El
pasado 25 de abril, III Domingo de Pascua, el Santo Padre Juan Pablo
II proclamó Beatos a seis Siervos y Siervas de Dios, entre ellos
las latinoamericanas Laura Montoya, virgen colombiana, fundadora de
la Congregación de las Hermanas Misioneras de María Inmaculada
y de Santa Catalina de Siena, y María Guadalupe García
Zavala, virgen mexicana, cofundadora de las Siervas de Santa Margarita
María y de los Pobres.
A
continuación publicamos la biografía de las nuevas Beatas
latinoamericanas:
LAURA
MONTOYA (1874-1949)

La
Madre Laura Montoya Upegui, estando en Roma, en la Basílica de
San Pedro en el mes de noviembre del año 1930, después
de una viva oración eucarística escribe: "Tuve fuerte
deseo de tener tres largas vidas: La una para dedicarla a la adoración,
la otra para pasarla en las humillaciones y la tercera para las misiones;
pero al ofrecerle al Señor estos imposibles deseos, me pareció
demasiado poco una vida para las misiones y le ofrecí el deseo
de tener un millón de vidas para sacrificarlas en las misiones
entre infieles! Mas, ¡he quedado muy triste! y le he repetido
mucho al Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay! Que yo me
muero al ver que nada soy y que te quiero!".
Esta
gran mujer que así escribe, la Madre Laura Montoya, maestra de
misión en América Latina, servidora de la verdad y de
la luz del Evangelio, nació en Jericó, Antioquia, pequeña
población colombiana, el 26 de Mayo de 1874, en el hogar de Juan
de la Cruz Montoya y Dolores Upegui, una familia profundamente cristiana.
Recibió las aguas regeneradoras del Bautismo cuatro horas después
de su nacimiento. El sacerdote le dio el nombre de María Laura
de Jesús. Dos años tenía Laura cuando su padre
fue asesinado, en cruenta guerra fratricida por defender la religión
y la patria. Dejó a su esposa y sus tres hijos en orfandad y
dura pobreza, a causa de la confiscación de los bienes por parte
de sus enemigos. De labios de su madre, Laura aprendió a perdonar
y a fortalecer su carácter con cristianos sentimientos.
Desde
sus primeros años, su vida fue de incomprensiones y dolores.
Supo lo que es sufrir como pobre huérfana, mendigando cariño
entre sus mismos familiares. Aceptando con amor el sacrificio, fue dominando
las dificultades del camino. La acción del Espíritu de
Dios y la lectura espiritual, especialmente de la Sagrada Escritura,
la llevaron por los caminos de la oración contemplativa, la penitencia
y el deseo de hacerse religiosa en el claustro carmelitano. Tenía
sed de Dios y quería ir a Él "como bala de cañón".
Esta
mujer admirable crece sin estudios, por las dificultades de pobreza
e itinerancia a causa de su orfandad, hasta la edad de 16 años,
cuando ingresa en la Normal de Institutoras de Medellín, para
ser maestra elemental y de esta manera ganarse el sustento diario. Sin
embargo, llega a ser una erudita en su tiempo, una pedagoga connotada,
formadora de cristianas generaciones, escritora castiza de alto vuelo
y sabroso estilo, mística profunda por su experiencia de oración
contemplativa.
En
1914, apoyada por Monseñor Maximiliano Crespo, Obispo de Santa
Fe de Antioquia, funda una familia religiosa: Las Misioneras de María
Inmaculada y Santa Catalina de Siena, obra religiosa que rompe moldes
y estructuras insuficientes para llevar a cabo su ideal misionero según
lo expresa en su Autobiografía: Necesitaba mujeres intrépidas,
valientes, inflamadas en el amor de Dios, que pudieran asimilar su vida
a la de los pobres habitantes de la selva, para levantarlos hacia Dios.
Maestra
catequista de los indios
Su
profesión de maestra la llevó por varias poblaciones de
Antioquia y luego al Colegio de La Inmaculada en Medellín. En
su magisterio no se contenta con el saber humano sino que expone magistralmente
la doctrina del Evangelio. Forma con la palabra y el ejemplo el corazón
de sus discípulas, en el amor a la Eucaristía y en los
valores cristianos. En un momento de su trayectoria como maestra, se
siente llamada a realizar lo que ella llamaba "la Obra de los indios":
En 1907, estando en la población de Marinilla, escribe: "me
vi en Dios y como que me arropaba con su paternidad haciéndome
madre, del modo más intenso, de los infieles. Me dolían
como verdaderos hijos". Este fuego de amor la impulsa a un trabajo
heroico al servicio de los indígenas de las selvas de América.
Busca
recursos humanos, fomenta el celo misionero entre sus discípulas,
escoge cinco compañeras a quienes prende el fuego apostólico
de su propia alma. Aceptando de antemano los sacrificios, humillaciones,
pruebas y contradicciones que se ven venir, acompañadas por su
madre Doloritas Upegui, el grupo de "Misioneras catequistas de
los indios" sale de Medellín hacia Dabeiba el 5 de Mayo
de 1914. Parten hacia lo desconocido, para abrirse paso en la tupida
selva. Van, no con la fuerza de las armas, sino con la debilidad femenina
apoyada en el Crucifijo y sostenida por un gran amor a María
la Madre y Maestra de esta Obra misionera. "Ella, la Señora
Inmaculada me atrajo de tal modo, que ya me es imposible pensar siquiera
en que no sea Ella como el centro de mi vida". La celda carmelitana,
objeto de sus ansias en el tiempo de su juventud, le pareció
demasiado fría ante aquellas selvas pobladas de seres humanos
sumidos en la infidelidad, pero amados tiernamente por Dios. "Siento
la suprema impotencia de mi nada y el supremo dolor de verte desconocido,
como un peso que me agobia".
Comprende
la dignidad humana y la vocación divina del indígena.
Quiere insertarse en su cultura, vivir como ellos en pobreza, sencillez
y humildad y de esta manera derribar el muro de discriminación
racial que mantenían algunos líderes civiles y religiosos
de su tiempo. La solidez de su virtud fue probada y purificada por la
incomprensión y el desprecio de los que la rodeaban, por los
prejuicios y las acusaciones de algunos prelados de la iglesia que no
comprendieron en su momento, aquel estilo de ser "religiosas cabras",
según su expresión, llevadas por el anhelo de extender
la fe y el conocimiento de Dios hasta los más remotos e inaccesibles
lugares, brindando una catequesis vivencial del Evangelio. Su Obra misionera
rompió esquemas, para lanzar a la mujer como misionera en la
vanguardia de la evangelización en América latina. El
quemante "SITIO" -Tengo sed- de Cristo en la Cruz, la impulsa
a saciar esta sed del crucificado: "¡Cuánta sed tengo!
¡Sed de saciar la vuestra Señor! Al comulgar nos hemos
juntado dos sedientos: Vos de la gloria de vuestro Padre y yo de la
de vuestro corazón Eucarístico! Vos de venir a mí,
y yo de ir a Vos".
Mujer
de avanzada, elige como celda la selva enmarañada y como sagrario
la naturaleza andina, los bosques y cañadas, la exuberante vegetación
en donde encuentra a Dios. Escribe a las Hermanas: "No tienen sagrario
pero tienen naturaleza; aunque la presencia de Dios es distinta, en
las dos partes está y el amor debe saber buscarlo y hallarlo
en donde quiera que se encuentre".
Redacta
para ellas las "Voces Místicas", inspirada en la contemplación
de la naturaleza, y otros libros como el Directorio o guía de
perfección, que ayudan a las Hermanas a vivir en armonía
entre la vida apostólica y la contemplativa. Su Autobiografía
es su obra cumbre, libro de confidencias íntimas, experiencia
de sus angustias, desolaciones e ideales, vibraciones de su alma al
contacto con la divinidad, vivencias de su lucha titánica por
llevar a cabo su vocación misionera. Allí muestra su "pedagogía
del amor", pedagogía acomodada a la mente del indígena,
que le permite adentrarse en la cultura y el corazón del indio
y del negro de nuestro continente.
La
Madre Laura centra su Eclesiología en el amor y la obediencia
a la Iglesia. Vive para la Iglesia que ama entrañablemente, y
para extender sus fronteras no mide dificultades, sacrificios, humillaciones
y calumnias.
Esta
infatigable misionera, pasó nueve años en silla de ruedas
sin dejar su apostolado de la palabra y de la pluma. Después
de una larga y penosa agonía, murió en Medellín
el 21 de octubre de 1949. A su muerte dejó extendida su Congregación
de Misioneras en 90 casas distribuidas en tres países, con un
número de 467 religiosas. En la actualidad, las Misioneras trabajan
en 19 países, distribuidas en América, Africa y Europa.
Por
todo lo que vivió hizo y significó la Madre Laura en su
época y por todo lo que seguirá significando para la sociedad,
la Congregación y la Iglesia, hoy la Congregación por
ella fundada se llena de alegría al ver concretizado y culminado
su proceso de Beatificación, abierto el 4 de julio de 1963, en
la capilla de la Curia Arquidiocesana de Medellín, en el cual
se nombró el tribunal eclesiástico para buscar diligentemente
los escritos de la Sierva de Dios Laura Montoya Upegui, instruir el
proceso informativo sobre su fama de santidad, virtudes en general y
posibles milagros realizados por la Sierva de Dios. Hoy este proceso
que duró cuarenta años ha llegado a su culminación,
cuando en Roma, el 7 de julio de 2003, en la Sala Clementina, Su Santidad
Juan Pablo II, en presencia de los miembros de la Congregación
para las Causas de los Santos y de los Postuladores de las respectivas
causas, promulgó el decreto de beatificación de la Madre
Laura Montoya Upegui.
MARIA
GUADALUPE GARCIA ZAVALA (1878-1963)

María
Guadalupe García Zavala, Fundadora de la Congregación
religiosa de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres,
nació en Zapopan, Jalisco, México, el 27 de abril de 1878.
Fueron sus padres el Señor Fortino García y la Señora
Refugio Zavala de García.
Don
Fortino era comerciante, tenía una tienda de objetos religiosos
frente a la Basílica de Nuestra Señora de Zapopan, por
lo tanto la pequeña Lupita visitaba la iglesia con mucha frecuencia
y desde pequeña mostró gran amor a los pobres y a las
obras de caridad.
Lupita
tenía fama de ser una joven muy bonita y muy simpática,
sin dejar de ser sencilla y transparente en su trato, amable y servicial
con todos. Tuvo un noviazgo con el Señor Gustavo Arreola, y ya
prometida en matrimonio a la edad de 23 años, sintió la
llamada del Señor Jesús para consagrarse a la vida religiosa,
sobre todo en la atención a los enfermos y a los pobres.
Le
contó esta inquietud a su director espiritual, el Padre Cipriano
Iñiguez, quien le dijo que a su vez, él había tenido
la inspiración de fundar una Congregación Religiosa para
atender a los enfermos del Hospital y la invitaba a comenzar esta labor,
y fue así que entre los dos fundaron la Congregación religiosa
de "Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres".
La
Madre Lupita ejerció el oficio de enfermera arrodillándose
en el piso para atender a los primeros enfermos en el Hospital, que
por cierto al inicio carecía de muchas cosas. Sin embargo, siempre
reinó la ternura y la compasión, procurando sobre todo
para los enfermos un buen cuidado en la vida espiritual.
La
Madre Lupita fue proclamada Superiora General de la Congregación,
cargo que tuvo durante toda su vida, y aunque provenía de una
familia de un buen nivel económico, ella se adaptó con
alegría a una vida extremadamente sobria y enseñó
a las Hermanas de la Congregación a amar la pobreza para poder
donarse más a los enfermos. Hubo un período de graves
dificultades económicas en el Hospital y la Madre Lupita pidió
el permiso a su director espiritual de poder mendigar por las calles,
y obtenida la autorización, lo hizo junto con otras hermanas
por varios años hasta que se solucionaron los problemas para
sustentar a los enfermos.
El
cuadro político-religioso en México fue grave desde 1911,
con la caída del presidente Porfirio Díaz, hasta prácticamente
1936, porque la Iglesia fue perseguida por los revolucionarios Venustiano
Carranza, Alvaro Obregón, Pancho Villa y sobre todo Plutarco
Elías Calles en el período más sangriento de 1926
a 1929.
En
este tiempo de persecución en México contra la Iglesia
católica, la Madre Lupita, arriesgando su vida y la de sus mismas
compañeras, escondió en el hospital a algunos sacerdotes
y también al mismo Arzobispo de Guadalajara, Su Excelencia D.
Francisco Orozco y Jiménez. Por otra parte, a los mismos soldados
persecutores les daban alimento y los curaban de sus heridas; éste
fue un motivo para que los soldados que estaban encuartelados cerca
del hospital no sólo no molestaran a las Hermanas sino que hasta
las defendieran, lo mismo que a los enfermos.
Durante
el período en que vivió la Madre Lupita se abrieron 11
fundaciones en la República Mexicana, y después de su
muerte siguió creciendo la Congregación. En la actualidad
las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres cuentan
con 22 Fundaciones en México, Perú, Islandia, Grecia e
Italia.
El
13 de octubre de 1961 la entera Congregación de las Siervas de
Santa Margarita María y de los Pobres festejaron el jubileo de
diamante de la Madre Lupita, es decir, los 60 años de vida religiosa
de la amada fundadora. Sin embargo, ella que tenía 83 años
de edad padecía de una penosa enfermedad que después de
dos años la llevó a la muerte. Se
durmió en el Señor el 24 de junio de 1963 en Guadalajara,
Jalisco, México, a la edad de 85 años, gozando desde entonces
de una sólida fama de santidad.
Fue
amada por pobres y ricos de la ciudad de Guadalajara y de otros lugares
en donde tenían hospitales. Esto se confirma también porque
desde el momento en que se supo de su muerte, muchísima gente
se congregó en el hospital para ver por última ocasión
sus restos mortales y al día siguiente que se celebraron los
funerales también participó mucha gente porque ya la consideraban
como una santa.
La
Madre Lupita se presenta ahora como un digno ejemplo de vida de santidad
para que sea imitada no sólo por las Religiosas por ella fundadas,
sino por todos los fieles por la práctica constante y heroica
de las virtudes evangélicas que ejercitó a través
de su vida, y sobre todo por su dedicación incondicional al servicio
de Dios en los hermanos, especialmente en los pobres y en los que sufren
todo tipo de enfermedades.
|