Roma: clausura del Jubileo del 150 aniversario de las apariciones de la Inmaculada
en Lourdes
Lunes, 8 dic (RV).- «Benedicto XVI tuvo palabras de gran consuelo, en especial para
los enfermos. Habló de la sonrisa de María, fuente de serenidad y de consuelo y manantial
de una esperanza invencible». En la diócesis del Papa, el cardenal Secretario de Estado
ha sellado la solemne clausura del Jubileo del 150 aniversario de las apariciones
de la Inmaculada en Lourdes, evocando la peregrinación pontificia y encomendando el
mundo entero a la Madre de Dios.
«... El Santo Padre se une espiritualmente
a nosotros y nos ruega que recemos por todas sus intenciones». Con estas palabras,
el cardenal Secretario de Estado de Benedicto XVI, Tarcisio Bertone, ha manifestado
la cercanía y el saludo del Papa a los participantes en la solemne celebración que
ha presidido, esta mañana, en la Basílica papal romana de Santa María La Mayor.
En
este año en que la solemnidad de la Inmaculada Concepción adquiere un significado
aún más profundo, pues está enlazada con el 150 aniversario de las apariciones de
la Madre de Dios a santa Bernardita, el cardenal Bertone se ha referido a la presencia
de la imagen de la Virgen de Lourdes en esta basílica de Roma, para sellar la solemne
clausura de este Jubileo en la diócesis del Papa.
En este clima de espiritualidad
mariana, el purpurado ha dirigido un saludo especial a los numerosos voluntarios y
enfermos de UNITALSI, sigla de la Unión Italiana para las peregrinaciones de las personas
enfermas y discapacitadas al Santuario de Lourdes y a otros santuarios internacionales.
El cardenal Secretario de Estado ha evocado, precisamente, la peregrinación que Benedicto
XVI realizó el pasado mes de septiembre, a la gruta de ‘Massabielle’, para rezar a
los pies de la Virgen Inmaculada, que acoge cada año a millones de peregrinos de todo
el mundo: «Benedicto XVI tuvo palabras de gran consuelo, en especial para los enfermos.
En su discurso habló de la sonrisa de la Virgen María, fuente de serenidad y de consuelo
y manantial de una esperanza invencible».
«El dulce rostro de la Inmaculada
nos asegura que Dios no nos abandona a nosotros mismos, sino que, aún más, sale al
encuentro de nuestras expectativas profundas y auténticas, a la sed ardiente de felicidad
de cada corazón humano. Quiere colmar nuestra sed de infinito con la belleza de su
amor, que es manantial de paz y de gozo profundo, de luz y de vida inmortal», ha reiterado
el cardenal Bertone, destacando que el resplandor inmaculado de María, nos recuerda
que «hemos sido creados para la vida y no para la muerte; para la alegría y no para
la tristeza, para el bien y no para el mal».
«Aun cuando con el pecado nos
alejáramos de Dios, cuando se eligiera vivir como si Él no existiera, queda siempre
en el corazón la nostalgia de nuestros orígenes, que nos vuelven a conducir a aquel
‘misterio de bien’ del que provenimos y del cual estamos llamados a participar».
Animados por la confianza en la victoria de Cristo sobre Satanás, sobre el mal y sobre
la muerte y por la Inmaculada, acojamos el mensaje de conversión y de penitencia,
de renovación espiritual y de esperanza que la Virgen encomendó a la pequeña Bernardita
para todos nosotros, ha alentado el cardenal Bertone, culminando su homilía con esta
exhortación e invocación, llena de ternura y emoción: «¡Con sencillez y confianza
de hijos, dirijámonos a María! E invoquémosla para que haga brillar un poco de su
luz, también sobre cada uno de nosotros ¡Virgen Inmaculada, estrella luminosa de nuestro
camino, Mujer victoriosa que aplastas la cabeza de la serpiente, hoy nos muestras
tu rostro de madre. Tú María, preservada de toda mancha de pecado, intercede por nosotros
pecadores! ¡Por todos los pecadores! ¡Lucha con nosotros y sostennos para que no cedamos
ante los asaltos del mal! ¡Da luz y vigor a nuestra conciencia para que permanezcamos
siempre fieles, dóciles y obedientes a la voz de Dios! ¡A ti María, encomendamos nuestra
vida. En tus manos y en tu corazón ponemos a nuestras familias, nuestros dolores y
nuestros propósitos; nuestras parroquias, la Iglesia y el mundo entero. Ayúdanos a
seguir a tu Hijo Jesucristo en santidad y pureza de vida, para que podamos un día
entrar, nosotros también en su Reino y contigo gozar eternamente la alegría de su
amor! ¡Amén!»