El vino se mezcló con la sangre, pero la sangre dio fruto abundante
REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz de RADIO VATICANA
(RV).-
(Con audio) El vino bueno de la
alegría del Evangelio -de las sabrosas uvas de la viña del Señor, de la que habla
Jesús en la parábola de los viñadores homicidas-, es la herencia, el patrimonio vital
que el Padre Dios quiere compartir con nosotros.
¿Acepto lo que Dios me ofrece
con tanta gratuidad y ternura?, ¿estoy bebiendo el vino bueno de la alegría del Evangelio?
Los
viñadores homicidas y ladrones -a los que Jesús se refiere en el Evangelio-, rechazan
al dueño para apropiarse de la viña, golpeando y matando a los servidores, incluso
al hijo mismo del dueño de la viña.
Esto de apropiarse, quitar, robar, adueñarse,
golpeando y matando, es la cruel realidad de nuestros días a nivel mundial, en el
país y en el interior de muchas familias que sufren tanto la violencia del egoísmo,
el individualismo, los intereses particulares… Igual que en el tiempo de Jesús, cuando
lo asesinaron en la cruz.
¿De qué parte estoy yo?, me pregunto. Y vos ¿estas
con los viñadores homicidas o con los servidores del Hijo de Dios?
Qué locura
es pensar que podremos sin el dueño de la viña y de la vida plena; cuando rechazamos
a Dios considerándonos dueños de las cosas y peor todavía, cuando nos consideramos
dueños de la vida de las personas, que podemos golpearlos y matarlos.
Soy como
el gajo cortado de su tronco y sus raíces. Separado de la fuente de la Vida plena
no puedo dar frutos y me seco.
Jesús -que afirma que el dueño de la viña hará
justicia entregándola a otro pueblo que produzca fruto-, dice también en el Evangelio:
“Yo soy la vid y ustedes los gajos, el que está unido a mi produce mucho fruto”.
Señor,
que con todos los míos queridos, podamos injertarnos en el árbol de la cruz para beber
el vino bueno del cáliz de tu sangre, que nos cura del mal y nos llena con la alegría
viva del Evangelio.