En su visita al presidente israelí, Benedicto XVI subraya que nadie está exento del
deber de trabajar por la paz y recuerda que los líderes políticos deben asegurar una
seguridad justa y adecuada para el pueblo que los ha elegido
Lunes, 11 may (RV).- Benedicto XVI se ha encontrado con el presidente israelí en el
Palacio presidencial de Jerusalén ante quien ha reiterado que “la seguridad, la integridad,
la justicia y la paz, en el designio de Dios son inseparables. En su discurso el Papa
ha subrayado que “ningún individuo, ninguna familia, ninguna comunidad o nación queda
exento del deber de vivir en la justicia y trabajar por la paz. Naturalmente se espera
que los líderes civiles y políticos aseguren una seguridad justa y adecuada para el
pueblo a cuyo servicio han sido elegidos.
Retomando su discurso a las Naciones
Unidas del año pasado el Papa ha recordado que los valores y los fines auténticos
de una sociedad siempre tutelan la dignidad humana y son indivisibles, universales
e interdependientes. “Se sirve verdaderamente a los intereses de la nación cuando
se persigue la justicia para todos”.
El Santo Padre ha aludido en numerosas
ocasiones a la cuestión de la seguridad, que será duradera si está basada en la confianza,
alimentada con la justicia y sellada con la conversión de los corazones “que nos obliga
a mirar al prójimo directamente a los ojos y reconocerle como a un semejante”. El
Papa se ha interrogado sobre la posibilidad de transformarse en una comunidad de aspiraciones
nobles, donde todos tengan acceso a la educación, al hogar y a la posibilidad de trabajar,
una sociedad preparada para construir sobre los fundamentos duraderos de la esperanza.
Dirigiéndose
directamente a las familias de esta tierra el Papa les ha preguntado: ¿Cuántos padres
quiere la violencia, la inseguridad o la división para sus hijos o para sus familias?
¿Cómo se puede servir a un objetivo político mediante los conflictos y la violencia?
“Oigo el clamor de quienes viven en este país e invocan justicia, paz, respeto de
su dignidad, seguridad estable y una vida diaria libre del miedo, de amenazas externas
y de violencia insensata”.
Benedicto XVI se ha dirigido también a los líderes
religiosos diciendo que “deben ser conscientes que cualquier división o tensión, cualquier
tendencia a la introversión o a la sospecha entre creyentes o entre nuestras comunidades,
fácilmente puede conducir a una contradicción que oscurezca la unicidad del Omnipotente,
traicione nuestra unidad y contradiga al Único que se revela a sí mismo como ‘rico
de amor y fidelidad’”.
En este contexto el Santo Padre ha hablado de Jerusalén
como la encrucijada de pueblos de distinto origen, la ciudad que desde hace tiempo
permite a judíos, cristianos y musulmanes asumir el deber y el privilegio de ser testigos
juntos de la coexistencia pacífica, tan deseada desde hace tiempo.
DISCURSO
COMPLETO
Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras
y Señores,
Qué gentil acto de hospitalidad,
el Presidente Peres nos ha acogido en su residencia, ofreciéndome la posibilidad de
saludar a todos y de compartir, al mismo tiempo, con ustedes algunas breves consideraciones.
Señor Presidente, le doy las gracias por la cortés acogida y por sus calurosas palabras
de saludo, que de corazón contracambio: Doy las gracias además a los músicos que nos
han entretenido con sus elegantes interpretaciones.
Señor
Presidente, en el mensaje de felicitaciones, que Le envié en ocasión de Su toma de
posesión, tuve de buen grado recordar Su ilustre testimonio en el público servicio
marcado por un fuerte compromiso en alcanzar la justicia y la paz. Hoy le deseo asegurarle
a Usted y al Primer Ministro Netanyahu y a su gobierno apenas constituido, así como
a todos los habitantes del estado de Israel, que mi peregrinación a los Lugares santos
es una peregrinación de oración en favor del don precioso de la unidad y de la paz
para Oriente Medio y para toda la humanidad. Verdaderamente, cada día rezo para que
la paz que nace de la justicia vuelva a Tierra Santa y a toda la región, trayendo
seguridad y renovada esperanza para todos.
La paz es
ante todo un don divino. La paz en efecto es la promesa del Omnipotente a todo el
género humano y constituye la unidad. En el libro del profeta Jeremías leemos: “qué
bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros – oráculo de Yahvé – pensamientos
de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza” (29, 11). El profeta
nos recuerda la promesa del Omnipotente que “se dejará encontrar”, que “escuchará”,
que “nos reunirá juntos”. Pero existe también una condición: debemos “buscarlo” y
“buscarlo de todo corazón” (cfr ibid. 12-14).
A los
líderes religiosos hoy presentes les que quiero decir que la contribución particular
de las religiones en la búsqueda de paz se funda, en primer lugar, en la búsqueda
apasionada y de acuerdo con Dios. Nuestro deber es el de proclamar y testimoniar que
el Omnipotente está presente y es conocible, también cuando parece escondido a nuestra
vista, que Él actúa en nuestro mundo para nuestro bien y que el futuro de la sociedad
está marcado por la esperanza cuando vibra en armonía con el orden divino. Es la presencia
dinámica de Dios que acerca y reúne los corazones y asegura la unidad. De hecho, el
fundamento último de la unidad entre las personas está en la perfecta unicidad y universalidad
de Dios, que ha creado al hombre y a la mujer a su propia imagen y semejanza, para
conducirnos dentro de su vida divina, de manera que todos podamos ser una cosa sola.
Por lo tanto, los líderes religiosos deben ser conscientes
de que cualquier división o tensión, toda tendencia a la introversión o a la sospecha
entre creyentes o entre nuestras comunidades puede llevar fácilmente a una contradicción
que oscurece la unicidad del Omnipotente, traiciona nuestra unidad y contradice al
Único que se revela a sí mismo como “rico de amor y de fidelidad” (Es 34, 6: Sal 132,2;
Sal (5, 11). Queridos amigos, Jerusalén, que desde hace muchísimo tiempo ha sido un
lugar de tránsito de pueblos de diversos orígenes, es una ciudad que permite a los
Judíos, Cristianos y Musulmanes asumirse tanto los deberes como el gozar del privilegio
de dar juntos testimonio de pacífica coexistencia , desde hace tanto tiempo deseada
por los adoradores del único Dios; de descubrir el plan del Omnipotente, anunciado
por Abraham, para la unidad de la familia humana; y de proclamar la verdadera naturaleza
del hombre como buscador de Dios. Comprometiéndose pues a asegurar que, mediante el
amaestramiento y la guía de nuestras respectivas comunidades, las mantendremos en
el ser fieles a aquello que verdaderamente son como creyentes, siempre conscientes
de la infinita bondad de Dios, en la inviolable dignidad de todo ser humano y de la
unidad de la entera familia humana.
La Sagrada Escritura
nos ofrece también una comprensión suya de la seguridad. Según el lenguaje judío,
seguridad – batah – deriva de la confianza y no se refiere solamente a la ausencia
de amenazas sino también al sentimiento de calma y de confianza. En el libro del profeta
Isaías leemos de un tiempo de bendición divina: “Al fin será derramado desde arriba
sobre nosotros un espíritu. Se hará la estepa un vergel y el vergel será considerado
como selva. Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el
producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua”
(32, 15-17). Seguridad, integridad, justicia y paz: en el designio de Dios para el
mundo son inseparables. Muy lejos de ser un simple producto del esfuerzo humano, son
valores que manan de la relación fundamental de Dios con el hombre, y residen como
patrimonio común en el corazón de todo individuo.
Existe
solamente un camino para proteger y promover estos valores: ¡ejercitarlos!, ¡vivirlos!
Ningún individuo, ninguna familia, ninguna comunidad o nación queda ausente del deber
de vivir en la justicia y de trabajar por la paz. Naturalmente, se espera que los
líderes civiles y políticos aseguren una justicia y una adecuada seguridad para los
pueblos para cuyo servicio han sido elegidos. Este objetivo forma parte de la justa
promoción de los valores comunes de la humanidad y por lo tanto no pueden contrastar
con la unidad de la familia humana. Los valores y los fines auténticos de una sociedad,
que siempre tutelan la dignidad humana, son indivisibles, universales e interdependientes
(cfr Discurso a las Naciones unidas, 18 abril 2008).
No se pueden por
lo tanto realizar cuando caen en la presa de intereses particulares o de políticas
fragmentarias. El verdadero interés de una nación se sirve mediante el querer alcanzar
la justicia para todos.
Amables Señoras y Señores,
una seguridad duradera es cuestión de confianza, alimentada en la justicia y en la
integridad, sigilada por la conversión de los corazones, que nos obliga a mirar al
otro a los ojos y a reconocer el “Tú” como un semejante, un hermano mío, una hermana
mía. De esta manera, ¿no se convertirá posiblemente la sociedad misma en “un jardín
colmado de frutos” (cfr Is 32, 15), ya no marcado por bloques y obstrucciones, sino
por la cohesión y la armonía? ¿No podría convertirse en una comunidad de nobles aspiraciones,
donde a todos de buen grado se les da el acceso a la educación, al hogar familiar,
a la posibilidad de empleo, una sociedad dispuesta a edificarse sobre unos fundamentos
duraderos de esperanza?
Para concluir, deseo dirigirme
a las familias comunes de esta ciudad, de esta tierra. ¿Cuáles padres quieren la violencia,
inseguridad o división para sus hijos o para sus familias? ¿Qué objetivo humano y
político podrá jamás realizarse por medio de los conflictos y la violencia? Oigo el
clamor de cuantos viven en este País que invocan la justicia, paz, respeto para su
dignidad, seguridad estable, una vida cotidiana libre del miedo de amenazas externas
y de insensata violencia. Sé que es un considerable número de hombres, mujeres y jóvenes
los que están trabajando por la paz y la solidaridad, por medio de programas culturales
e iniciativas de sostén práctico y de caridad; bastante humildes para perdonar, ellos
tienen la valentía de aferrar el sueño que es su derecho.
Señor
Presidente, le doy las gracias por la cortesía demostrada y Le aseguro todavía una
vez mis oraciones por el Gobierno y por todos los ciudadanos de este Estado. Que una
auténtica conversión de los corazones de todos, pueda conducir a un compromiso cada
vez más firme por la paz y la seguridad, por medio de la justicia para cada uno.