ayudas que puedan ser útiles para la comprensión, celebración y adoración del misterio eucarístico. Dice así el nº 93 Utilidad de un Compendio eucarístico 93. Al final de estas reflexiones, en las que he querido fijarme en las orientaciones surgidas en el Sínodo, deseo acoger también una petición que hicieron los Padres para ayudar al pueblo cristiano a creer, celebrar y vivir cada vez mejor el Misterio eucarístico. Preparado por los Dicasterios competentes se publicará un Compendio que recogerá textos del Catecismo de la Iglesia Católica, oraciones y explicaciones de las Plegarias Eucarísticas del Misal, así como todo lo que pueda ser útil para la correcta comprensión, celebración y adoración del Sacramento del altar. Espero que este instrumento ayude a que el memorial de la Pascua del Señor se convierta cada vez más en fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia. Esto impulsará a cada fiel a hacer de su propia vida un verdadero culto espiritual. Y el número 94 que leemos a continuación reza con el título de Conclusión. La conclusión es que la Eucaristía ha sido el origen de toda forma de santidad, desde los primeros cristianos hasta los santos más preclaros de la Iglesia católica, como San Agustín, San Benito, San Francisco, hasta la beata Teresa de Calcuta: CONCLUSIÓN 94. Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho auténtica su propia vida gracias a su piedad eucarística! De san Ignacio de Antioquía a san Agustín, de san Antonio abad a san Benito, de san Francisco de Asís a santo Tomás de Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro Julián Eymard, de san Alfonso María de Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan María Vianney a santa Teresa de Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de Calcuta, del beato Piergiorgio Frassati al beato Iván Merz, sólo por citar algunos de los numerosos nombres, la santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía. Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio. El don de sí mismo que Jesús hace en el Sacramento memorial de su pasión, nos asegura que el culmen de nuestra vida está en la participación en la vida trinitaria, que en él se nos ofrece de manera definitiva y eficaz. La celebración y adoración de la Eucaristía nos permiten acercarnos al amor de Dios y adherirnos personalmente a él hasta unirnos con el Señor amado. El ofrecimiento de nuestra vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en el que toda nuestra realidad humana concreta se transforma para su gloria. Invito, pues, a todos los pastores a poner la máxima atención en la promoción de una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística. Que los presbíteros, los diáconos y todos los que desempeñan un ministerio eucarístico, reciban siempre de estos mismos servicios, realizados con esmero y preparación constante, fuerza y estímulo para el propio camino personal y comunitario de santificación. Exhorto a todos los laicos, en particular a las familias, a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado. Pido a todos los consagrados y consagradas que manifiesten con su propia vida eucarística el esplendor y la belleza de pertenecer totalmente al Señor.
57.-Doctrina social de la Iglesia Miércoles, 4 jun (RV).- El último punto de la tercera parte, la Eucaristía como misterio que se ha de ofrecer al mundo, nos habla de la relación entre la eucaristía y la doctrina social de la Iglesia. El Papa dice que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Leemos el n. 91 Doctrina social de la Iglesia 91. El misterio de la Eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las estructuras de este mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en el don de Dios. La oración que repetimos en cada santa Misa: « Danos hoy nuestro pan de cada día », nos obliga a hacer todo lo posible, en colaboración con las instituciones internacionales, estatales o privadas, para que cese o al menos disminuya en el mundo el escándalo del hambre y de la desnutrición que sufren tantos millones de personas, especialmente en los países en vías de desarrollo. El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente su propia responsabilidad política y social. Para que pueda desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta para la caridad y la justicia. Por eso, como ha pedido el Sínodo, es necesario promover la doctrina social de la Iglesia y darla a conocer en las diócesis y en las comunidades cristianas. (248) En este precioso patrimonio, procedente de la más antigua tradición eclesial, encontramos los elementos que orientan con profunda sabiduría el comportamiento de los cristianos ante las cuestiones sociales candentes. Esta doctrina, madurada durante toda la historia de la Iglesia, se caracteriza por el realismo y el equilibrio, ayudando así a evitar compromisos equívocos o utopías ilusorias. Y en el n. 92 la exhortación establece una relación estrecha entre la eucaristía y la ecología, cuando dice que la creación no es una realidad neutral, mera materia que se puede utilizar indiscriminadamente, a nuestro antojo, el universo y la naturaleza son el lugar de la primera creación y el lugar donde se realiza la nueva creación; n. 92: Santificación del mundo y salvaguardia de la creación 92. Para desarrollar una profunda espiritualidad eucarística que pueda influir también de manera significativa en el campo social, se requiere que el pueblo cristiano tenga conciencia de que, al dar gracias por medio de la Eucaristía, lo hace en nombre de toda la creación, aspirando así a la santificación del mundo y trabajando intensamente para tal fin. La Eucaristía misma proyecta una luz intensa sobre la historia humana y sobre todo el cosmos. En esta perspectiva sacramental aprendemos, día a día, que todo acontecimiento eclesial tiene carácter de signo, mediante el cual Dios se comunica a sí mismo y nos interpela. De esta manera, la forma eucarística de la vida puede favorecer verdaderamente un auténtico cambio de mentalidad en el modo de ver la historia y el mundo. La liturgia misma nos educa para todo esto cuando, durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote dirige a Dios una oración de bendición y de petición sobre el pan y el vino, « fruto de la tierra », « de la vid » y del « trabajo del hombre ». Con estas palabras, además de incluir en la ofrenda a Dios toda la actividad y el esfuerzo humano, el rito nos lleva a considerar la tierra como creación de Dios, que produce todo lo necesario para nuestro sustento. La creación no es una realidad neutral, mera materia que se puede utilizar indiferentemente siguiendo el instinto humano. Más bien forma parte del plan bondadoso de Dios, por el que todos nosotros estamos llamados a ser hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo (cf. Ef 1,4-12). La fundada preocupación por las condiciones ecológicas en que se halla la creación en muchas partes del mundo encuentra motivos de consuelo en la perspectiva de la esperanza cristiana, que nos compromete a actuar responsablemente en defensa de la creación. En efecto, en la relación entre la Eucaristía y el universo descubrimos la unidad del plan de Dios y se nos invita a descubrir la relación profunda entre la creación y la « nueva creación », inaugurada con la resurrección de Cristo, nuevo Adán. En ella participamos ya desde ahora en virtud del Bautismo (cf. Col 2,12 s.), y así se le abre a nuestra vida cristiana, alimentada por la Eucaristía, la perspectiva del mundo nuevo, del nuevo cielo y de la nueva tierra, donde la nueva Jerusalén baja del cielo, desde Dios, « ataviada como una novia que se adorna para su esposo » (Ap 21,2).
56.- El alimento de la verdad y la indigencia del hombre Miércoles, 28 may (RV).- Nos habla este final de la Exhortación sobre la Eucaristía de las implicaciones sociales del misterio eucarístico. Es inherente a la eucaristía la dimensión social: Jesús dio de comer a la muchedumbre hambrienta, hizo el signo de la multiplicación de los panes, y San Juan lo relata como si se tratara de la institución misma del sacramento: Tomad y comed, y repartidlo entre vosotros, entre todos. Sigue hablando el nº 89 de la eucaristía de las Implicaciones sociales del Misterio eucarístico 89. …/… La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la celebración. Como he afirmado, la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política para realizar la sociedad más justa posible; sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. La Iglesia «debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar». En la perspectiva de la responsabilidad social de todos los cristianos, los Padres sinodales han recordado que el sacrificio de Cristo es misterio de liberación que nos interpela y provoca continuamente. Dirijo por tanto una llamada a todos los fieles para que sean realmente operadores de paz y de justicia: «En efecto, quien participa en la Eucaristía ha de comprometerse en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual». Todos estos problemas, que a su vez engendran otros fenómenos degradantes, son los que despiertan viva preocupación. Sabemos que estas situaciones no se pueden afrontar de una manera superficial. Precisamente, gracias al Misterio que celebramos, deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el alto valor de cada persona. Y en el n. 90 la Exhortación denuncia el derroche de las riquezas de la tierra, provocando desigualdades que claman al cielo, dice el n. 90: El alimento de la verdad y la indigencia del hombre 90. No podemos permanecer pasivos ante ciertos procesos de globalización que con frecuencia hacen crecer desmesuradamente en todo el mundo la diferencia entre ricos y pobres. Debemos denunciar a quien derrocha las riquezas de la tierra, provocando desigualdades que claman al cielo (cf. St 5,4). Por ejemplo, es imposible permanecer callados ante «las imágenes sobrecogedoras de los grandes campos de prófugos o de refugiados -en muchas partes del mundo- concentrados en precarias condiciones para librarse de una suerte peor, pero necesitados de todo. Estos seres humanos, ¿no son nuestros hermanos y hermanas? ¿Acaso sus hijos no vienen al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad que los demás?». El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad: son situaciones cuya causa implica a menudo un clara e inquietante responsabilidad por parte de los hombres. En efecto, «sobre la base de datos estadísticos disponibles, se puede afirmar que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva esperanza a estas poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de situaciones que dependen de las relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales, que a causa de circunstancias incontroladas». El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor. Los cristianos han procurado desde el principio compartir sus bienes (cf. Hch 4,32) y ayudar a los pobres (cf. Rm 15,26). La colecta en las asambleas litúrgicas no sólo nos lo recuerda expresamente, sino que es también una necesidad muy actual. Las instituciones eclesiales de beneficencia, en particular Caritas en sus diversos ámbitos, prestan el precioso servicio de ayudar a las personas necesitadas, sobre todo a los más pobres. Estas instituciones, inspirándose en la Eucaristía, que es el sacramento de la caridad, se convierten en su expresión concreta; por ello merecen todo encomio y estímulo por su compromiso solidario en el mundo.
55.- Eucaristía: pan partido para la vida del mundo Miércoles, 21 may (RV).- Estamos acercándonos al final de la lectura comentada de la Exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI. Llegamos al tercer punto de esta tercera y última parte. El primero punto, recordamos, era el de la Eucaristía como misterio que se ha de vivir en las distintas formas de la vida cristiana: laicos, sacerdotes y consagrados; el segundo era la Eucaristía como misterio que se ha de anunciar, con amor y libertad, y por fin, la Eucaristía como misterio que se ha de ofrecer al mundo. “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” dice San Juan en el capítulo 6 de su evangelio. El número 88 va a desarrollar esta afirmación de Jesús la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Leemos así 88. « El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo » (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (cf. Mt 20,34; Mc 6,54; Lc 9,41). Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que « consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo ». De ese modo, en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos « hasta el extremo » (Jn 13,1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse « pan partido » para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: « dadles vosotros de comer » (Mt 14,16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo. Y el número 89 desarrolla las Implicaciones sociales del Misterio eucarístico 89. La unión con Cristo que se realiza en el Sacramento nos capacita también para nuevos tipos de relaciones sociales: « la "mística'' del Sacramento tiene un carácter social ». En efecto, « la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán » A este respecto, hay que explicitar la relación entre Misterio eucarístico y compromiso social. La Eucaristía es sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse en Cristo, el cual ha hecho de judíos y paganos un pueblo solo, derribando el muro de enemistad que los separaba (cf. Ef 2,14). Sólo esta constante tensión hacia la reconciliación permite comulgar dignamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Mt 5,23- 24). Cristo, por el memorial de su sacrificio, refuerza la comunión entre los hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados para que aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia. No cabe duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
54.- Jesucristo, único Salvador Miércoles, 14 may (RV).- En el número, 85 de la Exhortación sobre la eucaristía, que dejamos inconcluso en nuestro espacio anterior y hablando del testimonio que comporta celebrar la eucaristía, el Papa recuerda los orígenes de los cristianos, los orígenes de la Iglesia y en concreto del martirio de San Policarpo de Esmirna, discípulo de San Juan: todo el acontecimiento dramático es descrito como una liturgia, más aún como si el mártir mismo se convirtiera en Eucaristía. O lo que decía San Ignacio de Antioquía ante su propio martirio: él se considera «trigo de Dios» y desea llegar a ser en el martirio Ignacio de Antioquía expresa ante su martirio: él se considera «trigo de Dios » y desea llegar a ser en el martirio «pan puro de Cristo». Lo dice así en este mismo nº 85 …/… 85. Con estas reflexiones deseo recordar un concepto muy querido por los primeros cristianos, pero que también nos afecta a nosotros, cristianos de hoy: el testimonio hasta el don de sí mismos, hasta el martirio, ha sido considerado siempre en la historia de la Iglesia como la cumbre del nuevo culto espiritual: «Ofreced vuestros cuerpos» (Rm 12,1). Se puede recordar, por ejemplo, el relato del martirio de san Policarpo de Esmirna, discípulo de san Juan: todo el acontecimiento dramático es descrito como una liturgia, más aún como si el mártir mismo se convirtiera en Eucaristía. Pensemos también en la conciencia eucarística que san Ignacio de Antioquía expresa ante su martirio: él se considera «trigo de Dios » y desea llegar a ser en el martirio « pan puro de Cristo». El cristiano que ofrece su vida en el martirio entra en plena comunión con la Pascua de Jesucristo y así se convierte con Él en Eucaristía. Tampoco faltan hoy en la Iglesia mártires en los que se manifiesta de modo supremo el amor de Dios. Sin embargo, aun cuando no se requiera la prueba del martirio, sabemos que el culto agradable a Dios implica también interiormente esta disponibilidad, y se manifiesta en el testimonio alegre y convencido ante el mundo de una vida cristiana coherente allí donde el Señor nos llama a anunciarlo. El contenido último del anuncio cristiano no es un mensaje de fraternidad con tintes sociológicos. La promoción humana es una cosa bella y digna, pero esa promoción no será nunca sólida si se basa o está motiva en ideas o una ética inspirada en Cristo, sino en el don de su misma Persona. Leemos el nº 86 Jesucristo, único Salvador 86. Subrayar la relación intrínseca entre Eucaristía y misión nos ayuda a redescubrir también el contenido último de nuestro anuncio. Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía bastante. La Eucaristía, como sacramento de nuestra salvación, nos lleva a considerar de modo ineludible la unicidad de Cristo y de la salvación realizada por Él a precio de su sangre. Por tanto, la exigencia de educar constantemente a todos al trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge del Misterio eucarístico, creído y celebrado. Así se evitará que se reduzca a una interpretación meramente sociológica la decisiva obra de promoción humana que comporta siempre todo auténtico proceso de evangelización. Libertad de culto Y en este contexto de evangelización el Papa expresa la solidaridad de toda la Iglesia con los que sufren la falta de libertad de culto en determinada regiones y países. Leemos el n. 87 87. En este contexto, deseo hablar de lo que los Padres han afirmado durante la asamblea sinodal sobre las graves dificultades que afectan a la misión de aquellas comunidades cristianas que viven en condiciones de minoría o incluso privadas de la libertad religiosa. Realmente debemos dar gracias al Señor por todos los Obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos, que se dedican a anunciar el Evangelio y viven su fe arriesgando la propia vida. En muchas regiones del mundo el mero hecho de ir a la Iglesia es un testimonio heroico que expone a las personas a la marginación y a la violencia. En esta ocasión, deseo confirmar también la solidaridad de toda la Iglesia con los que sufren por la falta de libertad de culto. Como sabemos, donde falta la libertad religiosa, falta en definitiva la libertad más significativa, ya que en la fe el hombre expresa su íntima convicción sobre el sentido último de su vida. Pidamos, pues, que aumenten los espacios de libertad religiosa en todos los Estados, para que los cristianos, así como también los miembros de otras religiones, puedan vivir personal y comunitariamente sus convicciones libremente.
53.-Eucaristía misión y testimonio Miércoles, 7 may (RV).- Dice el papa que estos valores no son negociables, no derivan e acuerdos humanos ni de proyectos hechos a la medida de nuestros intereses, son divinos y en cuanto tal defensores de la humanidad. Si hasta aquí la Exhortación ha venido hablando de la Eucaristía como misterio que se ha de vivir, ahora el análisis se centra en el misterio que se ha de anunciar. Nada hay más bello que conocer y comunicar a los otros la amistad con Cristo. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él, esta es la grandísima y bella misión que brota de la vida eucarística. Leemos en el nº 84 Eucaristía y misión 84. En la homilíadurante la Celebración eucarística con la que he iniciado solemnemente mi ministerio en la Cátedra de Pedro, decía: « Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él ». Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico. En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: «Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera». También nosotros podemos decir a nuestros hermanos con convicción: «Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros» (1 Jn 1,3). Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a todos. Además, la institución misma de la Eucaristía anticipa lo que es el centro de la misión de Jesús: Él es el enviado del Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3,16-17; Rm 8,32). En la última Cena Jesús confía a sus discípulos el Sacramento que actualiza el sacrificio que Él ha hecho de sí mismo en obediencia al Padre para la salvación de todos nosotros. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana. Eucaristía es redención por el amor, por la entrega y el servicio de Jesús al hombre, a los hombres, a toda la humanidad. Ahí radica la bellaza del anuncio cristiano. La salvación por el servicio que nos lleva a entregarnos a los demás y así, la salvación del mundo será verdadera y creíble. Esta grandeza del encargo que hace Jesús a sus discípulos: haced esto en comnmemoración mía, se convierte en trabajo misionero, de anuncio gozoso. «Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera, y la misión es parte constitutiva de la vida cristiana. Eucaristía es redención por el amor, por la entrega y el servicio de Jesús al hombre, a los hombres, a toda la humanidad. Y decíamos que es justamente de esto de lo que tiene necesidad el mundo. Todos los proyectos humanos de salvación del hombre pasan por el servicio que está condensando en el misterio eucarístico. Y esto es lo que estamos llamados a anunciar los cristianos. Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera, y la misión es parte constitutiva de la vida cristiana, decía el nº 84. La salvación por el servicio que nos lleva a entregarnos a los demás y así, la salvación del mundo será verdadera y creíble. Pero la mejor forma del anuncio no es el de las formas de marketing que utilizamos en la vida comercial o política, sino la del testimonio. Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece el Otro, Jesús mismo actuando y sanando y así se comunica. Esta grandeza del encargo que hace Jesús a sus discípulos: haced esto en comnmemoración mía, se convierte en trabajo misionero, de anuncio gozoso. En el nº 85 leemos este sentido de la Eucaristía y el testimonio: 85. La misión primera y fundamental que recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida. El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo infunde en nuestra vida un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio como la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre. Jesús mismo es el testigo fiel y veraz (cf. Ap 1,5; 3,14); vino para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37).
52.- Coherencia eucarística y transformación moral Miércoles, 30 abr (RV).- La Eucaristía como misterio que se ha de vivir, tiene una dimensión que va más allá de lo que podemos llamar prácticas devocionales. Lo eucarístico de la vida del cristiano alcanza también su comportamiento en los asuntos que podríamos llamar terrenos: en el “culto'” mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma, nos va a decir el n.º 82. Eucaristía y transformación moral 82. Descubrir la belleza de la forma eucarística de la vida cristiana nos lleva a reflexionar también sobre la fuerza moral que dicha forma produce para defender la auténtica libertad de los hijos de Dios. Con esto deseo recordar una temática surgida en el Sínodo sobre la relación entre forma eucarística de la vida y transformación moral. El Papa Juan Pablo II afirmaba que la vida moral «posee el valor de un ‘‘culto espiritual'' (Rm 12,1; cf. Flp 3,3) que nace y se alimenta de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios que son los sacramentos, especialmente la Eucaristía; en efecto, participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida». En definitiva, «en el ‘‘culto'' mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma». Esta referencia al valor moral del culto espiritual no se ha de interpretar en clave moralista. Es ante todo el gozoso descubrimiento del dinamismo del amor en el corazón que acoge el don del Señor, se abandona a Él y encuentra la verdadera libertad. La transformación moral que comporta el nuevo culto instituido por Cristo, es una tensión y un deseo cordial de corresponder al amor del Señor con todo el propio ser, a pesar de la conciencia de la propia fragilidad. Todo esto está bien reflejado en el relato evangélico de Zaqueo (cf. Lc 19,1-10). Después de haber hospedado a Jesús en su casa, el publicano se ve completamente transformado: decide dar la mitad de sus bienes a los pobres y devuelve cuatro veces más a quienes había robado. El impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor. En el párrafo 83 el papa se va a referir a la coherencia entre los valores que emanan de la eucaristía y aquellos que son pertinentes y propios de la naturaleza humana y esto referido a los cristianos que tienen alguna responsabilidad civil, social y política. Esos valores queestán llamados a defender y promover son los valores fundamentales del respeto y defensa de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte. La vida es el valor supremo que nos ha dado Dios. La coherencia del cristiano consiste en esta fidelidad a la vida; no se pueden tomar decisiones que vayan contra el amor que funda la familia, el matrimonio, los hijos, su educación en libertad y la promoción del bien común. Así leemos en el nº 83 Coherencia eucarística 83. Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado.
50.- Eucaristía y evangelización de las culturas Jueves, 17 abr (RV).- Hace unas semanas comentábamos el epígrafe que lleva como título “logiké latreia”, palabras tomadas de la Carta de San Pablo a los romanos, y que pueden ser traducidas por “Culto razonable”: «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Pues bien, culto razonable quiere decir que nuestra religión ha abandonado el sentido mítico de los cultos esotéricos o primitivos. El culto cristiano se basa en la ofrenda de nuestros cuerpos y nuestra vida como la ofreció Cristo: “No quieres sacrificios y holocaustos por eso dije: -He aquí que vengo ha hacer tu voluntad”. Y lo razonable de este culto es que responde a las formas de comprensión de todas las culturas. Se trata de lo humano, de lo más pertinente al ser humano de cualquier época, cultura y tradición. Las culturas con el continente y la ofrenda del ser humano a cumplir la voluntad de Dios es el contenido. Lo humano, la libertad humana, su destino eterno y trascendente es lo que hace fermentar y evangelizar nuestras formas sociales y culturales. Nos dice así el nº 78: 78. De todo lo expuesto se desprende que el Misterio eucarístico nos hace entrar en diálogo con las diferentes culturas, aunque en cierto sentido también las desafía. Se ha de reconocer el carácter intercultural de este nuevo culto, de esta logiké latreía. La presencia de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo son acontecimientos que pueden confrontarse siempre con cada realidad cultural, para fermentarla evangélicamente. Por consiguiente, esto comporta el compromiso de promover con convicción la evangelización de las culturas, con la conciencia de que el mismo Cristo es la verdad de todo hombre y de toda la historia humana. La Eucaristía se convierte en criterio de valorización de todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales. En este importante proceso podemos escuchar las muy significativas palabras de san Pablo que, en su primera Carta a los Tesalonicenses, exhorta: «examinadlo todo, quedándoos con lo bueno» (5,21). Y este sentido universal de la Eucaristía, como don y entrega de la vida a los demás, no es exclusivo de los sacerdotes o las personas consagradas, es propio de cualquiera que se confiese cristiano, porque ser cristiano es pertenecer a una nación consagrada, a un pueblo adquirido por Dios para ayudar al mundo a salir de la tiniebla y participar de la luz maravillosa del amor de Dios a todos los hombres. Dice el nº 79: Eucaristía y fieles laicos 79. En Cristo, Cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo, todos los cristianos forman «una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa» (1 P 2,9). La Eucaristía, como misterio que se ha de vivir, se ofrece a cada persona en la condición en que se encuentra, haciendo que viva diariamente la novedad cristiana en su situación existencial. Puesto que el Sacrificio eucarístico alimenta y acrecienta en nosotros lo que ya se nos ha dado en el Bautismo, por el cual todos estamos llamados a la santidad, esto debería aflorar y manifestarse también en las situaciones o estados de vida en que se encuentra cada cristiano. Este, viviendo la propia vida como vocación, se convierte día tras día en culto agradable a Dios. Y sigue diciendo este nº 79 que si el mundo es el campo de acción de Dios, los cristianos, cualquier cristiano en virtud del Bautismo y la Confirmación, son semillas que Dios deposita en esta tierra para manifestar una forma nueva y radical de estar en el mundo. Ya desde la reunión litúrgica, el Sacramento de la Eucaristía nos compromete en la realidad cotidiana para que todo se haga para gloria de Dios. Puesto que el mundo es «el campo » (Mt 13,38) en el que Dios pone a sus hijos como buena semilla, los laicos cristianos, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos por la Eucaristía, están llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo precisamente en las condiciones comunes de la vida. Han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad. Los testigos visibles de esa vida nueva y atractiva traída por Cristo somos nosotros, cada uno de nosotros, como individuos, pero bien conscientes de no ser individualistas y cerrados en nuestra piedad. Por eso insiste el Papa en que donde aprendemos a ser cristianos no es en nuestra búsqueda intimista, sino en la familia, allí donde los hijos nacen y crecen y se hacen maduros para transformar después la existencia propia y la de los demás. En esto consiste la santidad. Así concluye el nº 79, en el que nos habla la Exhortación sobre Eucaristía y fieles laicos: Animo en especial a las familias para que este Sacramento sea fuente de fuerza e inspiración. El amor entre el hombre y la mujer, la acogida de la vida y la tarea educativa son ámbitos privilegiados en los que la Eucaristía puede mostrar su capacidad de transformar la existencia y llenarla de sentido. Los Pastores siempre han de apoyar, educar y animar a los fieles laicos a vivir plenamente su propia vocación a la santidad en el mundo, al que Dios ha amado tanto que le ha entregado a su Hijo para que se salve por Él (cf. Jn 3,16).
49.- Una forma eucarística de la vida cristiana, la pertenencia eclesial Jueves, 10 abr (RV).- El Domingo como dies Ecclesiae, como día en que la comunidad cristiana se congrega, es la fiesta de la pertenencia a los redimidos. Los cristianos celebramos el domingo esa misteriosa conexión de la vida divina en nuestra vida cotidiana. No somos pecadores que un día serán salvados por la sangre de Cristo, sino pecadores que ya disfrutan del perdón y la salvación y lo hacen visible en las obras y trabajos de este mundo. Nuestra vida de cristianos es la vida de Dios en el mundo, que permea capilarmente toda la existencia humana: el Bautismo nos hizo hijos y la Eucaristía alimenta esa vida de hijos en comunión con todos y con todo. Esto leemos en el nº 76: 76. La importancia del domingo como dies Ecclesiae nos remite a la relación intrínseca entre la victoria de Jesús sobre el mal y sobre la muerte y nuestra pertenencia a su Cuerpo eclesial. En efecto, en el Día del Señor todo cristiano descubre también la dimensión comunitaria de su propia existencia redimida. Participar en la acción litúrgica, comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere decir, al mismo tiempo, hacer cada vez más íntima y profunda la propia pertenencia a Él, que murió por nosotros (cf. 1 Co 6,19 s.; 7,23). Verdaderamente, quién se alimenta de Cristo vive por Él. El sentido profundo de la communio sanctorum se entiende en relación con el Misterio eucarístico. La comunión tiene siempre y de modo inseparable una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico. « Donde se destruye la comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión con nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros, tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios Trinitario ».[215] Así pues, llamados a ser miembros de Cristo y, por tanto, miembros los unos de los otros (cf. 1 Co 12,27), formamos una realidad fundada ontológicamente en el Bautismo y alimentada por la Eucaristía, una realidad que requiere una respuesta sensible en la vida de nuestras comunidades. Este mismo número 76 nos sigue diciendo que esa vida espiritual no se sostiene sobre nubes de devoción, sino sobre estructuras humanas, puesto que humanos y peregrinos somos en esta tierra. Pero estructura no quiere decir ataduras, sumisión a formas de relación férreamente marcadas, sino formas de comunión. En un mundo marcado por el individualismo que ha impuesto la secularización, necesitamos el sentido de pertenencia guiados por el carisma que suscita el Espíritu en las distintas formas de asociación cristiana. Sigue diciendo el nº 76 La forma eucarística de la vida cristiana es sin duda una forma eclesial y comunitaria. El modo concreto en que cada fiel puede experimentar su pertenencia al Cuerpo de Cristo se realiza a través de la diócesis y las parroquias, como estructuras fundamentales de la Iglesia en un territorio particular. Las asociaciones, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades —con la vitalidad de sus carismas concedidos por el Espíritu Santo para nuestro tiempo—, así como también los Institutos de vida consagrada, tienen el deber de dar su contribución específica para favorecer en los fieles la percepción de pertenecer al Señor (cf. Rm 14,8). El fenómeno de la secularización, que comporta aspectos marcadamente individualistas, ocasiona sus efectos deletéreos sobre todo en las personas que se aíslan, y por el escaso sentido de pertenencia. El cristianismo, desde sus comienzos, supone siempre una compañía, una red de relaciones vivificadas continuamente por la escucha de la Palabra, la Celebración eucarística y animadas por el Espíritu Santo. Espiritualidad y cultura eucarística 77. Es significativo que los Padres sinodales hayan afirmado que « los fieles cristianos necesitan comprender más profundamente las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera ». Esta consideración tiene hoy un significado particular para todos nosotros. Se ha de reconocer que uno de los efectos más graves de la secularización, mencionada antes, consiste en haber relegado la fe cristiana al margen de la existencia, como si fuera algo inútil con respecto al desarrollo concreto de la vida de los hombres. El fracaso de este modo de vivir « como si Dios no existiera » está ahora a la vista de todos. Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida «según el Espíritu» (cf. Rm 8,4 s.; Ga 5,16.25). Resulta significativo que san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual, mencione al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar: «Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (12,2). De esta manera, el Apóstol de los gentiles subraya la relación entre el verdadero culto espiritual y la necesidad de entender de un modo nuevo la vida y vivirla. La renovación de la mentalidad es parte integrante de la forma eucarística de la vida cristiana, «para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina» (Ef 4,14).
48.- Asambleas dominicales en ausencia de sacerdote Jueves, 3 abr (RV).- La importancia celebrar el «día del Señor» con la Eucaristía dominical y en comunidad, dondehacemos memoria de la victoria pascual de Cristo, tenía aquellas cuatro dimensiones que señalaba el Papa Juan Pablo II dies Domini, con referencia a la obra de la creación; dies Christi como día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo que hace el Señor Resucitado; dies Ecclesiae como día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración; dies hominis como día de alegría, descanso y caridad fraterna. Toda esta riqueza espiritual se pone en peligro cuando hay comunidades que no disponen de sacerdote para presidir la asamblea dominical. ¿Qué hacer en estas circunstancias? ¿Se puede privar a estas comunidades de esa riqueza si no tienen sacerdote?La Exhortación del Papa Benedicto XVI reconoce que no se puede celebrar la Santa Misa si no hay sacerdote consagrado, aunque sí una Asamblea dominical con la liturgia de la Palabra y distribución de la comunión. Dice así el nº 75 sobre las asambleas dominicales en ausencia de sacerdote: 75. Al profundizar en el sentido de la Celebración dominical para la vida del cristiano, se plantea espontáneamente el problema de las comunidades cristianas en las que falta el sacerdote y donde, por consiguiente, no es posible celebrar la santa Misa en el día del Señor. A este respecto, se ha de reconocer que nos encontramos ante situaciones bastante diferentes entre sí. El Sínodo, ante todo, ha recomendado a los fieles acercarse a una de las iglesias de la diócesis en que esté garantizada la presencia del sacerdote, aun cuando eso requiera un cierto sacrificio. En cambio, allí donde las grandes distancias hacen prácticamente imposible la participación en la Eucaristía dominical, es importante que las comunidades cristianas se reúnan igualmente para alabar al Señor y hacer memoria del día dedicado a Él. Sin embargo, esto debe realizarse en el contexto de una adecuada instrucción acerca de la diferencia entre la santa Misa y las asambleas dominicales en ausencia de sacerdote. La atención pastoral de la Iglesia se expresa en este caso vigilando para que la liturgia de la Palabra, organizada bajo la dirección de un diácono o de un responsable de la comunidad, al que le haya sido confiado debidamente este ministerio por la autoridad competente, se cumpla según un ritual específico elaborado por las Conferencias episcopales y aprobado por ellas para este fin. Recuerdo que corresponde a los Ordinarios conceder la facultad de distribuir la comunión en dichas liturgias, valorando cuidadosamente la conveniencia de la opción. Además, se ha de evitar que dichas asambleas provoquen confusión sobre el papel central del sacerdote y la dimensión sacramental en la vida de la Iglesia. Sigue nº 75 indicando que la generosidad y disponibilidad de los laicos en estas asambleas dominicales no puede llegar a alterar la tradición eclesial, en la que el sacerdote ordenado falta. Prácticamente se puede celebrar la liturgia eucarística pero sin la consagración del pan y del vino. Así lo han venido haciendo aquellas comunidades que recitaban todas las oraciones de la Misa, pero guardaban silencio cuando llegaban al momento de la consagración. La importancia del papel de los laicos, a los que se ha de agradecer su generosidad al servicio de las comunidades cristianas, nunca ha de ocultar el ministerio insustituible de los sacerdotes para la vida de la Iglesia. Así pues, se ha de vigilar atentamente para que las asambleas en ausencia de sacerdote no den lugar a puntos de vista eclesiológicos en contraste con la verdad del Evangelio y la tradición de la Iglesia. Es más, deberían ser ocasiones privilegiadas para pedir a Dios que mande sacerdotes santos según su corazón. A este respecto, es conmovedor lo que escribía el Papa Juan Pablo II en la Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1979, recordando aquellos lugares en los que la gente, privada del sacerdote por parte del régimen dictatorial, se reunía en una iglesia o santuario, ponía sobre el altar la estola que conservaba todavía y recitaba las oraciones de la liturgia eucarística, haciendo silencio « en el momento que corresponde a la transustanciación », dando así testimonio del ardor con que « desean escuchar las palabras, que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente ». Precisamente en esta perspectiva, teniendo en cuenta el bien incomparable que se deriva de la celebración del Sacrificio eucarístico, pido a todos los sacerdotes una activa y concreta disponibilidad para visitar lo más a menudo posible las comunidades confiadas a su atención pastoral, para que no permanezcan demasiado tiempo sin el Sacramento de la caridad. Ese gesto de poner sobre el altar la estola que corresponde al sacerdote consagrado y recitar las oraciones de la liturgia eucarística, haciendo silencio « en el momento que corresponde a la transustanciación », es una forma muy adecuada de estar unidos a toda la Iglesia, respetando la necesidad de la consagración sacerdotal, herencia recibida desde las primeras comunidades apostólicas. Esta carencia de sacerdotes moverá a los fieles a elevar oraciones al Señor para que mande obreros a su mises, dando así testimonio del ardor con que «desean escuchar las palabras, que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente ».
47.- Vivir el precepto dominical Jueves, 27 mar (RV).- Retomamos lo que dijimos el día pasado, y que afecta a los párrafos del 72 al 74, sobre el Precepto de ir a misa los domingos, pero esta palabra precepto u obligación ha de entenderse a la luz e lo que acabamos de leer: el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. Recordemos a San Ignacio de Antioquía, que ya en el siglo primero definía a los cristianismo "iuxta dominicam viventes", los que viven según el domingo, y es que no santificar este día, dice la misma Exhortación del Papa "es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios". 73. Los Padres sinodales, conscientes de este nuevo principio de vida que la Eucaristía pone en el cristiano, han reafirmado la importancia del precepto dominical para todos los fieles, como fuente de libertad auténtica, para poder vivir cada día según lo que han celebrado en el « día del Señor ». En efecto, la vida de fe peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la Celebración eucarística, en que se hace memoria de la victoria pascual. Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas con los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana reclama y que al mismo tiempo la forma. Perder el sentido del domingo, como día del Señor para santificar, es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios. A este respecto, son hermosas las observaciones de mi venerado predecesor Juan Pablo II en la Carta apostólica Dies Domini a propósito de las diversas dimensiones del domingo para los cristianos: es dies Domini, con referencia a la obra de la creación; dies Christi como día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo que hace el Señor Resucitado; dies Ecclesiae como día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración; dies hominis como día de alegría, descanso y caridad fraterna. Por tanto, este día se manifiesta como fiesta primordial en la que cada fiel, en el ambiente en que vive, puede ser anunciador y custodio del sentido del tiempo. En efecto, de este día brota el sentido cristiano de la existencia y un nuevo modo de vivir el tiempo, las relaciones, el trabajo, la vida y la muerte. Por eso, convienes que en el día del Señor los grupos eclesiales organicen en torno a la Celebración eucarística dominical manifestaciones propias de la comunidad cristiana: encuentros de amistad, iniciativas para formar la fe de niños, jóvenes y adultos, peregrinaciones, obras de caridad y diversos momentos de oración. Ante estos valores tan importantes -aun cuando el sábado por la tarde, desde las primeras Vísperas, ya pertenezca al domingo y esté permitido cumplir el precepto dominical- es preciso recordar que el domingo merece ser santificado en sí mismo, para que no termine siendo un día «vacío de Dios». Si el Domingo es fiesta, es día de descanso. Si el trabajo dignifica al hombre, La fiesta pone en luz que lo dignifica justamente porque el trabajo es algo relativo al hombre, el hombre es para la fiesta, incluso cuando trabaja. Veamos como lo expone el nº 74 Sentido del descanso y del trabajo
46.- Eficacia integradora del culto eucarístico Jueves, 20 mar (RV).- El título que nos ofrece el nº 71, de la Exhortación Sacramentum caritatis sobre la eucarística,que vamos a leer a continuación dice eficacia integradora, es decir la Eucaristía no es un culto o un rito cualquiera, es para ser integrado en la vida, es la celebración de Cristo que se da, se entrega en alimento, para que nuestra vida sea lo más parecida posible a la suya. El jueves Santo Jesús dirá: Tomad y comed, Tomad y bebed mi vida en alimento. 71. El nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: «Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Co 10,31). El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8,29 s.). Todo lo que hay de auténticamente humano —pensamientos y afectos, palabras y obras— encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud. Aparece aquí todo el valor antropológico de la novedad radical traída por Cristo con la Eucaristía: el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios. La gloria de Dios es el hombre viviente (cf. 1 Co 10,31). Y la vida del hombre es la visión de Dios. Precepto de ir a misa los domingos, pero esta palabra precepto u obligación ha de entenderse a la luz de lo que acabamos de leer: el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. En el cristianismo no se puede separar culto y vida. Aparece aquí en la Exhortación todo el valor antropológico de la novedad radical traída por Cristo con la Eucaristía. Ya los cristianos vienen definidos como aquellos que viven según el domingo. Leemos así en el nº 72 « Iuxta dominicam viventes » – Vivir según el domingo 72. Esta novedad radical que la Eucaristía introduce en la vida del hombre ha estado presente en la conciencia cristiana desde el principio. Los fieles percibieron en seguida el influjo profundo que la Celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San Ignacio de Antioquía expresaba esta verdad definiendo a los cristianos como «los que han llegado a la nueva esperanza », y los presentaba como los que viven «según el domingo » (iuxta dominicam viventes). Esta fórmula del gran mártir antioqueno pone claramente de relieve la relación entre la realidad eucarística y la vida cristiana en su cotidianidad. La costumbre característica de los cristianos de reunirse el primer día después del sábado para celebrar la resurrección de Cristo -según el relato de san Justino mártir- es el hecho que define también la forma de la existencia renovada por el encuentro con Cristo. La fórmula de san Ignacio -«vivir según el domingo»- subraya también el valor paradigmático que este día santo posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su diferencia no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro del ritmo normal de los días. Los cristianos siempre han vivido este día como el primero de la semana, porque en él se hace memoria de la radical novedad traída por Cristo. Así pues, el domingo es el día en que el cristiano encuentra aquella forma eucarística de su existencia que está llamado a vivir constantemente. «Vivir según el domingo» quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente.
45.-Forma eucarística de la vida cristiana Jueves, 13 mar (RV).- Comenzamos hoy la lectura y comentario a la tercera parte de la Exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI sobre la Eucaristía. Todos ustedes saben que este documento fue elaborado por el Sínodo de los Obispos convocado por el siervo de Dios Juan Pablo II y que concluyó el año sobre la Eucaristía que él mismo había preconizado. Si la primera parte la Exhortación se centraba en el misterio que se ha de creer y la segunda el misterio que se ha de celebrar, en esta tercera el enfoque es considerar la eucaristía como el misterio que se ha de vivir. Y comienza con una referencia central al texto con el que San Pablo se dirige a los primeros cristianos de Roma, donde hace alusión a la relación entre eucaristía y vida del cristiano. No se puede separar eucaristía y vida, no puede uno salir e la misa dominical y comenzar la semana olvidando el compromiso adquirido en esa celebración. Este es el texto de San Pablo, del cual toma nombre el número 70 que vamos a leer, El culto espiritual – logiké latreía (Rm 12,1): «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable». 70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que « quien coma de este pan vivirá para siempre » (Jn 6,51). Pero esta « vida eterna » se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: « El que me come vivirá por mí » (Jn 6,57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio « creído » y « celebrado » contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana. En efecto, comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se nos hace partícipes de la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente. Análogamente a lo que san Agustín dice en las Confesiones sobre el Logos eterno, alimento del alma, poniendo de relieve su carácter paradójico, el santo Doctor imagina que se le dice: « Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me transforme en ti, como el alimento de tu carne; sino que tú te transformarás en mí ».En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; « nos atrae hacia sí ». La Celebración eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial, ya que expresa, al mismo tiempo, tanto el inicio como el cumplimiento del nuevo y definitivo culto, la logiké latreía. A este respecto, las palabras de san Pablo a los Romanos son la formulación más sintética de cómo la Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios: «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable» (Rm 12,1). En esta exhortación se ve la imagen del nuevo culto como ofrenda total de la propia persona en comunión con toda la Iglesia. La insistencia del Apóstol sobre la ofrenda de nuestros cuerpos subraya la concreción humana de un culto que no es para nada desencarnado. A este propósito, el santo de Hipona nos sigue recordando que « éste es el sacrificio de los cristianos: es decir, el llegar a ser muchos en un solo cuerpo en Cristo. La Iglesia celebra este misterio con el sacramento del altar, que los fieles conocen bien, y en el que se les muestra claramente que en lo que se ofrece ella misma es ofrecida ». En efecto, la doctrina católica afirma que la Eucaristía, como sacrificio de Cristo, es también sacrificio de la Iglesia, y por tanto de los fieles. La insistencia sobre el sacrificio —« hacer sagrado »— expresa aquí toda la densidad existencial que se encuentra implicada en la transformación de nuestra realidad humana ganada por Cristo (cf. Flp 3,12). La vida del cristiano, se alimenta, crece y llega a su plenitud en la eucaristía, porque Jesús nos dejó dicho: “quien coma de este pan vivirá para siempre”, vida eterna que no es otra que la del amor y que se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “El que me come vivirá por mí “
44.- Práctica de la adoración eucarística Jueves, 6 mar (RV).- El Papa nos va a proponer, en los números que vamos a comentar ahora de la Exhortación Sacramentum caritatis, la práctica de la adoración eucarística. Leamos el número 67. 67. Por tanto, juntamente con la asamblea sinodal, recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. A este respecto, será de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se pueden dedicar a la adoración perpetua. Recomiendo también que en la formación catequética, sobre todo en el ciclo de preparación para la Primera Comunión, se inicie a los niños en el significado y belleza de estar con Jesús, fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía. Además, quisiera expresar admiración y apoyo a los Institutos de vida consagrada cuyos miembros dedican una parte importante de su tiempo a la adoración eucarística. De este modo ofrecen a todos el ejemplo de personas que se dejan plasmar por la presencia real del Señor. Al mismo tiempo, deseo animar a las asociaciones de fieles, así como a las Cofradías, que tienen esta práctica como un compromiso especial, siendo así fermento de contemplación para toda la Iglesia y llamada a la centralidad de Cristo para la vida de los individuos y de las comunidades. Y en el número 68, el Papa se va a referir a la adoración eucarística comunitaria, como las procesiones del Corpus. Formas de devoción eucarística 68. La relación personal que cada fiel establece con Jesús, presente en la Eucaristía, lo pone siempre en contacto con toda la comunión eclesial, haciendo que tome conciencia de su pertenencia al Cuerpo de Cristo. Por eso, además de invitar a los fieles a encontrar personalmente tiempo para estar en oración ante el Sacramento del altar, pido a las parroquias y a otros grupos eclesiales que promuevan momentos de adoración comunitaria. Obviamente, conservan todo su valor las formas de devoción eucarística ya existentes. Pienso, por ejemplo, en las procesiones eucarísticas, sobre todo la procesión tradicional en la solemnidad del Corpus Christi, en la práctica piadosa de las Cuarenta Horas, en los Congresos eucarísticos locales, nacionales e internacionales, y en otras iniciativas análogas. Estas formas de devoción, debidamente actualizadas y adaptadas a las diversas circunstancias, merecen ser cultivadas también hoy. Con este número que vamos a leer a continuación, sobre el lugar del sagrario en los templos, se cierra la segunda parte de la Exhortación del Papa. Lugar del sagrario en la iglesia 69. Sobre la importancia de la reserva eucarística y de la adoración y veneración del sacramento del sacrificio de Cristo, el Sínodo de los Obispos ha reflexionado sobre la adecuada colocación del sagrario en nuestras iglesias. En efecto, esto ayuda a reconocer la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. Por tanto, es necesario que el lugar en que se conservan las especies eucarísticas sea identificado fácilmente por cualquiera que entre en la iglesia, también gracias a la lamparilla encendida. Para ello, se ha de tener en cuenta la estructura arquitectónica del edificio sacro: en las iglesias donde no hay capilla del Santísimo Sacramento, y el sagrario está en el altar mayor, conviene seguir usando dicha estructura para la conservación y adoración de la Eucaristía, evitando poner delante la sede del celebrante. En las iglesias nuevas conviene prever que la capilla del Santísimo esté cerca del presbiterio; si esto no fuera posible, es preferible poner el sagrario en el presbiterio, suficientemente alto, en el centro del ábside, o bien en otro punto donde resulte bien visible. Todos estos detalles ayudan a dar dignidad al sagrario, cuyo aspecto artístico también debe cuidarse. Obviamente, se ha tener en cuenta lo que dice a este respecto la Ordenación General del Misal Romano. En todo caso, el juicio último en esta materia corresponde al Obispo diocesano. Así cierra la Exhortación Sacramentum caritatis esta segunda parte que hemos venido leyendo y comentando, y que ha tratado sobre la Eucaristía como misterio creído y celebrado en la Iglesia por el Pueblo de Dios.
43.- Veneración y Adoración eucarística Jueves, 28 feb (RV).- Veníamos leyendo y analizando una parte de la Exhortación apostólica que lleva como título “La celebración participada interiormente” para lo cual aparecía como imprescindible hacer ese itinerario mistagógico que debe introducir a los fieles en la vida eucarística. Decíamos también que para llevar a cabo la Catequesis mistagógica, se debe dar esa doble forma de conocimiento, el conocimiento sistemático de los contenidos de la fe y el conocimiento que proviene de la experiencia personal. El nº 64 de la Exhortación acaba con estas palabras … 64. Para realizar en nuestras comunidades eclesiales esta tarea educativa, hay que contar con formadores bien preparados. Ciertamente, todo el Pueblo de Dios ha de sentirse comprometido en esta formación. Cada comunidad cristiana está llamada a ser ámbito pedagógico que introduce en los misterios que se celebran en la fe. A este respecto, durante el Sínodo los Padres han subrayado la conveniencia de una mayor participación de las comunidades de vida consagrada, de los movimientos y demás grupos que, por sus propios carismas, pueden aportar un renovado impulso a la formación cristiana. También en nuestro tiempo el Espíritu Santo prodiga la efusión de sus dones para sostener la misión apostólica de la Iglesia, a la cual corresponde difundir la fe y educarla hasta su madurez. Veneración de la Eucaristía 65. Un signo convincente de la eficacia que la catequesis eucarística tiene en los fieles es sin duda el crecimiento en ellos del sentido del misterio de Dios presente entre nosotros. Eso se puede comprobar a través de manifestaciones específicas de veneración de la Eucaristía, hacia la cual el itinerario mistagógico debe introducir a los fieles. Pienso, en general, en la importancia de los gestos y de la postura, como arrodillarse durante los momentos principales de la Plegaria eucarística. Para adecuarse a la legítima diversidad de los signos que se usan en el contexto de las diferentes culturas, cada uno ha de vivir y expresar que es consciente de encontrarse en toda celebración ante la majestad infinita de Dios, que llega a nosotros de manera humilde en los signos sacramentales. Pasemos ahora al nº 66, donde se nos habla de la Relación intrínseca entre celebración y adoración 66. Uno de los momentos más intensos del Sínodo fue cuando, junto con muchos fieles, nos desplazamos a la Basílica de San Pedro para la adoración eucarística. Con este gesto de oración, la asamblea de los Obispos quiso llamar la atención, no sólo con palabras, sobre la importancia de la relación intrínseca entre celebración eucarística y adoración. En este aspecto significativo de la fe de la Iglesia se encuentra uno de los elementos decisivos del camino eclesial realizado tras la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II. Mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración del Santísimo Sacramento. Una objeción difundida entonces se basaba, por ejemplo, en la observación de que el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido. En realidad, a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia, dicha contraposición se mostró carente de todo fundamento. Seguimos leyendo en el nº 66: Ya decía san Agustín: «nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; [...] peccemus non adorando – Nadie come de esta carne sin antes adorarla [...], pecaríamos si no la adoráramos». En efecto, en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial. La adoración fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, « sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros ».
42.- Catequesis mistagógica La celebración participada interiormente Jueves, 21 feb (RV).- Junto al conocimiento sistemático de los contenidos de la fe es de vital importancia el conocimiento que proviene de la experiencia personal. Pero para este encuentro vivo y persuasivo con Cristo, se necesita el anuncio; el conocimiento de Dios, decía el Cardenal Ratzinger en su Introducción al cristianismo, no proviene de una reflexión y elaboración personal de nuestro propio pensamiento, sino de la escucha de Palabra de Dios, que ha de ser anunciada por auténticos testigos. En este sentido, el que introduce en los misterios es ante todo el testigo. Esto es lo que quiere decir la palabra mistagógica: introducción en los misterios. Catequista que explicaba los misterios sagrados, especialmente los Santos Sacramentos. 64. La gran tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña que, para una participación fructuosa, es necesario esforzarse por corresponder personalmente al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero. Por este motivo, el Sínodo de los Obispos ha recomendado que los fieles tengan una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras. Si faltara ésta, nuestras celebraciones, por muy animadas que fueren, correrían el riesgo de caer en el ritualismo. Así pues, se ha de promover una educación en la fe eucarística que disponga a los fieles a vivir personalmente lo que se celebra. Ante la importancia esencial de esta participatio personal y consciente, ¿cuáles pueden ser los instrumentos formativos idóneos? A este respecto, los Padres sinodales han propuesto unánimemente una catequesis de carácter mistagógico que lleve a los fieles a adentrarse cada vez más en los misterios celebrados. En particular, por lo que se refiere a la relación entre el ars celebrandi y la actuosa participatio, se ha de afirmar ante todo que «la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada».En efecto, por su propia naturaleza, la liturgia tiene una eficacia propia para introducir a los fieles en el conocimiento del misterio celebrado. Precisamente por ello, el itinerario formativo del cristiano en la tradición más antigua de la Iglesia, aun sin descuidar la comprensión sistemática de los contenidos de la fe, tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos. En este sentido, el que introduce en los misterios es ante todo el testigo. Dicho encuentro ahonda en la catequesis y tiene su fuente y su culmen en la celebración de la Eucaristía. De esta estructura fundamental de la experiencia cristiana nace la exigencia de un itinerario mistagógico, en el cual se han de tener siempre presentes tres elementos: a) Ante todo, la interpretación de los ritos a la luz de los acontecimientos salvíficos, según la tradición viva de la Iglesia. Efectivamente, la celebración de la Eucaristía contiene en su infinita riqueza continuas referencias a la historia de la salvación. En Cristo crucificado y resucitado podemos celebrar verdaderamente el centro que recapitula toda la realidad (cf. Ef 1,10). Desde el principio, la comunidad cristiana ha leído los acontecimientos de la vida de Jesús, y en particular el misterio pascual, en relación con todo el itinerario veterotestamentario. b) Además, la catequesis mistagógica ha de introducir en el significado de los signos contenidos en los ritos. Este cometido es particularmente urgente en una época como la actual, tan imbuida por la tecnología, en la cual se corre el riesgo de perder la capacidad perceptiva de los signos y símbolos. Más que informar, la catequesis mistagógica debe despertar y educar la sensibilidad de los fieles ante el lenguaje de los signos y gestos que, unidos a la palabra, constituyen el rito. c) Finalmente, la catequesis mistagógica ha de enseñar el significado de los ritos en relación con la vida cristiana en todas sus facetas, como el trabajo y los compromisos, el pensamiento y el afecto, la actividad y el descanso. Forma parte del itinerario mistagógico subrayar la relación entre los misterios celebrados en el rito y la responsabilidad misionera de los fieles. En este sentido, el resultado final de la mistagogía es tomar conciencia de que la propia vida se transforma progresivamente por los santos misterios que se celebran. Por otra parte, toda la educación cristiana tiene como objetivo formar al fiel como « hombre nuevo », con una fe adulta, que lo haga capaz de testimoniar en su propio ambiente la esperanza cristiana que lo anima.
41.- Las grandes concelebraciones Jueves, 14 feb (RV).- Las celebraciones especiales, por razón de una festividad popular, grandes aniversarios, que dan cita a grandes aglomeraciones en la participación eucarística, también son objeto de atención en la Exhortación de Benedicto XVI en la Sacramentum Caritatis. Lo mismo que la celebración de la Santa isa en grupos muy reducidos. Veamos cuáles son los consejos que nos da en los números 61 y 63. 61. La asamblea sinodal ha considerado la calidad de la participación en las grandes celebraciones que tienen lugar en circunstancias particulares, en las que, además de un gran número de fieles, concelebran muchos sacerdotes. Por un lado, es fácil reconocer el valor de estos momentos, especialmente cuando el Obispo preside rodeado de su presbiterio y de los diáconos. Por otro, en estas circunstancias se pueden producir problemas por lo que se refiere a la expresión sensible de la unidad del presbiterio, especialmente en la Plegaria eucarística y en la distribución de la santa Comunión. Se ha de evitar que estas grandes concelebraciones produzcan dispersión. Para ello, se han de prever modos adecuados de coordinación y disponer el lugar de culto de manera que permita a los presbíteros y a los fieles una participación plena y real. En todo caso, se ha de tener presente que se trata de concelebraciones de carácter excepcional y limitadas a situaciones extraordinarias. Lengua latina
En este número 63, que leemos a continuación el papa pone en guardia de los peligros de las celebraciones de la misa en pequeños grupos, pudiera ser el caso de los grupos del Camino Neocatecumenal. El peligro o riesgo a evitar no es otro que cada uno camine por su parte, estableciendo formas paralelas a lo que se acostumbra en las diócesis y en la vida de la Iglesia en general. Celebraciones eucarísticas en pequeños grupos
40.-. « Actuosa participatio » de los enfermos Jueves, 7 feb (RV).- El Papa sigue desarrollando en esta parte de la Exhortación el tema de la actuosa participatio, es decir como mejorar la participación en la Eucaristía de aquellas personas que por diversos motivos tienen alguna dificultad, impedimento o incluso prohibición, como era el caso de los no católicos. En los números que vamos a leer a continuación el Papa se va a referir, para facilitar una participación más fructuosa en la Eucaristía, a los enfermos, los presos y los emigrantes. Entre estos lógicamente encontramos a cristianos católicos de rito oriental. En cuanto sea posible será necesario atenderles en su tradición litúrgica; en cualquier caso, por razones de caridad fraterna y de mutuo enriquecimiento, el Papa promueve el encuentro entre los fieles de diversos ritos. Leamos los números 58, 59 y 60 58. Teniendo presente la condición de los que no pueden ir a los lugares de culto por motivos de salud o edad, quisiera llamar la atención de toda la comunidad eclesial sobre la necesidad pastoral de asegurar la asistencia espiritual a los enfermos, tanto a los que están en su casa como a los que están hospitalizados. En el Sínodo de los Obispos se ha hecho referencia a ellos varias veces. Se ha de procurar que estos hermanos y hermanas nuestros puedan recibir con frecuencia la Comunión sacramental. Al reforzar así la relación con Cristo crucificado y resucitado, podrán sentir su propia vida integrada plenamente en la vida y la misión de la Iglesia mediante la ofrenda del propio sufrimiento en unión con el sacrificio de nuestro Señor. Se ha de reservar una atención particular a los discapacitados; si lo permite su condición, la comunidad cristiana ha de favorecer su participación en la celebración en un lugar de culto. A este respecto, se ha de procurar que los edificios sagrados no tengan obstáculos arquitectónicos que impidan el acceso de los minusválidos. Se ha de dar también la Comunión eucarística, cuando sea posible, a los discapacitados mentales, bautizados y confirmados: ellos reciben la Eucaristía también en la fe de la familia o de la comunidad que los acompaña. Atención pastoral a los presos Los emigrantes y su participación en la Eucaristía Como resumen de la atención eucarística que se ha de prestar a estos tres grupos de personas, enfermos, presos y emigrantes, el Sínodo sobre la Eucaristía y el Santo Padre han querido tenerlos presentes, son signo visible de aquellos destinatarios a los que Jesús prestaba una atención y dedicación especial. Las situaciones de marginación, aunque no sea más que por razón de ser minoría, se convierten en signo de la verdadera caridad cristiana y son un lugar donde se manifiesta la predilección de Jesús por los pequeños.
39.- Participación de los cristianos no católicos Jueves, 31 ene (RV).- .-En este apartado de la Exhortación sobre la Eucaristía el Santo Padre desea manifestar el gran deseo, el ardiente deseo de la unidad de la Iglesia. En efecto, la Eucaristía debería ser el signo visible de esa unión con el resto de las Iglesias o Comunidades eclesiales que tienen como base común la fe cristiana. Pero si la Eucaristía debería ser expresión de esa unidad no podemos usar este sacramento como simple “medio” que se utilice para conseguirla. La Eucaristía es anterior a cualquier manifestación eclesial posterior. Nos dirá textualmente: “Nosotros sostenemos que la Comunión eucarística y la comunión eclesial están tan íntimamente unidas que por lo general resulta imposible que los cristianos no católicos participen en una sin tener la otra”. Leamos el número 59 de la Exhortación, donde habla sobre la participación de los cristianos no católicos en la Eucaristía: 56. Al tratar el tema de la participación nos encontramos inevitablemente con el de los cristianos pertenecientes a Iglesias o Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia Católica. A este respecto, se ha de decir que la unión intrínseca que se da entre Eucaristía y unidad de la Iglesia nos lleva a desear ardientemente, por un lado, el día en que podamos celebrar junto con todos los creyentes en Cristo la divina Eucaristía y expresar así visiblemente la plenitud de la unidad que Cristo ha querido para sus discípulos (cf. Jn 17,21). Por otro lado, el respeto que debemos al sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo nos impide hacer de él un simple « medio » que se usa indiscriminadamente para alcanzar esta misma unidad. En efecto, la Eucaristía no sólo manifiesta nuestra comunión personal con Jesucristo, sino que también implica la plena communio con la Iglesia. Este es, pues, el motivo por el cual, con dolor pero no sin esperanza, pedimos a los cristianos no católicos que comprendan y respeten nuestra convicción, basada en la Biblia y en la Tradición. Nosotros sostenemos que la Comunión eucarística y la comunión eclesial están tan íntimamente unidas que por lo general resulta imposible que los cristianos no católicos participen en una sin tener la otra. Menos sentido tendría aún una verdadera concelebración con ministros de Iglesias o Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia Católica. No obstante, es verdad que, de cara a la salvación, existe la posibilidad de admitir individualmente a cristianos no católicos a la Eucaristía, al sacramento de la Penitencia y a la Unción de los enfermos. Pero eso sólo en situaciones determinadas y excepcionales, caracterizadas por condiciones bien precisas. Éstas están indicadas claramente en el Catecismo de la Iglesia Católica y en su Compendio.Todos tienen el deber de atenerse fielmente a ellas. Benedicto XVI, por lo tanto, manifiesta la prohibición de celebrar juntos la Eucaristía, aunque no cierra las puertas a que cristianos no católicos puedan participar en ella, lo mismo que al sacramento de la penitencia o a la Unción de los enfermos, como ya está previsto en el Catecismo de la Iglesia católica. Y a continuación el Papa se va a referir a la Participación a través de los medios de comunicación social Lo hace en el número 57 que leemos a continuación: 57. Debido al gran desarrollo de los medios de comunicación social, la palabra « participación » ha adquirido en las últimas décadas un sentido más amplio que en el pasado. Todos reconocemos con satisfacción que estos instrumentos ofrecen también nuevas posibilidades en lo que se refiere a la Celebración eucarística. Eso exige a los agentes pastorales del sector una preparación específica y un acentuado sentido de responsabilidad. En efecto, la santa Misa que se transmite por televisión adquiere inevitablemente una cierta ejemplaridad. Por tanto, se ha de poner una especial atención en que la celebración, además de hacerse en lugares dignos y bien preparados, respete las normas litúrgicas. Por lo que se refiere al valor de la participación en la santa Misa que los medios de comunicación hacen posible, quien ve y oye dichas transmisiones ha de saber que, en condiciones normales, no cumple con el precepto dominical. En efecto, el lenguaje de la imagen representa la realidad, pero no la reproduce en sí misma. Si es loable que ancianos y enfermos participen en la santa Misa festiva a través de las transmisiones radiotelevisivas, no puede decirse lo mismo de quien, mediante tales transmisiones, quisiera dispensarse de ir al templo para la celebración eucarística en la asamblea de la Iglesia viva.
38.- Celebración eucarística e inculturación Jueves, 24 ene (RV).- Una de las preguntas más comunes que todos nos hemos hecho es por qué hemos de celebrar la Santa Misa de la misma forma y con los mismos ritos en contextos culturales y geográficos tan distintos en todo el planeta. ¿No se podría adaptar la celebración eucarística a las distintas culturas? Pues bien, el Concilio Vaticano II y la Exhortación de Benedicto XVI ya se plantean el permitir algunas adaptaciones apropiadas a los diversos contextos y culturas. El hecho de que haya habido algunos abusos no disminuye la claridad de este principio, que se debe mantener de acuerdo con las necesidades reales de la Iglesia, que vive y celebra el mismo misterio de Cristo en situaciones culturales diferentes. Así leemos en el nº 54 54. A partir de las afirmaciones fundamentales del Concilio Vaticano II, se ha subrayado varias veces la importancia de la participación activa de los fieles en el Sacrificio eucarístico. Para favorecerla se pueden permitir algunas adaptaciones apropiadas a los diversos contextos y culturas. El hecho de que haya habido algunos abusos no disminuye la claridad de este principio, que se debe mantener de acuerdo con las necesidades reales de la Iglesia, que vive y celebra el mismo misterio de Cristo en situaciones culturales diferentes. En efecto, el Señor Jesús, precisamente en el misterio de la Encarnación, naciendo de mujer como hombre perfecto (cf. Ga 4,4), no sólo está en relación directa con las expectativas expresadas en el Antiguo Testamento, sino también con las de todos los pueblos. Con eso, Él ha manifestado que Dios quiere encontrarse con nosotros en nuestro contexto vital. Por tanto, para una participación más eficaz de los fieles en los santos Misterios, es útil proseguir el proceso de inculturación en el ámbito de la celebración eucarística, teniendo en cuenta las posibilidades de adaptación que ofrece la Ordenación General del Misal Romano, interpretadas a la luz de los criterios fijados por la IV Instrucción de la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos, Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994, y de las directrices dadas por el Papa Juan Pablo II en las Exhortaciones apostólicas postsinodales Ecclesia in Africa, Ecclesia in America, Ecclesia in Asia, Ecclesia in Oceania, Ecclesia in Europa. Para lograr este objetivo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el adecuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas adaptaciones, siempre de acuerdo con la Sede Apostólica. Pero no bastan las indicaciones pastorales referidas a la inculturación con adaptaciones apropiadas a los diversos contextos y culturas, es imprescindible también que se den actitudes personales para que la participación en la eucaristía sea fructuosa. El nº 55 que leemos a continuación pone el énfasis en la necesidad de “Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación” Condiciones personales para una « actuosa participatio » 55. Al considerar el tema de la actuosa participatio de los fieles en el rito sagrado, los Padres sinodales han resaltado también las condiciones personales de cada uno para una fructuosa participación. Una de ellas es ciertamente el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de cada fiel. No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida. Favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental. Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación. En particular, es preciso persuadir a los fieles de que no puede haber una actuosa participatio en los santos Misterios si no se toma al mismo tiempo parte activa en la vida eclesial en su totalidad, la cual comprende también el compromiso misionero de llevar el amor de Cristo a la sociedad. Sin duda, la plena participación en la Eucaristía se da cuando nos acercamos también personalmente al altar para recibir la Comunión. No obstante, se ha de poner atención para que esta afirmación correcta no induzca a un cierto automatismo entre los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la iglesia durante la liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a la Mesa eucarística. Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y recomendada por los Santos maestros de la vida espiritual. Esta sugerencia de la comunión espiritual, recomendada por los maestros de la vida espiritual, es una práctica que ha podido caer en desuso y que es necesario recuperar. Se trata de una forma muy real y activa para realizar al comunión de los santos, y de unión con la Iglesia universal.
37.- Auténtica participación Jueves, 17 ene (RV).- El concilio recomendaba una participación activa, plena y fructuosa en la Eucaristía y la Exhortación del Papa reconoce que ha habido cambios y progresos notables en la línea propuesta por el Concilio Vaticano. Pero todavía la participación todavía sigue fluctuando entre espectadores pasivos y devotos introvertidos en sus oraciones. El Concilio dice textualmente en el número 48: “La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que participen… en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada…, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos”. Leamos ahora el nº 52 de la Exhortación: 52. El Concilio Vaticano II puso un énfasis particular en la participación activa, plena y fructuosa de todo el Pueblo de Dios en la celebración eucarística. Ciertamente, la renovación llevada a cabo en estos años ha favorecido notables progresos en la dirección deseada por los Padres conciliares. Pero no hemos de ocultar el hecho de que, a veces, ha surgido alguna incomprensión precisamente sobre el sentido de esta participación. Por tanto, conviene dejar claro que con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad externa durante la celebración. En realidad, la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana. Sigue siendo totalmente válida la recomendación de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, que exhorta a los fieles a no asistir a la liturgia eucarística «como espectadores mudos o extraños», sino a participar «consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada».El Concilio prosigue la reflexión: los fieles, «instruidos por la Palabra de Dios, reparen sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino también juntamente con él, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unidad con Dios y entre sí». El concilio proponía además que para promover la participación activa se fomentaran las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales. Al mismo tiempo recomendaba que “al reformar y fomentar la sagrada Liturgia para fomentar esa plena y activa participación de todo el pueblo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada. Y como no se puede esperar que esto ocurra, si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea antes que nada a la educación litúrgica del clero. Así leemos en el nº 53: Participación y ministerio sacerdotal 53. La belleza y armonía de la acción litúrgica se manifiestan de manera significativa en el orden con el cual cada uno está llamado a participar activamente. Eso comporta el reconocimiento de las diversas funciones jerárquicas implicadas en la celebración misma. Es útil recordar que, de por sí, la participación activa no es lo mismo que desempeñar un ministerio particular. Sobre todo, no ayuda a la participación activa de los fieles una confusión ocasionada por la incapacidad de distinguir las diversas funciones que corresponden a cada uno en la comunión eclesial. En particular, es preciso que haya claridad sobre las tareas específicas del sacerdote. Éste es, como atestigua la tradición de la Iglesia, quien preside de modo insustituible toda la celebración eucarística, desde el saludo inicial a la bendición final. En virtud del Orden sagrado que ha recibido, él representa a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y, de la manera que le es propia, también a la Iglesia misma. En efecto, toda celebración de la Eucaristía está dirigida por el Obispo, «ya sea personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores». Es ayudado por el diácono, que tiene algunas funciones específicas en la celebración: preparar el altar y prestar servicio al sacerdote, proclamar el Evangelio, predicar eventualmente la homilía, enunciar las intenciones en la oración universal, distribuir la Eucaristía a los fieles. En relación con estos ministerios vinculados al sacramento del Orden, hay también otros ministerios para el servicio litúrgico, que desempeñan religiosos y laicos preparados, lo que es de alabar.
36.- Distribución y recepción de la Eucaristía Jueves, 10 ene (RV).- La participación en la sagrada comunión representa el momento en que los fieles entran en contacto íntimo con el Señor que se entrega. Es la participación en el banquete tantas veces anunciado por Jesús en el Evangelio como anticipo del banquete celestial. La actitud que se nos pide se puede resumir en tres palabras: devoción, alegría y acción de gracias. 50. Otro momento de la celebración, al que es necesario hacer referencia, es la distribución y recepción de la santa Comunión. Pido a todos, en particular a los ministros ordenados y a los que, debidamente preparados, están autorizados para el ministerio de distribuir la Eucaristía en caso de necesidad real, que hagan lo posible para que el gesto, en su sencillez, corresponda a su valor de encuentro personal con el Señor Jesús en el Sacramento. Respecto a las prescripciones para una praxis correcta, me remito a los documentos emanados recientemente. Todas las comunidades cristianas han de atenerse fielmente a las normas vigentes, viendo en ellas la expresión de la fe y el amor que todos han de tener respecto a este sublime Sacramento. Tampoco se descuide el tiempo precioso de acción de gracias después de la Comunión: además de un canto oportuno, puede ser también muy útil permanecer recogidos en silencio. En este mismo párrafo 50, Benedicto XVI reclama la atención sobre la frecuente presencia en la misas de personas no practicantes, visitantes extraños, de no católicos o pertenecientes a otras religiones y de personas que tal vez se encuentran en una situación de vida que no permite su acceso a los sacramentos. En estos casos exhorta a encontrar el sentido de la comunión sacramental y a las condiciones para su recepción. Cuando no sea posible garantizar esta claridad en el significado de la Eucaristía, el papa sugiere sustituir la misa por una celebración de la Palabra de Dios. Sigue así el n. 50 A este propósito, quisiera llamar la atención sobre un problema pastoral con el que nos encontramos frecuentemente en nuestro tiempo. Me refiero al hecho de que en algunas circunstancias, como por ejemplo en las santas Misas celebradas con ocasión de bodas, funerales o acontecimientos análogos, además de fieles practicantes, asisten también a la celebración otros que tal vez no se acercan al altar desde hace años, o quizás están en una situación de vida que no les permite recibir los sacramentos. Otras veces sucede que están presentes personas de otras confesiones cristianas o incluso de otras religiones. Situaciones similares se producen también en iglesias que son meta de visitantes, sobre todo en las grandes ciudades de en las que abunda el arte. En estos casos, se ve la necesidad de usar expresiones breves y eficaces para hacer presente a todos el sentido de la Comunión sacramental y las condiciones para recibirla. Donde se den situaciones en las que no sea posible garantizar la debida claridad sobre el sentido de la Eucaristía, se ha de considerar la conveniencia de sustituir la Eucaristía con una celebración de la Palabra de Dios. El momento final de la celebración eucarística es el de la despedida. El papa va a tomar nota de la fórmula conclusiva de la tradicional misa en latín, el “Ite, missa est”. La palabra misa que se utiliza en esta fórmula viene tomada del verbo latino “mitto” que significa enviar y en gerundio se conjuga como “missi”, sois enviados. Benedicto XVI exhorta a ofrecer a los fieles una invitación a ser misioneros por el mundo, en la vida en que cada uno desarrolla su actividad, su trabajo, su relación con los demás. No obstante sugiere acogerse siempre a las fórmulas aprobadas para la oración final y la bendición que expresen ese significado de la misión de todo cristiano. 51. Quisiera detenerme ahora en lo que los Padres sinodales han dicho sobre el saludo de despedida al final de la Celebración eucarística. Después de la bendición, el diácono o el sacerdote despide al pueblo con las palabras: Ite, missa est. En este saludo podemos apreciar la relación entre la Misa celebrada y la misión cristiana en el mundo. En la antigüedad, « missa » significaba simplemente « terminada ». Sin embargo, en el uso cristiano ha adquirido un sentido cada vez más profundo. La expresión « missa » se transforma, en realidad, en «misión». Este saludo expresa sintéticamente la naturaleza misionera de la Iglesia. Por tanto, conviene ayudar al Pueblo de Dios a que, apoyándose en la liturgia, profundice en esta dimensión constitutiva de la vida eclesial. En este sentido, sería útil disponer de textos debidamente aprobados para la oración sobre el pueblo y la bendición final que expresen dicha relación.
35.- Plegaría eucarística Jueves, 3 ene (RV).- En nuestro espacio de hoy vamos a recoger dos puntos de la Exhortación, el de la Plegaria eucarística y el rito de la paz. El primero se refiere a la parte central de la celebración eucarística, en la que se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena y donde invocamos la acción del Espíritu para que los dones presentados queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, que después recibiremos en la Comunión. Así nos lo explica el n. 48: 48. La Plegaria eucarística es « el centro y la cumbre de toda la celebración ». Su importancia merece ser subrayada adecuadamente. Las diversas Plegarias eucarísticas que hay en el Misal nos han sido transmitidas por la tradición viva de la Iglesia y se caracterizan por una riqueza teológica y espiritual inagotable. Se ha de procurar que los fieles las aprecien. La Ordenación General del Misal Romano nos ayuda en esto, recordándonos los elementos fundamentales de toda Plegaria eucarística: acción de gracias, aclamación, epíclesis, relato de la institución y consagración, anámnesis, oblación, intercesión y doxología conclusiva. En particular, la espiritualidad eucarística y la reflexión teológica se iluminan al contemplar la profunda unidad de la anáfora, entre la invocación del Espíritu Santo y el relato de la institución, en la que « se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena ».En efecto, « la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sea para la salvación de quienes la reciben ». El Rito de la paz. En el párrafo 49 Benedicto XVI recuerda que "durante el sínodo de los obispos quedó patente la oportunidad de moderar este gesto, que puede asumir expresiones excesivas, suscitando a veces confusiones en la asamblea justo antes e la comunión. En una nota a pie de página el papa añade el haber pedido a los dicasterios competentes estudiar la posibilidad de colocar el intercambio de la paz en otro momento, pro ejemplo antes de la presentación de los dones en el altar: cosa que ya sucede, por ejemplo en el rito ambrosiano que se celebra en la archidiócesis de Milán. 49. La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. La paz es ciertamente un anhelo indeleble en el corazón de cada uno. La Iglesia se hace portavoz de la petición de paz y reconciliación que surge del alma de toda persona de buena voluntad, dirigiéndola a Aquel que « es nuestra paz » (Ef 2,14), y que puede pacificar a los pueblos y personas aun cuando fracasen las iniciativas humanas. Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos. Efectivamente, el rito de la paz está íntimamente ligado a la Eucaristía: en la entrega de Cristo se produce la reconciliación del hombre con Dios. El sacrificio agradable a Dios es el de su propio hijo como hombre, para que todos los hombres comprendamos nuestro camino hacia la paz total. Es un momento festivo, pero toda exageración desvirtúa el misterio que todavía no se ha completado del todo, estamos en camino, deseamos la paz y la fiesta total se producirá en el cielo.
34.- Homilía Jueves, 27 dic (RV).- El Papa nos ha pedido, para esta parte de la Eucaristía en la que proclamamos y acogemos la Palabra de Dios, que “se prepare y se viva siempre de manera adecuada”. ¿Y qué quiere decir esto?: lectores bien instruidos, breves moniciones que ayuden, manifestar su unidad con el Sacramento eucarístico. En efecto, dice el Papa, la Palabra que anunciamos y escuchamos es el Verbo hecho carne. Y ahora comenta cómo ha de ser la homilía: evitar que sea "genérica o abstracta" y que se haga referencia a los puntos centrales de la doctrina católica, para ello habrá que prestar atención al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.Leemos el nº 46 46. La necesidad de mejorar la calidad de la homilía está en relación con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, ésta « es parte de la acción litúrgica »; tiene como finalidad favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles. Por eso los ministros ordenados han de « preparar la homilía con esmero, basándose en un conocimiento adecuado de la Sagrada Escritura ».Han de evitarse homilías genéricas o abstractas. En particular, pido a los ministros un esfuerzo para que la homilía ponga la Palabra de Dios proclamada en estrecha relación con la celebración sacramental y con la vida de la comunidad, de modo que la Palabra de Dios sea realmente sustento y vigor de la Iglesia. Se ha de tener presente, por tanto, la finalidad catequética y exhortativa de la homilía. Es conveniente que, partiendo del leccionario trienal, se prediquen a los fieles homilías temáticas que, a lo largo del año litúrgico, traten los grandes temas de la fe cristiana, según lo que el Magisterio propone en los cuatro «pilares» del Catecismo de la Iglesia Católicay en su reciente Compendio: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana. Estamos leyendo, en esta parte de la Exhortación, lo que se refiere a la estructura de la celebración eucarística, destacando de manera singular a la necesidad de resaltar la unidad intrínseca de la acción litúrgica, sobre todo entre liturgia de la Palabra y liturgia eucarística. La Homilía ha de manifestar de manera nítida esa unidad: lo que anunciamos y celebramos es el Verbo hecho carne. Y así nos introducimos en la Plegaria eucarística con la presentación de la Ofrendas. Los gestos y acciones del Ofertorio, dice el Papa en el párrafo 47, “para que sea vivido en su auténtico significado no necesita ser enfatizado con complicaciones inoportunas”, como si estuviera aludiendo a ciertas versiones teatrales y folklóricas del rito, en los viajes del papa Juan Pablo II.
47. Los Padres sinodales han puesto también su atención en la presentación de las ofrendas. Ésta no es sólo como un «intervalo» entre la liturgia de la Palabra y la eucarística. Entre otras razones, porque eso haría perder el sentido de un único rito con dos partes interrelacionadas. En realidad, este gesto humilde y sencillo tiene un sentido muy grande: en el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre. En este sentido, llevamos también al altar todo el sufrimiento y el dolor del mundo, conscientes de que todo es precioso a los ojos de Dios. Este gesto, para ser vivido en su auténtico significado, no necesita enfatizarse con añadiduras superfluas. Permite valorar la colaboración originaria que Dios pide al hombre para realizar en él la obra divina y dar así pleno sentido al trabajo humano, que mediante la celebración eucarística se une al sacrificio redentor de Cristo. Es significativo el gesto de la presentación de las ofrendas: cuando presentamos el pan y el vino en realidad lo que estamos haciendo es llevar al altar toda la creación, todos los dones que Dios nos ha hecho y el trabajo aportado por el hombres en esa labor de transformación del mundo, y no sólo esto, sino que laofrenda en el altar viene asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre. Dice la Exhortación que, en este sentido, llevamos también al altar todo el sufrimiento y el dolor del mundo. La celebración sacramental con la vida de la comunidad, se hace realmente sustento y vigor de la Iglesia.
33.- Estructura de la celebración eucarística Jueves, 20 dic (RV).- El concilio Vaticano II insistía en la relación que existe entre la proclamación de la Palabray el misterio eucarístico: “cuantas veces comen la cena del Señor, proclaman su Muerte hasta que vuelva”. Los que recibieron la palabra de Pedro fueron bautizados, con perseverancia escuchaban la enseñanza de los Apóstoles, y se reunían en la fracción del pan.Desde entonces, dice el Concilio, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual leyendo cuanto a él se refieren en toda la Escritura y celebrando la Eucaristía. Esos dos elementos: Palabra y Fracción del pan van a constituir la estructura básica del ars celebrandi. Dice el nº 43: 43. Después de haber recordado los elementos básicos del ars celebrandi puestos de relieve en los trabajos sinodales, quisiera llamar la atención de modo más concreto sobre algunas partes de la estructura de la celebración eucarística que requieren un cuidado especial en nuestro tiempo, para ser fieles a la intención profunda de la renovación litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II, en continuidad con toda la gran tradición eclesial. y el nº 44, sobre la Unidad intrínseca de la acción litúrgica Una vez que se nos ha hablado de los elementos que constituyen la estructura de la celebración eucarística, la Exhortación se detiene en cada uno de ellos como bloques, que a su vez incluyen otros elementos complementarios: comencemos con el bloque de la Liturgia de la Palabra, y se va a recomendar de manera particular que se ponga gran atención en la preparación de los lectores, que ayuden a los fieles a apreciar los tesoros de la Sagrada Escritura, leyéndola y rezando con ella. Liturgia de la Palabra Para lograr todo esto es necesario ayudar a los fieles a apreciar los tesoros de la Sagrada Escritura en el leccionario, mediante iniciativas pastorales, celebraciones de la Palabra y la lectura meditada (lectio divina). Tampoco se ha de olvidar promover las formas de oración conservadas en la tradición, la Liturgia de las Horas, sobre todo Laudes, Vísperas, Completas y también las celebraciones de vigilias. El rezo de los Salmos, las lecturas bíblicas y las de la gran tradición del Oficio divino pueden llevar a una experiencia profunda del acontecimiento de Cristo y de la economía de la salvación, que a su vez puede enriquecer la comprensión y la participación en la celebración eucarística.
32.- El arte al servicio de la celebración Jueves 13 dic (RV).- Veníamos de resaltar que el orden general del Misal Romano y la selección y organización de los textos bíblicos que leemos en las Misas han sido fruto de un estudio laborioso y exhaustivo, por eso se propone su carácter normativo, frente a cualquier improvisación.De forma que palabra y cantos, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos, etc… todo se constituya para el servicio de la celebración. Y no sólo estos elementos celebrativos inmediatos, sino aquellos otros de mayor calado desde el punto de vista artístico, los que han aportado a lo largo de los siglos arquitectos y artistas. Por esa relación profunda entre belleza y liturgia los ministros de la celebración han de tener una cierta preparación y formación en historia del arte. A esto nos invita el nº 41 que leemos a continuación: 41. La relación profunda entre la belleza y la liturgia nos lleva a considerar con atención todas las expresiones artísticas que se ponen al servicio de la celebración. Un elemento importante del arte sacro es ciertamente la arquitectura de las iglesias, en las que debe resaltar la unidad entre los elementos propios del presbiterio: altar, crucifijo, tabernáculo, ambón, sede. A este respecto, se ha de tener presente que el objetivo de la arquitectura sacra es ofrecer a la Iglesia, que celebra los misterios de la fe, en particular la Eucaristía, el espacio más apto para el desarrollo adecuado de su acción litúrgica. En efecto, la naturaleza del templo cristiano se define por la acción litúrgica misma, que implica la reunión de los fieles (ecclesia), los cuales son las piedras vivas del templo (cf. 1 P 2,5). Esto que acabamos e leeres lo que justifica que en la formación litúrgica de los candidatos al sacerdocio sea una disciplina importante la historia del arte con especial referencia a los edificios de culto a la luce de las normas litúrgicas. En definitiva, es necesario que en todo lo que se refiere a la Eucaristía haya un gusto por la belleza. Y sigue diciendo este número 41 de la Exhortación: El mismo principio vale para todo el arte sacro, especialmente la pintura y la escultura, en los que la iconografía religiosa se ha de orientar a la mistagogía sacramental. Un conocimiento profundo de las formas que el arte sacro ha producido a lo largo de los siglos puede ser de gran ayuda para los que tienen la responsabilidad de encomendar a arquitectos y artistas obras relacionadas con la acción litúrgica. Por tanto, es indispensable que en la formación de los seminaristas y de los sacerdotes se incluya la historia del arte como materia importante, con especial referencia a los edificios de culto, según las normas litúrgicas. Es necesario que en todo lo que concierne a la Eucaristía haya gusto por la belleza. También hay respetar y cuidar los ornamentos, la decoración, los vasos sagrados, para que, dispuestos de modo orgánico y ordenado entre sí, fomenten el asombro ante el misterio de Dios, manifiesten la unidad de la fe y refuercen la devoción. El canto litúrgico
31.- El Obispo, liturgo por excelencia Jueves, 6 dic (RV).- La palabra liturgo está asociada al arte y la belleza de la celebración eucarística, a la que Benedicto XVI ha dedicado los números anteriores. Y si esa belleza no era un mero esteticismo, el liturgo, el que preside la celebración ha de ser discreto en la celebración.Su misión será facilitar, a través de los elementos decorativos, la participación del Pueblo de Dios en la belleza de la verdad y el amor de Dios en Cristo. El arte de celebrar esta belleza corresponde a los que han recibido el sacramento del Orden, nos va a decir el nº 39, en cuanto dispensadores del misterio de Dios confiado a la Iglesia universal y a las iglesias particulares: Obispos, sacerdotes y diáconos. Pero siempre en la unidad, tanto de la celebración como de su comprensión y participación por parte de los fieles. 39. Si bien es cierto que todo el Pueblo de Dios participa en la Liturgia eucarística, en el correcto ars celebrandi desempeñan un papel imprescindible los que han recibido el sacramento del Orden. Obispos, sacerdotes y diáconos, cada uno según su propio grado, han de considerar la celebración como su deber principal. En primer lugar el Obispo diocesano: en efecto, él, como «primer dispensador de los misterios de Dios en la Iglesia particular a él confiada, es el guía, el promotor y custodio de toda la vida litúrgica». Todo esto es decisivo para la vida de la Iglesia particular, no sólo porque la comunión con el Obispo es la condición para que toda celebración en su territorio sea legítima, sino también porque él mismo es por excelencia el liturgo de su propia Iglesia. A él corresponde salvaguardar la unidad concorde de las celebraciones en su diócesis. Por tanto, ha de ser un «compromiso del Obispo hacer que los presbíteros, diáconos y los fieles comprendan cada vez mejor el sentido auténtico de los ritos y los textos litúrgicos, y así se les guíe hacia una celebración de la Eucaristía activa y fructuosa». En particular, exhorto a cumplir todo lo necesario para que las celebraciones litúrgicas oficiadas por el Obispo en la iglesia Catedral respeten plenamente el ars celebrandi, de modo que puedan ser consideradas como modelo para todas las iglesias de su territorio. Estos son los dos puntos centrales del arte de la celebración: la unidad concorde de las celebraciones en la diócesis, unidad que a su vez producirá el fruto de la comprensión del auténtico sentido de los ritos y los textos litúrgicos. En el párrafo siguiente, después de haber invitado al respeto hacia los libros litúrgicos en vigor, el Papa subraya -contra cualquier tipo de abuso- que la simplicidad de los gestos y la sobriedad de los signos, puestos en el orden y en los tiempos previstos, comunican y nos implican más que las artificiosidades de añadidos inoportunos.
40. Por consiguiente, al subrayar la importancia del ars celebrandi, se pone de relieve el valor de las normas litúrgicas. El ars celebrandi ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas exteriores que educan para ello, como, por ejemplo, la armonía del rito, los ornamentos litúrgicos, la decoración y el lugar sagrado. Favorece la celebración eucarística que los sacerdotes y los responsables de la pastoral litúrgica se esfuercen en dar a conocer los libros litúrgicos vigentes y las respectivas normas, resaltando las grandes riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa. En las comunidades eclesiales se da quizás por descontado que se conocen y aprecian, pero a menudo no es así. En realidad, son textos que contienen riquezas que custodian y expresan la fe, así como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de historia. Para una adecuada ars celebrandi es igualmente importante la atención a todas las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos. En efecto, la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de comunicación que abarcan todo el ser humano. La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas. La atención y la obediencia de la estructura propia del ritual, a la vez que manifiestan el reconocimiento del carácter de la Eucaristía como don, expresan la disposición del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable.
30.- La celebración eucarística, obra del «Cristo total» Christus totus in capite et in corpore Jueves, 29 nov (RV).- La belleza de la liturgia eucarística, se nos decía el día pasado no está en una simple armonía de formas, sino en el misterio celebrado en Cristo, «el más bello de los hombres que transfigura el misterio oscuro de la muerte en la luz radiante de la resurrección. Aquí el resplandor de la gloria de Dios supera toda belleza mundana. Y en el numero 36 de la Exhortación que vamos a leer ahora, a la luz de la interpretación de San Agustín, esa belleza se extiende a todo el cuerpo de Cristo, su Iglesia, nosotros, la reunión de los creyentes. 36. “La belleza intrínseca de la liturgia tiene como sujeto propio a Cristo resucitado y glorificado en el Espíritu Santo que, en su actuación, incluye a la Iglesia. En esta perspectiva, es muy sugestivo recordar las palabras de san Agustín que describen elocuentemente esta dinámica de fe propia de la Eucaristía. El gran santo de Hipona, refiriéndose precisamente al Misterio eucarístico, pone de relieve cómo Cristo mismo nos asimila a sí: «Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor dicho, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su cuerpo y sangre, que derramó para la remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois eso mismo que habéis recibido».Por lo tanto, «no sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo mismo». Así podemos contemplar la acción misteriosa de Dios que comporta la unidad profunda entre nosotros y el Señor Jesús: «En efecto, no se ha de creer que Cristo esté en la cabeza sin estar también en el cuerpo, sino que está enteramente en la cabeza y en el cuerpo»”. La unidad profunda entre Cristo y todo el cuerpo, es lo que celebramos los domingos, el primer día de la semana, el día del Señor, por mandato suyo. Primer día que nos remite al comienzo de la creación, porque se nos propone una nueva creación para este mundo gastado y deteriorado. Eucaristía y Cristo resucitado 37. “Puesto que la liturgia eucarística es esencialmente actio Dei que nos une a Jesús a través del Espíritu, su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio ni puede ceder a la presión de la moda del momento. En esto también es válida la afirmación indiscutible de san Pablo: «Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1 Co 3,11). El Apóstol de los gentiles nos asegura además que, por lo que se refiere a la Eucaristía, no nos transmite su doctrina personal, sino lo que él, a su vez, recibió (cf. 1 Co 11,23). En efecto, la celebración de la Eucaristía implica la Tradición viva. A partir de la experiencia del Resucitado y de la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia celebra el Sacrificio eucarístico obedeciendo el mandato de Cristo. Por este motivo, al inicio, la comunidad cristiana se reúne el día del Señor para la fractio panis. El día en que Cristo resucitó de entre los muertos, el domingo, es también el primer día de la semana, el día que según la tradición veterotestamentaria representaba el principio de la creación. Ahora, el día de la creación se ha convertido en el día de la «nueva creación», el día de nuestra liberación en el que conmemoramos a Cristo muerto y resucitado”. La comunidad cristiana se reúne el día del Señor para la fracción del pan, donde los gestos litúrgicos han de estar orientados a la participación de los fieles. Y la participación ha de manifestarse en actos litúrgicos celebrativos, en continuidad con lo que la Iglesia ha hecho a lo largo de dos mil años. Ars celebrandi 38. “En los trabajos sinodales se ha insistido varias veces en la necesidad de superar cualquier posible separación entre el ars celebrandi, es decir, el arte de celebrar rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles. Efectivamente, el primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9)”.
Misterio creído y celebrado Jueves, 22 nov (RV).- La Eucaristía es un misterio de fe celebrado; en otras palabras, celebramos algo que creemos. Hay dos aspectos en esta frase: lo celebrativo y la reflexión teológica sobre el misterio. Ninguno de los dos puede sobrevivir sin el otro: se necesita la liturgia y se necesita su compresión. Esto será lo que nos propone este nº 34, cuyo título es: Lex orandi y lex credendi. Dicho de otro modo, al tiempo que rezamos celebramos una comprensión de esa fe con la que rezamos, porque en caso contrario, la oración quedaría desvinculada de su sentido. 34. “El Sínodo de los Obispos ha reflexionado mucho sobre la relación intrínseca entre fe eucarística y celebración, poniendo de relieve el nexo entre lex orandi y lex credendi, y subrayando la primacía de la acción litúrgica. Es necesario vivir la Eucaristía como misterio de la fe celebrado auténticamente, teniendo conciencia clara de que « el intellectus fidei está originariamente siempre en relación con la acción litúrgica de la Iglesia ». En este ámbito, la reflexión teológica nunca puede prescindir del orden sacramental instituido por Cristo mismo. Por otra parte, la acción litúrgica nunca puede ser considerada genéricamente, prescindiendo del misterio de la fe. En efecto, la fuente de nuestra fe y de la liturgia eucarística es el mismo acontecimiento: el don que Cristo ha hecho de sí mismo en el Misterio pascual”. El don que Cristo nos ha hecho de sí mismo en la Eucaristía, el don de su misma vida, es un misterio que se realiza en nuestra vida. Nuestra vida viene salvada, liberada, al participar de la vida de Cristo. Esta es la belleza de nuestro Dios que celebramos en la liturgia Belleza y liturgia 35. “La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor. En la liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión. En Jesús, como solía decir san Buenaventura, contemplamos la belleza y el fulgor de los orígenes. Este atributo al que nos referimos no es mero esteticismo sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo, haciéndonos salir de nosotros mismos y atrayéndonos así hacia nuestra verdadera vocación: el amor. Ya en la creación, Dios se deja entrever en la belleza y la armonía del cosmos (cf. Sb 13,5; Rm 1,19-20). Encontramos después en el Antiguo Testamento grandes signos del esplendor de la potencia de Dios, que se manifiesta con su gloria a través de los prodigios obrados en el pueblo elegido (cf. Ex 14; 16,10; 24,12-18; Nm 14,20-23). En el Nuevo Testamento se llega definitivamente a esta epifanía de belleza en la revelación de Dios en Jesucristo. Él es la plena manifestación de la gloria divina. En la glorificación del Hijo resplandece y se comunica la gloria del Padre (cf. Jn 1,14; 8,54; 12,28; 17,1). Sin embargo, esta belleza no es una simple armonía de formas; «el más bello de los hombres» (Sal 45[44],33) es también, misteriosamente, quien no tiene «aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres [...], ante el cual se ocultan los rostros» (Is 53,2). Jesucristo nos enseña cómo la verdad del amor sabe también transfigurar el misterio oscuro de la muerte en la luz radiante de la resurrección. Aquí el resplandor de la gloria de Dios supera toda belleza mundana. La verdadera belleza es el amor de Dios que se ha revelado definitivamente en el Misterio pascual”. La Exhortación nos está hablando de la belleza de Dios, que es amor. La belleza del amor verdadero que se da superando toda expectativa. Lo formula San Juan cuando pone en boca de Jesús este triunfo de Dios por el amor, que es su gloria: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo» (Jn 6,32) “La belleza de la liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra. El memorial del sacrificio redentor lleva en sí mismo los rasgos de aquel resplandor de Jesús del cual nos han dado testimonio Pedro, Santiago y Juan cuando el Maestro, de camino hacia Jerusalén, quiso transfigurarse ante ellos (cf. Mc 9,2). La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación. Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza”.
Eucaristía y la Virgen María Jueves, 15 nov (RV).- La esperanza del peregrino es llegar al destino de la peregrinación, pero mientras camina está centrado en su caminar. Hacer camino tiene sentido en sí mismo. Algo de esto nos quiere decir el nº 33 que vamos a leer hoy, al poner en relación la Eucaristía y la Virgen María. Ella es el modelo que ha realizado y nos hace pregustar ya desde ahora, el valor del caminar como signo de esperanza segura. 33. “La relación entre la Eucaristía y cada sacramento, y el significado escatológico de los santos Misterios, ofrecen en su conjunto el perfil de la vida cristiana, llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda de sí misma agradable a Dios. Y si bien es cierto que todos nosotros estamos todavía en camino hacia el pleno cumplimiento de nuestra esperanza, esto no quita que se pueda reconocer ya ahora, con gratitud, que todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra: su Asunción al cielo en cuerpo y alma es para nosotros un signo de esperanza segura, ya que, como peregrinos en el tiempo, nos indica la meta escatológica que el sacramento de la Eucaristía nos hace pregustar ya desde ahora”. La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma es para nosotros, una presencia de la meta escatológica en el sacramento de la Eucaristía. Ella peregrinó en la fe y se mantuvo unida a su Hijo desde el nacimiento en Belén hasta la cruz. A nosotros, peregrinos, nos llega las palabras de Jesús antes de morir: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Acercarnos a la Eucaristía es asumir el sacrificio del Redentor y también el de la Madre. María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía, acaba diciendo este número 33 de la Exhortación. “En María Santísima vemos también perfectamente realizado el modo sacramental con que Dios, en su iniciativa salvadora, se acerca e implica a la criatura humana. María de Nazaret, desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la persona cuya libertad está totalmente disponible a la voluntad de Dios. Su Inmaculada Concepción se manifiesta claramente en la docilidad incondicional a la Palabra divina. La fe obediente es la forma que asume su vida en cada instante ante la acción de Dios. La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina; conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cf. Lc 2,19.51). María es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad. Este misterio se intensifica hasta a llegar a la total implicación en la misión redentora de Jesús. Como afirmó el Concilio Vaticano II, « la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cf. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo ». Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos « hasta el extremo » (Jn 13,1). Por esto, cada vez que en la Liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia. Los Padres sinodales han afirmado que « María inaugura la participación de la Iglesia en el sacrificio del Redentor ». Ella es la Inmaculada que acoge incondicionalmente el don de Dios y, de esa manera, se asocia a la obra de la salvación. María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía”.
27. Eucaristía y escatología Jueves, 8 nov (RV).- La Exhortación sobre la Eucaristía nos propone también una reflexión sobre el sentido último, más allá de la existencia terrena, de la vida humana. La Eucaristía es un banquete místico, al que aludía en tantas ocasiones Jesucristo cuando nos hablaba del Reino de los Cielos. El Reino de la Cielos se parece a un rey que da un banquete… Ese banquete celestial, hacia el cual está orientada toda la creación, viene anticipado en la Eucaristía. “El hombre ha sido creado para la felicidad eterna y verdadera, que sólo el amor de Dios puede dar” nos va a decir el nº 30 que vamos a leer a continuación”. En la Eucaristía, celebrada en este mundo, “participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada” Eucaristía: don al hombre en camino 30. Si es cierto que los sacramentos son una realidad propia de la Iglesia peregrina en el tiempo hacia la plena manifestación de la victoria de Cristo resucitado, también es igualmente cierto que, especialmente en la liturgia eucarística, se nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual se encamina todo hombre y toda la creación (cf. Rm 8,19 ss.). El hombre ha sido creado para la felicidad eterna y verdadera, que sólo el amor de Dios puede dar. Pero nuestra libertad herida se perdería si no fuera posible experimentar, ya desde ahora, algo del cumplimiento futuro. Por otra parte, todo hombre, para poder caminar en la dirección correcta, necesita ser orientado hacia la meta final. Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la Celebración eucarística. De este modo, aún siendo todavía como «extranjeros y forasteros» (1 P 2,11) en este mundo, participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada. El banquete eucarístico, revelando su dimensión fuertemente escatológica, viene en ayuda de nuestra libertad en camino. Todo peregrino va ligero de equipaje, porque ha de caminar y el peso dificulta sus pasos, hace más cansado el camino. Pero el peregrino no puede dejar de alimentarse y si no lleva alimentos en la mochila tendrá que detenerse a repostar en un albergue o en un mesón. Esto por una parte, pero por otra, el destino, la llegada es la ilusión a realizar. De esto nos habla el nº 31. El banquete escatológico 31. Reflexionando sobre este misterio, podemos decir que, con su venida, Jesús se puso en relación con la expectativa del pueblo de Israel, de toda la humanidad y, en el fondo, de la creación misma. Con el don de sí mismo, inauguró objetivamente el tiempo escatológico. Cristo vino para congregar al Pueblo de Dios disperso (cf. Jn 11,52), manifestando claramente la intención de reunir la comunidad de la alianza, para llevar a cumplimiento las promesas que Dios hizo a los antiguos padres (cf. Jr 23,3; 31,10; Lc 1,55.70). En la llamada de los Doce, que tiene una clara relación con las doce tribus de Israel, y en el mandato que les dio en la última Cena, antes de su Pasión redentora, de celebrar su memorial, Jesús ha manifestado que quería trasladar a toda la comunidad fundada por Él la tarea de ser, en la historia, signo e instrumento de esa reunión escatológica, iniciada en Él. Así pues, en cada Celebración eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como « las bodas del cordero » (Ap 19,7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos. Oración por los difuntos
26.- Eucaristía e indisolubilidad del matrimonio II Jueves, 1 nov (RV).- En nuestro espacio anterior, cuando comenzamos a comentar el n. 29, que seguiremos leyendo a continuación, se decía: “cuando no se reconoce la nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la convivencia irreversible de hecho, la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse por vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana; así podrán acercarse a la mesa eucarística”. El Papa insiste en que estas situaciones han de ser tratadas con suma delicadeza. Primero solicita que la actividad institucional de la Iglesia en los tribunales sea cada vez más cercana a los fieles y que la actividad pastoral nunca se contraponga al derecho. Más bien, el amor a la verdad es el punto de encuentro entre derecho y pastoral. Una de las conclusiones a este respecto de la Exhortación es que se tenga la máxima preocupación de formar a los novios que desea contraer matrimonio por la Iglesia, y comprobar con rigor que estos novios tienen realmente convicciones cristianas respecto a este sacramento. …/… 29 Debido a la complejidad del contexto cultural en que vive la Iglesia en muchos países, el Sínodo recomienda tener el máximo cuidado pastoral en la formación de los novios y en la verificación previa de sus convicciones sobre los compromisos irrenunciables para la validez del sacramento del Matrimonio. Un discernimiento serio sobre este punto podrá evitar que los dos jóvenes, movidos por impulsos emotivos o razones superficiales, asuman responsabilidades que luego no sabrían respetar. Efectivamente, el papa llama la atención, en la Exhortación, sobre los compromisos irrenunciablespara que el Sacramento del matrimonio tenga validez, evitando motivaciones ligeras y superficiales. La fe cristiana es un don de Dios, y aunque tenga dimensiones sociológicas, culturales y de tradición heredada de siglos, es necesario cultivarla personalmente, renovarla y asumirla con responsabilidad. Sólo así, esa fe, alimentada en la Eucaristía, podrá llegar a ser expresión de de amor indisoluble en el compromiso matrimonial. …/… 29 El bien que la Iglesia y toda la sociedad esperan del Matrimonio, y de la familia fundada en él, es demasiado grande como para no ocuparse a fondo de este ámbito pastoral específico. Matrimonio y familia son instituciones que deben ser promovidas y protegidas de cualquier equívoco posible sobre su auténtica verdad, porque el daño que se les hace provoca de hecho una herida a la convivencia humana como tal. Cuando el Papa habla de la indisolubilidad del matrimonio lo hace pensando enel bien que la Iglesia y toda sociedad esperan de él, del matrimonio, no como un bien interesado por parte de las instituciones donde el matrimonio se inscribe, sino como un bien que repercute en la misma felicidad de la pareja. Indisolubilidad no es esclavitud, sometimiento ciego de por vida, sino compromiso de una libertad que busca su realización y cuyo fruto es una sociedad estable. El Papa dice que el bien derivado del matrimonio es demasiado grande como para que la Iglesia descuide la institución familiar. No niega que se puedan producir situaciones de convivencia irreversible entre marido y mujer, pero incluso en estos casos no es la arbitrariedad quien debe regir las relaciones, sino la seriedad en las actitudes y en la búsqueda de soluciones. En lo que se refiere a la dimensión social del matrimonio, la institución familiar se fundamenta en la ley natural, y será esta quien nos guíe para defendernos de cualquier manipulación ideológica. Y por lo que respecta a su dimensión como sacramento cristiano, el matrimonio no es un simple acto contractual, sino expresión de la realidad sagrada del amor. Por eso concluye este número 29 de la Exhortación señalando que matrimonio y familia son instituciones que deben ser promovidas y protegidas de cualquier equívoco posible sobre su auténtica verdad. Así es como se entiende lo nuclear de este apartado, que leímos el día pasado: Los Pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las diversas situaciones, para ayudar espiritualmente de modo adecuado a los fieles implicados. El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía.
25.- Eucaristía e indisolubilidad del matrimonio I Jueves, 25 oct (RV).- Sobre el tema de los divorciados que se han vuelto a casar, el Papa Benedicto XVI en el párrafo 29 nos va a decir que: "Se trata de un problema pastoralespinoso y complejo, una verdadera plaga del actual contexto social que afecta de una forma creciente a los mismos ambientes católicos”. Y el Papa recomienda: “Donde existan dudas legítimas sobre la validez del Matrimonio sacramental contraído, se debe hacer todo lo necesario para averiguar su fundamento”, y los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las diversas situaciones. Leamos el n. 29 de la Exhortación Sacramentum caritatis: 29… Puesto que la Eucaristía expresa el amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, se entiende por qué ella requiere, en relación con el sacramento del Matrimonio, esa indisolubilidad a la que aspira todo verdadero amor. Por tanto, está más que justificada la atención pastoral que el Sínodo ha dedicado a las situaciones dolorosas en que se encuentran no pocos fieles que, después de haber celebrado el sacramento del Matrimonio, se han divorciado y contraído nuevas nupcias. Se trata de un problema pastoral difícil y complejo, una verdadera plaga en el contexto social actual, que afecta de manera creciente incluso a los ambientes católicos. Los Pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las diversas situaciones, para ayudar espiritualmente de modo adecuado a los fieles implicados. El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía. Sin embargo, los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos. Esta es la situación dolorosa para la Iglesia, que sin embargo debe dar normas pastorales respecto a su participación en los Sacramentos, sobre todo el de la Eucaristía. Una de estas normas es la siguiente: “los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar” … 29. Donde existan dudas legítimas sobre la validez del Matrimonio sacramental contraído, se debe hacer todo lo necesario para averiguar su fundamento. Es preciso también asegurar, con pleno respeto del derecho canónico, que haya tribunales eclesiásticos en el territorio, su carácter pastoral, así como su correcta y pronta actuación. En cada diócesis ha de haber un número suficiente de personas preparadas para el adecuado funcionamiento de los tribunales eclesiásticos. Recuerdo que «es una obligación grave hacer que la actividad institucional de la Iglesia en los tribunales sea cada vez más cercana a los fieles». Sin embargo, se ha de evitar que la preocupación pastoral sea interpretada como una contraposición con el derecho. Más bien se debe partir del presupuesto de que el amor por la verdad es el punto de encuentro fundamental entre el derecho y la pastoral: en efecto, la verdad nunca es abstracta, sino que «se integra en el itinerario humano y cristiano de cada fiel». Por esto, cuando no se reconoce la nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la convivencia irreversible de hecho, la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse por vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana; así podrán acercarse a la mesa eucarística, según las disposiciones previstas por la praxis eclesial. Para que semejante camino sea posible y produzca frutos, debe contar con la ayuda de los pastores y con iniciativas eclesiales apropiadas, evitando en todo caso la bendición de estas relaciones, para que no surjan confusiones entre los fieles sobre del valor del matrimonio.
24.- Eucaristía y Matrimonio Jueves, 18 oct (RV).- Estamos leyendo y comentado la Exhortación apostólica de BXVI sobre la Eucaristía; el número que leemos a continuación lleva como título Eucaristía y sacramento esponsal. Dice así el n. 27: 27. La Eucaristía, sacramento de la caridad, muestra una relación particular con el amor entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio. Profundizar en esta relación es una necesidad propia de nuestro tiempo. El Papa Juan Pablo II afirmó en numerosas ocasiones el carácter esponsal de la Eucaristía y su relación peculiar con el sacramento del Matrimonio: «La Eucaristía es el sacramento de nuestra redención. Es el sacramento del Esposo, de la Esposa». Por otra parte, «toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, que introduce en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía».La Eucaristía corrobora de manera inagotable la unidad y el amor indisolubles de cada Matrimonio cristiano. En él, por medio del sacramento, el vínculo conyugal se encuentra intrínsecamente ligado a la unidad eucarística entre Cristo esposo y la Iglesia esposa (cf. Ef 5,31-32). La referencia que hace el Papa a la Carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso significa un subrayado explícito de que el matrimonio cristiano hace presente el amor que nos tiene Cristo. Los esposos cristianos han de asimilar y reflejar en su vida este amor, no cualquier amor. Dice San Pablo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido”. Y continúa la Exhortación: El consentimiento recíproco que marido y mujer se dan en Cristo, y que los constituye en comunidad de vida y amor, tiene también una dimensión eucarística. En efecto, en la teología paulina, el amor esponsal es signo sacramental del amor de Cristo a su Iglesia, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus « nupcias » con la humanidad y, al mismo tiempo, origen y centro de la Eucaristía. Por eso, la Iglesia manifiesta una cercanía espiritual particular a todos los que han fundado sus familias en el sacramento del Matrimonio. La familia —iglesia doméstica — es un ámbito primario de la vida de la Iglesia, especialmente por el papel decisivo respecto a la educación cristiana de los hijos. En este contexto, el Sínodo ha recomendado también destacar la misión singular de la mujer en la familia y en la sociedad, una misión que debe ser defendida, salvaguardada y promovida. Ser esposa y madre es una realidad imprescindible que nunca debe ser menospreciada. Y ahora, en el n. 28 el Papa afronta algunos aspectos pastorales, sobre todo aquellos problemas derivados de las distintas culturas y tradiciones donde se practica la poligamia. Estas tradiciones habrán de asumir lo específico cristiano, e integrar su proyecto humano en la novedad radical de Cristo. La comunión eucarística será admitida solo cuando lleguen "a la plena verdad del amor", con una sola mujer, "pasando a través de las renuncias necesarias". Eucaristía y unidad del matrimonio 28. Precisamente a la luz de esta relación intrínseca entre matrimonio, familia y Eucaristía se pueden considerar algunos problemas pastorales. El vínculo fiel, indisoluble y exclusivo que une a Cristo con la Iglesia, y que tiene su expresión sacramental en la Eucaristía, se corresponde con el dato antropológico originario según el cual el hombre debe estar unido de modo definitivo a una sola mujer y viceversa (cf. Gn 2,24; Mt 19,5). En este orden de ideas, el Sínodo de los Obispos ha afrontado el tema de la praxis pastoral respecto a quien, proviniendo de culturas en que se practica la poligamia, se encuentra con el anuncio del Evangelio. A quienes se hallan en dicha situación, y se abren a la fe cristiana, se les debe ayudar a integrar su proyecto humano en la novedad radical de Cristo. En el proceso del catecumenado, Cristo los asiste en su condición específica y los llama a la plena verdad del amor a través de las renuncias necesarias, con vistas a la comunión eclesial perfecta. La Iglesia los acompaña con una pastoral llena de comprensión y también de firmeza, sobre todo enseñándoles la luz de los misterios cristianos que se refleja en la naturaleza y los afectos humanos.
23.- Escasez de clero y pastoral vocacional Jueves, 11 oct (RV).- En los números 25 y 26 de la Exhortación Sacramentum Caritatis el Papa nos propone el tema de la falta de sacerdotes, la falta de vocaciones al sacerdocio. Ante las propuestas que culpan la escasez de sacerdotes al mantenimiento del celibato sacerdotal, o al menos, que habrá más sacerdotes si se suprimiera la tradición del celibato, ya Pablo VI reconocía en su Encíclica sobre el tema que “el carisma de la vocación sacerdotal, es distinto del carisma que induce a la elección del celibato como estado de vida consagrada”; pero la vocación sacerdotal, aunque es de inspiración divina, se hace operante aceptando la práctica de la Iglesia de determinar cuáles los requisitos de idoneidad para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma. Leemos el n. 25 de la Exhortación 25. A propósito del vínculo entre el sacramento del Orden y la Eucaristía, el Sínodo reflexionó sobre la preocupación que ocasiona en muchas diócesis la escasez de sacerdotes. Esto no sólo ocurre en algunas zonas de primera evangelización, sino también en muchos países de larga tradición cristiana. Ciertamente, una distribución del clero más equitativa favorecería la solución del problema. Es preciso, además, hacer un trabajo de sensibilización capilar. Los Obispos han de implicar a los Institutos de Vida consagrada y a las nuevas realidades eclesiales en las necesidades pastorales, respetando su carisma propio, y pedir a todos los miembros del clero una mayor disponibilidad para servir a la Iglesia allí dónde sea necesario, aunque comporte sacrificio. En el Sínodo se ha discutido también sobre las iniciativas pastorales que se han de emprender para favorecer, sobre todo en los jóvenes, la apertura interior a la vocación sacerdotal. Esta situación no se puede solucionar con simples medidas pragmáticas. Se ha de evitar que los Obispos, movidos por comprensibles preocupaciones por la falta de clero, omitan un adecuado discernimiento vocacional y admitan a la formación específica, y a la ordenación, candidatos sin los requisitos necesarios para el servicio sacerdotal. Un clero no suficientemente formado, admitido a la ordenación sin el debido discernimiento, difícilmente podrá ofrecer un testimonio adecuado para suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo. Respecto a la pastoral vocacional no propone la Exhortación que los padres orienten la vocación de sus hijos, sino que les eduquen la búsqueda de la voluntad de Dios, en la valentía de saber responder a lo que Dios pida a cada uno. Para atraer vocaciones validas –dice el Papa- "es necesario sobre todo tener el coraje de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrándoles su atractivo”. Concluye así el n. 25 La pastoral vocacional, en realidad, tiene que implicar a toda la comunidad cristiana en todos sus ámbitos. Obviamente, en este trabajo pastoral capilar se incluye también la acción de sensibilización de las familias, a menudo indiferentes si no contrarias incluso a la hipótesis de la vocación sacerdotal. Que se abran con generosidad al don de la vida y eduquen a los hijos a ser disponibles ante la voluntad de Dios. En síntesis, hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo. La vocación, como respuesta generosa del hombre a Dios, se apoya en la caridad, en el amor, y como cualquier otro auténtico amor, es exigente y concreto, pero en el caso del sacerdote ese amor ofrece la posibilidad de ensancharle el horizonte hacia una paternidad más alta amplia. Gratitud y esperanza 26. Es necesario tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina. Aunque en algunas regiones haya escasez de clero, nunca debe faltar la confianza en que Cristo seguirá suscitando hombres que, dejando cualquier otra ocupación, se dediquen totalmente a la celebración de los sagrados misterios, a la predicación del Evangelio y al ministerio pastoral. Deseo aprovechar esta ocasión para dar las gracias, en nombre de la Iglesia entera, a todos los Obispos y presbíteros que desempeñan fielmente su propia misión con dedicación y entrega. Naturalmente, el agradecimiento de la Iglesia se dirige también a los diáconos, a los cuales se les imponen las manos « no para el sacerdocio sino para el servicio ». Como ha recomendado la Asamblea del Sínodo, expreso un agradecimiento especial a los presbíteros fidei donum, que con competencia y generosa dedicación, sin escatimar energías en el servicio a la misión de la Iglesia, edifican la comunidad anunciando la Palabra de Dios y partiendo el Pan de Vida. Por último, hay que dar gracias a Dios por tantos sacerdotes que han sufrido hasta el sacrificio de la propia vida por servir a Cristo. En ellos se ve de manera elocuente lo que significa ser sacerdote hasta el fin. Se trata de testimonios conmovedores que pueden impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por los demás, encontrando así la vida verdadera.
22.- Eucaristía y celibato sacerdotal Jueves, 4 oct (RV).- El problema del celibato en el clero en la Iglesia católica se ha presentado, visto y estudiado durante mucho tiempo como un tema amplio y grave. Ya el Papa Pablo VI en su Encíclica de 1967, sobre el Celibato Sacerdotal se hacía las siguientes preguntas: “¿Debe todavía hoy subsistir la severa y sublime obligación para los que pretenden acercarse a las sagradas órdenes mayores? ¿Es hoy posible, es hoy conveniente la observancia de semejante obligación? ¿No será ya llegado el momento para abolir el vínculo que en la Iglesia une el sacerdocio con el celibato? No podría ser facultativa esta difícil observancia? ¿No saldría favorecido el ministerio sacerdotal, facilitada la aproximación ecuménica? ¿Y si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir con qué razones ha de probarse hoy que es santa conveniente? ¿Y con qué medios puede observarse y cómo convertirse de carga en ayuda para la vida sacerdotal?En la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, leemos en el n. 24 24. Los Padres sinodales han querido subrayar que el sacerdocio ministerial requiere, mediante la Ordenación, la plena configuración con Cristo. Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales, es necesario reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una riqueza inestimable y confirmado por la praxis oriental de elegir como obispos sólo entre los que viven el celibato, y que tiene en gran estima la opción por el celibato que hacen numerosos presbíteros. En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo por el Reino de Dios. El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. Así pues, no basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. Viene visto el celibato sacerdotal como una riqueza inestimable y tenido en gran estima incluso en las Iglesias orientales. De ahí que no basta con entender el celibato en términos meramente funcionales; el hecho de que Cristo mismo haya vivido su misión hasta el sacrificio en la cruz en estado virginal, es nuestra referencia. Aun respetando las diferentes praxis y tradiciones orientales, el papa confirma por tanto la obligatoriedad, en la Iglesia latina, del celibato sacerdotal, "como signo expresivo de la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios”. Sigue diciendo el nº 24: En realidad, representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa. Junto con la gran tradición eclesial, con el Concilio Vaticano II y con los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la belleza y la importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma. El motivo verdadero y profundo del sagrado celibato es la elección de una relación personal más íntima y completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia, a beneficio de toda la humanidad; en esta elección no hay duda de que aquellos supremos valores humanos tienen modo de manifestarse en máximo grado. La iglesia reconoce que la elección del celibato no implica la ignorancia o desprecio del instinto sexual y de la afectividad, lo cual traería ciertamente consecuencias dañosas para el equilibrio físico o psicológico, sino que exige lúcida comprensión, atento dominio de sí mismo y sabia sublimación de la propia psiquis a un plano superior. De este modo, el celibato, elevando integralmente al hombre, contribuye efectivamente a su perfección. La Encíclica de Pablo VI cuando hablaba del celibato y la maduración de la personalidad, reconocía que es legítimo y natural el deseo del hombre de amar a una mujer y de formarse una familia, pero también que esto puede ser superado en el celibato; en el corazón del sacerdote el celibato no apaga el amor, sino que debería potenciarlo hacia un amor más universal y comprometido con todos.
21.- Eucaristía y sacramento del Orden Jueves, 27 sep (RV).- Estamos leyendo y comentado la Exhortación Apostólica del Santo Padre Benedicto XVI Sacramentum Caritatis, y nos encontramos en la parte donde se analiza la relación entre la Eucaristía y los Sacramentos. Hemos leído y comentado los números relativos a los Sacramentos de Iniciación y de la Unción de los enfermos. Hoy nos vamos a detener en el primer número correspondiente al Sacramento del Orden Sacerdotal. Nos va a recordar el número 23 que ya en la tradición evangélica encontramos la institución simultánea de la Eucaristía y del Sacerdocio, en el “Haced esto en conmemoración mía”, y que el verdadero y único sacerdote de la Nueva Alianza es Cristo, y ese vínculo se hace visible en el Obispo o sacerdote que preside la celebración eucarística en la persona de Cristo como cabeza. In persona Christi capitis 23. La relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del Orden se desprende de las mismas palabras de Jesús en el Cenáculo: «haced esto en conmemoración mía» (Lc 22,19). En efecto, la víspera de su muerte, Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2,2; 4,10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir «esto es mi cuerpo» y «éste es el cáliz de mi sangre» si no es en el nombre y en la persona de Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza (cf. Hb 8-9). El Sínodo de los Obispos en otras asambleas trató ya el tema del sacerdocio ordenado, tanto por lo que se refiere a la identidad del ministerio como a la formación de los candidatos. Ahora, a la luz del diálogo tenido en la última Asamblea sinodal, creo oportuno recordar algunos valores sobre la relación entre la Eucaristía y el Orden. Ante todo, se ha de reafirmar que el vínculo entre el Orden sagrado y la Eucaristía se hace visible precisamente en la Misa presidida por el Obispo o el presbítero en la persona de Cristo como cabeza. El Papa nos dice que el tema del sacerdocio ordenado ya se trató en otras asambleas, y se va a detener en algunos valores que emanan de esa relación entre Eucaristía y Orden sagrado. El primero de estos valores es que en el servicio eclesial del ministerio ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor. Si esto es así, de aquí se deriva una consecuencia lógica que destaca la Exhortación: Todo intento de un sacerdote que preside la Misa de ponerse a sí mismo como protagonista de la acción litúrgica es contradictorio con la función que está cumpliendo como sacerdote. Antes que nada, el sacerdote es servidor. La doctrina de la Iglesia considera la ordenación sacerdotal condición imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía. En efecto, «en el servicio eclesial del ministerio ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor». Ciertamente, el ministro ordenado «actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico». Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno. Recomiendo, por tanto, al clero que profundice cada vez más en la conciencia de su propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia. El sacerdocio, como decía san Agustín, es amoris officium, es el oficio del buen pastor, que da la vida por las ovejas (cf. Jn 10,14-15). La advertencia que acabamos de escuchar, al leer este número 23 sobre la Exhortación del Papa, es significativa y profunda. El Sacerdote que preside la celebración eucarística debe evitar cualquier forma de protagonismo, porque está haciendo visible la persona de Cristo como cabeza. Está realizando el oficio del amor que Cristo tiene hacia sus hermanos, sobran las opiniones personales y las manifestaciones propias del carácter personal del celebrante. El sacerdote ha de ser un humilde servidor de Cristo y su Iglesia. Comportándose así hará brillar la belleza del amor que Jesús manifestó a sus discípulos.
20.- Eucaristía y Unción de los enfermos Jueves, 20 sep (RV).- Si la Eucaristía tiene una relación directa con el sacramento de la penitencia, como vimos en nuestro espacio anterior, la relación que pueda tener con el sacramento de la extremaunción, cuyo nombre actual es la Unción de los enfermos, parece más difusa, sin embargo esta es una bella aportación del documento del Papa: el sufrimiento y el dolor del enfermo, unido al dolor y al sufrimiento de Cristo en la Cruz, es un gesto redentor, es un acto salvífico, tanto para el enfermo como para la humanidad entera. Y junto a los dolores físicos del enfermo, lo mismo hemos de decir de los dolores morales que podemos advertir hoy: una residencia de ancianos, a pesar de las buenas atenciones que reciba en ella, no deja de traslucir cierta soledad. La persona mayor, que ha sido capaz de generar tanta vida, la que disfrutan los hijos y los nietos, ahora se encuentra sola. El mundo que nos ha tocado vivir se rige por el principio del utilitarismo, y un anciano parece que resulta inútil, cuando no molesto. Es grave esta actitud, indigna de quien profesa la fe cristiana y quiere participar en la Eucaristía. Escuchemos el número 22 de la Exhortación donde se nos habla de esa relación del Cristo doliente y nuestros enfermos y personas mayores. 22. Jesús no solamente envió a sus discípulos a curar a los enfermos (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que instituyó también para ellos un sacramento específico: la Unción de los enfermos. La Carta de Santiago atestigua ya la existencia de este gesto sacramental en la primera comunidad cristiana (cf. St 5,14-16). Si la Eucaristía muestra cómo los sufrimientos y la muerte de Cristo se han transformado en amor, la Unción de los enfermos, por su parte, asocia al que sufre al ofrecimiento que Cristo ha hecho de sí para la salvación de todos, de tal manera que él también pueda, en el misterio de la comunión de los santos, participar en la redención del mundo. El párrafo que hemos leído continúa acentuando el valor salvífico del dolor y proyectándolo sobre el acto humano más definitivo, como es el de la muerte. Es el momento expresado en el Evangelio con la imagen del grano de trigo que se entierra, así el ser humano, al morir se hace semilla de una vida mucho más esplendorosa que la que ha vivido en esta tierra. Sigue diciendo el nº 22: La relación entre estos sacramentos se manifiesta, además, en el momento en que se agrava la enfermedad: «A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de los enfermos, la Eucaristía como viático ». En el momento de pasar al Padre, la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo se manifiesta como semilla de vida eterna y potencia de resurrección: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). Un pequeño comentario a propósito de esta última cita del Evangelio de San Juan.Está tomada del momento posterior a la multiplicación de los panes, cuando los judíos rechazan la propuesta de Jesús: Yo soy el pan de vida (Jn 6:48) cuya frase viene pronunciada justo después de haber dicho: “El que cree en mí, tiene vida eterna”. La vida eterna, para Jesús, no comienza en el momento de la muerte, ha comenzado ya en esta vida por la fe que tenemos en el. La Iglesia propone el viático a los enfermos, no sólo en el momento de pasar al Padre, que también, lógicamente, sino como vida eterna de Cristo, aunque después el enfermo no muera. San Juan vuelve a repetir esa frase: “El que cree en mí, tiene vida eterna”, en el diálogo que tiene con Marta: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Y Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”. Esta es respuesta que, como Marta, hemos de confesar también nosotros. Jesús no sólo vive, aunque haya muerto, sino cualquiera de nosotros poseemos ya la vida eterna por la fe en Jesús. Este es el beneficio espiritual de este sacramento, tanto para el enfermo que recibe la Eucaristía como viático, como la comunidad cristiana, nos lo recuerda la última parte de este número 22 de la Exhortación sobre la Eucaristía. Puesto que el santo Viático abre al enfermo la plenitud del misterio pascual, es necesario asegurarle su recepción. La atención y el cuidado pastoral de los enfermos redunda sin duda en beneficio espiritual de toda la comunidad, sabiendo que lo que hayamos hecho al más pequeño se lo hemos hecho a Jesús mismo (cf. Mt 25,40).
19.- Eucaristía y reconciliación Jueves 13, sep (RV).- La práctica tradicional de confesarse antes de comulgar hacía operativa la actitud cristiana de recibir al Señor con un corazón limpio y purificado. Jesús mismo nos enseñó: antes de acercarte al altar has de reconciliarte con tu hermano. La Exhortación nos va a hablar, en el número 20, de la relación intrínseca entre los dos sacramentos, el de la Eucaristía y el de la reconciliación. En el siguiente número se nos dan algunas observaciones sobre la praxis de la absolución general, que se ha de limitar a los casos previstos, siendo la celebración personal la única forma ordinaria. Comencemos escuchando el primero de los temas. Su relación intrínseca Destacamos la importancia de participar en la Eucaristía con la máxima dignidad interior, porque en ella hacemos presente nuestra fe en el valor salvífico de la muerte y resurrección del Señor, como dice San Pablo en la carta a los cristianos de Corinto. “Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor”.El mismo Pablo hace una observación práctica: “Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la Cena, esperaos los unos a los otros. Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no os reunáis para castigo vuestro. Lo demás lo dispondrécuando vaya”. Algunas observaciones pastorales Esta práctica de la indulgencia puede ayudar eficazmente a los fieles en el camino de conversión y a descubrir el carácter central de la Eucaristía en la vida cristiana, ya que las condiciones que prevé su misma forma incluye el acercarse a la confesión y a la comunión sacramental.
18 - Los sacramentos de la iniciación Jueves, 6 sep (RV).- Vamos a leer dos números de la Exhortación relativos a los sacramentos de iniciación, el Bautismo y la Confirmación. El primero de ellos se refiere al proceso de iniciación para ayudar al cristiano a madurar, pero hemos de tener en cuenta que la ayuda es distinta en el caso de que el neo-cristiano sea un adulto que pide el bautismo o en el caso de un niño, para quien son los padres son los que piden el bautismo. El proceso, distinto por la edad del destinatario, obliga a usar criterios pedagógicos distintos. En el párrafo 18, el Papa escribe que es necesario poner atención a la secuencia u orden con el que se administran los sacramentos de iniciación; habría que verificar si es conveniente, como de hecho se hace, que la participación en la Eucaristía sea antes o después de la Confirmación. Hay que tener en cuenta que la Eucaristía es la realidad a la que tiende toda iniciación. N.18. Orden de los sacramentos de la iniciación La iniciación cristiana no es un acto o un gesto puntual en la vida del cristiano, es un proceso, un camino a recorrer dentro de la Iglesia, tanto si el nuevo cristiano es niño como si es adulto. En el caso del adulto, más propio de lugares de misión o de nueva evangelización, parece más evidente la implicación personal del neo-cristiano. En cambio, en el caso de que el bautizado sea un niño, es lógica la implicación de la familia en ese proceso del crecimiento del niño. De esto nos habla el número 19 de la Exhortación. Iniciación, comunidad eclesial y familia La relación entre iniciación cristiana y familia pone de relieve una acción pastoral que, sin ponerse al margen de la comunidad eclesial, el acento o la responsabilidad está en la comunidad familiar. Es decir, los padres y padrinos, son los primeros implicados en la pastoral de crecimiento de la fe del niño. Lógicamente, la Exhortación no desarrolla la acción pastoral que debe llevar a cabo la familia, nosotros podemos recurrir a las prácticas de piedad propias de la tradición cristiana, enseñar al niño a rezar antes de acostarse, la bendición de los alimentos antes de cada comida, la lectura de algunos pasajes del evangelio y el rezo del rosario en familia… El Papa destaca de forma particular ese acontecimiento del día de la primera Comunión, como una fecha que marca la vida del niño y todos sus familiares, por el encuentro personal con Jesús.
17-Eucaristía y sacramentos Jueves, 30 ago (RV).- La exhortación sobre la Eucaristía nos va a proponer en los siguientes números, del 16 al 29, la relación que existe entre la Eucaristía y el resto de los sacramentos. Hemos de caer en la cuenta de una dato muy significativo para comprender esta relación, y es que esa integración de la vida sacramental, a través de la cual participamos de la misma vida divina, se realiza en la Iglesia. Los sacramentos han de ser vistos desde y dentro de la sacramentalidad de la Iglesia, es decir cuando se contempla el misterio de la Iglesia como sacramento. Hemos leído en números anteriores que la Eucaristía es el principio causal de la Iglesia, es decir, su origen, la génesis de la Iglesia. En la donación que hace de sí mismo Jesús en la cruz, es donde se engendra a la Iglesia como su esposa y también como su cuerpo y desde ella, desde la Iglesia, somos beneficiarios de los frutos de la redención. Sacramentalidad de la Iglesia El hecho de que la Iglesia sea «sacramento universal de salvación» muestra cómo la « economía » sacramental determina en último término el modo cómo Cristo, único Salvador, mediante el Espíritu llega a nuestra existencia en sus circunstancias específicas. La Iglesia se recibe y al mismo tiempo se expresa en los siete sacramentos, mediante los cuales la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta en culto agradable a Dios. En esta perspectiva, deseo subrayar aquí algunos elementos, señalados por los Padres sinodales, que pueden ayudar a comprender la relación de todos los sacramentos con el misterio eucarístico. La Iglesia, sacramento universal de salvación, se recibe y al mismo tiempo se expresa en los siete sacramentos, el primero de ellos, el de la iniciación cristiana, es el primer paso hacia la Eucaristía: somos bautizados y confirmados en orden a la Eucaristía. La Exhortación nos invita a realizar el esfuerzo de favorecer en la acción pastoral una comprensión más unitaria del proceso de iniciación cristiana. Eucaristía, plenitud de la iniciación cristiana Desde el punto de vista pastoral se nos propone interrogarnos, como lo hicieron los Padres sinodales, sobre si en nuestras comunidades cristianas se percibe de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
16- Eucaristía y comunión eclesial Jueves, 23 ago (RV).- Vamos a comentar hoy el apartado nº 15 de la Exhortación Sacramentum Caritatis, donde se va a referir el Papa a un aspecto muy importante de la Eucaristía, desde el punto de vista de la unión y la comunión entre los que creemos en Cristo. El tema de la unión de los cristianos no se reduce sólo a la fe en Cristo, sino a la unión real por cuanto participamos de la misma vida, en comunión, es decir en Iglesia. Digo que es un aspecto importante, porque la unidad de la Iglesia no está en las formas más o menos superficiales, sino en el encargo de Cristo, en cuanto a cómo realizar esa unidad. El mandato de Cristo respecto a la Eucaristía: “Haced esto en memoria mía”, y elección de Pedro como roca donde se funda la unidad: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, son dos aspectos esenciales para la comunión eclesial. Entre los cristianos protestantes, hay quienes no consideran y no celebran la Eucaristía como algo esencial a la Iglesia, de ahí que la unión no sea una verdadera comunión. Así leemos en el apartado 15 de la Exhortación: Ya en su Encíclica Ecclesia de Eucharistia, el siervo de Dios Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación entre Eucaristía y communio. Se refirió al memorial de Cristo como la «suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia».La unidad de la comunión eclesial se revela concretamente en las comunidades cristianas y se renueva en el acto eucarístico que las une y las diferencia en Iglesias particulares, «in quibus et ex quibus una et unica Ecclesia catholica exsistit».Precisamente la realidad de la única Eucaristía que se celebra en cada diócesis en torno al propio Obispo nos permite comprender cómo las mismas Iglesias particulares subsisten in y ex Ecclesia. En efecto, «la unicidad e indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su Cuerpo místico, que es la Iglesia una e indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso». Por este motivo, en la celebración de la Eucaristía cada fiel se encuentra en su Iglesia, es decir, en la Iglesia de Cristo. En esta perspectiva eucarística, comprendida adecuadamente, la comunión eclesial se revela una realidad católica por su propia naturaleza. Subrayar esta raíz eucarística de la comunión eclesial puede contribuir también eficazmente al diálogo ecuménico con las Iglesias y con las Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Sede de Pedro. En efecto, la Eucaristía establece objetivamente un fuerte vínculo de unidad entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas que han conservado la auténtica e íntegra naturaleza del misterio de la Eucaristía. Al mismo tiempo, el relieve dado al carácter eclesial de la Eucaristía puede convertirse también en elemento privilegiado en el diálogo con las Comunidades nacidas de la Reforma. La Exhortación ve el memorial de Cristo como la «suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia», en este sentido dice el Papa que la Iglesia sólo puede ser una si nace de la Eucaristía. Es la Eucaristía la que edifica la Iglesia y desde esa fuente es desde donde la Iglesia hace a su vez la Eucaristía. Al origen de todo está el mismo Cristo que se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. Este es el mensaje eucarístico y eclesial con el que debemos dialogar con los hermanos protestantes. En cambio, en este punto mantenemos unidad y comunión con los hermanos ortodoxos, a los que el Papa llama “Iglesias”, porque “han conservado íntegra y genuina la naturaleza del Misterio de la Eucaristía. No obstante, la diferencia entre el plural usado para las Iglesias ortodoxas, y el singular, para la Iglesia católica, está para indicar que la comunión no es plena por otras razones, como el reconocimiento del Obispo de Roma como Cabeza visible de la unidad, también principio constitutivo de la Iglesia de Cristo.
Jueves, 16 ago (RV).- En nuestros espacios anteriores hemos recogido los párrafos de la Exhortación “Sacramentum Caritatis” que se referían a la institución del Sacramento de la Eucaristía y a la acción del Espíritu a fin de que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y para que «toda la comunidad sea cada vez más cuerpo de Cristo». El cristiano que participa en el sacramento se deja atraer por Cristo a su misma vida y queda implicado en su misma dinámica de transformación de sí mismo y del mundo por el camino de la entrega a los demás. En este párrafo 14 que vamos a leer a continuación, se nos dirá que es así como se construye la Iglesia. Eucaristía, principio causal de la Iglesia Decir que la Eucaristía es el principio causal de la Iglesia, como hace el epígrafe de este apartado que acabamos de leer, no es otra cosa que explicar el origen, la génesis de la Iglesia. En la donación que hace de sí mismo Jesús en la cruz, es donde se engendra a la Iglesia como su esposa y también como su cuerpo. Nos dice el Papa en este párrafo que en la tradición de la Iglesia las reflexiones sobre este punto han sido largas y profundas, y se han remontado al hecho mismo de la creación del ser humano. Han visto la relación existente entre el origen de Eva del costado de Adán, y el origen de la nueva Eva del costado abierto de Cristo. Contemplar al que atravesaron, es descubrir la relación causal entre sacrificio, Eucaristía e Iglesia. Pero sigamos con este mismo número 14 del Documento de Benedicto XVI: La Eucaristía es Cristo que se nos entrega, edificándonos continuamente como su cuerpo. Por tanto, en la sugestiva correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía, la primera afirmación expresa la causa primaria: la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. La posibilidad que tiene la Iglesia de « hacer » la Eucaristía tiene su raíz en la donación que Cristo le ha hecho de sí mismo. Descubrimos también aquí un aspecto elocuente de la fórmula de san Juan: «Él nos ha amado primero». Así, también nosotros confesamos en cada celebración la primacía del don de Cristo. En definitiva, el influjo causal de la Eucaristía en el origen de la Iglesia revela la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del habernos « amado primero». Él es quien eternamente nos ama primero. Hasta aquí la segunda parte de este párrafo número 14. Vemos esa doble dirección de la Eucaristía hacia la Iglesia y de la Iglesia hacia la Eucaristía, cosa ya subrayada en la Carta EncíclicaRedemptor hominis de Juan Pablo II: “Es verdad esencial, no sólo doctrinal sino también existencial, que la Eucaristía construye la Iglesia, y la construye como auténtica comunidad del Pueblo de Dios, como asamblea de los fieles, marcada por el mismo carácter de unidad, del cual participaron los Apóstoles y los primeros discípulos del Señor” La Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace a su vez la Eucaristía, y es así como la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. Este misterio y esta doctrina vienen compartidos por la Iglesia católica y por las Iglesias ortodoxas porque han conservado la genuina e íntegra naturaleza de la Eucaristía. No se puede decir lo mismo, no se puede utilizar la palabra Iglesia, si nos referimos a las comunidades nacidas de la reforma protestante, donde el carácter eclesial de la Eucaristía es más bien materia de diálogo. Con todo ello queremos decir que este sacramento es algo más que repetir la celebración de la Cena del Señor: «hacer» la Eucaristía es realizar de nuevo la donación que Cristo le ha hecho de sí mismo. «Él nos ha amado primero», esta es la raíz de la celebración.
14- El Espíritu Santo y la Eucaristía Jueves, 9 ago (RV).- En el número 13 de la Exhortación nos decía: “La Eucaristía abre y mira al futuro; aquello era una figura, una imagen de lo que realizaría Jesús”, y al mismo tiempo, lo que realizó Jesús de forma definitiva, también nos sigue abriendo al futuro, pero ahora será por obra del Espíritu Santo. Esta es la conexión entre el Espíritu y la Eucaristía. Jesús «nos atrae hacia sí», y una vez atraídos, no recibimos el sacramento solamente de modo pasivo, sino que nos implica en la dinámica de su entrega. En este párrafo 12 que vamos a leer se nos va a decir que el Espíritu Santo desempeña un papel decisivo “en el desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios”. Y el mismo Jesús estableció una clara relación entre el don de su vida en el misterio pascual y el don del Espíritu a los suyos: “Será el Espíritu quien enseñe después a los discípulos todas las cosas y les recuerde todo lo que Cristo ha dicho, porque corresponde a Él, como Espíritu de la verdad (cf. Jn 15,26), guiarlos hasta la verdad completa” Jesús y el Espíritu Santo En le número 13 que vamos a leer a continuación, aparece la palabra transustanciación ligada a la obra del Espíritu, a fin de que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y para que «toda la comunidad sea cada vez más cuerpo de Cristo», cosa que pedimos al Padre después de la consagración. b)Espíritu Santo y Celebración eucarística
13- La imagen ha dado paso a la verdad misma Jueves, 2 ago (RV).- En el espacio anterior hablábamos del estupor y asombro que produce este misterio de la consagración en la Eucaristía: el cambio sustancial del pan en cuerpo y del vino en sangre. En el párrafo que vamos a leer hoy, después de haber descrito la última Cena de Jesús con sus discípulos según el rito hebreo, Benedictdo XVI advierte: “Aquella Cena, para nosotros cristianos, ya no es necesario repetirla”, porque respecto a ella, la Eucaristía marca una novedad radical y es a esta novedad a la que Jesús se refería diciendo: “Haced esto en memoria mía”. “Figura transit in veritatem” Hemos de entender esta advertencia del Papa en un sentido muy particular, es decir, es preciso evitar cualquier deseo de inventar algo que no corresponda a Jesús. Si en los evangelios hay un encargo nuevo, la memoria de la entrega de Jesús, de su muerte y resurrección, no podemos celebrar Eucaristía reproduciendo el banquete que Jesús celebró. Aquel fue el último. No podemos celebrar hoy la Misa como un banquete, imitando la Última Cena. Lo que realizamos en la Misa es algo distinto del banquete judío. Por tanto quienes pretendan innovar formas antiguas hemos de decir que éstas no serían cristianas, por mucho que quieran reproducir aquel momento. Seguimos leyendo este mismo nº 11: Jesús nos ha encomendado así la tarea de participar en su «hora». «La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega». Él «nos atrae hacia sí». La conversión sustancial del pan y del vino en su cuerpo y en su sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de «fisión nuclear», por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo para todos. Si en la primera parte se advertía acerca de la novedad del Sacramento instituido por Jesucristo, nosotros los cristianos, ya no es necesario que repitamos aquella cena sacrificial judía y por tanto el entorno formal de la cena. Aquello era figura, ahora hay algo radicalmente nuevo. La Eucaristía abre y mira al futuro; aquello era una figura, una imagen de lo que realizaría Jesús. ¿Y en qué consiste esa novedad y ese futuro? La verdad misma, sin figura o representación, se trata del don de amor del Hijo de Dios encarnado. El alimento de la verdad. Ni los Santos Padres, ni el Papa, pueden decir más o mejor que lo que dijo Cristo: “Esto es mi cuerpo. Esto es mi sangre”. Y explicar esta novedad tampoco se puede hacer más que dejándose atraer por Cristo. Y así es como el Papa tiene que decir, como acabamos de escuchar: “la conversión del pan en cuerpo y el vino en sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de «fisión nuclear», por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros”. Es decir, el Papa se permite la licencia de aludir a una imagen moderna de esa conversión, la imagen de la “fisión nuclear”. Lo nuevo se produce en lo más íntimo del ser humano que se acerca a la Eucaristía; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación del ser humano, de la realidad y del mundo entero. Por eso explica el Papa que “no recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega». Esta es la dinámica de la transformación eucarística: lo que era simplemente pan ya no es pan, la sustancia no es pan, aunque permanezcan las apariencias sensitivas del pan o del vino. Y quien se alimenta de ese pan se alimenta de la vida de Dios y se transforma él mismo en don para los demás. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”.
12- Eucaristía: Jesús, el verdadero Cordero inmolado Jueves, 26 jul (RV).- Hoy abordamos el nº 9 de la Exhortación apostólica, donde se habla del misterio de la obediencia de Cristo a su Padre, hasta la muerte. En esa obediencia se cumple su realización perfecta como hombre. “Todo se ha cumplido”, dirá Cristo en al cruz. El amor -en la obediencia a Dios- ha llegado al máximo con que puede amar un hombre. Y aquí es donde el hombre, cualquier hombre da la talla de hombre, como dice el apóstol Pablo. El cumplimiento se refiere también a esa larga historia de amor, de encuentros y desencuentros del hombre con Dios que empieza en el Antiguo Testamento y, cuando llega al Nuevo, nos dirá la Exhortación, la libertad de Dios y la libertad del hombre se encuentran definitivamente. La forma de este encuentro definitivo se realiza -misterio para los hombres-en la carne crucificada de Cristo, en la sangre del verdadero Cordero. Este será el pacto indisoluble y válido para siempre. Decimos misterio para los hombres, Misterio de la fe, porque se ha realizado en ese ponerse Dios contra sí mismo. Misterio, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: este es el amor en su forma más radical. La nueva y eterna alianza en la sangre del Cordero Como he tenido ya oportunidad de decir: «En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es el amor en su forma más radical». En el Misterio pascual se ha realizado verdaderamente nuestra liberación del mal y de la muerte. En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la «nueva y eterna alianza», estipulada en su sangre derramada. Esta meta última de su misión era ya bastante evidente al comienzo de su vida pública. En efecto, cuando a orillas del Jordán Juan Bautista ve venir a Jesús, exclama: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Es significativo que la misma expresión se repita cada vez que celebramos la santa Misa, con la invitación del sacerdote para acercarse a comulgar: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor». Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración. No puede menos de producir asombro esta fe que afirma la conversión sustancial del pan y del vino en el cuerpo y sangre del Señor.Asombro porque desborda nuestra capacidad para comprenderlo. Y dice el Santo Padre que no hemos de sorprendernos porque incluso hoy muchos se resistan a aceptarla presencia real de Cristo en la Eucaristía. Escuchemos el párrafo 10 donde se nos habla de esto. Institución de la Eucaristía
11.- Santísima Trinidad y Eucaristía Jueves, 19 jul (RV).- La Eucaristía es el lugar supremo de la donación de Dios. Dice la Exhortación en este número 7 que “Jesús no da «algo», sino a sí mismo”; entrega su vida, y en nosotros, al comulgar, se realiza el misterio trinitario del amor divino. El pan que baja del cielo Estas palabras muestran la raíz última del don de Dios. En la Eucaristía, Jesús no da «algo», sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. En el Evangelio escuchamos también a Jesús que, después de haber dado de comer a la multitud con la multiplicación de los panes y los peces, dice a sus interlocutores que lo habían seguido hasta la sinagoga de Cafarnaúm: «Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,32-33); y llega a identificarse él mismo, la propia carne y la propia sangre, con ese pan: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo» (Jn 6,51). Jesús se manifiesta así como el Pan de vida, que el Padre eterno da a los hombres. En este número 7 acabamos de escuchar: mi Padre os da el verdadero pan del cielo, el pan que da la vida al mundo. Y después, Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Un pan que baja del cielo. El maná bajó del cielo. Todo baja del cielo, todo es don de Dios; y vio Dios que todo lo creado era bueno. No podía ser de otra forma, la creación entera es buena, porque ha sido creada por Dios, porque es don de Dios. Y dentro de los dones maravillosos que Dios nos hace, éste, el pan que es Cristo es el definitivo. Los otros dones son pasajeros, temporales, son ayudas para nuestro peregrinar. Este pan que es Cristo: “Yo soy el pana vivo y el que coma de este pan vivirá para siempre”. Cuando Jesús dice que quien coma de este pan tendrá vida eterna nos está incorporando a la vida divina, a la vida trinitaria. Esto es lo que nos va a proponer el nº 8 que escuchamos a continuación- Don gratuito de la Santísima Trinidad Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios (cf. Gn 2,7). Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina. Jesucristo, pues, « que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha » (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida. La Iglesia, con obediencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El «misterio de la fe» es misterio del amor trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a participar. Por tanto, también nosotros hemos de exclamar con san Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor». Dios se une a nuestra condición humana. No sólo nace entre nosotros, vive entre nosotros, conoce y asume nuestra condición humana, con sus gozos y sus sombras, sino que se hace alimento para nuestro crecimiento hacia la divinidad. ¿Hay una invitación más hermosa y más grandiosa que la de ser partícipes de la intimidad divina? Pues esto es lo que se nos propone, esto es la recuperación de lo humano a su máxima dignidad. En la Eucaristía, acabamos de leer, “ nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento”. La Iglesia acoge y celebra este don, misterio escondido y patente, misterio de fe que sólo se comprende desde el amor, el amor trinitario de Dios Padre, Hijo y Espíritu. Por eso la Exhortación cita a San Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor». 10.- La fe eucarística de la Iglesia Jueves, 12 jul (RV).- Sin la Eucaristía un cristiano non puede vivir, escribe Benedicto XVI. En ella "el Señor se hace alimento para el hombre sediento de verdad y de libertad". Con el deber que se deriva también para el campo político: dar "testimonio publico de la propia fe" El documento tiene la amplitud de una encíclica. Y con la encíclica "Deus caritas est" tiene mucho en común, comenzando por la palabra misma del titulo. El mismo Benedicto XVI lo dice en la introducción: "Pretendo poner la presente exhortación en relación con mi primera carta encíclica". Nosotros vamos a leer la Exhortación programa a programa, pero para saborear esa unidad sería preferible hacer una lectura integral. "Sacramento del la caridad, la santísima Eucaristía..." PRIMERA PARTE Viene introducida esta parte con una frase tomada del Evangelio de Juan, capítulo 6: «Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6,29) La fe eucarística de la Iglesia Leemos el número 6: 6. « Este es el Misterio de la fe ». Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, la Eucaristía es «misterio de la fe» por excelencia: «es el compendio y la suma de nuestra fe». La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos: « La fe se expresa en el rito y el rito refuerza y fortalece la fe ». En este número 6 destacamos que es la fe, no la razón, quien nos pone en comunión con la carne y la sangre del Señor. Lo volvió a decir el Papa en su Homilía del pasado día del Corpus Christi: Cuando Jesús anunció que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida, muchos de los que le seguían le abandonaron. Entonces como ahora, -dice el Papa- la Eucaristía es “signo de contradicción”. Y así es, porque un Dios que se hace carne y se sacrifica así mismo por la vida del mundo pone en crisis la sabiduría de los hombres. En un mundo donde domina la lógica del poder y del tener más, en un mundo donde triunfa la cultura de la violencia y de muerte, la Eucaristía es el alimento vital para los cristianos: frente a la lógica del poder y del tener Cristo propone la lógica del servicio y del amor. La fe en este alimento indispensable para quien atraviesa el desierto de este mundo, endurecido por sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino más bien la mortifican. La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística, es decir, lo prioritario no es una fe de cosas que hay que creer, sino de alimento, de cercanía del Señor y cercanía al Señor. Sin la persona de Jesús la doctrina se vuelve sosa, insípida, y los que no creen pueden criticar nuestras ideas. Jesús no es una idea, como una persona no es un ente del pensamiento, tiene carne y sangre, sentimientos, afectos. Y para concluir, la fe en esta persona, sólo crece alimentándose de esa carne y sangre, para tener los mismos sentimientos que tuvo Jesús: el amor es servicio y el servicio es la clave del Reino de Dios y ha de ser también la clave de la Iglesia. Y así concluye este número 6 que hemos leído en nuestro espacio de hoy: “Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; «gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo». Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo”.
9.- Objeto de la presente Exhortación Jueves, 5 jul (RV).- Ya hemos dicho que el contenido general de la Exhortación Sacramentum Caritatis nos invita a una digna celebración del sagrado misterio; nos recuerda la urgente necesidad de desarrollar una vida eucarística en la vida de cada día; y nos invita a anunciar al mundo las bellezas inimaginables de nuestro Dios que por amor quiere permanecer entre nosotros bajo la especie del pan y del vino, como fuente y cumbre de la vida y de la misión de su iglesia. El objetivo de la Exhortación, dice el Papa en palabras textuales, es “explicitar algunas líneas fundamentales de acción orientadas a suscitar en la Iglesia nuevo impulso y fervor por la Eucaristía”. Leemos textualmente el n. 5 de la introducción, donde se presenta el: 5. Esta Exhortación apostólica postsinodal se propone retomar la riqueza multiforme de reflexiones y propuestas surgidas en la reciente Asamblea General del Sínodo de los Obispos —desde los Lineamenta hasta las Propositiones, incluyendo el Instrumentum laboris, las Relationes ante et post disceptationem, las intervenciones de los Padres sinodales, de los auditores y de los hermanos delegados—, con la intención de explicitar algunas líneas fundamentales de acción orientadas a suscitar en la Iglesia nuevo impulso y fervor por la Eucaristía. Consciente del vasto patrimonio doctrinal y disciplinar acumulado a través de los siglos sobre este Sacramento, en el presente documento deseo sobre todo recomendar, teniendo en cuenta el voto de los Padres sinodales, que el pueblo cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad. En esta perspectiva, deseo relacionar la presente Exhortación con mi primera Carta encíclica Deus caritas est , en la que he hablado varias veces del sacramento de la Eucaristía para subrayar su relación con el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo: «el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros». El objetivo de la Sacramentum Caritatis está íntimamente engarzado con lo que Benedicto XVI proponía en su Encíclica Deus Caritas est: el ágape. El ágape, que tiene dimensiones de experiencia mística, tiene también su traducción e implicaciones en la dimensión social. Más aún, sin esta dimensión social, la Eucaristía se quedaría en un espiritualismo que como ha dicho el Papa en alguna otra ocasión, se convertiría en una fuga de la realidad. Lo real, no es sólo lo material, esto ya lo sabemos los cristianos, pero, “¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?”. Estas eras palabras que pronunció el Santo Padre en el discurso inaugural de la V Asamblea General del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Dice el Santo Padre en la Encíclica Deus Caritas est, n. 14: La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. … Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros. Sólo a partir de este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor. El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, … no es simplemente moral, que podría darse autónomamente, … fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Esta es la visión del Sacramento de la Eucaristía, por eso es fuente y culmen de la vida del cristiano y de cualquier hombre; es el máximo de nuestra aspiración y de nuestra realización: ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Y al revés, el «mandamiento» de amar no es una exigencia: el amor puede ser «mandado» porque antes es dado.
8.- Introducción, 2 (n. 3-4) Jueves, 28 jun (RV).- Jesucristo, la Verdad en Persona, el que vino no a juzgar sino a salvar, el que vivió y murió entre nosotros, el resucitado, sigue con nosotros, no ya de la misma forma que en su vida terrena, sino como sacramento. Esta presencia de Jesús resucitado, entre los que le quieren seguir, la celebramos en la Eucaristía, el rito eucarístico. Dos mil años venimos celebrando la salvación que él nos ofrece, y esta celebración la realizamos como momento culmen de nuestra propia vida en la reunión de los creyentes, la Iglesia. Leamos el número 3 de la Exhortación: Desarrollo del rito eucarístico 3. Al observar la historia bimilenaria de la Iglesia de Dios, guiada por la sabia acción del Espíritu Santo, admiramos llenos de gratitud cómo se han desarrollado ordenadamente en el tiempo las formas rituales con que conmemoramos el acontecimiento de nuestra salvación. Desde las diversas modalidades de los primeros siglos, que resplandecen aún en los ritos de las antiguas Iglesias de Oriente, hasta la difusión del rito romano; desde las indicaciones claras del Concilio de Trento y del Misal de san Pío V hasta la renovación litúrgica establecida por el Concilio Vaticano II: en cada etapa de la historia de la Iglesia, la celebración eucarística, como fuente y culmen de su vida y misión, resplandece en el rito litúrgico con toda su riqueza multiforme. La XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada del 2 al 23 de octubre de 2005 en el Vaticano, ha manifestado un profundo agradecimiento a Dios por esta historia, reconociendo en ella la guía del Espíritu Santo. La historia, las costumbres, las formas culturales, los diversos modos de ser y pensar de los hombres… hace que necesite actualizaciones esta celebración. Hay que reformar, dar nueva forma a esta celebración según los tiempos y las épocas en cambio, pero siempre acorde como el sonido de una orquesta. Así las reformas que introdujo el Concilio Vaticano II ha n de ser valoradas y corregidas en lo necesario. Sigue diciendo a este respecto el nº 3 de la Exhortación: En particular, los Padres sinodales han constatado y reafirmado el influjo benéfico que ha tenido para la vida de la Iglesia la reforma litúrgica puesta en marcha a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II. El Sínodo de los Obispos ha tenido la posibilidad de valorar cómo ha sido su recepción después de la cumbre conciliar. Los juicios positivos han sido muy numerosos. Se han constatado también las dificultades y algunos abusos cometidos, pero que no oscurecen el valor y la validez de la renovación litúrgica, la cual tiene aún riquezas no descubiertas del todo. En concreto, se trata de leer los cambios indicados por el Concilio dentro de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del rito mismo, sin introducir rupturas artificiosas. Sínodo de los Obispos y Año de la Eucaristía 4. Además, se ha de poner de relieve la relación del reciente Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía con lo ocurrido en los últimos años en la vida de la Iglesia. Ante todo, hemos de pensar en el Gran Jubileo de 2000, con el cual mi querido Predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, ha introducido la Iglesia en el tercer milenio cristiano. El Año Jubilar se ha caracterizado indudablemente por un fuerte sentido eucarístico. No se puede olvidar que el Sínodo de los Obispos ha estado precedido, y en cierto sentido también preparado, por el Año de la Eucaristía, establecido con gran amplitud de miras por Juan Pablo II para toda la Iglesia. Dicho Año, iniciado con el Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara (México), en octubre de 2004, se concluyó el 23 de octubre de 2005, al final de la XI Asamblea Sinodal, con la canonización de cinco Beatos que se han distinguido especialmente por la piedad eucarística: el Obispo Józef Bilczewski, los presbíteros Cayetano Catanoso, Segismundo Gorazdowski, Alberto Hurtado Cruchaga y el religioso capuchino Félix de Nicosia. Gracias a las enseñanzas expuestas por Juan Pablo II en la Carta apostólica Mane nobiscum Domine , y a las valiosas sugerencias de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, las diócesis y las diversas entidades eclesiales han emprendido numerosas iniciativas para despertar y acrecentar en los creyentes la fe eucarística, para mejorar la dignidad de las celebraciones y promover la adoración eucarística, así como para animar una solidaridad efectiva que, partiendo de la Eucaristía, llegara a los pobres. Finalmente, es necesario mencionar la importancia de la última Encíclica de mi venerado Predecesor, Ecclesia de Eucharistia , con la que nos ha dejado una segura referencia magisterial sobre la doctrina eucarística y un último testimonio del lugar central que este divino Sacramento tenía en su vida.
7.- Exhortación apostólica: Introducción 1 (n. 1-2) Jueves, 21 jun (RV).- Comenzamos a leer el texto de la Exhortación apostólica del Santo Padre. Está compuesta por cinco apartados, que presentan: el título, tomado de la Summa Theologica de Santo Tomás, parte 3ª; y los subtítulos siguientes: Alimento de la verdad, Desarrollo del rito eucarístico, unas palabras sobre el Sínodo de los Obispos y el Año de la Eucaristía, que comenzó con el Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, México, en Octubre de 2004 y concluyó en Octubre de 2005. Y el cuarto aspecto de la Introducción presenta el objeto de la presente Exhortación. Vayamos con el primer párrafo, que comienza justamente con las palabras que dan nombre a la Exhortación, Sacrametum Caritatis, y la centra en el “amor hasta el extremo” de Cristo a sus discípulos. 1. Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor «más grande», aquel que impulsa a «dar la vida por los propios amigos» (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús «los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos « hasta el extremo », hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico! El segundo apartado se titula: Alimento de la verdad. Y presenta al Señor, que es el camino, la verdad y la vida, como la oferta más generosa para las aspiraciones del ser humano, hambriento de verdad, pero sobre todo de la verdad del amor. Justamente Jesús se ofrece a sí mismo como alimento para ese profundo deseo que nos identifica a los hombres, alimento para el arduo camino de serlos de verdad. Dice así el apartado nº 2: 2. En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad. San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad humana, puso de relieve cómo el hombre se mueve espontáneamente, y no por coacción, cuando se encuentra ante algo que lo atrae y le despierta el deseo. Así pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo, el santo obispo exclama: «¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?». En efecto, todo hombre lleva en sí mismo el deseo indeleble de la verdad última y definitiva. Por eso, el Señor Jesús, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), se dirige al corazón anhelante del hombre, que se siente peregrino y sediento, al corazón que suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la Verdad. En efecto, Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae el mundo hacia sí. «Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra». En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, « a tiempo y a destiempo » (2 Tm 4,2) que Dios es amor. Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios. Hasta aquí nuestro espacio de hoy. Recordemos dos ideas: El Sacramento de la Eucaristía manifiesta el amor «más grande», aquel que impulsa a «dar la vida por los propios amigos». El amor de verdad, capaz de abrir el horizonte a nuestros amores. Y la segunda idea: este amor es tan abierto y respetuoso que se ofrece a la libertad humana. Es un amor que no se impone, ni es exigente, simplemente se ofrece a esa libertad humana que no encuentra reposo si no es en la gratuidad misma. Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae a quien de verdad está abierto a la verdad de su propia vida.
6.- Objetivo de la Exhortación Jueves, 14 jun (RV).- Esta exhortación del Papa continúa la serie de grandes documentos dedicados a la Eucaristía, y al mismo tiempo propone de manera actualizada algunas verdades esenciales de la doctrina eucarística. Su contenido general nos exhorta a una digna celebración del sagrado misterio; nos recuerda la urgente necesidad de desarrollar una vida eucarística en la vida de cada día; y nos invita a anunciar al mundo las bellezas inimaginables de nuestro Dios que por amor quiere permanecer entre nosotros bajo la especie del pan y del vino, como fuente y cumbre de la vida y de la misión de su iglesia. El Card. Angelo Scola, Patriarca de Venecia y relator general de la Asamblea de los Obispos donde se prepararon las bases para esta Exhortación, nos explicó el significado del título escogido por Benedicto XVI “Sacramentum Caritatis”; proviene de una de las expresiones con las que Santo Tomas de Aquino definió el Misterio Eucarístico, porque el memorial del don que Cristo hace de Sí de Su Cuerpo y de Su sangre es sacramento supremo del amor divino. Se trata de la primera exhortación apostólica del pontificado de Benedicto XVI sobre la Eucaristía como fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia. Nos habla de este nuevo documento pontificio, el responsable de nuestro programa, padre Juan José Fernández: P. Juan José Fernández, puede comentarnos las palabras iniciales, el arranque de la Exhortación? “El Sacramento de la Caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre”. Estas son palabras iniciales de la Exhortación. Pretenden expresar y condensar el mensaje de Jesucristo al instituir al Eucaristía. Un mensaje que provocó en los apóstoles una emoción tal que ha llegado intacto hasta nosotros. El Señor viene al encuentro de cada hombre creado a imagen y semejanza de Dios, y viene como alimento de verdad y libertad para acompañarnos en nuestro caminar, dice en su introducción el Documento. ¿Por qué y para qué escribe el Papa esta Exhortación? ¿Cuál es el objetivo general? El objetivo de la Exhortación, en palabras textuales, es “explicitar algunas líneas fundamentales de acción orientadas a suscitar en la Iglesia nuevo impulso y fervor por la Eucaristía. Leemos textualmente en la introducción: “Conciente del vasto patrimonio doctrinal y disciplinar acumulado a través de los siglos sobre este sacramento, en el presente documento deseo sobre todo, recomendar, teniendo en cuenta el voto de los padre sinodales, que el pueblo cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad. En esta perspectiva, deseo relacionar la presente Exhortación con mi primera Carta encíclica Deus caritas est, en la que he hablado varias veces del sacramento de la eucaristía para subrayar su relación con el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo”. Ya hemos repetido en nuestros espacios anteriores las partes principales del Documento. Repitámoslas una vez más: El esquema general de la Exhortación se apoya en tres ideas centrales: la Eucaristía como Misterio de Fe, la Eucaristía como Misterio que se celebra y tercero, la Eucaristía como Misterio que se ha de vivir y anunciar para la santificación del mundo. El Misterio de la Fe se desarrolla como Historia de Salvación en la Nueva Alianza de Dios con los Hombres, guiada por el Espíritu, vivida en la Iglesia y en los sacramentos. El centro de esta fe es Jesucristo, verdadero cordero inmolado, que se entrega al instituir la Eucaristía. El contexto de la institución era el de una cena pascual para conmemorar el acontecimiento fundamental del pueblo de Israel: la liberación de la esclavitud de Egipto. El Misterio que celebramos en la acción litúrgica es el don que Cristo ha hecho de sí mismo en el Misterio Pascual. La belleza intrínseca de la liturgia tiene como sujeto propio a Cristo resucitado y glorificado en el Espíritu Santo que, su actuación, incluye a la Iglesia. Las formas celebrativas que van desde el arte, el canto, las proclamaciones, con un inmenso conjunto de rituales expresivos buscan la participación plena y activa y fructuosa de todos los fieles. Y en la tercera parte de la Exhortación se invita a toda la Iglesia a vivir la existencia cristiana con la coherencia de lo que se celebra y a hacer partícipes a todos los hombres, culturas y pueblos de este misterio del Amor de Dios. En efecto, en el Día del Señor todo cristiano descubre también la dimensión comunitaria de la propia existencia redimida. La presencia de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo son acontecimientos que pueden confrontarse siempre con cada realidad cultural, para fermentarla evangélicamente.
5. Eucaristía - hambre Jueves, 7 jun (RV).- Seguimos todavía con algún programa introductorio a la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis . Estamos destacando alguno de los aspectos sobresalientes. Tratamos el tema de la relación entre Fe y Vida como desglose del contenido central de la celebración del Sacramento. Posteriormente vimos la curiosa relación entre Eucaristía y Ecología, tema derivado de las incertidumbres sociales y políticas que vivimos en nuestro tiempo. Decíamos que la raíz antropológica de nuestra pertenencia a la Creación, nos hace tomar conciencia de que este universo nuestro forma parte del Cuerpo de Cristo. De la misma forma, el tema del hambre en el mundo, en relación con esta Exhortación lo destacó el mismo secretario general del Sínodo de los Obispos. Mons. Eterovic. De esto vamos a hablar hoy. Pero antes, recordamos una vez más las partes, las grandes líneas que agrupan todo este abanico de temas: Primera parte: La fe en la Eucaristía. Eucaristía, Misterio que se ha de creer. El centro de esta fe es Jesucristo, verdadero cordero inmolado, que se entrega al instituir la Eucaristía. Segunda Parte: La estructura de la celebración eucarística. Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. La belleza intrínseca de la liturgia tiene como sujeto propio a Cristo resucitado y glorificado en el Espíritu Santo que, su actuación, incluye a la Iglesia. Parte tercera: La misión del pueblo de Dios nutrido por la Eucaristía. Eucaristía: Misterio que se ha de vivir. en el Día del Señor todo cristiano descubre también la dimensión comunitaria de la propia existencia redimida. ¿Podemos detenernos en este punto tan significativo que asocia la Eucaristía al problema del hambre en el mundo? Las dos primeras partes de la exhortación, invitan a cada bautizado a «interiorizar» la propia vida eucarística, es decir, profundizar en su fe, con la oración personal, y celebrar dignamente el misterio del amor trinitario en la liturgia. Pero ya en la tercera parte, Benedicto XVI usa palabras muy concretas y fuertes en lo que se refiere a llevar la eucaristía a la vida. Si el documento invita a expresar en la propia vida cotidiana la existencia eucarística del cristiano, en esta existencia «cósmica», llama a testimoniar esa fe con valores que «no son negociables», dice el n. 83. Alude allí a los lugares en los que hay escasa libertad de culto, y en modo especial invita a denunciar «las situaciones indignas del hombre, en las que se muere por falta de alimento a causa de la injusticia y de la explotación» en el n. 90. ¿Entre esos valores no negociables estaría la lucha contra el hambre? Yo diría que sí. Pero la exhortación no es una soflama contra el hambre en el mundo. No es este el lugar ni el modo de tratar el problema del hambre. El punto de partida no lo podemos inventar nosotros, es la revelación de Dios. Por eso la exhortación sitúa el problema del hambre en esa visión cósmica que citaba: la naturaleza, toda la naturaleza es don de Dios, don de Dios a los hombres. La Creación es algo maravilloso, y ese observamos cómo ese don, esos dones de la naturaleza continuamente los estamos dañando con el abuso y la explotación. ¿Ese punto de partida nos ha de llevar a un cambio en nuestro comportamiento? Ese punto de partida es la “existencia eucarística”, que es la única forma, o al menos hará todo lo posible para que esa situación de explotación cambie. Nuestro comportamiento eucarístico –quiere decir, agradecido- será el que nos lleve a tratar mejor la Creación y repartir mejor la Creación entre todos los hombres. Ese comportamiento eucarístico será el que nos permita llevar el pan y el vino en oferta al altar del Señor. Sólo así, y con la gracia del Espíritu Santo, ese pan y ese vino pueden convertirse en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración. ¿Y el tema del hambre? El tema del hambre en el mundo adquiere visos de solución por el camino de la solidaridad, lugar a donde a donde nos debe llevar y nos lleva la Eucaristía. Esto por un lado; y por otro, los que vivimos la Eucaristía hoy, lo hacemos en un contexto de globalización. Pues bien, a esto se refiere el Papa, y dice concretamente en el n. 91 que los que rezamos en la santa Misa “Danos hoy nuestro pan de cada día”, estamos obligados a colaborar para combatir el escándalo del hambre. Y el Santo e l Santo Padre cita como ejemplo el hecho de que menos de la mitad de las sumas destinadas a armamentos sería suficiente para dar de comer a los pobres del mundo (n. 90). Esto supone por tanto una gran responsabilidad para los cristianos. El Santo Padre llama a los cristianos, pero también a los hombres de buena voluntad, a poner fin al escándalo del hambre en el mundo.
4. Eucaristía y Ecología Jueves, 31 may (RV).- La necesidad y la posibilidad de crecer en nuestra fe cristiana se han de basar en una vida eucarística, llevada después a la vida de cada día. El cristiano debe sentir la obligación de anunciar las bellezas inimaginables de nuestro Dios, que por amor quiere permanecer entre nosotros, bajo la especie del pan y del vino, como fuente y cumbre de la vida y de la misión de su iglesia. Aún no hemos comenzado a leer la Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”; estamos haciendo unos programas introductorias como aproximación a los principales temas que se nos van a ofrecer en ese Documento, temas que ya aparecían, alguno de ellos, en el Documento final del Sínodo de los obispos, presentado al Santo Padre: "La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia". Aquel documento final constaba de 50 puntos, agrupados en 3 partes, que son las que han quedado en la Exhortación Apostólica: Primera parte: La fe en la Eucaristía. El pueblo de Dios educado en la fe en la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía, Misterio que se ha de creer. Segunda Parte: La estructura de la celebración eucarística. Por tanto, la participación del Pueblo de Dios en la celebración de la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. Parte tercera: La misión del pueblo de Dios nutrido por la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. Y veamos ahora alguno de los temas o puntos significativos que nos pueden llamar la atención. Recuerden que tratamos temas como Eucaristía y Matrimonio, el sacerdocio de las mujeres, el celibato de los sacerdotes, la relación entre Eucaristía y las incertidumbres sociales y políticas de nuestro tiempo. Hoy el primer tema que les proponemos es el de la ecología. ¿Qué relación puede haber entre Eucaristía y Ecología? Porque parecen dos realidades que no tienen mucho que ver… Lo podríamos resumir con una frase muy expresiva: si el hombre destruyera la hierba que tiene debajo de sus pies se moriría. El hombre no puede vivir sin tierra y sin árboles, no puede vivir si el aire y los ríos están contaminados. Y en nuestra vida necesitamos el PAN y el VINO, frutos de una tierra fértil, pura e incontaminada. El pan y el vino nos resultan tan necesarios como el aire, tanto para alimentarnos físicamente como humana y espiritualmente. Fueron los Obispos de América Latina, de Perú y Guatemala, quienes hablaron de problemas tales como la deforestación y explotación minera. Pertenecemos a la Creación, y este universo nuestro forma parte del Cuerpo de Cristo. No en vano Jesús mismo tomó pan en sus manos, tomo el cáliz con vino y dijo ESTO ES MI CUERPO, ESTO ES MI SANGRE. Y ahora como resumen, alguna de las frases que pueden funcionar como lei motiv de esta Exhortación Apostólica, “Sacramentum Caritatis”, palabras y realidades que condensan una doctrina y una realidad tan bella como es este Sacramento: 1° "Haced esto en memoria mía". Es el tema de la Eucaristía como celebración. Hace referencia al Concilio Vaticano II que puso las bases para una reforma litúrgica necesaria. Es importante cultivar sus frutos positivos y corregir los abusos que se hayan introducido en la práctica litúrgica. El respeto del carácter sagrado de la liturgia pasa por una fidelidad auténtica a las normas litúrgicas de la autoridad legítima. Que nadie se considere dueño de la liturgia de la Iglesia. 2° "Seréis mis testigos". Esta frase en cambio nos llevaría a pensar en la Eucaristía como misión. Estar a la escucha de los sufrimientos del mundo, para llevar allí donde hay escasez, amor, el amor que testimonia la presencia real de Cristo en nuestro mundo. Testigos muy reales son los mártires de nuestro tiempo. 3° "Que todos sean uno". También aquí hay una vinculación entre Eucaristía y la misión de la Iglesia, orientada ésta hacia la integración total de lo humano con la creación. Tal vez a la luz de esta frase podría quedar iluminada la tendencia actual hacia la globalización. Una globalización que no tome en cuenta la solidaridad será el triunfo de las fuerzas demoníacas del mal. Su fruto será el pecado, capaz de seguir ahondando sobre el sufrimiento y la miseria de los hijos de Dios.
3. Fe y Vida 23 mayo Jueves, 24 may (RV).- Este es un espacio de Radio Vaticano para leer y disfrutar con un reciente Documento de la Iglesia dedicado a la Eucaristía “Sacramentum Caritatis”. Aún no hemos comenzado a leerlo; estamos haciendo unos programas introductorios. Somos conscientes de la necesidad de desarrollar una vida eucarística en la vida de cada día, y de anunciar las bellezas inimaginables de nuestro Dios que por amor quiere permanecer entre nosotros bajo la especie del pan y del vino, como fuente y cumbre de la vida y de la misión de su iglesia, decía Mons. Eterovic, Secretario del Sínodo de los obispos. Habíamos comenzado nuestro espacio anterior con una mirada somera y general sobre algunos puntos que podrían llamar la atención, como la relación entre Eucaristía y Medio Ambiente o Ecología, Eucaristía y parejas separadas que vuelven a casarse, etc… Y habíamos recordado también las partes y por tanto las grandes líneas que se nos ofrecen para nuestra reflexión y meditación. Vamos a con alguno de los argumentos que preocupan al cristiano de “a pie”. Comenzamos recordando las Partes del Documento del Sínodo y aquellas que dan extructura a la Exhortación Apostólica: Primera parte: La fe en la Eucaristía. El pueblo de Dios educado en la fe en la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía, Misterio que se ha de creer. Segunda Parte: La estructura de la celebración eucarística. Por tanto, la participación del Pueblo de Dios en la celebración de la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. Parte tercera: La misión del pueblo de Dios nutrido por la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. Otro de los argumentos que se pusieron sobre la mesa en el Sínodo fue el de la escasez de sacerdotes, y si no habría que comenzar a pensar en el sacerdocio de las mujeres, por ejemplo. ¿Cómo se ha afrontado este argumento? Y yo añadiría el tema del celibato sacerdotal. Mira, yo puedo opinar sobre el sacerdocio de las mujeres, para superar la historia que hemos vivido hasta ahora, o sobre los sacerdotes casados, a quienes se prohíbe celebrar la Misa, pero lo que yo opine es una opinión, que de momento no está de acuerdo con los representantes de las iglesias particulares y la Iglesia universal. Más aún, los Obispos de Iglesias orientales, donde hay sacerdotes casados, han recomendado el celibato sacerdotal. El Papa, en su homilía de clausura del Sínodo decía: “El celibato que los presbíteros han recibido, como don precioso y signo del amor indivisible a Dios y al prójimo, se funda en el misterio eucarístico”. De momento, dicen los mismos obispos, no vemos que ni la supresión del celibato ni la ordenación de la mujer, sea mejor para la vida de la Iglesia. Aunque la Exhortación agrupe las ideas en tres partes, los temas tratados en ella son amplísimos, sobre todo cuando en la tercera parte se habla del misterio que se ha de vivir, es decir la Eucaristía en relación con la vida. Así es, con la Eucaristía se relaciona toda la vida: desde la fe de los creyentes a la celebración de esa fe y la repercusión que la Eucaristía ha de tener en la vida del mundo. La XI Asamblea General de los Obispos trataba todo tipo de temas que habían de ser expuestos al Papa: desde el uso del latín en la Eucaristía, al significado mismo de ésta, desde la ecología, a la proliferación de las armas, demostrando de este modo que el panorama mundial está sometido a multitud de incertidumbres, como lo han demostrado las preocupaciones expuestas por los diferentes obispos asistentes al Sínodo. También voy a citar la Homilía del Papa en la Misa de clausura: “La espiritualidad eucarística debe ser el motor interior de toda actividad, y no es admisible ninguna dicotomía entre la fe y la vida”. Lógicamente, la no dicotomía entre fe y vida, es la vida perfecta del Reino, que Cristo anunciaba. Pero el Reino, aunque ha comenzado ya, todavía no se ha realizado del todo. Es decir, junto a la gracia está el pecado. De ahí las incertidumbres del mundo y las preocupaciones de los obispos. Ya lo decían los griegos cinco siglos antes de Cristo, paganos por tanto, polemos pater panton , la guerra es el padre de todo. Esta vida es una guerra: hay muchos males a combatir, hay mucho pecado a desterrar. El Cardenal William Levada, arzobispo emérito de San Francisco y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el P. Josep Mª Abella Batlle, Superior General de los Misioneros Claretianos insistían en no separar vida y eucaristía, eucaristía y vida: ni en la política, ni en la economía, ni en la medicina, ni en la empresa, ni en el trabajo ordinario, ni en la vida privada. Las armas, la ingeniería genética, el comercio de personas y de niños, el aborto, responden a intereses, por supuesto, nada eucarísticos, es decir, no buscan precisamente el desarrollo de una relación amorosa entre los hombres. ¿Cómo puede participar en la eucaristía un dictador tirano, o quien promueve leyes para la destrucción de la vida, sea con armas o sea con medicinas…?
2. El nombre de la Encíclica Jueves, 17 may (RV).- Les comentábamos la semana pasada alguna de las observaciones que se hicieron en el Documento final del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, allá en Octubre del año 2005, cuando concluyó esta Asamblea episcopal. Hoy les vamos a ofrecer un resumen de los principales temas que aparecían en el Documento final presentado al Santo Padre. Eran 50 las propuestas presentadas al Papa por los padres sinodales para que él, si lo creía oportuno, elaborara la exhortación apostólica que ahora estamos comenzando a leer y a disfrutar: "La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia". El documento que presentaron los obispos al Papa constaba de 50 puntos, agrupados en 3 partes, que son las que han quedado en la Exhortación Apostólica: Primera parte: La fe en la Eucaristía. El pueblo de Dios educado en la fe en la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía, Misterio que se ha de creer. Segunda Parte: La estructura de la celebración eucarística. Por tanto, la participación del Pueblo de Dios en la celebración de la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. Parte tercera: La misión del pueblo de Dios nutrido por la Eucaristía. En la Exhortación: Eucaristía: Misterio que se ha de celebrar. Estas son las partes y por tanto las grandes líneas que se nos ofrecen para nuestra reflexión y meditación. Vamos a detenernos ahora en alguno de los puntos que aparecen este Documento, desde el punto de vista de un análisis de argumentos que preocupan al cristiano de “a pie”. 1.- ¿Por qué un Sínodo sobre la Eucaristía? Y, ¿cuáles han sido los temas que sobre la Eucaristía más han preocupado a los padres sinodales? Cuando se define a la Eucaristía como culmen y fuente de la misión de la Iglesia, se quiere decir que la Eucaristía es lo central del cristianismo porque es lo central de la vida de Cristo. Todo lo que Cristo anuncio y realizo está contenido en el gesto de Jesús en la Ultima Cena: TOMAD Y COMED, TOMAD Y BEBED, mi cuerpo y mi sangre. Ahí está el secreto, el misterio del Amor de Dios a los hombres: Dios crea, redime lo creado y lo salva a través del amor. Pero junto al Amor, como convite y banquete, la dimensión sacrificial del amor: no hay vida entregada sin muerte a uno mismo. Este el es misterio de la Eucaristía y el misterio de la vida misma: el gozo del recibir y el sacrifico de darse. 2.- ¿Y por qué se le llama Sacramento, Sacramentum? La palabra Sacramento es una traducción de la palabra griega “mysterium”, que quiere decir secreto o misterio. Al acabar de consagrar el Sacerdote proclama: “Este es el sacramento de nuestra fe”, y los fieles responden: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús! Este es el sacramento o misterio, y es misterio porque el amor, aunque lo digas a voces, solo lo entiende el que ama, el que da su vida: la madre por el hijo, la creación generosa se gasta a si misma por el bien del hombre. En el terreno más vulgar decimos: uno da todo de si por conseguir lo que se propone. El misterio de la Eucaristía, o del amor, es gastarse, darse, morir a sí, para que otros tengan vida. Es el misterio de la muerte y la resurrección. Junto al gozo de tener un hijo, está la entrega total de los padres al hijo. Otra vez el mismo tema, la Eucaristía es a la vez el gozo y la alegría de la vida, de un banquete, y el sacrificio de la entrega, como fruto de ese gozo. 3.- Entre los temas tratados por los padres sinodales vemos que se hace especial atención al matrimonio. De hecho varias proposiciones sobre este argumento, trataban de dar respuestas al significado del mismo Sacramento del Matrimonio, a la importancia de la familia, a la realidad de las parejas divorciadas que vuelven a casarse, etc. Padre, nos damos cuenta de lo polémicos que pueden ser estos temas. ¿Cuáles han sido los puntos de vista de los prelados? Matrimonio, Familia: es el lugar sagrado donde se realiza este misterio de amor. Dar vida a los hijos, gastarse por ellos y para ellos, para que ellos vivan se desarrollen y crezcan. Y ahora pregunto yo ¿Por qué eso de gastarse y darse de una madre y un padre por su hijo? ¿No sería mejor que cada uno mire por sí mismo, egoístamente, y que los padres se olviden del hijo? Esto que acabo de decir, para una madre, es una barbaridad, y además es imposible, porque la ley del amor es más fuerte. Más aún, podría seguir preguntando filosóficamente: ¿y por qué el amor y no el egoísmo? Pues bien, este es el misterio y los fallos del misterio vivido por los humanos, que somos pecadores. Aquí es donde los Padres sinodales, cristianos ellos, y pastores de sus diócesis, dicen que si la Eucaristía representa ese Amor con mayúsculas, y esto se realiza en la Familia, no es tan claro que la situación de los divorciados, la poligamia, etc. expresen en su vida ese Amor eucarístico, de entrega total, de don total. Esto no quiere decir que no haya que ser comprensivos y acogedores con su situación: simplemente que la situación del divorciado no expresa el misterio de Amor, que es de Muerte y Vida como decíamos antes.
1. Introducción Jueves, 10 may (RV).-El martes 13 marzo 2007, el Papa Benedictdo XVI presentó a la Iglesia Universal la Exhortación Apostólica “ Sacramentum Caritatis ”, el Sacramento del Amor o Sacramento de la Eucaristía. Se trata de la primera exhortación apostólica del pontificado de Benedicto XVI sobre la Eucaristía como fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia . La Exhortación Sacramentum Caritatis es fruto maduro de un largo camino recorrido propuesto por JPII, e iniciado con el pontificado de BXVI. Un fruto que abre el camino a ulteriores profundizaciones con el compromiso de dar a la Iglesia un nuevo impulso y fervor eucarístico. Estas eran palabras del patriarca de Venecia el Card. Angelo Scola, relator general de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. En aquel Sínodo, celebrado durante el mes de Octubre de 2005, fue donde obispos de toda la Iglesia se reunieron con el fin de profundizar en los aspectos más salientes de este misterio dado por Cristo a su Iglesia desde el principio. En este espacio introductoria vamos a recordar algunas de las ideas anunciadas al final de aquel acontecimiento que se clausuró el 23 de Octubre de 2005, cunado quedó concluido también el Año de la Eucaristía, iniciado por el papa Juan Pablo II. El Santo Padre BXVI manifestó que los trabajos del sínodo habían servido para orientar a los creyentes hacia la contemplación de la Eucaristía, en primer lugar a los sacerdotes, ministros de la Eucaristía, y para reavivar su compromiso de fidelidad. Sobre el misterio eucarístico, celebrado y adorado, se funda el celibato que los presbíteros han recibido como don precioso y signo del amor indiviso hacia Dios y hacia el prójimo. También para los laicos la espiritualidad eucarística debe ser el motor interior de su actividad profesional. Desde que Jesús nos entregó este Sacramentum Caritatis, o Misterio de amor, toda nuestra vida ha de quedar impregnada por el amor; ya no es posible ninguna dicotomía entre la fe y la vida, el amor es la misión del cristiano en la animación del mundo. Por esta misma razón éste es un mensaje que no va dirigido sólo a los fieles católicos, sino a los cristianos de todas las confesiones, a los que invita a rezar “para que llegue el día de la reconciliación y de la plena unidad visible de la Iglesia en la celebración de la Santa Eucaristía”. “La asamblea sinodal -se decía en el texto conclusivo-, ha constituido un tiempo intenso de intercambio y de testimonios sobre la vida de la Iglesia en los distintos continentes”. Y los padres sinodales “han tomado conciencia de las situaciones dramáticas y de los sufrimientos causados por las guerras, el hambre, el terrorismo, las injusticias, la extrema pobreza o las calamidades naturales, que afectan cotidianamente a millones de personas”. Los obispos se preguntan sobre el futuro de este mundo y sobre lo qué hay que hacer para que, “en esta era de la globalización, la solidaridad pueda triunfar sobre el sufrimiento y la miseria”. Y por ello, se dirigen a los responsables de los gobiernos de todo el mundo para que “miren con la debida atención al bien de todos y sean promotores de la dignidad de las personas, desde el nacimiento hasta el fin natural, promoviendo leyes que respeten el derecho natural, el matrimonio y la familia”. Las consecuencias de la secularización sobre todo en Occidente, que llevan a la indiferencia religiosa y a las distintas formas de relativismo, son también destacadas en el Mensaje sinodal, en el que se expresa asimismo la preocupación por la falta de presbíteros en la celebración de la Eucaristía dominical. Ante este desafío los pastores invitan a rezar y a promover más activamente la pastoral para las vocaciones sacerdotales. Finalmente, el Mensaje se dirige a cuantos sufren persecución religiosa y se hace un llamamiento para que a allí donde los cristianos son minoría puedan igualmente celebrar el día del Señor en plena libertad. Se reafirma que el Concilio Vaticano II ha puesto las bases necesarias para una renovación litúrgica auténtica y en este sentido los padres sinodales hablan de la necesidad de cultivar los frutos positivos y corregir los abusos que se hayan podido infiltrar en la práctica eucarística.
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