Su obra no es filantropía sino amor evangélico, el Papa a la Orden de Malta
(RV).- Al recibir a los Caballeros y Damas, Capellanes y voluntarios de la Soberana
y Militar Orden de Malta, el Papa saludó de modo especial al Gran Maestre, Su Alteza
Eminentísima Fray Matthew Festing, a quien le agradeció las amables palabras que le
había dirigido previamente en nombre de todos los presentes. “Muchas gracias”, dijo
también Benedicto XVI por el donativo que le ofrecieron y que ha destinado a una obra
de caridad.
Al destacar el motivo de este encuentro en el IX centenario del
solemne privilegio Pie postulatio voluntatis, del 15 de febrero de 1113, con
el cual el Papa Pascual II puso a la entones recién nacida “hermandad hospitalaria”
de Jerusalén, con el título de San Juan Bautista, bajo la tutela de la Iglesia, haciéndola
soberana, y constituyéndola como una Orden de derecho eclesial, con el derecho a elegir
libremente a sus superiores sin interferencia por parte de otras autoridades laicas
o religiosas, el Obispo de Roma afirmó que se trata de una “importante conmemoración”
que “adquiere un especial significado en el contexto del Año de la fe, durante el
cual la Iglesia está llamada a renovar la alegría y el compromiso de creer en Jesucristo,
único Salvador del mundo”.
Por esta razón, el Pontífice también los exhortó
“a acoger este tiempo de gracia para profundizar en el conocimiento del Señor” y para
“hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe”, mediante el testimonio de su
vida y su servicio en el hoy de nuestro tiempo. Porque como les recordó, “desde sus
comienzos”, su Orden “se ha distinguido por la fidelidad a la Iglesia y al Sucesor
de Pedro, así como por su irrenunciable perfil espiritual, caracterizado por el elevado
ideal religioso”. Y no dejó de recomendarles que sigan “avanzado por este camino,
dando testimonio de manera concreta de la fuerza transformadora de la fe”. A la vez
que añadió textualmente:
En este sentido, respecto a otras organizaciones
comprometidas en el ámbito internacional en la asistencia a los enfermos, en la solidaridad
y la promoción humana, su Orden se distingue por la inspiración cristiana que debe
orientar constantemente el compromiso social de sus miembros. Conserven y cultiven
este rasgo característico, y actúen con renovado ardor apostólico, siempre con una
actitud de profunda sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Su preciosa obra benéfica,
articulada en varios campos, y que se lleva a cabo en diversas partes del mundo, concentrada
principalmente en el servicio al enfermo con estructuras hospitalarias y sanitarias,
no es simple filantropía, sino la expresión eficaz y el testimonio vivo del amor evangélico.
El
Papa también les recomendó que su vida cotidiana esté impregnada de la presencia de
Jesús, ante cuya mirada están llamados a poner también el sufrimiento de los enfermos,
la soledad de los ancianos o las dificultades de las personas con discapacidad. Y
los exhortó con estas palabras:
Queridos amigos, sigan actuando en la sociedad
y en el mundo por las vías maestras indicadas por el Evangelio: la fe y la caridad,
para reavivar la esperanza. La fe, como el testimonio de adhesión a Cristo y de compromiso
con la misión evangélica, que los impulsa a una presencia cada vez más viva en la
comunidad eclesial y a una pertenencia más consciente al Pueblo de Dios; la caridad,
como expresión de fraternidad en Cristo, mediante las obras de misericordia con los
enfermos, los pobres, los necesitados de amor, de consuelo y ayuda, con los afligidos
por la soledad, la desorientación y las nuevas formas de pobreza material y espiritual.
Antes de impartirles su bendición apostólica, el Sucesor de Pedro se despidió
deseándoles que la Santísima Virgen María sustente con su materna protección sus propósitos
y proyectos; que su celestial protector, san Juan Bautista, así como el beato Gerardo
y los Santos y Beatos de la Soberana y Militar Orden de Malta los acompañen con su
intercesión. Mientras por su parte, les aseguró sus oraciones por quienes asistieron
a esta audiencia, así como por todos los miembros de la Orden, por los numerosos y
beneméritos voluntarios, incluido el nutrido grupo de niños, y por cuantos los apoyan
en sus actividades.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto completo
de la alocución del Papa a la Soberana y Militar Orden de Malta
Queridos
hermanos y hermanas:
Me es grato recibirles y saludarles a todos, Caballeros
y Damas, Capellanes y voluntarios de la Soberana y Militar Orden de Malta. Saludo
de modo especial al Gran Maestre, Su Alteza Eminentísima Fray Matthew Festing, agradeciendo
las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros; muchas gracias
también por el donativo que me habéis ofrecido, y que he destinado a una obra de caridad.
Deseo expresar mi afecto a los Cardenales y a los Hermanos en el episcopado y en el
presbiterado, en particular a mi Secretario de Estado, que hace poco ha presidido
la Eucaristía, así como al cardenal Paolo Sardi, patrono de la Orden, y al cual agradezco
la solicitud con que se dedica a consolidar el vínculo especial que os une a la Iglesia
Católica, y de una manera particular a la Santa Sede. Saludo con reconocimiento a
vuestro Prelado, el Señor Arzobispo Mons. Angelo Acerbi. Saludo, en fin, a los diplomáticos,
y también a las altas personalidades y autoridades que están presentes.
El
motivo de este encuentro lo ofrece el IX centenario del solemne privilegio Pie
postulatio voluntatis, del 15 de febrero de 1113, con el cual el Papa Pascual
II puso a la recién nacida «hermandad hospitalaria» de Jerusalén, con el título de
San Juan Bautista, bajo la tutela de la Iglesia, haciéndola soberana, constituyéndola
como una Orden de derecho eclesial, con el derecho a elegir libremente a sus superiores
sin interferencia por parte de otras autoridades laicas o religiosas. Esta importante
conmemoración adquiere un especial significado en el contexto del Año de la fe,
durante el cual la Iglesia está llamada a renovar la alegría y el compromiso de creer
en Jesucristo, único Salvador del mundo. En este sentido, también vosotros estáis
llamados a acoger este tiempo de gracia para profundizar en el conocimiento del Señor
y para hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe, mediante el testimonio
de vuestra vida y vuestro servicio en el hoy de nuestro tiempo.
Desde sus
comienzos, vuestra Orden se ha distinguido por la fidelidad a la Iglesia y al Sucesor
de Pedro, así como por su irrenunciable perfil espiritual, caracterizado por el elevado
ideal religioso. Seguid avanzado por este camino, dando testimonio de manera concreta
de la fuerza transformadora de la fe. Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir
a Jesús, y después fueron por el mundo entero, cumpliendo con el mandato de llevar
el evangelio a toda criatura; anunciaron a todos sin temor la fuerza de la cruz y
la alegría de la resurrección de Cristo, de la cual fueron testigos directos. Por
la fe, los mártires dieron su vida, mostrando la verdad del evangelio que les había
transformado y hecho capaces de llegar hasta la entrega más grande, fruto del amor,
perdonando a sus propios perseguidores. Y por la fe, a través de los siglos, los miembros
de vuestra Orden se han prodigado primero en asistir a los enfermos en Jerusalén,
y después en socorrer a los peregrinos en Tierra Santa, expuestos a graves peligros,
escribiendo así páginas brillantes de caridad cristiana y defensa del cristianismo.
En el siglo XIX, la Orden se abrió a nuevos y más amplios campos de actividad en el
ámbito asistencial y de servicio a los enfermos y los pobres, pero sin renunciar nunca
a los ideales originarios, especialmente el de la intensa vida espiritual de cada
uno de sus miembros. En esta dirección debe continuar vuestro compromiso, con una
atención muy especial a la consagración religiosa —la de los profesos— que constituye
el corazón de la Orden. Nunca debéis olvidar vuestras raíces, cuando el Beato Gerardo
y sus compañeros se consagraron con los votos para el servicio a los pobres, y el
privilegio Pie postulatio voluntatis corroboró su vocación. Los miembros de
la institución recién constituida se configuraban así con los rasgos de la vida religiosa:
el compromiso de alcanzar la perfección cristiana mediante la profesión de los tres
votos, el carisma al que se consagran y la fraternidad entre los miembros. La vocación
del profeso debe ser objeto de gran atención también hoy, unida al cuidado de la vida
espiritual de todos.
En este sentido, respecto a otras organizaciones comprometidas
en el ámbito internacional en la asistencia a los enfermos, en la solidaridad y la
promoción humana, vuestra Orden se distingue por la inspiración cristiana que debe
orientar constantemente el compromiso social de sus miembros. Conservad y cultivad
este rasgo característico, y actuad con renovado ardor apostólico, siempre con una
actitud de profunda sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Vuestra preciosa obra
benéfica, articulada en varios campos, y que se lleva a cabo en diversas partes del
mundo, concentrada principalmente en el servicio al enfermo con estructuras hospitalarias
y sanitarias, no es simple filantropía, sino la expresión eficaz y el testimonio vivo
del amor evangélico.
En la Sagrada Escritura, la llamada al amor del prójimo
está unida al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con
todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-31). Por consiguiente, el amor al prójimo responde
al mandato y al ejemplo de Cristo si se funda en un verdadero amor a Dios. Así es
posible para el cristiano hacer experimentar a los demás a través de su entrega la
ternura providente del Padre celestial, gracias a una configuración cada vez más profunda
con Cristo. Para dar amor a los hermanos, es necesario tomarlo del fuego de la caridad
divina, mediante la oración, la escucha asidua de la Palabra de Dios y una vida centrada
en la Eucaristía. Vuestra vida cotidiana ha de estar impregnada de la presencia de
Jesús, ante cuya mirada estáis llamados a poner también el sufrimiento de los enfermos,
la soledad de los ancianos o las dificultades de las personas con discapacidad. Saliendo
al encuentro de estas personas, servís a Cristo: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis
con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
Queridos
amigos, seguid actuando en la sociedad y en el mundo por las vías maestras indicadas
por el evangelio: la fe y la caridad, para reavivar la esperanza. La fe, como el testimonio
de adhesión a Cristo y de compromiso con la misión evangélica, que os impulsa a una
presencia cada vez más viva en la comunidad eclesial y a una pertenencia más consciente
al Pueblo de Dios; la caridad, como expresión de fraternidad en Cristo, mediante las
obras de misericordia con los enfermos, los pobres, los necesitados de amor, de consuelo
y ayuda, con los afligidos por la soledad, la desorientación y las nuevas formas de
pobreza material y espiritual. Estos ideales están bien expresados en vuestro lema:
«Tuitio fidei et Obsequium pauperum». Son palabras que sintetizan bien el carisma
de vuestra Orden, la cual, como sujeto de derecho internacional, no aspira a ejercer
poder e influencia de carácter humano, sino que desea desarrollar con plena libertad
su propia misión para el bien integral del hombre, cuerpo y alma, con la atención
puesta tanto en cada persona como en la comunidad, y sobre todo en quienes están más
necesitados de esperanza y de amor.
Que la Santísima Virgen María —la bienaventurada
Virgen de Filermo— sustente con su materna protección vuestros propósitos y proyectos;
que vuestro celestial protector, san Juan Bautista, así como el beato Gerardo y los
Santos y Beatos de la Orden, os acompañen con su intercesión. Por mi parte, os aseguro
mis oraciones por los que estáis aquí, por todos los miembros de la Orden, así como
por los numerosos y beneméritos voluntarios, incluido el nutrido grupo de niños, y
por cuantos os apoyan en vuestras actividades, a la vez que os imparto con afecto
una especial Bendición Apostólica, que complacido hago extensiva a vuestras familias.